Fotografรญa: Roma

Las vetas de Roma

Desde su estreno en 2018, la pelรญcula Roma de Alfonso Cuarรณn no ha dejado de recibir elogios alrededor del mundo. Aunque la humanidad de sus personajes es universal, los sedimentos que explora son indudablemente mexicanos.
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El รฉxito universal de Roma, la pelรญcula de Alfonso Cuarรณn, se debe sin duda a una maestrรญa probada a lo largo de varias dรฉcadas y obras perdurables, pero es tambiรฉn una seรฑal de nuestro tiempo. ยฟQuรฉ encontraron en ella los espectadores en los paรญses mรกs diversos? En un mundo despiadado, polarizado, violento, tal vez encontraron un limpio mensaje de solidaridad humana por encima de las clases y las razas.

Tambiรฉn en Mรฉxico calรณ ese mensaje, pero acรก la resonancia especรญfica de Roma es otra: varias generaciones tuvieron una infancia como la que reconstruye Cuarรณn pero solo รฉl la ha llevado, proustianamente, al cine, volviรฉndonos al origen. En el retrato de una tรญpica familia de clase media cuya vida transcurre en la colonia Roma de la Ciudad de Mรฉxico a principios de los aรฑos setenta, Cuarรณn logra explorar, recrear, iluminar las vetas mรกs entraรฑables y terribles de la historia mexicana.

El escenario, como Mรฉxico mismo, es muy antiguo. La colonia Roma naciรณ en 1903 por iniciativa de Edward Walter Orrin, empresario circense de origen britรกnico. Extrajo su nombre del pueblo aledaรฑo de la Romita, cuyo topรณnimo original era Santa Marรญa Aztacalco que en nรกhuatl significa โ€œcasa o guarida de las garzasโ€ y por sรญ mismo revela su carรกcter de barrio insular del gran lago de Tenochtitlรกn. โ€œLa Romaโ€ โ€“como se le conocรญa tambiรฉnโ€“ se convirtiรณ muy pronto en un emblema de la Pax Augusta que Mรฉxico viviรณ bajo el largo y antidemocrรกtico rรฉgimen de Porfirio Dรญaz (1876-1911). Se abrieron amplias avenidas arboladas, se levantaron palacetes art nouveau, se diseรฑaron plazas y fuentes apacibles. Para completar la fantasรญa europea, al poniente, en la vecina colonia Condesa, se construyรณ un hipรณdromo donde la exigua aristocracia de principios de siglo se imaginaba en el Auteuil de Parรญs. No se veรญan campesinos con su tรญpico calzรณn blanco en esas colonias. El calzรณn blanco estaba bien en las haciendas del campo, donde trabajaban esos campesinos (muchos de ellos indรญgenas), no en la ciudad, donde vivรญan sus โ€œpatronesโ€, los hacendados.

La Revoluciรณn mexicana que estallรณ en 1910 detuvo por algunos aรฑos la expansiรณn de ambas colonias. Tras una violentรญsima guerra civil que durรณ diez aรฑos y dejรณ un saldo de cerca de un millรณn de muertos, los nuevos gobiernos revolucionarios pondrรญan en marcha una genuina reforma agraria destinada a acabar con el rรฉgimen feudal de las haciendas mediante el reparto masivo de la tierra entre los campesinos. En los aรฑos cuarenta, y sobre todo en la posguerra, ese esfuerzo de justicia social fue abandonado sustancialmente por los nuevos gobiernos, que favorecieron una incipiente industrializaciรณn. Muchos campesinos no tuvieron mรกs remedio que migrar a la Ciudad de Mรฉxico en busca de un empleo, ellos en las fรกbricas, ellas en el servicio domรฉstico. Para entonces los รบltimos restos de la aristocracia se habรญan mudado de la Roma a zonas mรกs altas y lejanas de la ciudad, abriendo paso a los beneficiarios del nuevo orden: polรญticos, empresarios, profesionistas, burรณcratas. La Roma renaciรณ, la Condesa se expandiรณ. Surgieron nuevos parques, casas y edificios de estilos eclรฉcticos, iglesias neogรณticas. A partir de los cincuenta, ambas colonias comenzaron a alojar a las familias de la clase media, como la de Cuarรณn y como la mรญa.

