La cruzada de los niƱos

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Primero fue el bullying. Sobre este modelo, el mĆ”s exitoso y antiguo, se han ido construyendo las diversas cruzadas posmodernas que atraviesan a velocidad de crucero la opiniĆ³n pĆŗblica y sus redes sociales para envejecer al mismo acelerado ritmo con que maduran. Tan antigua como la escuela misma, el acoso escolar encontrĆ³ en la mente preclara del psicĆ³logo noruego Dan Olweus un nombre. Encargado a mediados de los aƱos setenta de estudiar los suicidios en la escuela, adaptĆ³ al mundo escolar el concepto de mobbing usado para describir el acoso laboral. El tĆ©rmino mobbing venĆ­a asimismo de la etiologĆ­a, lo habĆ­a acuƱado el zoĆ³logo austriaco Konrad Lorenz para describir la sĆŗbita agresiĆ³n a la que un grupo de pĆ”jaros puede someter a uno de los suyos. El viaje es en sĆ­ interesante: de la biologĆ­a un concepto viaja a la sociologĆ­a y la psicologĆ­a social para seguir de largo hacia la ley. Porque la investigaciĆ³n de Dan Olweus derivĆ³ luego en un informe para el gobierno noruego y en una serie de protocolos y leyes que poco a poco la mayor parte de los paĆ­ses de Occidente han ido adoptando.

El tĆ©rmino bullying contiene la palabra bull, o sea toro. El bully es el toro que empuja con sus cuernos a los compaƱeros de curso, no para resolver los potenciales conflictos de clase, o de raza o de sexo, sino solo para desautorizar gratuita y continuamente a otro que, sin fuerza para defenderse del continuo asedio, termina por abandonar la pelea, marginĆ”ndose no solo del Ć”mbito escolar sino de su propio yo, de la sensaciĆ³n de ser quiĆ©n es. Los estudios de Olweus y otros preocupados por el mismo tema nacieron de la alarma ante las olas de suicidios escolares que el sistema educacional parecĆ­a incapaz de frenar. La teorĆ­a del bullying no pretende erradicar la violencia de la escuela, como algunos de sus seguidores mĆ”s fervientes creen, sino regular hasta potencialmente eliminar las relaciones de poder entre los alumnos. Distingue entonces dos categorĆ­as permanentes, la del bully y la de la vĆ­ctima.

La elaboraciĆ³n de esta teorĆ­a coincide en fechas con el momento de esplendor de los estudios de Foucault sobre el poder. Un poder que segĆŗn Foucault se impone con toda la violencia en Ć”mbitos que parecen neutrales, como la escuela, la clĆ­nica, la universidad, el lenguaje mismo. Esa visiĆ³n hipertrĆ³fica del poder y su violencia algo tiene que ver con el sadomasoquismo confeso del ciudadano Foucault. Foucault denuncia el poder porque lo goza de una manera que sus seguidores mĆ”s ingenuos no podĆ­an ni adivinar. Siguieron a su maestro en la bĆŗsqueda infinita de seƱales de poder, pero no quisieron entender que el poder no era para Foucault algo que se podĆ­a separar del deseo. Foucault no querĆ­a ni podĆ­a destruir el poder que veĆ­a ejercerse en las mĆ”s mĆ­nimas interacciones, y sus seguidores cometieron la ingenuidad de intentarlo. La generaciĆ³n de mayo del 68 que leyĆ³ a Foucault como un programa polĆ­tico no fue capaz de conquistar el poder polĆ­tico y le costĆ³ mĆ”s de lo que esperaba ejercer el poder cultural. Daniel Cohn-Bendit, su lĆ­der mĆ”s visible, al ver derrotada su revoluciĆ³n, se fue a educar niƱos en una comuna hippie alemana. Su gesto no fue del todo solitario. Consciente de que los adultos y aun tambiĆ©n los jĆ³venes, contaminados por el patriarcado y el capitalismo, no podĆ­an hacer la revoluciĆ³n, las cabezas mĆ”s encendidas de la revoluciĆ³n del 68 concentraron sus esfuerzos en intentar limpiar desde el origen las conciencias de los niƱos, sus niƱos.

