Leonora Carrington a los ojos de André Breton

André Breton dejó en su correspondencia un testimonio del talento, la osadía, la inteligencia y la autenticidad de Leonora Carrington.
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Cuando a los veintiún años de edad entró en contacto con el núcleo surrealista de París, Leonora Carrington despertó la simpatía de André Breton, quien casi le doblaba la edad. Con cierto aire de niña entre cuarentones, encarnaría acaso aquella definición de Breton y Paul Éluard del infante como “la mecha de una bomba colocada al paso de un soberano, que es el hombre, por una anarquista individualista de la peor especie, que es la mujer”,

((André Breton y Paul Éluard, “Enfant”, en Dictionnaire abrégé du surréalisme [1938], París, José Corti, 1991, p. 10.))

 proyectando la mayor sombra y la mayor luminosidad a los sueños –como decía una frase de Charles Baudelaire que Breton citaba a menudo al referirse a las mujeres–. En compañía de Max Ernst, y poco antes de alojarse a su lado en París, Leonora había trabado amistad con Éluard, Man Ray, Lee Miller y Roland Penrose en Inglaterra, todos parte de la órbita surrealista. Envuelta en un amor pasional, Carrington se instaló desde 1937 con Ernst en Saint-Martin-d’Ardèche, cerca de Aviñón. Al año siguiente publicó su primer libro, La casa del miedo (La maison de la peur), y Breton la invitó a participar en la Exposición Internacional del Surrealismo que realizó en la Galerie des Beaux-Arts. Si bien entonces no tuvieron oportunidad de trabar una verdadera amistad –dada la circunstancia, además, del prolongado viaje que Breton y su mujer Jacqueline Lamba emprenderían ese año a México–, fue en tiempos de exilio durante la Segunda Guerra Mundial cuando, en 1941, al coincidir en Nueva York, se hicieron amigos.

Los años del exilio de Breton en Estados Unidos, de 1941 a 1946, fueron calamitosos, en tanto atestiguaba las pugnas internas y el desmoronamiento del grupo surrealista, varios de cuyos miembros se hallaban ciertamente más a sus anchas en aquel país. No obstante, pudo dar a luz la revista vvv y organizar junto con Marcel Duchamp la exposición First papers of surrealism. Breton resentía el alejamiento de Max Ernst, del propio Duchamp y de Yves Tanguy; luego enfrentó la separación y el divorcio con Jacqueline Lamba, y al cabo sufrió la defección pública de Wolfgang Paalen quien, al lanzar desde la Ciudad de México la revista Dyn en 1942, dio por superados de forma drástica los principios filosóficos y cientificistas del surrealismo. Tampoco exenta de roces, la importante correspondencia que mantuvo en esos años con Benjamin Péret –verdadero segundo de a bordo del grupo surrealista parisino, quien había arribado exiliado a México a finales de 1941 en compañía de su mujer, Remedios Varo– fue pese a todo un estimable apoyo en tiempos difíciles. Y quién lo diría: la figura de Leonora Carrington surge en esas cartas con vigor radiante. Breton se muestra indeclinablemente entusiasmado por ella. Dado el desencanto por hallarse en una lastimosa situación económica (cosa que no confiesa de modo muy abierto) y ante la disgregación de sus cofrades surrealistas, Breton señala en carta a Péret solo dos a quienes siente cercanos, los “más vitales” de su entorno neoyorquino: el chileno Roberto Matta y Leonora Carrington, “a quien justo he debido venir aquí para conocerla, experimentamos un grado total de entendimiento, es soberbia en sus rechazos y de una autenticidad humana sin límites”.

((Carta de Breton a Péret, 4 de enero de 1942. Todas las cartas citadas en este ensayo obran en depósito en la Bibliothèque littéraire Jacques Doucet de la Universidad de París-Sorbona; en adelante, se identifican con la indicación “[Doucet]”. El autor agradece a la Sra. Aube Elléouët-Breton su autorización para consultar esta correspondencia.))

