La relación con América Latina

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Es difícil sobrestimar la diferencia que tendrá el resultado de las elecciones presidenciales de noviembre con respecto a la relación entre Estados Unidos y los demás países de América. No siempre ha sido así: los cambios presidenciales no necesariamente han marcado diferencias profundas en la política estadounidense ante Latinoamérica y el Caribe. A fin de cuentas, por muchos años, ha habido más continuidad que discontinuidad en las relaciones interamericanas.

Pero esta vez es diferente.

Esta vez, la votación en Estados Unidos no es entre dos proyectos políticos similares. Más allá de escoger entre Donald Trump y Joe Biden, los estadounidenses estaremos enfrentando una pregunta de verdad profunda: ¿Qué será Estados Unidos en el siglo XXI?

La manera en que naveguemos a partir de este punto de inflexión tendrá implicaciones más allá de nuestras fronteras y con consecuencias particularmente importantes en nuestro vecindario. Los estadounidenses vamos a decidir si debemos ser un país abierto con una cultura –política y social– de inclusión o si nos debemos encerrar, asustados de lo que ocurre más allá del río Bravo, tratando de mantener un statu quo que ya ha caducado.

Joe Biden cree en un mundo abierto, integrado, solidario para enfrentar los retos que tenemos y para avanzar hacia el bien común y los propios intereses estadounidenses. Donald Trump, por el contrario, cree en otro Estados Unidos: uno que tiene que encerrarse para protegerse de un mundo hostil, un país que en sus vecinos ve amenazas y no socios posibles, con los que se puede cosechar oportunidades.

Reducido a su esencia, el proyecto político de Donald Trump implica dar marcha atrás al reloj demográfico estadounidense: su intento sigue siendo el de mantener el poder –político, económico y social– en unas pocas manos. Unas manos blancas y masculinas. Su plan es mantener a las mujeres, los afrodescendientes y los hispanos al margen de todas las formas del poder. Entre otras cosas también malignas, ese proyecto requiere negar la profunda conectividad e integración que existe entre Estados Unidos y los demás países americanos.

Para Trump y su proyecto político, Latinoamérica –en particular, México– representa un cambio amenazador. Lo dijo en su primer discurso de campaña en 2016 y, desde entonces, lo ha reafirmado casi todos los días.

En un segundo mandato de Trump, Latinoamérica y el Caribe podrían esperar más política extorsionista para separar todo lo posible a Estados Unidos de nuestros vecinos y, en especial, de sus migrantes. Los autoritarios de la región encontrarían en él a un cómplice cada vez más activo en la Casa Blanca y tendrían así mayor libertad para cerrar espacios políticos y cívicos en sus países.

Ya sin la necesidad de buscar votos en el sur de la Florida, la utilidad electoral de seguir presionando a Cuba y Venezuela desaparecería en un segundo mandato de Trump. Esos regímenes autoritarios tendrían sus respectivas oportunidades de sumarse a los “hombres fuertes” de otras partes del mundo que tanto idealiza el hombre débil de la Casa Blanca.

Con una presidencia de Joe Biden las cosas serían distintas. Estados Unidos tendría un mandatario con un largo historial respecto a los países del hemisferio occidental. Un hombre que reconoce y respeta las diferencias entre países y subregiones del continente. Los gobiernos de Latinoamérica y el Caribe hallarían en Biden a un socio, no a un extorsionador. Un socio que no se vería a sí mismo como el dueño de la región ni el culpable de todos sus males. Y tampoco se consideraría el encargado de solucionar los problemas de Latinoamérica él solo.

Los autoritarios se encontrarían frente un presidente que defendería el Estado de derecho, los derechos humanos y la democracia. Y lo haría con credibilidad. Quienes niegan la ciencia tendrían frente a ellos a un hombre que cree en los expertos y en la responsabilidad que todos tenemos para encarar, de manera compartida, los retos coyunturales, como la pandemia, pero también los desafíos de mayor alcance, como el cambio climático.

No se puede decir de otra forma: la decisión electoral que los estadounidenses estamos a punto de tomar tendrá un impacto en las relaciones entre Estados Unidos y nuestros vecinos más cercanos, cuyas implicaciones son todo menos exageradas. ~

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fue asesor para asuntos del hemisferio occidental del presidente Barack Obama.


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