Porque en el 69 y el 70 y el 71 o el 78 los hippies y los guerrilleros tuvieron hijos, y casas y trabajos. Se rindieron a la realidad de una economƭa global, de un mercado omnipresente intentando salvar en la casa a los niƱos de las tareas, los golpes, los insultos, los deberes a los que fueron sometidos. Por eso no es un azar que la primera de las cruzadas posmodernas, estas campaƱas altamente mediƔticas, haya sido el bullying en el patio escolar. Los enemigos del poder renunciaron a competir por Ʃl donde se supone que se manifiesta de manera mƔs patente, en la polƭtica o la economƭa, para centrar sus esfuerzos en el colegio.

La generaciĆ³n fruto de esos esfuerzos heredĆ³ de sus padres, y sobre todo de sus profesores, una visiĆ³n maniquea y diabĆ³lica del poder que le debĆ­a no poco a una curiosa lectura asexuada de Michel Foucault, el filĆ³sofo que no podĆ­a ni querĆ­a separar el poder del sexo. El bully fue asĆ­ la encarnaciĆ³n completa y total del poder, y el bulleado la encarnaciĆ³n total tambiĆ©n de la vĆ­ctima que hay que salvar. La idea de que en ese laboratorio que es el colegio se pudieran erradicar las formas tradicionales del poder patriarcal pareciĆ³ no solo posible, sino que pasĆ³ a ser urgente. El bully ya no es, como solĆ­a ser, el reflejo de la violencia de una sociedad, sino el portador de un mal radical que hay que extinguir tambiĆ©n de raĆ­z. No es tampoco la vĆ­ctima del bully un ser que negocia con su dolor un lugar en la sala de clase, no puede ser tambiĆ©n un provocador, es la vĆ­ctima absoluta e indesmentible a la que hay que defender incluso de sĆ­ misma.

La vĆ­ctima y el bully son dos personas que no saben lo que hacen, que de alguna forma no pueden ni saben controlar el poder que ejercen o que sufren. Da lo mismo que la experiencia de quienes hemos sufrido bullying y de quienes lo han ejercido sea mĆ”s compleja y matizada, sabemos de Auschwitz en adelante que existe el mal absoluto. Sabemos de Martin Luther King en adelante que ese tipo de maldad no necesita siquiera un Estado totalitario para ejercerse, que puede convivir con la democracia y la declaraciĆ³n de los derechos humanos. Sabemos que hay momentos, lugares, edades donde el mal es irreparable, total. El cura que viola a sus alumnos y los confiesa luego no es ni puede ser mĆ”s que ese mismo mal ante el que no cabe mĆ”s que una actitud: la indignaciĆ³n. Una indignaciĆ³n ejercida en pĆŗblico con una violencia, con una coordinaciĆ³n que no deja de parecerse al mobbing ejercido desde el vuelo circular de las redes sociales. Un bullying antibullying que, limpio de la indignaciĆ³n, nos permite ejercer la crueldad sin tener que pagar por ella ni un solo impuesto de culpa o de horror.

Pero Āæes de verdad el patio de la escuela una metĆ”fora completa y total de la sociedad? ĀæEs de verdad el laboratorio en que se puede cambiar la sociedad antes de que la influencia del mercado y el sexo manche todo? Nos guste o no, las calles y las plazas del mundo son mĆ”s amplias y complejas que un patio escolar. QuizĆ”s porque no estamos ahĆ­ para aprender o enseƱar nada. Cualquier intento de usar el colegio como metĆ”fora de la sociedad choca con el hecho cierto de que vivir no es aprobar ni reprobar ni recibir o no diploma. Existe entre el mundo del colegio y el mundo del trabajo algo llamado adultez, o sea la cierta sensaciĆ³n de que el mundo no es algo que te sucede sino algo de lo que eres de alguna forma responsable, o al menos parte. El que lanza hijos al mundo no puede decir que no le importa que Corea del Norte pruebe misiles contra JapĆ³n, tambiĆ©n deja de poder decir que duerme del todo tranquilo mientras la ciudad en su ventana sigue encendida. El que tiene niƱos sabe que la crueldad de golpearlo al nacer para que respiren es algo que debe perdonarse. Sabe que el torero en el ruedo es una metĆ”fora de cualquiera de sus jornadas laborales o no. El que tiene hijos sabe que no hay profesores que sepan mĆ”s que Ć©l porque en el arte de ser padres, adultos, ciudadanos todos estamos siempre en primer aƱo.

