Élisabeth Roudinesco: la última intelectual de Francia

En el universo intelectual de Élisabeth Roudinesco giran astros del conocimiento como Tzvetan Todorov, Michel de Certeau, Deleuze y Foucault, ya que ha sido discípula de todos ellos.
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Élisabeth Roudinesco es doctora en letras por la Universidad de París VIII, psicoanalista e historiadora. Es directora de investigación en la Universidad de París VII y también enseña en la celebérrima École Normale Supérieure de la Rue d’Ulm, en el Barrio Latino de París. El padre de Roudinesco era rumano y su madre judía, pero de padre protestante, y ella tiene a gala ser, ante todo, fruto de Francia y de sus valores republicanos. Precisamente en torno a lo identitario y a lo que la historiadora considera una “hipertrofia del yo” gira su libro más reciente, El yo soberano (Debate, 2023), que comienza con una anécdota personal: en un congreso de psicoanálisis en Beirut charla con un colega de profesión que, por el origen de su apellido, la etiqueta como rumana de religión ortodoxa. Ella trata de explicarle con poco éxito que no es ninguna de esas dos cosas, pues se educó en el catolicismo, si bien ya no es creyente, y además su nacionalidad es francesa: “Por primera vez en mi vida me vi obligada a explicarle a un hombre de gran cultura, lector de Paul Valéry y admirador del viejo humanismo europeo, que yo era simplemente francesa: ciudadana francesa, de nacionalidad francesa, nacida en París, o sea, en Francia, y que no hablaba ni una palabra de rumano, idioma que mi padre solo usaba cuando se enfadaba con su hermana, mi vieja tía. Me resultaba mucho más sencillo reivindicar esa ‘francidad’ que someter mi identidad a contorsiones como: ‘soy judeo-rumano-alsaciana-medio-germánica’ y, ya puestos, un cuarto de vienesa por mi antepasado materno Julius Popper, conquistador de Patagonia, o incluso marcada con el sello de la ‘blanquedad’.”

En el universo intelectual de Élisabeth Roudinesco giran astros del conocimiento como Tzvetan Todorov, Michel de Certeau, Deleuze y Foucault, ya que ha sido discípula de todos ellos. Para el póker de ases del pensamiento francés del siglo XX solo faltaría Derrida, al que también conoció y trató. De hecho, por ahí circula un retrato donde aparecen ambos. Como nota de color añado que la pareja actual de Roudinesco es Olivier Betourné, durante muchos años director general de Éditions du Seuil –¿hay algo más francés que esta editorial?– , quien en 1993 fue el editor de su biografía de Jacques Lacan. Fue pocos años antes, en 1986, al publicar el segundo volumen de su Historia del psicoanálisis en Francia, cuando Roudinesco se convirtió en una intelectual pública, según afirma ella misma. “Es lo que siempre quise ser”, le confesó al también psicoanalista Alejandro Dagfal, en una entrevista para la televisión argentina durante su visita en 2013 a Buenos Aires, una ciudad donde siempre se la recibe con particular entusiasmo, dada la querencia de los porteños hacia el psicoanálisis.

Su tema estrella es el psicoanálisis, sin descuidar otros como la familia, el judaísmo –al que dedica su ensayo A vueltas con la cuestión judía (Anagrama, 2011)– o el colonialismo y los procesos de descolonización, estos dos últimos muy presentes en El yo soberano. Tras formarse como historiadora sintió la pulsión biográfica, que materializó en sendos libros sobre la trayectoria vital de los dos popes del psicoanálisis: Freud y Lacan. Aunque Freud ha perdido fuelle en nuestros días y ha sido criticado duramente en biografías como la de Michel Onfray (Freud, el crepúsculo de un ídolo, Taurus, 2011), para Roudinesco las ideas del psiquiatra austriaco siguen vigentes en la actualidad, tal como defiende en Freud, en su tiempo y en el nuestro (Debate, 2015), biografía galardonada en 2014 con el Premio Décembre y el Prix Littéraire: “[Freud] impuso a la subjetividad moderna una pasmosa mitología de los orígenes cuyo poderío parece más vivo que nunca cuando más se intenta erradicarlo.” Para Roudinesco, el psicoanálisis solo puede florecer en un clima de libertad, en sociedades donde la familia no se apropia de las conciencias de sus integrantes. Pero también percibe su lado oscuro, pues es consciente del conservadurismo de ciertos psicoanalistas en la actualidad, tal como hizo ver en la presentación de El yo soberano en el Instituto Francés de Madrid el pasado mes de mayo. “Como aventura intelectual, el psicoanálisis se mantendrá”, afirma esperanzada.

