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āEl Ćŗnico defecto de los escri- tores realmente buenos es que casi siempre ocasionan que haya muchos malos o regularesā, escribiĆ³ Georg Christoph Lichtenberg. El escritor uruguayo Horacio Quiroga recomendĆ³, por el contrario: āCree en un maestro (Poe, Maupassant, Kipling, ChĆ©jov) como en Dios mismo.ā Nuestra Ć©poca no tiene el patrimonio del deseo de convertir toda actividad en una sucesiĆ³n limitada de pasos predecibles y susceptibles de ser imitados. Pero sĆ parece la primera que ha proyectado ese deseo sobre el Ć”mbito de la producciĆ³n artĆstica. TambiĆ©n es la primera que cree posible dar satisfacciĆ³n total y efectiva a ese deseo.
El periĆ³dico inglĆ©s The Guardian comenzĆ³ en 2010 una serie de entrevistas a escritores britĆ”nicos en la que estos abordaban su prĆ”ctica y/o daban āconsejos para escribirā a sus lectores, a menudo en forma de decĆ”logo. Su antecedente era āLa filosofĆa de la composiciĆ³nā que Edgar Allan Poe publicĆ³ en 1846, pero tambiĆ©n los textos de algunos de sus discĆpulos, como Quiroga (āDecĆ”logo del perfecto cuentistaā, āLa retĆ³rica del cuentoā) y H. P. Lovecraft (El horror sobrenatural en la literatura), los cuales, a su vez, convertĆan la prescriptiva clĆ”sica y las retĆ³ricas medievales en algo apto de publicarse en un periĆ³dico. Albert Camus afirmĆ³ que āsiempre hay una explicaciĆ³n social para lo que vemos en el arte; solo que esta no explica nada de importanciaā: la de estos textos debe buscarse en el surgimiento de una prensa popular Ć”vida de colaboraciones literarias. Los textos de Poe y Quiroga pretenden definir una poĆ©tica personal, dar cuenta de unas influencias y/o recortar una zona de temas y de intereses que les pertenecerĆan en exclusiva. Pero tambiĆ©n seƱalan la emergencia de un mercado para cierto tipo de textos y su consiguiente promesa de profesionalizaciĆ³n para el escritor y (como afirma Quiroga) para aquellos que deseen āescribir cuentos sin las dificultades inherentes a su composiciĆ³nā. La prensa moderna persigue un ideal pretendidamente democratizador y quizĆ” tan solo populista. āCuando pedimos consejo por lo general estamos buscando un cĆ³mpliceā, escribiĆ³ el marquĆ©s de La Grange; es esa complicidad la que constituye el objetivo Ćŗltimo de la prensa y sus primeras incursiones en el gĆ©nero de las āinstrucciones de autorā: todos pueden comprar un periĆ³dico, todos pueden leerlo, todos pueden escribir en Ć©l.
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Acerca de las āinstruccionesā de escritores se puede decirlo todo, menos lo que no es posible mencionar. No son āpoĆ©ticas de autorā, ya que estas carecen del carĆ”cter prescriptivo que se arroga el supuesto āconsejoā;1 tampoco son āmanuales de escrituraā, puesto que a menudo abordan solo tangencialmente las tĆ©cnicas literarias: no son (finalmente) un resumen de los principios y/o reglas de un autor excepto en la pequeƱa medida en que este es consciente de ellos. Son enumeraciones caĆ³ticas y no siempre muy elaboradas que, en su conjunto, constituyen una negaciĆ³n involuntaria de la posibilidad de extraer cualquier conclusiĆ³n: Juan Carlos Onetti y Javier Cercas aconsejan a sus lectores desinteresarse por los aspectos econĆ³micos de la literatura; para Robert A. Heinlein, Ian Rankin, Isaac Asimov y Virginia Woolf hay que āconocer el mercadoā. AdemĆ”s de predicar la devociĆ³n a los maestros, Quiroga recomienda a sus lectores: āResiste cuanto puedas a la imitaciĆ³n, pero imita si el influjo es demasiado fuerteā; āNo sigan modas, abjuren del maestro sagrado antes del tercer canto del galloā aconseja, a su vez, otro uruguayo, Onetti. (Walter Benjamin tambiĆ©n estaba a favor de imitar a los maestros. Geoff Dyer, por su parte, amonesta: āNo seas uno de esos escritores que se condenan a chupĆ”rsela a Nabokov de por vida.