Las estepas quemadas

Sus contribuciones a la historiografรญa mexicana son vastas, como investigador, maestro y editor. Es el amor a la verdad lo que ha impulsado una obra que lo mismo ha indagado en la guerra cristera que en el antisemitismo europeo y el mundo eslavo.
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En sus diarios mexicanos, Vรญctor Serge cuenta que en 1944 recorriรณ Michoacรกn, Hidalgo y otros estados de Mรฉxico, en compaรฑรญa de su esposa, la arqueรณloga y antropรณloga Laurette Sรฉjournรฉ. La mirada de Serge no ocultaba sus lentes rusos: a cada paso, advertรญa detalles que lo transportaban al paรญs de su padre. Los llanos michoacanos le parecรญan โ€œestepas quemadas, abandonadas al solโ€ y los campesinos, con sus rostros cobrizos y surcados, eran โ€œlos hermanos de los mendigos de Rusia, siluetas pintadas por Brueghel que sin cesar venรญan a su espรญrituโ€.

Serge veรญa a Mรฉxico con ojos rusos pero tambiรฉn franceses. Como cuando no encuentra otra analogรญa para los viejos y melancรณlicos indios de Pรกtzcuaro que aquellos โ€œcampesinos franceses, descritos por La Bruyรจre como un triste ganado humano, que sin duda tampoco reรญan muchoโ€. La imagen del indio mudo, โ€œsosegado, tranquilo, taciturno, violento, cuyo ritmo interior es lento, nunca agitadoโ€, ha nutrido persistentes estereotipos. Pero en Serge aquellos retratos nacรญan de la identificaciรณn: โ€œnadie rรญe y nosotros tampoco tenemos ganas de reรญrโ€.

Al leer las โ€œEstampas mexicanasโ€ (Cuadernos, 1, marzo-mayo de 1953) de Serge, recordรฉ mi primera visita a la oficina de Jean Meyer en el CIDE, allรก por 1996. Tenรญa el historiador un retrato encima de su escritorio y, automรกticamente, pensรฉ que podรญa ser Manuel Lozada o algรบn lรญder cristero. Preguntรฉ quiรฉn era y Jean me contestรณ algo asรญ: โ€œes un campesino michoacano, pero bien podrรญa ser un mujik rusoโ€. La mirada y la ropa โ€“caftanes gruesos o jorongos ligerosโ€“ eran las mismas.

Luego supe que Meyer era un gran admirador de Serge. Su libro El campesino en la historia rusa y soviรฉtica (1991) arrancaba, justamente, con la noble semblanza que Serge dedicรณ a Pierre Pascal, el catรณlico y bolchevique francรฉs que, con su blusa de campesino, caminaba descalzo de su pequeรฑo y destartalado apartamento a las oficinas de la Comisarรญa de Asuntos Extranjeros, en Moscรบ, donde, en los aรฑos que siguieron a la Revoluciรณn de 1917, coordinรณ las relaciones de los soviรฉticos con los comunistas franceses. En aquel libro, Meyer tradujo y glosรณ el gran ensayo de Pascal, โ€œLe paysan dans lโ€™histoire de la Russieโ€ (1934).

Pascal es una buena ruta para llegar al personaje central de la obra de Meyer: el campesino cristiano. Tanto en Rusia como en Mรฉxico, las palabras โ€œcampesinoโ€ y โ€œcristianoโ€ se confundรญan en la historia nacional. Ese habitante de los campos, asumido por las รฉlites urbanas como un sujeto โ€œpasivoโ€ o โ€œatrasadoโ€, habรญa sido por siglos, en palabras de Pascal apropiadas por Meyer, el โ€œsostรฉn real del Estado rusoโ€. En contra de las teorรญas desarrollistas de la historiografรญa soviรฉtica, eran los siervos y los campesinos libres quienes daban vida a la naciรณn rusa.

No se le ocultaba a Pascal la paradoja de que aquel sostรฉn del Estado se producรญa por medio de una estructura comunal. Los campesinos se agrupaban en el mir o la obschina, que Meyer traduce como โ€œcomunaโ€, โ€œpara no confundir al lector con la comunidad indรญgena mexicana, a la cual se parece mucho por ciertoโ€. Una naciรณn y un Estado, no construidos por individuos propietarios o instituciones laicas, sino por comunas cristianas. El absolutismo zarista, especialmente en su รบltima fase modernizadora, entre los siglos XVIII y XIX, era la distorsiรณn de aquel edificio tradicional.