En el momento que recrea (1970-1971), el esplendor arquitectรณnico habรญa cesado, pero la Roma se volviรณ algo mejor: un laboratorio de convivencia con sus tiendas y mercados, sus colegios de excelencia, sus parques de recreo. Recorrer esas calles es ver de nuevo a Juanita la del puesto de periรณdicos, a la seรฑora de la miscelรกnea o la farmacia, la de la fonda o la del cine Gloria. Los sonidos de nuestro mundo eran justamente los que reproduce Cuarรณn: los programas de televisiรณn, los anuncios de la radio, las canciones de moda, las campanas del carrito de basura, los vendedores de globos, dulces, merengues y โ€œcalaveritasโ€, el melancรณlico organillero, el silbato del carrito de camotes y las voces de personajes centenarios que recorrรญan esas calles, como el afilador de cuchillos.

Puertas adentro, la familia de Roma es un nosotros compuesto no solamente por Sofรญa y Antonio, sus pequeรฑos hijos Toรฑo, Paco, Pepe y Sofi, ademรกs de Teresa (la abuela, madre de Sofรญa), sino por personas venidas de muy lejos y de muy atrรกs, campesinas que desde tiempos coloniales han acompaรฑado la vida de los otros, criollos o mestizos, con una fidelidad que conmueve, pero tambiรฉn desgarra, por su evidente inequidad. En mi familia, como en tantas otras, se replicaba ese arreglo. Las โ€œmuchachasโ€, como las llamรกbamos, vivรญan en una recรกmara aparte, en la azotea de la casa. Habรญa โ€“hay aรบnโ€“ muchas formas de llamarlas, todas reminiscentes del rรฉgimen feudal de la hacienda: el servicio, la servidumbre, las criadas. Se repartรญan el trabajo: cocinaban, โ€œhacรญan las recรกmarasโ€, fregaban los pisos, iban al โ€œmandadoโ€, lavaban, tendรญan y planchaban la ropa. Vigilaban nuestro reloj vital. Eran las relatoras de cuentos, las guardianas de la fe, las confidentes, las cantantes. Podรญan no ser indรญgenas puras, como Cleo, la dulce y estoica indรญgena mixteca de la pelรญcula de Cuarรณn. Pero con frecuencia mascullaban palabras en nรกhuatl. Parece que las veo ahora junto a mรญ, con sus delantales y sus trenzas, sirviรฉndonos la merienda y el chocolate caliente. Como las muchachas de Cuarรณn.

Hasta aquรญ, las vetas del pasado expuestas por Cuarรณn parecen casi bucรณlicas. Su pelรญcula, una amorosa bรบsqueda del tiempo perdido. Pero en aquella populosa ciudad de los setenta, y en aquella convencional familia de clase media de la colonia Roma, estaban por irrumpir otras vetas mรกs antiguas, las vetas volcรกnicas que periรณdicamente emergen en la superficie de Mรฉxico, con su espantosa estela de destrucciรณn y muerte.

Apenas un par de aรฑos atrรกs, en 1968, el rรฉgimen del PRI habรญa cometido un crimen que nunca se borrarรญa de la memoria colectiva. Como en otras partes del mundo, la juventud se habรญa rebelado pacรญficamente contra el orden establecido. Mรฉxico crecรญa en lo econรณmico, habรญa orden, paz y estabilidad, pero la participaciรณn polรญtica y las libertades civiles permanecรญan severamente restringidas. Yo formรฉ parte de esa juventud rebelde y marchรฉ por las calles. El 2 de octubre de 1968, diez dรญas antes de la inauguraciรณn de los Juegos Olรญmpicos, el gobierno de Gustavo Dรญaz Ordaz reprimiรณ brutalmente un mitin estudiantil en la vieja plaza prehispรกnica de Tlatelolco. La fiesta de libertad se ahogรณ en sangre. Octavio Paz vio en la masacre una reediciรณn de los sacrificios humanos, que en tiempos de los aztecas se practicaban en ese mismo sitio.

