La profesora y las redes

Sombras en el campus. Notas sobre literatura, crítica y academia

Malva Flores

Bonilla Artigas Editores

Ciudad de México, 2020, 166 pp.

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Poeta y ensayista, Malva Flores (Ciudad de México, 1961) nos ha obsequiado un nuevo libro, uno que trata de la perversión del ensayo, de sus maestros y de la poesía. Puedo fingir demencia, aparentar distancia y pretender objetividad; o bien puedo decir la verdad. Y la verdad es que la conozco desde hace más de 35 años y desde entonces, con algunos paréntesis confusos, somos amigos. Grandes amigos. Y en todos esos años no hemos dejado de hablar, de discutir, de pelearnos y reconciliarnos en torno a libros, autores, revistas y suplementos, es decir que en todos estos años no hemos dejado de hablar de literatura. Iba a escribir que “a veces no coincidimos”, pero la verdad, que yo recuerde, nunca coincidimos. Esta cercanía ¿me descalifica para hablar de ella? ¿Pierdo objetividad? No pretendo objetividad. “Soy subjetivo, ya que soy sujeto –escribió José Bergamín–. Si fuese objetivo, entonces sería un objeto.” Creo, por el contrario, que “la crítica literaria debería surgir de una deuda de amor” y que la amistad es una forma superior del amor.

Confesado lo anterior, y despojado de la falsa objetividad detrás de la cual se oculta el crítico, puedo decir que el libro de la profesora Flores (le digo así para molestarla) me pareció disparejo. Su primera sección está dedicada a su querella contra el ensayo académico, su jerga pseudocientífica, al hartazgo que le provoca la monotonía de los términos de moda. Desde mi punto de vista los desnuda. Deja expuesta la pobreza mental de quienes utilizan las teorías sociológicas para no pensar. Se encierran en su terminología cubicular para obtener plazas, becas, uno que otro viaje, excluyen a los intrusos literarios para conservar sus privilegios. Publican libros que solo leen entre ellos. Hacen revistas ilegibles que se vuelven comida de las ratas en las bodegas universitarias. No disfrutan lo que leen, trabajan a los autores. Su fin no es revelar a los lectores lo que está detrás de un libro sino publicar para inflar su curriculum y justificar sus estipendios. Fingen superioridad moral para esconder la vergüenza que les provoca que sus textos están sostenidos por un aparato teórico que mañana será anacrónico.

¿Por qué Malva, me preguntaba mientras recorría las páginas de su libro, dedica tanto espacio a un tema tan inútil? ¿Por qué no escribe de cosas más interesantes? Encuentro tres motivos. El primero es obvio: Malva es también, además de poeta e historiadora de la literatura, la profesora Flores. Tiene un pie en la academia (de la cual vive) y otro en la literatura (por la cual vive). Disputar con sus pares de la academia me parece aburrido pero es claro que para ella es una operación compleja. Son sus colegas. Sus superiores la obligan a seguir los lineamientos cuadrados de sus programas de estudios. Se trata entonces de una operación valiente. Con su libro, la profesora Flores se les planta de frente y les dice sus verdades. Criticar a su entorno me parece una arriesgada operación de higiene verbal. El segundo motivo tiene que ver con el verdadero oficio de Malva, que es el de poeta. No solo le molesta la jerigonza académica, la sufre, me consta que la enferma hasta niveles para mí inconcebibles. En cierta ocasión, no exagero, terminó en el hospital a causa de la intoxicación que sufrió en un congreso académico debido a la abundancia de “desplazamientos”, “intermediaciones” y “desterritorializaciones”. Nadie debería torturar de este modo el lenguaje.

Pero es el tercer motivo el que juzgo que movió a Malva a enfrentar a sus pares y a publicar este libro. Se trata de un asunto de responsabilidad. Malva no puede consentir que los alumnos de la universidad en donde imparte sus cursos se nieguen a leer a Neruda porque lo tildan de machista, de heteropatriarcal o de alguna otra tontería por el estilo. “¿La literatura se ha convertido en documento, materia sociológica o presentación de cargos judiciales solamente? ¿No importan el ritmo, ni las palabras que dan la mano a otras palabras?”, se pregunta, indignada y con razón. En uno de los ensayos de este libro, a propósito del miserable lenguaje con el que están escritos los libros de texto para niños, Malva se llena de furia porque ese lenguaje hará que esos niños odien para siempre la literatura y con ello se priven de un conocimiento del mundo que ella juzga superior, por ser expresión de la belleza. Sí, de la belleza.

A Malva no le interesa querellarse con sus colegas (al contrario, le ha de provocar una incomodidad terrible y pleitos académicos sin fin), su pleito es a favor de la literatura. De la literatura que entusiasma, la que nos hace vivir vidas que no son las nuestras, la que nos permite dialogar con los difuntos, aquella que le da sentido a existencias sin sentido.

Antes, digamos hace unos diez años, los académicos eran una tribu restringida al campus. A sus soporíferos congresos solo asistían ellos. Llevaban una vida endogámica y tranquila. Pero un buen día aparecieron las redes. Primero Facebook en donde pueden contarse historias, intercambiar fotos de mascotas, formar grupos de afines. Una red de amigos (con un fuerte sentido comercial). Luego apareció Twitter que pronto se convirtió en refugio de los gritones, de los furiosos profesionales, de los expertos instantáneos en todo, para acabar pronto: en la red de los universitarios. Una red minoritaria y antropófaga donde la diversión mayor consiste en linchar a la gente que por uno u otro motivo cometió una pifia. Malva sufre las redes, sufre en Twitter. Dice lo que tiene que decir y le llueven insultos y descalificaciones. Hasta ese lugar lleva sus reclamos contra el lenguaje políticamente correcto y la respuesta no se hace esperar. Los puros la acusan. Los necios le escupen. “Ternurita”, le dicen. ¿Pero qué necesidad tienes, le digo yo, de soportar a esa caterva de cobardes que te gritan desde su teclado? La mueve, ahora lo veo claro, la misma imperiosa necesidad que siente ante sus colegas y sus cancelaciones, la misma furia que padece ante los libros de texto mal escritos. Lo hace en defensa de la literatura y, en último término, de la poesía.

Malva ha escrito un libro valiente y disparejo. Un libro al que le falta unidad. Reunió un conjunto de textos, me temo, para acumular puntos académicos. Es un libro apasionado, desde luego. Un libro de amor y de batalla. ~

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