La novelista ante matonxs y canceladorxs

El ruido de una época

Ariana Harwicz

Gatopardo Ediciones

Barcelona, 2023, 176 pp.

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Ariana Harwicz (Buenos Aires, 1977), la más intrépida de las novelistas latinoamericanas actuales, refresca aquí las posibles interpretaciones de “Ante la ley”, parábola que Kafka luego incluye en El proceso. Consciente de las paradojas y contradicciones de las “leyes” del mundillo literario occidental, las desobedece con rigor lógico y valor expresivo similar al de sus ficciones –ahora agrupadas como Trilogía de la pasión– y con obvio conocimiento de que se opone a la neolengua cultural que vigila por doquier. Mencionando a Kafka, manifiesta: “Desconfío de una obra que me anuncia con un cartel de alerta roja: ‘atentos, esta obra va a transgredir’.” El ruido de una época intenta no una filosofía de la escritura sino un ideario de lo que puede ser, sin el tipo de sexualización que en autorxs [sic] menos capaces es frivolidad más que libertad.

En un artículo de mayo de 2023, Beatriz Sarlo afirmó: “En mi juventud, ya perdiera o ganara, me sentí siempre independiente y nunca atribuí a mi sexo las derrotas, sino a mi ignorancia”, actitud que Harwicz revisa en una entrevista de septiembre de 2023: “Me recomiendan que escriba en la solapa de mis libros que soy rebelde y feminista, para no alienar a mis lectoras. Pero, si lo aceptase, dejaría de ser rebelde y feminista.” Otra aserción, transcrita en la contraportada, resume su reacción a múltiples tensiones: “Cuando escribo acepto todo lo que es, veo todo, estoy dispuesta a todo. No evito ciertos adjetivos, no censuro ciertas tensiones, básicamente porque no soy juez, no estoy en un tribunal correccional. Una novela no es una audiencia judicial. No es una sentencia.” Harwicz anticipó estas ideas en dos libros anteriores: Tan intertextual que te desmayás (2013), con Sol Pérez; y Desertar (2021), con Mikaël Gómez Guthart.

Esta edición de El ruido de una época, elegantemente ampliada de la argentina, revela un carácter inconformista pero positivo, deseoso de enfrentar nuevos retos, razonar con verbosidad y dislates bien pensados, y plasmar con veracidad las implicaciones de ir contra el efecto dominó de la corrección política, ajena a lo que su compatriota Damián Tabarovsky llama “vanguardismo académico”. La tercera y última parte –“El escritor aparenta ser un moribundo”–, repleta de citas, cruces, menciones y referencias intertextuales y políticas, ofrece cavilaciones contiguas a una poética, desde “El antidecálogo literario” hasta aquella que comienza con “El ruido de una época define el relato que hacen los muertos a los vivos y los muertos a los muertos, de tumba a tumba, de libro a libro”. La autora cree que en su época hay artistas (escritores y cantantes incluidos) que “trabajan para caer bien”, por su imagen política.

Harwicz desvanece estereotipos con una diversidad real, no teórica sino aforística, ensayística, erudita, indignada, irreverente, lírica, sin el victimismo “autobiograficticio” de lxs que esperan ser más víctimas si se lxs critica, y conmovedoramente personal. Además, cuestiona el victimismo de lxs que en realidad son hackers con aura, estatus e inmunidad, que creen que el infierno está formado por los que presentan argumentos opuestos. Consecuentemente su estética satiriza la del imaginario femenino que según Hélène Cixous no cede a imágenes definidas por la mirada masculina. Para lxs hipersusceptiblxs será problemático que ella considere una catástrofe que “en el siglo XXI se rehabilitó un debate que parecía saldado en favor de separar al autor de su obra. El revisionismo empezó en Estados Unidos y fue replicándose, de un modo acrítico, sumiso y colonizado, en América Latina y Europa” (énfasis míos), una tesis que también han sostenido Alain Finkielkraut (en L’après littérature,2021), Roger Scruton o Michel Onfray.

Harwicz tiene plena conciencia de que no se saca nada con una lengua radicalizada que termine hablando sobre sí misma, sin importar contextos o autenticidad, especialmente cuando todo público “intelectual” puede creerse insultado. Sin duda, la segunda y más breve parte de El ruido de una época –“AK-AH (mayo 2021-junio 2023)”– es la más íntima, y quizá gatillo de las otras. Producto de conversaciones por correo electrónico entre ella y Adan Kovacsics, traductor chileno del alemán y del húngaro, es un intercambio transgeneracional (ve la suya como “infantilizados en aplicaciones”) entre optimista (él) y pesimista (ella) sobre las angustias de la escritura (y la influencia de la música e Imre Kertész en ambos), la traducción y conmiseraciones sobre lo que Kovacsics llama “la repugnante domesticación del lenguaje que estamos viviendo hoy en día”, de lenguajes periodísticos y administrativos “todos coercitivos, todos espantosamente limitadores”.

Su/nuestra época es la que maltrata a la persona más que a la obra, y el ruido es el que pocxs se atreven a hacer contra movimientos punitivos de cancelaciones, cierres e interrogatorios cada vez más insulsos que normalizan la mediocridad y rechazan la convivencia o diálogos honestos. Harwicz, enemistada con la pasividad, hace liposucciones estilizadas sin catecismo sobre cómo hacerlas. No hacerlas es consumir más de lo que se produce, sobre todo en épocas de inteligencia artificial y autoteorías. Consecuentemente en El ruido de una época no hay elementos folletinescos ni excesos inverosímiles sino la presencia de una autora consumada y esencial. Si la segunda parte no provee detalles sobre sucesos personales, en la tercera escribe que irá a conocer a Kovacsics, restringiéndose a un llamado de Duras, que cita: “Habrá una escritura de lo no escrito”; y prefiere hacerla en el campo.

Harwicz sigue reinventando el poder de la novelista, convirtiéndose ella misma en una obra de arte que vive, respira y se metamorfosea con coraje. No es sentimentalismo pensar que quiere que se la perciba como un ser humano, sin problematizar su género o raíces étnicas. Para algunos será perturbador observar ese tipo de poder, e instintivamente se sentirán atraídos o motivados a rechazarlo. Pero diferente de otros coetáneos que mientras más se lxs lee o escarba más se oscurece su posverdad, es evidente que la autora de El ruido de una época no tiene un compromiso con la incorrección o ha firmado algún contrato para aplacarse de manera circunspecta, o para funcionar más allá de la frecuencia de compresión lectora. Quizá no se la quiera entender en este momento, mirando hacia otro lado, pero no se equivoca sobre lo que puede venir. ~

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(Guayaquil, Ecuador) es crítico literario. Su estudio Los peajes de la crítica latinoamericana aparecerá próximamente.


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