La crítica sujeta a la bofetada de la musa

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Christopher Domínguez Michael

Ensayos reunidos 1984-1998

Ciudad de México, El Colegio Nacional, 2020, 790 pp.

En 1998, Christopher Domínguez Michael publicó las 38 máximas autocríticas y autodefinitorias (frescas y atrevidas según él) de “Elogio y vituperio del arte de la crítica” como epílogo de Servidumbre y grandeza de la vida literaria. Tres décadas después concluye con optimismo su discurso de ingreso a El Colegio Nacional afirmando que “ante la propia obra crítica, a pesar de habernos equivocado tantas veces, apostando por caballos ganadores y perdedores, tendremos el consuelo de haber estado todos los días jugándonosla en el hipódromo”. Como el José Vasconcelos de “Caballos-velocidad” (1928), sabe que el caballo corre no por sumiso sino “porque es indiferente y conoce nuestras limitaciones”, porque a pesar de que “de todo abusamos y que todo lo mal empleamos” se reconcilia con nosotros.

Su larga trayectoria revela a un crítico cosmopolita al día con varias tradiciones críticas encontradas y sus maestros. Precisamente, en el ensayo inicial de este primer volumen de sus Ensayos reunidos (“Sobre la situación moral que el joven escritor mexicano ocupa actualmente”, 1984), el crítico de veintidós años se inspira en Walter Benjamin en su propósito de expresarse sobre la preparación requerida para ser escritor de narrativa, exigencia que aplica a las mafias de entonces, como haría posteriormente con el crack. Con su ética intachable, nunca es parte de ninguna servidumbre. Tampoco se advierte en ningún libro suyo el intento de pontificar o el impulso profesoral de corregir, como el que demuestran los autodenominados “críticos” digitales que de manera inocente contribuyen hoy día al llamado “capitalismo de vigilancia”. El amateurismo y la discriminación algorítmica no son lo suyo.

Paralelamente, es factible imaginar a varios críticos universitarios buscando una nota al pie en La innovación retrógrada. Literatura mexicana, 1805-1863 (2016) u otros estudios, no para confirmar la veracidad de sus citas, sino para ver si aparecen mencionados. Domínguez Michael está muy por encima de esa inseguridad, y su crítica siempre prueba que sí lee los libros que analiza o reseña, como podrá comprobar cualquier intérprete puntilloso. Si aquellos críticos quieren indagar en los prototextos de Ensayos reunidos 1984-1998, nada mejor que consultar su honesto prefacio, en que declara cómo ha cotejado versiones anteriores y qué artículos huérfanos añade. Si quisieran confirmar su consistencia conceptual, pueden leer el ya mencionado “Elogio y vituperio del arte de la crítica”, que, a pesar de no ser un vademécum, contiene aserciones como “Más allá de Leopoldo Alas, la crítica española es esa lastimosa escena galdosiana de poetas fracasados que devienen en plumíferos por rencor”, a lo que añade: “En América Latina la escena no es muy distinta.”

Decididamente mexicano en contenido, este volumen es a la vez latinoamericano y mundial en alcance y pertenencia por la ejemplaridad con que enfoca una literatura nacional, como consta en los extensos prólogos, ahora reeditados y aliviados “de citaciones excesivas”, a la Antología de la narrativa mexicana del siglo XX(1989-1991), que ocupan casi la mitad del libro. Los que hemos enseñado cursos universitarios con esa antología dejamos constancia de su utilidad pedagógica y crítica, que abarca décadas con un hilo conceptual que no falla, haciéndolos contemporáneos; y una manera de confirmarlo es cotejar la sección “Carlos Fuentes, novelista” con aquella denominada “Diez narradores de los años noventa (1994)”. Por similares razones se puede leer La sabiduría sin promesa. Vidas y letras del siglo XX (2001 y, en ediciones aumentadas, 2009) como complemento o contexto mundial de este libro, porque no hay uno suyo que no esté repleto de información que conduzca a otros.

De sus Ensayos reunidos 1984-1998, vale la pena señalar “La muerte de la literatura política” (1985) y “Breve repaso a las letras contemporáneas de México (1955-1993)” (1995) porque cubren diez años definitivos de su pensamiento, revelando de cierto modo sus posturas actuales ante la literatura de su país, siempre valientes y desafiantes. Es triste que todavía no tenga pares que le respondan con el mismo brío e inteligencia, condición que dice mucho sobre el arte al que se dedica. H. L. Mencken, sobre el que Domínguez Michael escribió en La sabiduría sin promesa, sostenía que todos los beneficios que obtuvo de los críticos de su obra salieron del “tipo destructivo”. No se vislumbra ese tipo de crítica seria en torno a él, y no es porque aquí y allá se manifieste sobre los “profesores doctores” con el debido respeto que algunos se merecen, o porque vea al crítico como un “experto en demolición”, frases de Mencken de hace más de un siglo. En su ensayo “Treinta años de crítica”, Domínguez Michael recuerda que “Zaid advertía, en la atmósfera del boom latinoamericano, que la invasión de investigadores norteamericanos, prestos a tomar la literatura mexicana, era un hecho que había que afrontar”. No debe leerse en esa cita ningún tipo de nacionalismo conjunto, sino una necesidad real latinoamericana de contextualizar nuestras literaturas con conocimiento de causa.