ā) Quiroga, Kurt Vonnegut, Jr. y Elmore Leonard se inclinan por el comienzo āfuerteā (sin descripciĆ³n del estado del tiempo, sugiere este Ćŗltimo) que desaconseja Hilary Mantel. Isabel Allende, Gabriel GarcĆa MĆ”rquez y Carlos Fuentes coinciden (tambiĆ©n) en la exigencia de leer antes y durante la escritura, al igual que Dennis Lehane, Annie Proulx, Zadie Smith, Stephen King, P. D. James, Rankin y A. L. Kennedy (quien aconseja: āLee. Tanto como puedas. Tan profunda y amplia y nutritivamente como puedasā); sin embargo, Bethany Cadman, autora de una āmuy anticipada novela debut titulada Doctor Vanillaās sunflowers que se puede comprar en Amazonā, lo desaconseja, al igual que Will Self. GarcĆa MĆ”rquez, King y Leonard advierten contra los adverbios. Mark Twain, Quiroga y MarĆa JosĆ© Viera-Gallo se oponen al uso de adjetivos. George Orwell desaconsejaba el uso de la voz pasiva. Andrew Motion invita a āescribir para el maƱana, no para el hoyā, pero Fuentes propone āno dejarse seducir por [ā¦] la ilusiĆ³n de la inmortalidadā. Quiroga aconseja: āTen fe ciega, no en tu capacidad para el triunfo, sino en el ardor con que lo deseas.ā Para Julio CortĆ”zar, ānueve de los preceptos (de Quiroga) son considerablemente prescindiblesā.
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āHay tres reglas bĆ”sicas para escribir una novelaā, afirmĆ³ W. Somerset Maugham, y agregĆ³: āDesafortunadamente, nadie sabe cuĆ”les son.ā Algunos consejos que formulan los escritores son indudablemente buenos y no provocan perjuicios, o solo un perjuicio moderado: Helen Dunmore recomienda aprender poemas de memoria; Michael Morpurgo y otros (Diana Athill, Esther Freud, John Steinbeck) sugieren que es conveniente leer el primer borrador en voz alta; Mantel aconseja leer Para ser escritor de Dorothea Brande y hacer ātodo lo que dice, incluso lo que pienses que es imposibleā; Jonathan Franzen desconfĆa de los diccionarios (āMuy pocas veces los verbos āinteresantesā son āmuy interesantesāā, dice);2 Dunmore invita a sus lectores a unirse a āasociaciones profesionales que aboguen por los derechos colectivos de los autoresā; Alberto Chimal ofrece diez muy buenos āconsejos para meter un cuento en un concursoā; David Hare sostiene que āel estilo es el arte de sacarte del medio en un texto, no el de ponerte en Ć©lā; Zadie Smith sugiere āno confundir los reconocimientos con los logrosā. A pesar de ello, la mayor parte de las āinstrucciones de escritorā y el tipo de atenciĆ³n que le prestan los cursos de escritura creativa, la prensa (el New York Times replicĆ³ recientemente la iniciativa del Guardian con una secciĆ³n titulada āWriters on writingā, por ejemplo) y los sitios de autoayuda para aspirantes a escritor del tipo de Brain Pickings soslayan el hecho de que, como sostiene Roberto Ampuero, quien escribiĆ³ un āDodecĆ”logo del cuentista hechiceroā, ālos decĆ”logos literarios no son rieles de un tren, sino a lo sumo las nerviosas agujas de una brĆŗjulaā, ya que āla buena literatura es un milagroā.