 Él sabe que Leonora solo está de paso y habrá de viajar pronto a México con su marido Renato Leduc, quien por lo demás le resulta un tipo “en verdad encantador”. Breton, quien supera medianamente sus penurias con el apoyo monetario de Peggy Guggenheim, no habla inglés ni goza de gran fama, si bien cuenta con algunos seguidores estadounidenses. Una foto bien conocida de 1942, tomada en el penthouse de la Guggenheim, en la que él aún posa altivamente sentado en el centro, da cuenta de que el grupo que lo rodea no está conformado solo por surrealistas sino que se le han sumado colegas en el exilio y conocidos como Fernand Léger, Piet Mondrian, Amédée Ozenfant, Stanley William Hayter o Berenice Abbott. Sentada en el piso a su diestra, aparece la aún veinteañera Leonora Carrington. Otras fotos confirman la familiaridad durante aquel periodo de Leonora con Breton, Duchamp y Max Ernst en el estudio de pintor de este último, pareja por entonces de Peggy Guggenheim. Breton vive atribulado, pierde peso. Sus intentos por relanzar la vanguardia surrealista topan con un sombrío desinterés en el ambiente neoyorquino. Sacando fuerzas de flaqueza, intenta revivificar los cónclaves de café de otro tiempo. En la trastienda de un bar de Greenwich Village, durante una reunión que había convocado, adoptó frente a la concurrencia un aire de dirigente, golpeando la mesa con un puño: “Esta será una reunión seria –dijo–. La llevaremos adelante en forma perfectamente parlamentaria. Cuando alguien desee hablar, que levante la mano y yo reconoceré esa señal con las palabras La parole est à tel-et-tel, la parole est à vous! [‘¡La palabra corresponde a fulano, se le concede la palabra!’].” Leonora Carrington, ahí presente, no pudo contener la carcajada.

((Testimonio de Julien Levy, apud Mark Polizzotti, Revolución de la mente. La vida de André Breton, México, Fondo de Cultura Económica, 2009, p. 487.))

 Arrogante y con acentuado temor al ridículo, Breton debió resentir el desafío, seguramente no el único que le opuso la joven mujer; pero estimaba en ella un rasgo esencial: su humor negro, esa “risa insultante que brota del fondo del yo rebelde, que provoca y desafía tanto a la opinión pública como al destino cósmico”.

((Michel Carrouges, en José Pierre, Le surréalisme, dictionnaire de poche, París, Hazan, 1973, p. 90.))

 En vez de considerar lesivas sus réplicas, las agradecía por auténticas. La agudeza e impertinencia en Leonora revestían algo del arrebato y el delirio afines al prestigio que la locura guardaba para él, quien desde que residió como médico en el hospital parisino del Val-de-Grâce (1917-1918), en plena cocción del surrealismo –con Louis Aragon, Éluard y Philippe Soupault–, localizaba en la exploración clínica de la vida inconsciente y la locura las fuentes más anchurosas de la actividad surrealista. Los relatos que Leonora hacía solamente a los de confianza sobre su internamiento en la clínica de Santander en 1940 fascinaban a Breton quien, distinguiendo su habilidad literaria, quería verlos por escrito. En ellos sombra y luminosidad se verterían sin división. Por ahora, claramente, su mordacidad femenil era defensiva. Pasarían algunos años antes de que él se permitiera nivelar con un poco de ironía el temperamento de la joven escritora y pintora, y lo hizo justamente al incluirla en su Antología del humor negro, en 1950:

Entre todos los invitados frecuentes a su casa en Nueva York, creo haber sido el único que honró gustosamente ciertos platillos a los que ella consagraba horas de meticulosa elaboración con ayuda de un libro de cocina inglés del siglo XVI, remediando de modo totalmente intuitivo la falta de algunos ingredientes inencontrables o ignotos a esas alturas (confieso que una liebre con ostras que me obligó a degustar a nombre de todos los que prefirieron darse por satisfechos con el aroma, me obligó a espaciar un poco esos ágapes).

((André Breton, “Leonora Carrington”, Anthologie de l’humour noir, en Œuvres complètes, t. III, París, La Pléiade, 1992, p. 1162.))

Ninguna anécdota semejante hay en las noticias que desde Nueva York enviaba a Péret sobre Leonora. Por el contrario, a cada oportunidad manifestaba su embelesamiento: “El gran recurso vital es la presencia de Leonora, siempre esplendorosa.” 

((Breton a Péret, 8 de junio de 1942 [Doucet].))

Carrington y Leduc viajaron por fin a México para establecerse en 1942. Péret escribe: “Asistí a la llegada, con qué regocijo, de Leonora y Renato”, gozo ciertamente compartido por su mujer, Remedios, con quien Carrington tejería una amistad profunda. Al paso, y en la medida de lo posible, Péret mantendrá a Breton enterado sobre la actualidad de los surrealistas en México. Este, con aire un tanto confundido, pregunta a veces por Frida Kahlo y Diego Rivera, a quienes piensa aún próximos a la distancia. Si bien hay testimonios de que Leonora visitó en ocasiones a Frida,

(( Véase Alba Romano Pace, Jacqueline Lamba. Peintre rebelle, muse de l’amour fou, París, Gallimard, 2010, p. 194, y Elena Poniatowska, Leonora, México, Planeta, 2014, pp. 295-298.))