Segรบn el retrato de Serge, Pascal, amigo de anarquistas, traducรญa poemas del simbolista Aleksandr Blok y discutรญa con Nikolรกi Berdiรกyev โ€“uno de los filรณsofos expulsados en el Preussen, el barco en que Lenin se deshizo de ciento sesenta pensadores rusosโ€“ sobre el papel de la mรญstica en la Revoluciรณn. Era un catรณlico fascinado con la Revoluciรณn rusa que creyรณ ver en el bolchevismo una vuelta a aquellas comunas cristianas, no para retrotraer la historia sino para darle rumbo hacia una modernidad alternativa.

Como Pascal, Jean Meyer ha sido un catรณlico fascinado con la Revoluciรณn mexicana. Sus primeros libros, en los aรฑos setenta, La Revoluciรณn mexicana (1973), La Cristiada (1975) y El sinarquismo ยฟun fascismo mexicano? (1977), tambiรฉn intentaron revivir aquellas comunidades campesinas cristianas. El legado de la tradiciรณn comunal del Mรฉxico antiguo y novohispano, que tratรณ de desarticularse entre las reformas borbรณnicas de fines del siglo XVIII y la modernizaciรณn porfirista, a fines del XIX, era decisivo en su interpretaciรณn de la Revoluciรณn mexicana.

La guerra cristera, durante el gobierno de Plutarco Elรญas Calles, no fue, segรบn Meyer, una versiรณn mexicana de la Vendรฉe francesa. En Jalisco, Nayarit, Zacatecas, Guanajuato y Michoacรกn, el levantamiento contra las leyes anticlericales de Calles, en 1926, tuvo una base social fundamentalmente campesina. En los seiscientos cuestionarios que Meyer aplicรณ a sobrevivientes cristeros y agraristas, la mayorรญa de las respuestas eran de arrendatarios, aparceros, peones, vaqueros, muleros y arrieros. La presencia de hacendados y sacerdotes era รญnfima, en contra de lo que propagaban tanto el gobierno como el Partido Comunista.

Muchos cristeros eran analfabetos, pero no iletrados. Como las huestes del padre Hidalgo, que acusaban de impรญos y herejes a los burรณcratas virreinales, no dudaban en calificar a los callistas de masones, protestantes y yanquis. Su guerra era santa y Meyer reconstruyรณ, como ningรบn otro historiador, antes o despuรฉs, aquella sofisticada cosmovisiรณn, armada desde la tradiciรณn oral cristiana, donde se mezclaban referencias como la Biblia y el Siglo de Oro espaรฑol, Carlomagno y los Doce Pares de Francia, Genoveva de Brabante y Juana de Arco.

A contrapelo de los clichรฉs difundidos por la ideologรญa oficial del Estado mexicano, los cristeros que entrevistรณ Meyer decรญan que Zapata y Villa habรญan sido โ€œamigos del campesino y grandes jefesโ€. Muy pocos de ellos se involucraron en el sinarquismo, por lo que la supuesta genealogรญa contrarrevolucionaria, entre el movimiento cristero y la derecha catรณlica filofascista, era insostenible. En su estudio sobre el sinarquismo, Meyer completรณ aquel recorrido por la Revoluciรณn mexicana y sus resistencias, que, en buena medida, reafirmaba la centralidad del campesino cristiano en la primera mitad del siglo XX.

No era azarosa la coincidencia temporal de aquellos estudios con el gran debate sobre la agricultura, el campesinado y el carรกcter rural de la sociedad mexicana. En varios libros de aquellos aรฑos, Estructura agraria y clases sociales en Mรฉxico (1974), El poder despรณtico burguรฉs (1977) y Campesinado y poder polรญtico en Mรฉxico (1982), Roger Bartra polemizรณ con una parte de las teorรญas de la Cepal y la Dependencia, que sostenรญa que la capitalizaciรณn de las economรญas latinoamericanas se producรญa, fundamentalmente, no en el campo, sino a travรฉs de la industrializaciรณn y el comercio. Bartra, por el contrario, pensaba que el campo mexicano, en los aรฑos sesenta y setenta, se proletarizaba aceleradamente.