La pelรญcula de Cuarรณn transcurre entre septiembre de 1970 y junio de 1971. En diciembre tomรณ posesiรณn el nuevo presidente Luis Echeverrรญa. Como secretario de Gobernaciรณn de Dรญaz Ordaz habรญa sido corresponsable de la masacre, pero intentaba deslindarse de los hechos fingiendo una actitud de apertura a la crรญtica y a la democracia. Uno de sus primeros actos fue liberar a los estudiantes arrestados durante el movimiento estudiantil que llevaban mรกs de dos aรฑos presos y estos, al salir, convocaron a una nueva marcha de protesta para revivir el espรญritu libertario del 68 y probar la sinceridad del gobierno. La convocatoria fue para la tarde del 10 de junio de 1971, el Jueves de Corpus. El contingente estudiantil se reunirรญa en el Casco de Santo Tomรกs (sede del Instituto Politรฉcnico Nacional) y marcharรญa pacรญficamente por la avenida San Cosme. Ahรญ lleguรฉ puntualmente con mi amigo Hรฉctor Aguilar Camรญn.

De pronto, advertimos la presencia de un contingente de jรณvenes armados con grandes varillas (tรญpicas del arte marcial de kendo) que se abalanzaban sobre la pacรญfica marcha golpeando y apresando estudiantes. Por un milagro nos refugiamos en un edificio y desde su azotea pudimos ver el espectรกculo macabro que Cuarรณn reproduce, con total fidelidad, en Roma. Dรญas mรกs tarde publicamos nuestro testimonio:

Vocean: โ€œViva el Che Guevara.โ€ Pasan frente a nosotros, traen garrotes amarillos idรฉnticos en una mano y piedras en la otra, llegan frente a los tanques antimotines que han quedado estacionados al principio de la calzada […] y ahรญ reinician sus gritos: โ€œChe Guevaraโ€, al tiempo que lanzan piedras contra los cristales de un comercio.

Nadie supo cuรกnta gente muriรณ, quizรก decenas, aquella tarde a manos de los Halcones, adiestrados por el gobierno de Echeverrรญa para reprimir este rebrote del movimiento estudiantil. Su tรกctica era burda. Fingirse estudiantes, lanzar consignas, mezclarse en la manifestaciรณn para golpear a los estudiantes, subirlos en coches privados y vehรญculos policiacos camuflados, llevarlos a un destino desconocido y liquidarlos.

La matanza del 10 de junio de 1971 no es un incidente mรกs en Roma. Estรก en el nudo trรกgico de la pelรญcula porque uno de los Halcones, entrenado en artes marciales, es justamente Fermรญn, el novio de Cleo, la angelical guardiana de los niรฑos. Tras enamorarla y dejarla encinta, Fermรญn abandona a Cleo. Ella, con dignidad y ahรญnco, apela a su misericordia solo para descubrir, por azar, ese mismo 10 de junio, que el futuro padre de su criatura es un asesino.

Una mujer silenciosa y aterrada acompaรฑa a Cleo en esa escena. Es la abuela Teresa vestida perennemente de negro, la que comparte el diario trajรญn de la casa, la que ve crecer a los niรฑos, la que atestigua el sรบbito desmoronamiento del hogar provocado por otro hombre, su yerno Antonio, el respetable mรฉdico que un buen dรญa, fingiendo la necesidad de un viaje profesional, simplemente desaparece de su casa y abandona para siempre a Sofรญa y a sus cuatro hijos. La casa se queda a la deriva, sin padre.

