El infierno que imaginĆ³ Auguste Rodin tenĆa que ser de bronce pero al final fue de yeso. En la obra resultante no hay nada que sea realmente cruel, ni tampoco oscuro porque para recrear el averno Rodin empezĆ³ leyendo a Dante y observando estatuas renacentistas, pero enseguida se topĆ³ con su presente, es decir, con Baudelaire. Por eso le quedĆ³ una recreaciĆ³n de las tinieblas poblada de pesares que es tambiĆ©n exuberante. Esa historia, la del origen y el no-final de La puerta del infierno, es la que cuenta la exposiciĆ³n que la FundaciĆ³n Mapfre de Barcelona ofrece hasta el 28 de enero en colaboraciĆ³n con el Museo Rodin de ParĆs para conmemorar el centenario de la muerte del padre de la criatura.
El infierno segĆŗn Rodin recorre los cuarenta aƱos de trabajo que el escultor dedicĆ³ a la puerta, para la que calculĆ³ que necesitarĆa solo tres. En el recorrido, cronolĆ³gico, se aprecia que el arranque del proyecto lo hizo con alegrĆa y vocaciĆ³n de heredero; que el desarrollo le comportĆ³ un estirĆ³n artĆstico y vital y que el final de la obra, inacabada, fue una frustraciĆ³n dolorosa para el autor, pero clave para la historia del arte.
Rodin empezĆ³ a imaginar la pieza cuando tenĆa cuarenta aƱos y aĆŗn trabajaba como decorador en la FĆ”brica de Porcelanas de SĆØvres. Su obra mĆ”s destacada era entonces La Edad de Bronce, una escultura que generĆ³ polĆ©mica despuĆ©s de que algunos crĆticos aseguraran que Rodin no la habĆa tallado, sino que habĆa hecho el vaciado directamente del modelo de carne y hueso, un soldado llamado Auguste Ney. Una vez aclarada, esa controversia suscitĆ³ el interĆ©s del Estado francĆ©s, que se la comprĆ³ a Rodin. Tres aƱos despuĆ©s, en 1880, le encargaba La puerta del infierno para colocarla en la entrada del Museo de Artes Decorativas de ParĆs, que nunca se inaugurĆ³.
Auguste Rodin empezĆ³ inspirĆ”ndose en La puerta del paraĆso que tallĆ³ Lorenzo Ghiberti en el siglo XV para el Baptisterio de Florencia. Esa fidelidad de Rodin a sus predecesores estĆ” reflejada en las maquetas que pueden verse en la muestra, asĆ como en los muchos bocetos que dibujĆ³ y que son uno de los mayores placeres de la exposiciĆ³n. Son especialmente hermosos los dibujos elaborados con tinta a la pluma y realce de yeso, una suerte de sketches en claroscuro que forman parte de los ciento cincuenta documentos y grupos escultĆ³ricos que componen la exhibiciĆ³n.
Pero Rodin no tardĆ³ en tomar sus propios desvĆos. Un ejemplo: su puerta no se divide en cuartos ni sus personajes estĆ”n aislados. En la suya, algunos se tocan y todos conviven casi revueltos. Tras esos desvĆos, llegaron los descartes. Desesperanza, Desconsuelo, Desamparo o las Lloronas son las piezas favoritas de quienes le pagan el trabajo, que consideran que El beso es una escena demasiada idĆlica para un infierno y le obligan a quitarla. Pero entonces Rodin se topa con Baudelaire, el averno se torna urbano y encuentra la manera de resarcirse de aquel Ć³sculo amputado. Tras ilustrar Las flores del mal empieza a modelar mujeres sinuosas que en cuclillas se abren de piernas ante el espectador de un infierno que no es el de la Biblia ni el de Dante, es un infierno de autor.
Y es que a medida que avanza el recorrido, el visitante puede ver cĆ³mo La puerta del infierno va dejando de ser un āquĆ©ā para convertirse en un ādĆ³ndeā: concretamente en un laboratorio que permitiĆ³ a su autor seguir creciendo ajeno al ruido, las modas y las prisas. āRodin no tuvo la osadĆa de querer comenzar haciendo Ć”rboles. ComenzĆ³ con la semilla, subterrĆ”neamente, por decirlo asĆ. [ā¦] Eso requerĆa tiempo, mucho tiempoā, dice Rainer Maria Rilke en la biografĆa que le dedicĆ³ al escultor francĆ©s sobre el modo en que afrontaba su trabajo.
Hoy hay repartidas por el mundo ocho copias de la versiĆ³n final del conjunto escultĆ³rico, pero en vida de Rodin La puerta del infierno nunca llegĆ³ a ser de bronce porque Ć©l mismo se encargĆ³ de abortar la fundiciĆ³n en el Ćŗltimo momento. No se sabe si por inseguridad o por un exceso de exigencia pues nunca explicĆ³ sus motivos. Al acabar la visita habrĆ” quien piense que esta es la historia de un fracaso. Nada mĆ”s lejos: La puerta del infierno fue para Rodin una escuela siempre abierta en la que perfeccionĆ³ su obra y colocĆ³ a la escultura camino del siglo XX. Y es cierto que nunca se destinĆ³ a dar acceso a un museo, un hogar o un palacio, pero sĆ ejerciĆ³ de puerta: su dintel marcĆ³ la linde entre un decorador de loza y el padre de El Pensador. ~
Es periodista