Tiene cuentas en Twitter y en Facebook y las actualiza con frecuencia. Y en 2021 fundó, una vez más junto a Olivier Betourné, un centro de estudios y pensamiento llamado Institut des Lumières et de la Pensée, con un sitio web muy activo. Una de las misiones del instituto es estimular el pensamiento crítico; sus fundadores destacan la importancia de “trabajar sin descanso en el refuerzo de la institución de la libertad en un mundo amenazado por el oscurantismo y la pulsión de muerte”. Y de pulsiones, ya se trate de eros o de tánatos, Roudinesco sabe un rato.

La historiadora y psicoanalista ha entendido a la perfección el siglo XXI, si bien su universo de valores y pensamiento pertenece al siglo XX. Podemos decir que uno de sus superpoderes –expresión muy de este siglo– es ser capaz de aceptar cómo son las cosas, pero sin necesitar plegarse a ellas. A sus casi ochenta años, ha sido testigo de momentos relevantes de la historia del siglo XX, entre otros Mayo del 68 en Francia. Fue miembro del Partido Comunista francés, pero ahora desdeña lo que llama el “izquierdismo”. Sabe que la gente la critica por dedicarse a asuntos tan diversos al mismo tiempo, cosa que ella ha hecho toda su vida y seguirá haciendo: ese tipo de libertad de acción y pensamiento lo ha logrado con el psicoanálisis.

No hay un ápice de melancolía ni en sus palabras ni en sus gestos. El psicoanálisis está en crisis en todo el mundo y ella lo sabe, Francia ya no es el centro de la vida intelectual del planeta y ella lo sabe, y los grandes maestros, que traían consigo la autoridad y la palabra precisa, ya no volverán. Hay que dejar de soñar con su advenimiento, advierte: “estamos en un periodo de herencia, y está bien que sea así”.

Roudinesco es un verso libre: su uso del lenguaje no se ha adaptado a la neolengua que emplean los medios de comunicación. Nos cuenta a los asistentes a su presentación que fue una niña superdotada. No usa el término “niña con altas capacidades” (“hoy me tratarían con Ritalín el trastorno de hiperactividad”, comenta con ironía). Al patriarcado prefiere llamarlo “dominación masculina”, y durante el acto emplea repetidas veces la palabra “homosexuales”, que prefiere a la de “gays”, aunque es consciente del cambio de término y a él dedica varias páginas de su ensayo El yo soberano, donde, entre otros asuntos, hace un recorrido histórico por la homosexualidad, su patologización y su posterior despatologización, con toda la batería terminológica que se ha ido añadiendo en torno a este asunto a lo largo de las últimas décadas.

La sensación que se tiene al escuchar y ver en persona a Élisabeth Roudinesco es la de no estar a su altura, sin que por ello haya que sentirse mal. Lo mejor es aceptarlo y aprender de su savoir faire –nunca una expresión francesa fue tan pertinente– acerca de la vida y de las dinámicas y tensiones que atraviesan las sociedades contemporáneas. No obstante, trato de lucirme en la presentación de su libro, a sabiendas de que los psicoanalistas son muy dados a leer los malestares sociales como síntomas producidos por el inconsciente, por eso le pregunto de qué cree que es síntoma la deriva identitaria tan pujante a la que asistimos en la actualidad. Me responde que para ella es un síntoma de la libertad democrática de la que gozamos en algunos países y de las dificultades que tenemos para gestionarla. Advierte que más de la mitad del planeta vive en sociedades totalitarias, así que nos invita a reflexionar al respecto a través de esta gran pregunta: “¿Qué vamos a hacer con la democracia?”

A lo mejor ella sí es una de esas maestras cuya llegada seguimos esperando en estos tiempos. La última maestra. ~

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