La resurrección literaria de Alemania del Este

El requisito para sumergirse hoy en la literatura de la República Democrática Alemana es, ante todo, quitarse de encima los prejuicios, dentro de lo posible.
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¿Qué sabemos de la extinta República Democrática Alemana? O, más difícil todavía: ¿a qué escritores de su sistema literario podemos citar? Obsérvese que ni siquiera digo “leer”, y es que la literatura de ese país efímero que existió durante cuarenta años sigue siendo una desconocida. La RDA sería lo que Bajtín dio en llamar un cronotopo, una unidad espaciotemporal que expresa el carácter indisoluble que poseen ambas coordenadas. Si el país es un cronotopo, su literatura lo es aún con mayor intensidad, pues fue producida en un eje espaciotemporal muy reducido.

El requisito para sumergirse hoy en la literatura de la República Democrática Alemana es, ante todo, quitarse de encima los prejuicios, dentro de lo posible, pues la palabra “censura” sobrevuela cualquier intento de acercarse a los discursos culturales del antiguo país. Eso traté de hacer cuando me propusieron participar en una mesa redonda sobre la literatura femenina de la RDA en el Instituto Goethe de Madrid hace un par de meses. Me acompañaban Ibon Zubiaur, traductor, ensayista e incansable divulgador de la literatura de la antigua República Democrática Alemana al castellano, Carlos Fortea, también traductor de libros esenciales de la RDA como Tránsito de Anne Seghers, y la escritora Cristina Sánchez-Andrade.

Para comenzar a preparar mi intervención, traté de responder a esta pregunta: ¿qué sabe mi generación –los nacidos en la década de los setenta– de la RDA? Pues lo que nos ha llegado a través del mundo audiovisual, principalmente: la excelencia de sus gimnastas, que conseguían altas puntuaciones en los campeonatos, algo que asociamos inevitablemente con la disciplina deportiva y artística de los países de la órbita soviética; la Östalgie o nostalgia de la vida diaria bajo el comunismo, que se ha materializado en objetos de la cultura popular como carteles o camisetas de la selección nacional de fútbol, y también los horrores de la vigilancia cotidiana a cargo de la Stasi, aprendidos en películas como La vida de los otros o El espía honesto. Mi máximo acercamiento al extinto país tuvo lugar a principios de este siglo en Berlín, cuando visité el Museo de la RDA, destinado principalmente a turistas como yo. Allí aprendí que el nudismo era una práctica común en Alemania Oriental, que a menudo las vacaciones de sus ciudadanos transcurrían en el lago Balatón de Hungría y que el Trabant era su coche de cabecera. Y poco más.

Con ese escaso bagaje me puse a desempolvar la literatura del país desde una virginidad como lectora un poco vergonzante, consciente de que, si me pidieran evocar la sociedad germanooriental de esa época a través de un color, yo elegiría un gris pálido tirando a verduzco, construido a base de clichés y cultura mediática. Las palabras clave de mi proceso de lectura de los distintos libros fueron “sorpresa” y “constatación”. Cuando asentía silenciosamente con la cabeza era porque estaba constatando algo que esperaba encontrarme, como el encargo de un reportaje a la escritora Brigitte Reimann en el que narrase su viaje a Kazajistán y a Siberia junto a una delegación del Consejo Central de su país, una experiencia de lo más “oficial” que servía para mostrar los logros del régimen soviético. Ella lo tituló La verde luz de las estepas.

La sorpresa la obtuve en el propio tono de la autora, materializado en frases como estas: “Desconfío de conceptos como carácter nacional” o “Siento malestar físico cuando escucho marchas militares”, un tono mucho más libre e intimista de lo que esperaba, alertada por la falta de subjetivismo propia de la literatura producida en la RDA. Pero es inevitable que cualquier régimen autoritario de tan larga duración vaya cambiando a lo largo del tiempo –como ejemplo también nos sirve el franquismo–, así que cuando Erich Honecker asumió la jefatura de estado en 1976, se produjo un florecimiento de la escritura autobiográfica, según leo en varios estudios sobre la cultura de la RDA. La sorpresa la obtuve en el propio tono de la autora, materializado en frases como estas: “Desconfío de conceptos como carácter nacional” o “Siento malestar físico cuando escucho marchas militares”, un tono mucho más libre e intimista de lo que esperaba, alertada por la falta de subjetivismo propia de la literatura producida en la RDA. Pero es inevitable que cualquier régimen autoritario de tan larga duración vaya cambiando a lo largo del tiempo –como ejemplo también nos sirve el franquismo–, así que cuando Erich Honecker asumió la jefatura de estado en 1976, se produjo un florecimiento de la escritura autobiográfica, según leo en varios estudios sobre la cultura de la RDA.

