Michael Chase es investigador senior en el Centro Jean Pépin (UMR 8230-École normale supérieure) del Centro Nacional de Investigación Científica, París-Villejuif, Francia, así como profesor adjunto en la Universidad de Victoria, Canadá. Trabaja en la intersección de la filosofía griega, árabe y latina, y ha publicado ampliamente sobre filosofía antigua grecorromana, patrística griega y latina, y filosofía medieval latina y árabe. Fue alumno de Pierre Hadot y ha traducido al inglés media docena de sus libros.
Los intereses de Chase son amplios, multiculturales e interdisciplinarios. Le interesa la relación entre la ciencia contemporánea y la filosofía antigua, la transmisión de la filosofía griega al mundo islámico y la filosofía comparada antigua y contemporánea en general. Sus proyectos actuales incluyen ediciones críticas de dos textos filosóficos árabes (Notas sobre la teología de Aristóteles, de Avicena, y la versión árabe del tratado Sobre el intelecto, de Alejandro de Afrodisia). Actualmente trabaja en una monografía sobre las técnicas de meditación en el pensamiento griego, islámico, judío, bizantino y latino medieval.
Tú fuiste discípulo de Pierre Hadot. Cuéntanos acerca de él y de los orígenes de la concepción de “la filosofía como forma de vida”.
Pierre Hadot (1922-2010) fue un historiador de la filosofía griega y latina en el prestigioso Colegio de Francia de París. Desde muy joven tuvo algunas experiencias de su unidad con el cosmos, lo cual lo hizo interesarse en el estudio de la mística occidental. Comenzó a estudiar textos filosóficos muy complejos, sobre todo de algunos filósofos neoplatónicos. Poco a poco, se percató de que estas filosofías, por interesantes que fueran, estaban muy alejadas de los intereses de la mayor parte de la gente. En los años setenta empezó a interesarse más en filosofías como el estoicismo y el epicureísmo, escuelas que, en vez de especular sobre la naturaleza última de la realidad, se concentraban en dar consejos a las personas sobre cómo vivir. Por una parte, aconsejaban sobre cómo mejorar la propia personalidad de los miembros de la escuela, enseñándoles remedios contra el orgullo, el miedo, o el enojo, la curiosidad excesiva, la tendencia a hablar demasiado, etcétera. Por otra parte, proponían ejercicios concretos destinados a ayudarnos a alcanzar lo que Hadot llamaba la “consciencia cósmica”, es decir, el darnos cuenta de que cada uno de nosotros no está aislado, sino que es parte íntegra de un Todo mucho más extenso. Hadot descubrió que el método principal que utilizaban estos autores para ayudar a su público y a sus lectores a transformarse de esa manera era lo que él llamaba los “ejercicios espirituales”. No se trata de los ejercicios espirituales de Ignacio de Loyola, sino justamente de ejercicios ya practicados desde la antigüedad griega y romana, que recurrían no solo a la razón, sino a otras facultades como la imaginación, con miras a ayudar en este proceso de mejoramiento y de transformación personal.
Según Pierre Hadot, estos ejercicios pueden ayudarnos a vivir de manera más libre, más autónoma y feliz. De hecho, llegó a la conclusión de que estos ejercicios espirituales, destinados a cambiar el modo en que las personas se perciben a sí mismas y al mundo, eran lo más fundamental en la filosofía. La filosofía en la antigüedad no consistía solamente, como tiende a ser ahora, en la elaboración de teorías y la redacción de tratados filosóficos y artículos escritos de manera muy técnica; al contrario, era una serie de estos ejercicios espirituales destinados a transformarnos. Hadot fue desarrollando esta concepción no solo como descripción de la filosofía antigua sino como norma para definir lo que debería ser la filosofía en todos los tiempos, incluso hoy en día: la filosofía no se debe limitar a la escritura de artículos de textos técnicos, sino que debe ayudarnos a vivir mejor y a mejorar como personas. Esto es parte de lo que él llamaba “perfeccionamiento”: cada día, gracias a los ejercicios espirituales podemos ser cada vez mejores y sufrir un poco menos. Por medio de los ejercicios espirituales podemos llegar a disciplinar nuestro discurso interior, o sea nuestros pensamientos, y, por lo tanto, nuestro discurso exterior.