es mayor el silencio, mientras que Péret y Varo se toparon, a las claras, con un descorazonador rechazo, en especial de parte de Diego. Por el papel que desempeñara, años atrás, en el otorgamiento de asilo a León Trotski y por la amistosa hospitalidad que dio al matrimonio Breton, Rivera había significado idealmente un garante de apoyo para los primeros surrealistas exiliados en México –Péret y Varo, Alice Rahon y Wolfgang Paalen–, pero dada su defección del trotskismo, y luego del asesinato del líder ruso en 1940, su figura se fue tornando adversaria, si no es que ominosa. Así lo manifiesta Péret en un envío a Breton en 1943:

Te mando también un artículo de Diego Rivera. ¡Y qué artículo! Dos páginas de periódico para decir que los únicos pintores dignos de interés en México son él y Frida, y para protestar en contra de las influencias europeas (Picasso, Chirico y Miró) asimilándolas con sarcasmo a enfermedades de las que hay que cuidarse. En fin, la autarquía cultural del más bajo nivel.

((Péret a Breton, 31 de marzo de 1943 [Doucet].))

Por supuesto que Péret resintió ese argumento como una afrenta a Remedios y Leonora. En la misma carta, anota alarmado que no recuerda si fue esta última o acaso Esteban Francés quien le informó que Peggy Guggenheim –a quien Carrington se refería de forma chusca como “La Gugú”– le retiraría muy pronto todo apoyo económico a Breton. Ante el sombrío panorama, Péret le inquiere: “¿Qué harás, André, vendrás a vivir aquí? Si te decides a venir, necesito que me lo digas cuanto antes, enterándome en qué fecha llegarás, a fin de que podamos hacer las diligencias necesarias para hallarte un medio de existencia.” Al respecto, Renato Leduc le ha anticipado que quizá podría conseguirle algún trabajo a Breton, aunque al respecto Péret se muestra francamente pesimista: “Yo no he logrado hallar nada, luego de buscar por todas partes.”

Pero ese mismo año Breton encontró a la chilena Elisa Bindhoff, quien será su tercera esposa, y logra mantenerse en Nueva York, para más tarde viajar a Canadá, Arizona y Nuevo México. Continúa publicando vvv, y con el concurso de Péret consigue para el número cuatro la anhelada colaboración, de título En bas, donde Leonora finalmente condensó su experiencia en la clínica de Santander, texto que aparecerá en inglés como “Down below”. Breton, contentísimo, asegura a Péret que está más que satisfecho con el texto –le parece “sensacional”–, aunque se queja de que tuvo que mandarlo traducir a un costo de sesenta dólares, y lamenta solo poder publicarlo de manera fragmentaria. Pero su entusiasmo no ceja:

Dile a Leonora que sigo siendo su gran admirador (a ella le gusta saberlo, y por lo demás es algo enteramente cierto). Este verano me escribió una carta maravillosa, de una verdadera inteligencia de vida, que he llevado conmigo y he leído por doquiera en voz alta, sin llegar a saciarme del estallido de carcajadas que contiene en su entraña. Creo que es por complejo de inferioridad que aún no le he respondido. Pero su estrella brilla para mí.

((Breton a Péret, 15 de noviembre de 1943 [Doucet].))

¿Transmitía Péret a Leonora los vehementes mensajes de Breton?, ¿había en ellos, más que afecto, una inclinación amorosa? En marzo de 1944, Péret lo pone al tanto de que Leonora ha dejado a Renato Leduc, y ahora vive en casa de Remedios y con un nuevo compañero, el fotógrafo húngaro Emerico Weisz, a lo que Breton responde: “Dile a Leonora que todo lo que la haga feliz me regocija, y que le deseo la dicha máxima, porque es uno de los únicos seres que pueden pretender alcanzarla.”

((Breton a Péret, 29 de marzo de 1944 [Doucet].))

Meses más tarde, en septiembre de 1945, Péret le anuncia que Leonora acaba de tener un hijo, y el 12 de mayo de 1947, cuando Breton ya está de vuelta en París con su mujer, Elisa, le da una última noticia: “Leonora está absorbida por la maternidad y espera un segundo hijo.”

((Breton a Péret, 12 de mayo de 1947 [Doucet].))

Si, en efecto, Breton pudo prendarse de Leonora Carrington, ella supo guardar distancia. Lo conocía muy bien. Muchos años después declaró a Mark Polizzotti, biógrafo de André Breton: “Él deseaba una musa. Cuando una mujer ya no podía serlo para él, se cansaba de ella. Estaba enamorado de la imagen, y no podía enfrentarse a la realidad de todos los días.”

((Mark Polizzotti, op. cit., p. 495.))

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(ciudad de México, 1956) es poeta y ensayista. Su libro más reciente es 'Persecución de un rayo de luz' (Conaculta, 2013).


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