Paul Morley
¿Quién mató a Michael Jackson? Cómo la sociedad crea y destruye ídolos
Traducción de Milo J. Krmpotić
Madrid, Sexto Piso, 2019, 180 pp.
El día que murió Michael Jackson, el crítico musical británico Paul Morley (Farnham, 1957) –como tantos otros periodistas y especialistas musicales en el globo– fue llamado por diversos medios de comunicación para hablar de la polémica figura que acababa de fallecer bajo circunstancias dramáticas: una sobredosis de diversas drogas entre las que se encontraba propofol, un potente anestésico utilizado para intervenciones quirúrgicas. Los medios buscaban que Morley sintetizara en menos de tres minutos la vida de uno de los personajes más excéntricos del mundo del pop. Frente a la injusticia que implicaba convertir a Jackson en una plana caricatura, Morley se vio forzado a evaluar y decidir qué aspecto de una figura tan polifacética como Jackson resaltaría, y comenzó a meditar sobre quién o qué mató verdaderamente al artista. Sabía que una cobertura informativa que culminara con frases como “Echaremos de menos al rey del pop” o “Se nos ha ido un grande” no sería suficiente para exponer lo que pensaba sobre él, así que emprendió la escritura de ¿Quién mató a Michael Jackson? Cómo la sociedad crea y destruye ídolos, un libro que puede leerse tanto como una oda a una de las figuras prominentes de nuestro santoral laico de los Grammy como una apología a la ingenuidad del cantante.
Morley realiza, en poco menos de doscientas páginas, un diagnóstico poco revelador de la vida de Michael Jackson, una crítica biografista de su música y un psicoanálisis de manual, que relaciona distintos escenarios trágicos de una infancia perdida, con una carrera trepidante y una adultez desubicada. Esa radiografía emocional arroja un diagnóstico: Jackson era un adulto con discapacidad de cuyo declive profesional y humano es culpable su familia, la prensa y nosotros, sus espectadores.
Bajo la mirada de Morley, el cantante protagonizó una melodramática infancia marcada por los abusos de su padre Joe, miles de horas de ensayo y las exigencias propias del mundo del espectáculo. Su necesidad de aprobación y su ansia perfeccionista –patologías desencadenadas por la falta de amor familiar y de una infancia tradicional– generaron en Jackson esfuerzos desenfrenados por producir una identidad indeleble. El resultado fue una figura afligida, que solo se ha vuelto más críptica con la proliferación de libros, documentales y películas acerca de la estrella, imitadores, detractores y fans.
Para retratar la situación del cantante de los Jackson 5, Morley le habla directamente a Jackson, como si se tratara de un niño al que comprende y al que le justifica una infancia corrompida, una ingenuidad contaminada y el declive: “Puedes tener una mansión de cien habitaciones, pero no puedes comprar la felicidad. No encuentras el camino para volver a casa, y te pasas la mayor parte del tiempo escondiéndote. Te miran como si estuvieras hundiéndote en la demencia, pero eso no es excusa para todos los errores abominables y carentes de lógica alguna que has cometido. Te sometes a una audición tras otra, necesitas encontrar nuevas aventuras continuamente, nuevas maneras de moverte, y de sonar y de dar contigo mismo, de esperar de ti mismo a través del glamur, pero hay otros que han aprendido de ti y han comenzado a hacerlo mejor en sus audiciones”.
El autor también deja ver el juego de apariencias que implica el estrellato, un montaje que fácilmente lleva al desgaste de la personalidad: “[Jackson] dedujo que el éxito del negocio de la música implicaba la creación de fachadas creíbles, y que limitar o replicar una forma de sinceridad resultaba de hecho más útil y duradero que limitarse y ser sincero. No debías ser demasiado agradable, pero debías parecer muy agradable. Debías cautivar al público sin que pareciera que te servías de medios ruines para hacerlo, y debías entusiasmarlo sin que pareciera que habías ensayado desesperadamente, hasta perder el sentido, los gestos exactos que ibas a utilizar para lograrlo.”
A esta aproximación compasiva, Morley le suma la visión cuasimesiánica de los fans en contraste con aquella que difundió la prensa. Para los seguidores, la inocencia de Jackson era incuestionable. Los medios, en cambio, olvidaron que Jackson era un músico, y se dedicaron solo a evidenciar su monstruoso deterioro, sus disputas legales, sus excentricidades, enredos financieros, fetiches y extravagancias. “Los medios comenzaron a invadir la intimidad de Jackson desde su adolescencia farandulera”, reconoce el crítico, “como si se hubiera adentrado en los terrenos de la alquimia, hubiera establecido lazos con fuerzas malignas y ellos hubieran visto algo ajeno y enfermo arrastrándose en su interior”. Si bien Paul Morley dedica una parte del libro a la importancia musical de Jackson –su lugar destacado dentro los Jackson 5, su trabajo con Kenny Gamble y Leon Huff, sus innovaciones en MTV o su genial etapa con Quincy Jones–, para el crítico el cantante es, al fin y al cabo, un niño en busca de confort en su interior y, hacia el exterior, un perturbado ilusionista.
¿Quién mató a Michael Jackson? expone a la estrella bajo la maldición de Dorian Gray: un pobre artista que quiso fijar una apariencia refinada y eterna –similar a la del retrato ecuestre que le hizo Kehinde Wiley– pero que, como en la obra de Wilde, escondía un espíritu atormentado del que todos gozaríamos y al que todos perversamente aplaudiríamos. ~
(Ciudad de México, 1994) es escritora. Ha publicado, entre otros medios, en Revista de la Universidad de México, Tierra Adentro y Gatopardo.