¿De qué forma contribuye el proyecto de la filosofía como forma de vida a revitalizar la democracia?
Esa es una pregunta importante. Por un lado, ya mencioné que parte del proyecto de Pierre Hadot es democratizar o redemocratizar a la filosofía misma, o sea, actuar de modo que todo el mundo se pueda interesar en la filosofía. Esto empieza por el lenguaje. Hadot escribe en un francés muy claro, sencillo y limpio, lo cual hace que sea un placer traducirlo al inglés como yo lo he hecho con media docena de sus libros. Esta sencillez, esta claridad ya es sumamente democrática. Sus escritos son accesibles para todo el mundo; de hecho, han sido utilizados por gente que se dedica a la ecología, el feminismo, el estudio de las religiones, la administración, la enfermería, etc. Esto me ha permitido proponer que la filosofía de Pierre Hadot podría ser una especie de tercera vía entre, por un lado, la filosofía analítica y, por el otro, lo que los norteamericanos han llamado “filosofía continental”, término que designa la fenomenología y a pensadores que se inspiran principalmente en Heidegger y en Nietzsche. Lo que tienen en común estas dos corrientes de la filosofía es que son difíciles de leer sin preparación. La filosofía analítica tiende a ser bastante árida por su frecuente uso de una especie de jerga técnica y de símbolos de la lógica matemática; la filosofía continental, por su parte, tiende a ser muy retórica, llena de frases muy complicadas y juegos de palabras muy eruditos. No es el caso con Pierre Hadot. Por lo general, es bastante claro lo que quiere decir, sobre todo en sus libros destinados al gran público, desde su primer libro sobre Plotino hasta La ciudadela interior, ¿Qué es la filosofía antigua? y su último libro sobre Goethe y los ejercicios espirituales. Todos están escritos de una manera muy sencilla sin demasiada retórica y sin jerga académica.
El movimiento inspirado por Pierre Hadot conocido hoy como la PWL (Philosophy as a Way of Life) tiene, como una de sus tareas principales, problematizar lo que yo considero el peligro principal hoy en día para la democracia: el fenómeno de la propaganda falsa, conocido en inglés como fake news, que, con la creciente importancia de las redes sociales y los avances de la tecnología de los deepfakes, hacen que para el ciudadano común sea cada vez más difícil distinguir lo verdadero de lo falso y de la mentira. Este fenómeno hace muy problemática la sobrevivencia de la democracia, como lo estamos viendo con el triunfo de movimientos populistas de derecha y de extrema derecha en Estados Unidos y en varias partes de Europa.
¿Cuáles consideras que son las ventajas y las desventajas de hacer de la filosofía un modo de vida y no encasillarse en la mera labor académica?
La ventaja principal, creo, es la democratización de la filosofía. En la antigüedad, como nos recuerda Hadot, un filósofo no era alguien que publicaba tratados filosóficos ni que necesariamente enseñaba en una institución académica. Era alguien que vivía de una manera filosófica. Hadot pensaba que hoy también la filosofía debería ser accesible a todo el mundo. La filosofía no debe concentrarse en los departamentos universitarios de filosofía, en donde con frecuencia se habla de cuestiones técnicas que no tienen mucho que ver con la vida de la gente común y corriente; debería tratar los asuntos que les importan a las personas en el transcurso de su vida. Por ejemplo, algo que suele excluirse en los estudios universitarios de filosofía hoy en día es lo que yo he llamado las grandes preguntas, como cuál es el sentido de la vida, cómo hemos de vivir, etcétera. A veces en los departamentos universitarios de filosofía –sobre todo en la tradición analítica– se cree que estas no son las preguntas correctas, sino que se trata de “errores de categoría” o algo así. Sin embargo, esas son las preguntas que los seres humanos siempre se han hecho, y eso justifica que busquemos respuestas a estas preguntas totalmente legítimas. Siempre ha habido una necesidad, aun entre los que no son filósofos profesionales, de encontrar respuestas a algunas de estas preguntas profundas sobre el sentido de nuestra existencia, y si nosotros los filósofos profesionales no tratamos de ocuparnos de ellas y de dar algunas buenas pistas hacia una mejor comprensión de estas preguntas y sus soluciones, entonces la gente va a buscar en otra parte a riesgo de caer en la trampa de charlatanes de toda clase: cultos, libros de autoayuda malhechos, etc.