Vayamos al grano: ¿qué libros leí y por qué? Pues los que estaban disponibles en castellano gracias a las traducciones de Ibon Zubiaur y Carlos Fortea. Zubiaur, además, es el autor del ensayo Estímulo y censura. Una aproximación al sistema literario de la RDA(Punto de Vista, 2022), indispensable para entender el contexto de producción de estos libros.

Así que comencé mi experimento, reconociendo que para sacarle jugo a un texto literario es necesario conocer sus condiciones de producción; por ejemplo, para leer a Lope de Vega y Calderón de la Barca nos facilita la tarea ser conscientes de la importancia del honor y la honra durante el Siglo de Oro español, de ahí que nos sea esencial conocer las variables que operaban en la literatura de países fuertemente connotados por circunstancias políticas como este. Como mencioné antes, la palabra “censura”, con sus correspondientes represalias a escritores, estaba presente en cada una de mis lecturas, si bien aprendí que en la literatura germanooriental se daban mayores espacios de libertad que en la prensa, donde todo lo publicable se miraba con una lupa atroz.

Con la esperanza de que la buena literatura tiene suficientes capas de lectura como para permitir que los lectores entren por cualquiera de sus puertas, leí Tránsito (Nórdica, 2022) de Anna Seghers, una novela vertiginosa con narrador masculino sobre los exiliados de la Segunda Guerra Mundial, llevada al cine por Christian Petzold en 2018. Leí también Buenos días, guapa de Maxie Wander, la transcripción de los testimonios de diecinueve mujeres de la RDA sobre sus vidas, y también sobre religión y marxismo, que se convirtió en un libro muy leído en las dos Alemanias –hablamos de millones de ejemplares vendidos– tras su publicación en 1977. De Christa Wolf, probablemente la autora que más fronteras ha traspasado, leí su peculiar diario titulado Un día del año, que escribió cada 27 de septiembre entre 1960 y 2000, y aunque encontré su vida y su voz algo taciturnas, me interesaron particularmente sus reflexiones sobre el fin de la RDA.

No me dejé sin leer la novela autoficcional de Katja Oskamp titulada Marzahn mon amour (Hoja de lata, 2021), aun sabiendo que había sido escrita ya en el siglo XXI, pues su autora vivió durante veinte años en el extinto país y en su libro esboza arquetipos característicos de la RDA como viejos funcionarios del partido que no acaban de adaptarse a los nuevos tiempos, y que siguen viviendo en el barrio berlinés de Marzahn, en su día perteneciente a Berlín Este, así que lo tomé como un libro altamente germanooriental.

Pero mi favorita ha sido sin duda Brigitte Riemann, autora que murió prematuramente de cáncer en 1973 a los 39 años. Nunca se afilió al partido socialista, decisión que no facilitaba las cosas en aquellos años. Su obra monumental, publicada póstumamente, es Franziska Linkerhand (Errata Naturae, 2016), una novela de 678 páginas en su versión castellana a cargo de Zubiaur en la que, además de una escritura de lo más luminosa, tenemos un personaje femenino multifacético a través del cual se transparentan los aspectos menos modélicos del funcionamiento del país, cuya tasa de suicidios era la segunda más alta de Europa en los años setenta del siglo XX. Aunque fuese solo por este libro, que hoy podemos leer sin los recortes que le aplicó la censura en su momento, ha merecido la pena este acercamiento a los frutos literarios de ese experimento geopolítico llamado República Democrática Alemana. ~

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