La nueva novela de Carlos Manuel Álvarez (Matanzas, 1989), Falsa guerra, se mueve hacia un territorio de mayor dificultad y experimentación formal, respecto de su anterior Los caídos (2018). Si aquella era una novela familiar, autobiográfica, concebida como un roman à clef,esta es más claramente una novela coral, que dibuja el paisaje y los vaivenes del afecto, en un tiempo marcado por la migración y la itinerancia.
La ficción está dividida en tres partes: “Vidas modernas I”, un “Interludio”, subdividido, a su vez, en dos secciones, “Berlín” y “Aldea rural”, y “Vidas modernas II”. El paso de una zona a otra es un juego con técnicas narrativas diversas, ya que en “Vidas modernas” I y II predomina la narración en primera persona, del plural o del singular, y los diálogos breves, entrecortados, mientras en el “Interludio” la prosa es más fluida y proviene de la voz de un narrador omnisciente que cuenta en tercera persona.
“Vidas modernas” I y II poseen una estructura ambiciosa, que teje varias historias simultáneas por medio de cápsulas narrativas: “Miami Beach”, “Sospechosos habituales”, “Íntimas cartas de amor”, “El barbero de Hialeah”, “Un día en la playa”, “Ratas de cloaca”, “The Fanático’s Choice”. Estas cápsulas no necesariamente se entrecruzan, pero hilvanan una trama de múltiples personajes que, en su mayoría, recrean tipos de las más recientes generaciones de cubanos.
Técnicamente la ficción puede ser considerada, también, un bildungsroman, en el sentido de que la formación de la autoría y la escritura de la novela misma son parte de la trama. En una conversación con su amigo Mandy, el narrador dice que su nueva novela tiene muchos personajes y sucede en varios lugares a la vez. A lo que su amigo responde que le parece bien, que no debe buscar más, que con que todo esté “débilmente o artificialmente atado” es suficiente.
Con su autointelección de la novela dentro de la novela, Álvarez hace explícito el sentido de una trama inasible. En Falsa guerra se cuentan rabias, robos, asesinatos, amores y odios, pero todas esas historias están deliberadamente inconexas, como afirmando que están ahí para traslucir una historia mayor y, a la vez, implícita, que se expresa por medio una superposición de experiencias exiliadas.
A la novela y a su autor les interesa establecer el contacto entre los personajes a partir del deslinde entre distintos tipos de exilios. Unos han vivido en la Ciudad de México, en París o en Nueva York. Otros llegaron en balsa, por avión o cruzando la frontera de Texas. El roce de los personajes está regido por el intercambio de señas entre identidades migratorias que remiten a algún momento del éxodo cubano: el primer exilio, Mariel, los balseros, Guantánamo.
Varios diálogos de la novela, especialmente los ambientados en Miami, denotan una autoconciencia de los exilios cubanos. Los personajes se identifican a partir de la pertenencia a una oleada migratoria y de esa localización derivan una subjetividad específica. Los diversos exilios acumulan un saber que más que un saber sobre la isla es un saber sobre las capas demográficas en las que se levanta el Miami cubano.
El verbo latino exsilere,que da significado a la palabra exilium, quiere decir saltar fuera, salir, emerger. Todos los exiliados, desterrados o no, Ovidio, Dante, Hugo, Martí, Freud, Mann, Brodsky, entendieron el éxodo como una emersión. Hugo lo puso en claro a su regreso a París, después de veinte años en las islas normandas, cuando escribió que el exilio era una “cosa moral”, más que material, que suponía “la desnudez del derecho”.
Ovidio fue deportado por Augusto a la lejana ciudad de Tomis, en Constanza, a orillas del mar Negro. Hugo debió huir del imperio de Napoleón el Pequeño, y refugiarse en la isla de Guernsey. Los exiliados cubanos, en cambio, se han concentrado, no en un puerto lejano o una isla en otro mar, sino en la orilla de enfrente. Esa localización otorga a la realidad o la fantasía del regreso un peso enorme, que atiza el nacionalismo desde las antípodas. La novela de Carlos Manuel Álvarez interpela ese pathos, que rige la moralidad tradicional del exilio cubano. La “fragmentación ya no es una tragedia”, dice el narrador.
También interpela la ética tradicional de la disidencia o la oposición en Cuba. En la parte del “Interludio” titulada “Berlín”, un personaje que justamente se llama “El Disidente” viaja en una comitiva de la nueva sociedad civil cubana a Alemania. La narración está conducida con tanto extrañamiento o desapego que el viajero disidente queda asociado, en la prosa de Álvarez, con alguna impostura o falsedad innatas.
El diálogo del joven disidente con su guía alemán, un benefactor y promotor de la sociedad civil cubana, con pasado de izquierda en relación con América Latina –participó en las brigadas de solidaridad con la Revolución Sandinista–, podría ilustrar el escepticismo o la ética crepuscular de la nueva disidencia. Cuando el alemán pregunta al disidente en qué cree –una religión, una ideología, un partido–, el joven no sabe qué responder. El guía, sin embargo, dice “creer en el hombre”, frase atribuida al Che Guevara en La Higuera.
A propósito del malestar de su anfitrión con las manifestaciones antinmigrantes y xenofóbicas de la derecha alemana, el joven se pregunta: “¿Por qué Frank está perturbado por todo eso y él, el disidente, no? Que Frank venga de un país con un pasado fascista, responsable de millones de asesinatos en masa, y que él, el disidente, no, y que Frank pertenezca a un país poderoso, que se supone debe ocuparse de los padecimientos del mundo, y que él, el disidente, no, y que todo eso le genere a Frank conflictos y pesares, y a él, el disidente, no, ¿lo hace a Frank mejor persona que la persona que es el disidente?”
La interrogación apunta a la duda sobre el sentido de la disidencia en Cuba o, más específicamente, a la pregunta por la “cosa moral” de la oposición y el exilio. La ética crepuscular, nos dice Gilles Lipovetsky, es propia de las democracias normalizadas e indoloras del mundo contemporáneo. Pero qué hacer cuando esa misma ética no sacrificial, sin sentido del deber, indecisa, que más que rebeliones sin causas produce causas sin rebeliones, emerge en el contexto de la resistencia al autoritarismo. Esta pregunta, así de intensa y desconcertante, plantea Falsa guerra de Carlos Manuel Álvarez. ~