Es aquรญ, en esta irrupciรณn de la veta mรกs antigua y primigenia, la violencia del hombre hacia la mujer, donde Roma de Cuarรณn se emparenta con otra pelรญcula sobre mujeres solas y niรฑos abandonados. Me refiero a Los olvidados de Luis Buรฑuel, filmada, significativamente, en el pueblo de la Romita. Los adolescentes de aquella cinta clรกsica eran mucho mรกs pobres y desamparados: los huรฉrfanos de la ciudad, los niรฑos callejeros, cuya vida nรณmada, abandonada por el padre fantasmal, pendรญa del hilo delgadรญsimo de una madre sola, hundida en la miseria y la desesperaciรณn. En Los olvidados, sexualidad, maternidad y muerte son โ€“como en la mitologรญa aztecaโ€“ deidades hermanas: el inclemente โ€œJaiboโ€, amigo del inocente Pedro, lo hace cรณmplice de un asesinato, seduce y veja a su madre, y finalmente lo asesina. En Los olvidados, madre es esa palabra de mil usos que, como escribiรณ Octavio Paz en El laberinto de la soledad (1950), estรก en el centro del habla mexicana: la chingada. La chingada es invariablemente una mujer. La chingada, figura que por desgracia corresponde a un patrรณn histรณrico antiquรญsimo, es la vรญctima inerme del macho que la seduce, la engaรฑa, la atropella, la golpea, la abandona. Es la hollada, la hendida, la vencida, la vejada, la desamparada, la solitaria, la muerta en vida.

Los niรฑos de Cuarรณn enfrentan un destino menos implacable, pero en sus vidas hay un vacรญo similar, el del padre, y una luz parecida, la de la madre. Y no solo la de la madre. Tambiรฉn la de Cleo, la nana providente. En Roma, la chingada se desdobla en Sofรญa y Cleo, la seรฑora de la casa y la sirvienta. Sofรญa sueรฑa en su alcoba un sueรฑo de armonรญa conyugal y familiar. Cleo ensueรฑa en la azotea de la casa, entre la ropa tendida y el paisaje limpio de la ciudad, un sueรฑo de amor. Los sueรฑos se trastocan en pesadilla. A ambas las chingan sus hombres, vanos, violentos, pretenciosos, cada uno a su manera. Pero, a diferencia de la madre de Los olvidados, estas mujeres no sucumben. En cierta forma, su hazaรฑa de supervivencia revierte en ellas la palabra chingar: ya no son las chingadas sino, en cierta forma, las chingonas, no porque vejen a nadie: porque unidas se salvan.

La escena emblemรกtica de la pelรญcula es el abrazo de los cuatro hijos y Sofรญa con Cleo, frente a las olas encrespadas del golfo de Mรฉxico. Mรกs que un abrazo es un รกrbol de brazos, un รกrbol sacramental. Es el รกrbol de la familia mexicana. Ausente el padre, los niรฑos crecerรกn en el Mรฉxico polรญticamente convulso de los setenta que se insinรบa en la pelรญcula, pero tendrรกn el amparo de las mujeres providentes.

ยฟSaldrรก adelante Cleo? ยฟFormarรก su propia familia? Una cosa estรก clara: nadie la chingarรก mรกs. Sofรญa saldrรก adelante, y acaso uno de sus hijos recrearรก libremente en el cine, medio siglo despuรฉs, el milagro de aquella indรญgena venida de vetas muy antiguas y profundas, que con puro amor mellรณ los filos terribles del cuchillo que amenaza, desde siempre, el corazรณn del pueblo mexicano. ~

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Este ensayo forma parte de la ediciรณn especial

de Roma en The Criterion Collection.

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Historiador, ensayista y editor mexicano, director de Letras Libres y de Editorial Clรญo.


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