Los compromisos de la renuncia

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Hernán Casciari ha sido una presencia constante del medio literario latinoamericano desde hace varias décadas. En aquel 2010 que parece sucedido hace cien y no doce años, Casciari anunció muy públicamente su renuncia a los medios en los que por entonces colaboraba: la editorial Plaza & Janés, con la que publicaba en España; el grupo editorial Random House Mondadori, bajo el sello Grijalbo en México y Sudamericana en Argentina, y los periódicos La Nación en Argentina y El País en España, en los que contaba con sendas columnas publicadas por varios años. Casciari anunció su retiro de aquellos grupos editoriales en una entrada en su blog titulada “Renuncio”.

Sus motivos solo parecen haberse hecho más comunes en la industria. Casciari aducía que los periódicos y las revistas estaban condicionados por los anunciantes, quienes metían las manos donde no les correspondía y terminaban afectando a los autores y sus espacios: la extensión de una columna podía reducirse con facilidad si una pauta publicitaria así lo requería. Sobre las editoriales, Casciari afirmaba que el aparato de ventas resultaba desfavorable para escritores que terminaban vendiendo menos de lo que podían gracias a la distribución defectuosa y la desconexión con el público. Nada nuevo, en realidad, y tampoco nada falso. Casciari abandonaba los medios tradicionales en pos de proyectos autogestivos, financiados por una comunidad interesada en adquirir el resultado de ese proyecto. Detrás de su renuncia había un compromiso: en específico, junto a su amigo Christian “el Chiri” Basilis, Casciari se comprometió con un proyecto llamado Orsai: una revista literaria sin anunciantes ni pautas publicitarias.

Orsai es una traducción fonética de offside, el fuera de lugar del futbol: aquella angustiante posición en la que el delantero, solo frente a la portería, se da cuenta de que está demasiado solo; ningún defensa del equipo contrario está en línea con su posición y, por lo tanto, cuenta con una ventaja injusta. Y aunque Casciari y su gente se sentían así, fuera de lugar, la revista ha resultado un éxito: por sus páginas han pasado textos inéditos de escritores como Selva Almada, Juan Villoro o Eduardo Sacheri, y su publicación, aunque con pausas e intermitencias, ha sido constante. Pronto, de Orsai se desprendió una segunda revista, Bonsai, dirigida al público infantil, y más tarde, una editorial homónima que publica los libros de Casciari, pero también de otros autores. Su audiencia ha crecido tanto que podríamos decir que Orsai ya no es solo una publicación, una editorial o una productora: sería más adecuado decir que Orsai es una comunidad que postula y financia proyectos creativos independientes del Estado y del gran capital privado. Y su siguiente gran aventura, decidió la comunidad hace dos años, es la producción audiovisual.

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Orsai Audiovisuales es una extensión del compromiso renuente que animó la fundación de Editorial Orsai. El principal objetivo es financiar proyectos creativos sin anunciantes, ejecutivos o burocracia, aspectos que irritan sobremanera a Casciari y a su equipo. “Tener que meter la energía en lugares diferentes a los creativos, ese es mi gran miedo, en golpear la puerta de un banco, en la burocracia de la logística económica”, dicen en el primer episodio del podcast de La uruguaya, una de las múltiples instancias digitales donde se puede seguir la producción de esta película.

Basada en la novela de Pedro Mairal, La uruguaya cuenta la historia de Lucas Pereyra, un escritor cuarentón argentino que viaja a Uruguay para cobrar un dinero pero, sobre todo, para encontrarse con Magali Guerra, una joven uruguaya de la que quedó prendado un año atrás, durante un festival literario. La novela de Mairal, publicada en 2016 por los Libros del Asteroide, fue un éxito de crítica y de ventas, y Casciari compró los derechos para llevarla al cine. Luego pasó un tiempo rumiando cómo lograría financiar la película, un negocio completamente nuevo para él.

La respuesta, como suele pasar, estuvo frente a sí todo el tiempo. En 2020, Casciari anunció que el financiamiento de La uruguaya se conseguiría a través de la venta de bonos de cien dólares a todas aquellas personas que quisieran adquirirlos. Los bonos garantizarían el crédito de “productor ejecutivo” y la participación en la toma de ciertas decisiones, un aspecto atractivo para los inversores. Nacía de esta forma Orsai Audiovisuales: ocho meses después del anuncio, seis mil bonos habían sido adquiridos por casi dos mil aspirantes a productores. Seiscientos mil dólares, la totalidad del presupuesto proyectado, habían sido recaudados para filmar La uruguaya.

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Tener dos mil productores para una sola película es una cosa inusual: tan inusual que Javier Beltramino, uno de los productores de Orsai, relata que la plataforma imdb no permitía dar de alta la película precisamente por esa razón. Beltramino tuvo que comunicarse directamente con los administradores para explicarles el modelo de financiamiento, y fue entonces que el sitio permitió ingresar a los mil 937 inversores con crédito de productor ejecutivo.