¿En qué se distinguirían la filosofía como forma de vida y los proyectos populares de autoayuda?
Regresemos por un instante al origen de esta noción de filosofía como forma de vida y de los ejercicios espirituales que la constituyen. Pierre Hadot desarrolló estas ideas sobre la base de un estudio filológico muy cuidadoso de los textos antiguos, método que adquirió mientras trabajaba en sus ediciones críticas de textos tanto griegos como latinos. Esto lo llevó a creer de manera fundamental en la importancia de la objetividad, creencia que lo acompañó durante toda la vida. En efecto, aunque no puede hacerse de lado la intención del autor de un texto antiguo, la meta de la filología debe ser aproximarse en la medida de lo posible al sentido del texto. No es cierto lo que decía Nietzsche, que todo es interpretación y cualquier interpretación vale. Al contrario, según Hadot hay interpretaciones correctas y hay interpretaciones falsas; hay traducciones de textos antiguos que son aceptables y otras que no lo son. No se puede decir cualquier cosa sobre un texto antiguo. Es más, la filología y la interpretación de los textos antiguos tienen esto en común con las así llamadas “ciencias duras”: la realidad objetiva sirve de control a nuestras especulaciones, y para llegar a la verdad objetiva tenemos que poner entre paréntesis nuestros propios prejuicios, preferencias, intenciones, etc., y en este sentido se puede decir que tanto la filología como las ciencias duras se pueden considerar como ejercicios espirituales. Cuando traduzco textos antiguos y modernos, me doy cuenta de que para traducir bien tengo que poner mi punto de vista entre paréntesis. No se trata de mí cuando traduzco un texto, de mis preferencias o de lo que, en mi opinión, el autor hubiera debido decir, sino de lo que dijo. Trato de meterme en la cabeza del autor antiguo hasta cierto punto, y trato de reproducir en los lectores, en la medida de lo posible, el mismo efecto que el autor antiguo quería producir en su propia audiencia. En ese sentido la filología y la traducción son excelentes ejemplos de un ejercicio espiritual, porque un ejercicio espiritual se puede definir como una actividad que nos permite salir de nosotros mismos, salir de nuestra propia cabeza, darnos cuenta de que el mundo no gira alrededor de nosotros. Es más, estudios como los del psicólogo de origen húngaro Csíkszentmihályi han mostrado que cuando se le pregunta a un buen número de personas cuáles han sido los momentos más felices de sus vidas, responden diciendo que son lo que Csíkszentmihályi llama una “experiencia de flujo” (flow experience), es decir, una experiencia en que uno se concentra tanto en lo que está haciendo que se olvida de sí mismo.
Regresando a la pregunta, yo diría que lo que distingue la filosofía como manera de vivir de los proyectos de autoayuda es, por un lado, que el programa de Pierre Hadot está basado sobre los textos antiguos estudiados con el grado más alto de seriedad filológica. No son invenciones de la pura nada, sino que los ejercicios espirituales son técnicas que se han practicado en la antigüedad: tenemos los textos antiguos que podemos traducir, reproducir, interpretar, y que nos muestran cuáles eran y cómo se practicaron. Este fundamento en la realidad histórica tal como nos la revelan las ciencias filológicas es una suerte de garantía que no existe en los libros de autoayuda.