Eso que es cierto en la calle no es cierto en Facebook, esa red social que naciĆ³ de imitar el directorio con que los alumnos de Harvard se conocen y se reconocen el primer aƱo de universidad. Un mundo en que todos somos de alguna forma alumnos que publicamos informaciĆ³n relevante o no para que otros alumnos nos quieran o bulleen casi impunemente porque las limitaciones y regulaciones de la red imitan tambiĆ©n la que adoptan colegios y universidades para proteger a los miembros de sus comunidades educativas: nada de pezones, insultos solo sugeridos, violencia sĆ­, pero nunca acoso continuado y permanente. Una libertad perfectamente vigilada para que en ella podamos seguir siendo niƱos denunciando horribles maltratos, insultos, persecuciĆ³n, intimidaciĆ³n y violencia que sufren otros niƱos. NiƱos flotando solos en el mar, niƱos bajo los muros de una escuela bombardeada en Siria o Irak, niƱos violados por curas en Boston, niƱos insultados por su color de piel, niƱos yendo al colegio sin zapatos, niƱos abrazando al perro que los encontrĆ³ debajo de los escombros de su casa. NiƱos con cara de niƱo, con cuerpo de niƱo, niƱos con ojos llorosos de niƱo, pero tambiĆ©n adultos que nos recuerdan, como Salma Hayek, que en cada mujer acosada o violada hay una niƱa. Una causa, una guerra, una revoluciĆ³n se convierte en visible solo cuando afecta a niƱos.

La Ćŗnica forma que tiene una guerra, una revoluciĆ³n o una masacre de no perderse en el trĆ”fago de la informaciĆ³n digital estĆ” en su capacidad de exhibir niƱos. Se trata de mostrarnos niƱos muertos que nos conectan con nuestra propia niƱez, ese espacio donde no se pueden discutir las razones del que mata, porque el que mata a un niƱo no tiene razĆ³n nunca. ĀæPero el que mata un adulto? Eso es mĆ”s discutible. El acento que ponemos en la niƱez como Ćŗnico foco de conmociĆ³n, como Ćŗnica preocupaciĆ³n universal, excluye el mundo del trabajo, de las finanzas o de la polĆ­tica del territorio de lo que puede indignar. La lucha de clases que solo afecta a los niƱos de manera tangencial queda tambiĆ©n cancelada hasta nuevo aviso. Se hace televisiĆ³n y cine para gente de doce aƱos de edad mental, repite un famoso lugar comĆŗn. Pero hay niƱos y niƱas de doce aƱos mĆ”s inteligentes y sensibles que muchos adultos. Eso no quita que no sean adultos, porque ser adulto y ser niƱo no tiene nada que ver con un problema de informaciĆ³n, de conocimiento o de inteligencia. Un niƱo de doce aƱos no puede comprender Crimen y castigo, no porque no conozca el contexto de la Rusia zarista o no maneje el vocabulario del libro, sino porque la idea de un criminal sin piedad que estĆ” sin embargo al lado de la santidad no es para su edad mental, o mĆ”s bien para su edad moral, comprensiblemente. No tiene por quĆ© serlo, su visiĆ³n del mundo es completa y coherente, no es en ningĆŗn sentido un adulto en miniatura. Su edad moral le capacita para lo que tiene que decidir, que no es poco, pero sabe y saben sus padres que hay otras decisiones que no puede tomar no por falta de desarrollo intelectual o de conocimientos especĆ­ficos, sino justamente porque no pueden comprender aĆŗn que el mal absoluto y el absoluto bien no existen, que en la vida adulta hay que hacer muchas ā€œcosas malasā€ que son buenas y evitar muchas ā€œcosas buenasā€ que son malas.

El modelo del bullying, con su victimario absoluto y su vĆ­ctima total, no funciona para comprender conflictos sociales, polĆ­ticos y religiosos complejos, pero tampoco sirve para comprender el mundo de la escuela. DĆ©cadas de regulaciĆ³n aplicadas por casi todos los paĆ­ses no han logrado ni siquiera el modesto logro de erradicar la crueldad, ni el poder de la escuela y menos aĆŗn de las calles que rodean el colegio. La violencia y el poder han aprendido a hablar el idioma de los niƱos. JĆ³venes tatuados y entrenados para la guerra se enfrentan en paĆ­ses en vĆ­as de desarrollo y en paĆ­ses desarrollados con armas blancas y de las otras. Muchas de las mafias mĆ”s peligrosas del mundo son dirigidas por menores de edad que tienen la ventaja para los dueƱos del negocio de ser inimputables legalmente, altamente inconscientes del riesgo que toman (estĆ”n jugando) e infinitamente reemplazables por otros niƱos que sus profesores, legisladores y psicolĆ³gos no lograron salvar.