No es la única dificultad que ha surgido a causa de este modelo atípico. Tras la idea de Casciari existe un espíritu que colinda a veces con el anarquismo, otras con el comunitarismo e incluso con el libertarismo y que conlleva nuevos retos de organización y de toma de decisiones. Si en una producción tradicional usualmente es el ejecutivo de la productora –o, en su defecto, el productor ejecutivo que ha puesto mayor cantidad de dinero– quien tiene la última palabra, en el modelo de Orsai la cosa no es muy distinta: al final, en el cine manda quien pone el capital. La diferencia estriba en que, cuando son dos mil las personas que han financiado una película, se impone la necesidad de crear nuevos instrumentos para alcanzar el consenso.

Así, en Orsai Audiovisuales la asamblea juega un papel vital. Dentro de las vías establecidas por Casciari y por el núcleo duro de la película –entre quienes se cuenta Ana García Blaya, directora de Las buenas intenciones, y Chiri Basilis, quien acá es “jefe de guion”– existen decisiones que deben tomarse entre todos los miembros. A través de una aplicación (y un blog, y un podcast, y grabaciones de videollamadas: el metraje de la producción de La uruguaya superará sin problema al metraje de La uruguaya), los productores se enteran de los avances al tiempo que votan en el casting de los actores protagonistas. Los elegidos fueron el argentino Sebastián Arzeno, que ya había trabajado con García Blaya en Las buenas intenciones y que va por su segundo crédito de actuación, y la uruguaya Fiorella Bottaioli, joven actriz que hasta ahora ha trabajado más en publicidad que en cine o televisión, ambos los candidatos favoritos de Casciari.

Pero no siempre se hace la voluntad del creador: cuando el núcleo duro del proyecto no logró acordar si preferían estrenar en las salas del circuito comercial o no, el tema se fue a votación con los productores. Casciari estaba en contra: “tenía muy clara mi negativa, del mismo modo que estaba en contra de que la revista Orsai estuviera en kioscos. Para mí, el cine comercial es una cagada”, dice en entrevista, y remata: “yo quería que los proyectos de Orsai Audiovisuales estuvieran en lugares mucho más divertidos”. Los productores discreparon: algunos por nostalgia, otros por heroísmo, pero la mayoría prefirió luchar contra el proverbial Goliat y exhibirse en el circuito comercial al lado del más reciente estreno de Marvel o Disney. Ni modo: la renuncia a los financiamientos tradicionales implica un compromiso con las particularidades de las nuevas formas de fondeo.

En octubre de 2021, cuando llegó uno de los días más importantes del proyecto –el comienzo del rodaje–, la comunidad se sumó en calidad de lo que fuera: extras, contadores, jalacables. Lo que hiciera falta en el set, los participantes lo proveían. Casciari afirma que es esto, precisamente, lo que lo hace continuar: saber que “vas a poner tu energía en algo con un montón de gente amiga y no de otra gente”. No ejecutivos, no marcas, no pautas publicitarias: gente amiga. Ante este sueño casi materializado, resulta difícil no dejarse seducir al menos un poco por el espíritu comunitarista de Orsai.

Una de las preguntas que se desprenden de este proyecto es la viabilidad del modelo de financiamiento y su posible injerencia en un momento en el que el cine está cambiando aceleradamente. A Casciari, sin embargo, esas preguntas le parecen producto de una época fundamentalmente ansiosa, y, en lo que llegan las respuestas, Orsai Audiovisuales prepara sus próximos proyectos incluso cuando La uruguaya todavía no está terminada –y en esta fase de la edición resulta imposible ver material de la película, como cuenta Javier Beltramino, aunque los miembros productores ya han visto avances–: un documental y una miniserie.

Y es que quizá la pregunta no sea si este modelo es financieramente viable en general, sino si es viable para Orsai. Esa pregunta es más sencilla de responder: la comunidad que Casciari ha alimentado desde hace más de diez años solo ha sabido crecer, y está dispuesta a comprometerse con nuevas propuestas. Según su creador, un posible porvenir sería que la comunidad Orsai participe en proyectos más grandes, colaborando incluso con otras productoras y acaso otras formas de financiamiento. Bastante compromiso para un proyecto que nació del abandono, podría decirse.

Por lo pronto, todavía falta ver el resultado final de La uruguaya: el destino de esa película pende en el aire. El camino para su estreno aún es largo, y está por verse la calidad del producto final. Por ahora, esto poco importa: más que revolucionar la forma de hacer cine, la comunidad Orsai está más interesada en hacer cine a su manera y aprender y divertirse en el proceso. Y viendo cómo están las cosas en el mundo, alcanzar esa sola meta parece razón más que suficiente para intentarlo. ~

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Luis Reséndiz (Coatzacoalcos, 1988) es crítico de cine y ensayista.


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