La obra historiogrรกfica de Meyer llegaba a un punto similar, por otra vรญa. Sin seguir la metodologรญa marxista de Bartra, el historiador documentaba la resistencia de la comuna rural al Estado posrevolucionario. Eso lo llevarรญa a traducir, por su cuenta, el gran debate entre Karl Marx, Nikolรกi Mijailovski, Vera Zasรบlich y otros populistas y socialdemรณcratas rusos, en 1881, a propรณsito de la comuna rural en Rusia y su papel en la revoluciรณn. Algunos de esos textos ya habรญan sido traducidos al espaรฑol por Fรฉlix Blanco, en 1980, para la colecciรณn Cuadernos de Pasado y Presente de Siglo XXI, que dirigรญa el marxista argentino Josรฉ Aricรณ. La traducciรณn de Meyer, directamente de la ediciรณn francesa de Maximilien Rubel en Gallimard, incluyรณ textos no recogidos por la colecciรณn de Aricรณ como la respuesta de Marx a Mijailovski.

La aproximaciรณn de Marx, al final de su vida, a una visiรณn de la comuna rural como posible โ€œpunto de apoyo de la regeneraciรณn social de Rusiaโ€, fue fundamental para los marxistas latinoamericanos. Algunos, como Enrique Dussel, vieron en esos textos un abandono del โ€œfatalismo histรณricoโ€ del capitalismo industrial que podรญa ser aprovechado en el contexto subdesarrollado de Amรฉrica Latina. Para Jean Meyer, desde el catolicismo liberal, tambiรฉn eran fundamentales para pensar crรญticamente cรณmo la colectivizaciรณn estalinista, en nombre de Marx, habรญa ahogado a la comuna rural dentro de un socialismo de Estado.

Muchos marxistas latinoamericanos, a fines de la Guerra Frรญa, aclamaban la visiรณn del campesinado del รบltimo Marx, negada en la prรกctica por la economรญa polรญtica soviรฉtica, pero no criticaban la colectivizaciรณn forzosa, las purgas y los gulags de Stalin. Para Meyer, las dos cuestiones eran indisociables, no porque lo dijeran Mijaรญl Gorbachov y los reformistas soviรฉticos sino porque estaban grabadas en la escritura de grandes piezas literarias del siglo XX ruso como el cuento โ€œKolivushkaโ€ de Isaak Bรกbel o Vida y destino de Vasili Grossman. Si Pierre Pascal, Panait Istrati y Andrรฉ Gide habรญan tenido el coraje de denunciar el totalitarismo, en vida de Stalin, ยฟpor quรฉ no hacerlo mientras caรญa el Muro de Berlรญn?

Aquellas traducciones y notas de Meyer en El campesino en la historia rusa y soviรฉtica, asรญ como sus compilaciones de textos sobre las reformas en la URSS, Perestroika I y II, en los aรฑos ochenta, terminaron de reorientar su obra hacia la historia de Rusia. A principios de los noventa, mientras se desintegraba la URSS, Jean Meyer trabajรณ intensamente en su gran proyecto Rusia y sus imperios, que editaron el Fondo de Cultura Econรณmica y el CIDE en 1997. Una vez mรกs, los cosacos gritones y los campesinos tristes de las estepas, pintados por Iliรก Repin, aparecรญan como el sostรฉn de una sucesiรณn de imperios.

Antes de Vladรญmir Putin era difรญcil confirmar la esencia imperial de la historia rusa. El triunfalismo liberal de los aรฑos noventa y el caรณtico liderazgo de Borรญs Yeltsin favorecรญan la percepciรณn de una transiciรณn a la democracia y una apertura a Occidente. Jean Meyer, sin embargo, lo advirtiรณ desde entonces por medio de un preciso recorrido por la pugna secular entre tradiciรณn y modernidad en el gran paรญs euroasiรกtico. Otros historiadores, como Serhii Plokhy o Hรฉlรจne Carrรจre dโ€™Encausse, que en aรฑos recientes han estudiado los รบltimos dรญas del imperio soviรฉtico, le dan la razรณn.

La obra de Jean Meyer tiene la pertinencia que la distingue por una rara mezcla de virtudes. Es, a la vez, historia de la sociedad y de la religiรณn, de las naciones y del mundo, de las revoluciones y de las reformas, del pasado y del presente. Pero es, ante todo, un testimonio de los reversos de la modernidad, de la historia como una maquinaria incansable de silencios y exclusiones. Pocos historiadores tienen el valor de empezar un libro, como empieza La Cristiada, con una cita en la que Paul Valรฉry reiteraba su conocida desconfianza en la parcialidad del saber histรณrico. ~

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(Santa Clara, Cuba, 1965) es historiador y crรญtico literario.


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