La violencia, como el fuego, no se apaga cuando le lanzan maderos que consumir. La compulsiĆ³n por regular la crueldad es solo un nuevo territorio donde ejercerla de modo distinto y nuevo. Este es el tipo de cosas que aprendemos los adultos. Los niƱos no tienen por quĆ© saberlo, para ellos eso es el puro cinismo de los padres que nacieron derrotados. Los niƱos no tienen por quĆ© legislar ni gobernar, su papel es jugar. Es lo que hacen. Un aƱo son animalistas, otro feministas radicales, otro mĆ”s socialistas utĆ³picos. Los partidos polĆ­ticos que apuestan a su entusiasmo pasan de estar a punto de gobernar a casi desaparecer. Sus causas cambian solo en apariencia porque son solo versiones de la lucha contra el bullying, es decir, contra el abuso irracional y ciego. Saben que esto es un juego y que nada demasiado importante va a cambiar. No les puede ofender saber que esto fue alguna vez de verdad, de verdad la cĆ”rcel, de verdad las ablaciones, de verdad el chador ahora mismo a algunos kilĆ³metros de donde viven.

Luchar contra esas opresiones reales y visibles exige un tipo de indignaciĆ³n prolongada que no es parte del juego. Exige tambiĆ©n una polĆ­tica de alianzas con algunos aliados que no son lo puros y lo inocentes que deberĆ­an ser. Exige en definitiva aceptar el destino de los adultos, que no es otro que pactar con las posibilidades de lo real para conseguir solo victorias parciales, que son tambiĆ©n derrotas parciales.

Su ambiciĆ³n se parece a esas oleadas de niƱos y pobres que a comienzos del siglo xii empezaron a caminar desde el fondo de Alemania y de Francia para recuperar armados de su inocencia los lugares sagrados de mano de los infieles. Como los niƱos de hoy, los de la famosa cruzada de los niƱos jugaban simplemente a los juegos de los grandes. No hacĆ­an mĆ”s que aplicar a la prĆ”ctica las enseƱanzas de la Iglesia que los habĆ­a convencido de que su inocencia era una fuerza irresistible que abrirĆ­a en dos el MediterrĆ”neo. Consideraban una herejĆ­a armarse, prepararse, juntar dinero para comprar barcos y guĆ­as para concluir con Ć©xito su misiĆ³n. La gracia de su cruzada era que, a diferencia de todas las otras cruzadas, no transaba con los poderes de este mundo. Seguros solo de esa inocencia sagrada fueron muriendo de frĆ­o y de hambre en el camino.

Nada de eso los desanimĆ³. Llenos de una fe inextinguible en sĆ­ mismos, desafiaron ese mundo corrupto y desalmado que los mantenĆ­a en la pobreza y la mendicidad en sus pueblos. Caminaron para huir de eso tambiĆ©n, la precariedad obligatoria de sus vidas. Muy pocos llegaron finalmente a GĆ©nova, donde NicolĆ”s, su jefe, tratĆ³ de abrir el mar. Al no lograrlo, los niƱos, que ya se habĆ­an convertido en adultos, se desbandaron. Algunos fueron vendidos como esclavos, otros se perdieron en peleas y borracheras, ninguno vio nunca los muros de JerusalĆ©n. Los grandes seƱores feudales de los que huĆ­an vieron cĆ³mo la posible rebeliĆ³n de sus jĆ³venes siervos quedĆ³ disuelta en ese combate inĆŗtil. Las nuevas cruzadas son mĆ”s veloces y menos mortales que esta de los comienzos del 1220, pero suelen, como ellas, disolverse cuando el mar inexplicablemente no se abre bajo sus Ć³rdenes, cuando se quedan sin camino para atravesar el ocĆ©ano hacia la tierra santa. ~

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