Finalmente, me gustaría regresar a la triple disciplina de la filosofía que Pierre Hadot descubrió en los escritos de Epicteto y de Marco Aurelio. Según estos pensadores, las tres partes de la filosofía –lógica, física, ética– están tan íntimamente relacionadas que no se puede practicar alguna sin practicarlas todas. De hecho, aunque la filosofía se puede dividir en partes cuando se la enseña, en la vida práctica el acto de filosofar consiste en la práctica simultánea e indisociable de la lógica vivida, de la física vivida, de la ética vivida. Se sigue de esto que la filosofía como forma de vida no es simplemente retirarse de la vida para concentrarse únicamente en uno mismo y en su propio bienestar, quedándose indiferente ante lo que pasa en la sociedad en que vivimos. Ya hemos visto que para la PWL la ética consiste en el esfuerzo de asegurarse de que todos los actos del individuo sean para el beneficio de la comunidad. Eso es un aspecto que creo que hace falta en muchos de los libros de autoayuda. En algunas versiones populares de la meditación, por ejemplo, encontramos que los expositores se dirigen a su público de la siguiente manera: “tú, lector, ya eres perfecto tal y como eres. No tienes que ser mejor, basta como eres, pues eres maravilloso y solo tienes que aceptarte y amarte tal como eres”. Esta idea sería anatema para Pierre Hadot, quien enfatiza la necesidad del “perfeccionamiento” en el sentido de que, para él, el sentido de la vida consiste en ser mejor todos los días. Los filósofos antiguos, seguidos por Pierre Hadot, creían que uno tenía que ser lo mejor que se pueda.
Aquí llegamos a un último punto que me gustaría tocar rápidamente. Una de las ideas fundamentales de Pierre Hadot, y desde luego de la filosofía como forma de vida, tiene que ver con la identificación del verdadero sí mismo (self). A partir de pensadores como Marco Aurelio, Plotino y otros, Pierre Hadot reconoce la idea de que nuestro self no es lo que normalmente pensamos. Nos equivocamos cuando tratamos de identificar exactamente en qué consiste nuestro “yo”: si se nos hace la pregunta sin preparación, responderíamos diciendo que soy fulano, nací de tales padres en tal fecha, en tal ciudad, y luego crecí, tengo tales rasgos de carácter, hago esto o lo otro para ganarme la vida, etcétera. En otras palabas identificamos nuestro “sí mismo” o nuestro “yo” con el yo autobiográfico o narrativo de todos los días: el conjunto de deseos, recuerdos y esperanzas individuales y personales. Sin embargo, para Hadot, siguiendo en esto a pensadores antiguos como Plotino y Marco Aurelio, no es así. Para estos pensadores, existe otro sí mismo, otro ser más profundo que es más objetivo y universal. La meta de la filosofía es la identificación con este yo más alto y más profundo, más universal y más objetivo. Este yo más profundo ya no tiene únicamente que ver con nuestros intereses individuales, sino que en cierto sentido la idea de nuestra individualidad es una ilusión. De hecho, no estamos ni solos ni aislados dentro del cosmos, un punto de vista que se ha ido confirmando por ciertas corrientes del pensamiento científico contemporáneo, que señalan que hablar del aislamiento de una partícula cuántica aislada es nada más que una mala aproximación (C. F. von Weizsäcker). Para mí, esta realización de nuestra dependencia de todo el resto de la realidad, incluyendo a nuestros vecinos dentro de la sociedad en que vivimos, no es sino otra manera de formular la meta de los ejercicios espirituales: la consciencia cósmica. Es la realización, obtenida gracias a un cambio de perspectiva, de que el mundo no gira alrededor de nosotros como individuos. Esta realización, que pueden proporcionar los ejercicios espirituales como la “vista desde arriba”, nos puede ayudar a relativizar nuestros problemas, facilitando a la vez nuestra apertura y nuestra compasión hacia nuestros vecinos, y eventualmente, como en el budismo, a todos los seres vivientes. ~