La huella amarilla. Los intelectuales, España y la historia

La historia de los intelectuales es también una forma de contar la historia de un país. Su importancia y su decadencia se ha señalado muchas veces pero, como dice David Jiménez Torres, no muere ni se destruye: solo se transforma.
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En algún momento entre 1925 y 1936, la época en que se publicó La Nación –el periódico que impulsó y financió la dictadura de Primo de Rivera–, pudo leerse en sus páginas una descripción precisa de los rasgos físicos de lo que entonces era un típico intelectual. Se lo presentaba como “un hombre alto, joven, delgaducho, con gafas de concha” y “media melena” y en cuyo rostro la envidia ha “dejado una huella amarilla”. La referencia está en La palabra ambigua, el ensayo publicado por David Jiménez Torres (Madrid, 1986), en el que este doctor en estudios hispánicos por la Universidad de Cambridge y profesor en la Universidad Complutense, columnista de El Mundo y colaborador de Letras Libres y de The Times Literary Supplement, se ocupa de los intelectuales de España entre 1889 y 2019.

Lo que Jiménez Torres pretende es centrarse “en el largo y sorprendente viaje de una palabra: intelectual, en su uso como sustantivo”. Y es cierto que puede leerse como una rigurosa investigación, llena de erudición y atenta a cientos de detalles, sobre los bailes que ha dado desde finales del siglo XIX un término que ha producido largas reflexiones y disputas polémicas, sin saberse a qué alude en verdad, porque está lleno de diferentes significados y, también, porque produce intensas sacudidas emocionales. Atracción y rechazo, nunca indiferencia, y eso que es posible que tuviera razón Michel Foucault, convocado en la “conclusión”, cuando confesaba haber escuchado hablar mucho de intelectuales pero no haber conocido en su vida a ninguno.

La vida de una palabra a lo largo de más de un siglo, cómo fue cambiando de ropajes, el desprecio que generó en algunos, la identificación que produjo en otros, pero este ensayo puede leerse también como una sucesión de espejos en los que inevitablemente se reconoce cualquiera que se haya embarcado alguna vez en la tarea de implicarse con sus opiniones en los debates de una sociedad. En un manifiesto antifranquista de 1963, se alude a la tarea del intelectual como la de aquel que pretende “el esclarecimiento de la verdad y contribuir a la formación de una conciencia pública”. Quizá ese doble reto sea el que de una manera u otra han cultivado cuantos figuran en este libro. “¡Y que me hayan llamado intelectual! ¡A mí! ¡A mí, que aborrezco como el que más al intelectualismo! ¿Intelectual yo?”, bramaba Unamuno en 1914. En 1931, Ortega confesaba: “Yo soy hasta la médula intelectual.” Uno y otro vinieron a hacer al final lo mismo y de cuanto hicieron tantos como ellos –escribir, pronunciarse, intentar entender, influir, criticar– es de lo que se ocupa Jiménez Torres.

La palabra ambigua es por tanto una invitación a acercarse a la historia de España por un camino lateral, siguiéndoles la pista a quienes quisieron “moldearla” de alguna manera, aunque fuera solo intentando entender los hechos que ocurrían, el rumbo que tomaban las ideas, los juegos de poder. Son seis capítulos. La desconfianza en el sistema de la Restauración, la influencia del J’accuse! de Zola, la irradiación de la intelligentsia rusa, el desastre del 98 pesan en el primero, de 1889-1914. El segundo, de 1914 a 1936, es el de los bandos enfrentados sobre la Gran Guerra, el del empuje de la generación del 27, el Ateneo y la dictadura de Primo de Rivera, La trahison des clercs de Julien Benda, la República como obra de los intelectuales. Tercero, de 1936 a 1975: Guerra Civil, exilio, dictadura; acaso cuando se marca más la ruptura y los intelectuales verdaderos fueron los que estuvieron contra Franco. El cuarto da cuenta de la Transición, ahí empiezan a desdibujarse y la televisión les cambia el paso, se pronuncian ante la violencia terrorista. Los años que van de 1982 a 2008 son los que recogen el debate sobre la muerte del intelectual: ha perdido influencia, está manchado por su complicidad con los regímenes totalitarios, vive del cuento subvencionado por los poderes públicos. El sexto ya apunta a esta época de redes sociales e influencers, de 2008 a 2019: tiempo de descrédito (los acusan de no anticipar la debacle económica), son frívolos e irresponsables, se pliegan a los patrocinadores del procés o a quienes defienden el nacionalismo español, son diletantes, así que hay quien reclama la presencia de los expertos, que se acaben las tonterías.

Son cuatro trazos burdos para sintetizar un sinfín de enfrentamientos y debates, de batallas intelectuales estériles y de brillantes fogonazos de talento, de acercarse en definitiva a aquellos que llevan marcado el rostro con la huella amarilla. El intelectual aparece en todo este tiempo casi siempre como un varón, y con los valores de la masculinidad. La pugna entre derecha e izquierda es permanente (y rara: hay épocas en que anarquistas y socialistas abominan de los intelectuales por elitistas). Al cabo, el ensayo de David Jiménez Torres es un paseo por la historia reciente de España, y de los esfuerzos por cambiarle el rumbo. Recorrerla produce a ratos demasiada tristeza por volver a encontrarse con tantos despropósitos ejecutados con tanta solemnidad. Tiene el inmenso mérito de invitar a la sonrisa, acaso la única manera de tomarse con distancia esa ingenua (pero acaso necesaria) e infatigable tarea de empeñarse en cambiar las cosas con las palabras. ~

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