La fecundidad de Domínguez Michael requiere el sutil equilibrio que suele mantener entre clasicismo, un estilo fluido que engendra un efecto acumulativo potente, su pensamiento nada convencional y la manera de templar sus inabarcables entusiasmos. Si la actual es una era paradójica de certidumbres críticas inconsistentes, valorar este volumen requiere pensar en algunos críticos del pasado, pero casi en ninguno entre sus contemporáneos. Más bien, es en los maestros de antaño, de cierto Menéndez Pelayo a José Luis Martínez, Octavio Paz y Gabriel Zaid, en quienes Domínguez Michael siempre encuentra certeros cuestionamientos de las modas actuales, hechos con rigor y sin la necesidad de pagar peajes. Esos referentes están implícita o explícitamente presentes en su ensayo “La muerte de la literatura política”: la “política” y el “compromiso” siguen siendo el talón de Aquiles de sus críticos, que hacen caso omiso de su predisposición al diálogo o desatienden su temprano interés en algunas nociones marxistas.

En “Notas sobre mitos nacionales y novela mexicana (1955-1985)” (1985) y “Breve repaso a las letras contemporáneas de México (1955-1993)”, su crítica a las manifestaciones contraculturales, empresariales y eruditas del ethos individualista de la literatura harían pensar que estamos frente a una crítica del capitalismo. Pero a la vez esos mismos textos muestran una emocionante resistencia al encasillamiento ideológico que tres décadas después se ha convertido en la forma dominante del análisis cultural. Para el Domínguez Michael de aquellos ensayos se gastaba demasiado tiempo haciendo mapas del privilegio y el resentimiento, peleando sobre quién es parte de qué élite o quién tiene el derecho a ser víctima. En ese sentido, como confirma su crítica posterior más preocupada de temas iberoamericanos, también hay una utilidad en su quehacer, y como tal no se percibe a sí mismo como partisano, ni tampoco como pacifista.

Estos Ensayos reunidos 1984-1998 muestran a un autor que, desde el principio, trabajó con una amplia gama de disciplinas e intereses y que no estaba sometido a una sola idea predominante, como confirmaría su obra subsecuente. Solo es necesario leer bien sus biografías de fray Servando o Paz, y La innovación retrógrada, para comprobar su dedicación a los giros metodológicos que merece cada género. Por eso, releer a Domínguez Michael es seguir aprendiendo, y en ese sentido importa pensar en el contenido real de sus primeros libros, que en última instancia tienen que ver con la representación literaria del ascenso y transformación de la sociedad mexicana y los cambios que generó. Un procedimiento que aparece también, aunque de modo enaltecido, en sus libros más recientes sobre temas no nacionales.

Su prefacio explica la lógica y el propósito en la reestructuración de los ensayos y artículos dispersos que ha añadido o enmendado, señalando que ha dejado para tomos subsecuentes de sus Ensayos reunidos algunos “consagrados en [esos] años a las traducciones de literatura extranjera”, notando que el próximo volumen se basará en la letras mundiales que analizó en La utopía de la hospitalidad (1993). Si solo fuera historiador –además del crítico cultural, biógrafo, ensayista, entrevistador, pedagogo, periodista y reseñador que es– podría emparentársele con Eric Hobsbawm, comparación que tiene más que ver con las lecturas humanistas y la franqueza de ambos que con la ideología.

Domínguez Michael no ha querido ser otra cosa que un crítico puro y profesional, y se ha aplicado, porque sus libros también contestan la pregunta de ¿quién es más rebelde: el crítico progresista que es un pastor pagado por su comunidad para imponer fraternidad, igualdad y justicia, como recuerda una de sus máximas, o un crítico como él, cuyo único evangelio es el de la oposición a ideas recibidas y a virtuosismos aparentemente incontestables? El título de esta reseña surge de la hipótesis general de sus máximas de 1998, otra de las cuales es “Como reseñista he atacado ideas y novelas, y a veces, a personas. Lamento mis groserías y estoy dispuesto a repararlas, pero ¿por qué a un poeta se le permite un mal verso, crimen más sonoro que la más nefasta de las salidas de un crítico”. En la época de la Guerra Civil estadounidense, Henry James decía que no era propicio cultivar la musa cuando la Historia trabajaba tanto. Domínguez Michael se ha casado con la musa de la crítica, aunque lleve una vida muy complicada con ella, porque el carisma o la celebridad son innecesarios para ser un gran crítico. ~

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(Guayaquil, Ecuador) es crítico literario. Su estudio Los peajes de la crítica latinoamericana aparecerá próximamente.


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