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āUn escritor que establece preceptos para otros escritores es un idiotaā, afirmĆ³ Hans Magnus Enzensberger. āPara todo verdadero escritor las reglas de otro escritor solo sirven para romperlasā, sostiene Leonardo da Jandra. La refutaciĆ³n de la utilidad de las āinstruccionesā es un recurso habitual entre quienes las escriben,3 pero no es su refutaciĆ³n explĆcita sino la escasa utilidad prĆ”ctica de los consejos la que pone de manifiesto que estos no son otra cosa que puestas en escena de la figura del autor: como tales, satisfacen el deseo legĆtimo por parte del lector ingenuo de saber ācĆ³mo lo haceā su escritor/a de preferencia asĆ como las necesidades del profesor perezoso de escritura creativa. Y tambiĆ©n son, en los mejores casos, una advertencia irĆ³nica o no contra la ilusiĆ³n de (como sostiene Ćlvaro Ceballos Viro) āreducir a fĆ³rmula la escritura de textos que no sean formulĆsticosā. āUn buen libro es siempre una impugnaciĆ³nā, sostuvo RamĆ³n AndrĆ©s. āLa necesidad crea la formaā, dijo Vasili Kandinski. (Samuel Johnson dijo algo similar: āEs la prĆ”ctica la que crea las reglas, no las reglas las que crean la prĆ”ctica.ā) Vistas de forma individual, las āinstruccionesā de escritores ofrecen una lectura agradable y un puƱado de descubrimientos de improbable utilidad. Vistas en su conjunto, y dada su multiplicaciĆ³n en las redes sociales y en internet, donde son ampliamente compartidas, estas āinstruccionesā obligan a pensar en el hecho de que (aparentemente) la literatura constituye para algunos una simple sucesiĆ³n de tĆ©cnicas, al tiempo que para otros es sencillamente un obstĆ”culo inevitable, una actividad difĆcil y no particularmente placentera que debe ser llevada a cabo con la mayor rapidez posible en el camino hacia la realizaciĆ³n de la fantasĆa de āserā un escritor.4
Algo en uno tiende a disculpar las āinstruccionesā considerĆ”ndolas meras manifestaciones de una demanda especĆfica de pensamiento literario de baja calidad por parte de la prensa generalista (o como una expresiĆ³n mĆ”s del ego de ciertos autores), pero el hecho es que (bien vistas) la mayorĆa de ellas parece ocasionar perjuicios a la literatura al sugerir que esta serĆa el Ć”mbito de unas prĆ”cticas normalizadas y universales que ya habrĆa sido explorado en su totalidad, cosa que, por supuesto, la literatura desmiente una y otra vez: William Shakespeare no sabĆa de antemano quĆ© era lo āshakesperianoā de este mundo ni cĆ³mo producirlo; todo nuevo gran autor suspende las certezas preexistentes acerca de lo que un āgran autorā deberĆa ser, renueva el repertorio de las āimĆ”genes del escritorā, multiplica las figuras de una escena ya repleta de figuras, todas ellas radicalmente distintas unas de otras como en una pintura de Hieronymus Bosch.
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E. E. Cummings definiĆ³ la tarea de la literatura como la de āno ser nadie, salvo tĆŗ mismo, en un mundo que estĆ” haciendo lo mejor que tiene, noche y dĆa, para convertirte en otra persona, [lo que] significa luchar la batalla mĆ”s dura que cualquier humano puede lucharā. Se trata del tipo de cosas que las āinstrucciones de escritorā tienden a soslayar por definiciĆ³n. El resultado es una visiĆ³n social de la literatura que niega la condiciĆ³n mĆ”s especĆfica de ella, asĆ como la posibilidad de que, de alguna forma, y pese a los pronĆ³sticos, esta tenga un futuro. Robert Pinget afirmĆ³: āTodos esos pobres de hoy en dĆa que se ponen a escribir, la de desilusiones que les esperan.ā CabrĆa agregar, siguiendo a Pinget y al menos en relaciĆ³n con aquellos que creen poder acceder a la literatura a travĆ©s de un puƱado de consejos: a sus lectores tambiĆ©n les esperan la desilusiĆ³n y el hastĆo.
Quince consejos no necesariamente inapropiados/SelecciĆ³n
1 āLleva un lĆ”piz para escribir en los aviones. Los bolĆgrafos manchan. Claro que, si el lĆ”piz se rompe, no le puedes sacar punta: mejor lleva dos lĆ”picesā, Margaret Atwood.
2 āAlĆ©jate de la poesĆa moderna, es basuraā, Ray Bradbury.
3 āNunca pongas una fotografĆa de tu escritor favorito sobre tu mesa de trabajo, especialmente si el autor es famoso por haberse suicidadoā, Roddy Doyle.
4 āLos primeros doce aƱos son los peoresā, Anne Enright.
5 āNo trates de anticipar un lector ideal, o cualquier lector. Ćl o ella puede existir, pero estĆ” leyendo a otroā, Joyce Carol Oates.
6 āCĆ”sate con alguien que te ame y piense que es una buena idea que seas escritorā, Richard Ford.
7 āNo escribas en lugares pĆŗblicos. A comienzos de los noventa me fui a vivir a ParĆs. Las razones habituales entre escritores: por entonces, si te pillaban escribiendo en un pub en Inglaterra, podĆan patearte la cabeza, mientras que en ParĆs, dans les cafĆ©sā¦ Desde entonces he desarrollado una aversiĆ³n a escribir en pĆŗblico: ahora pienso que debe ser hecho Ćŗnicamente en privado, como otras actividades higiĆ©nicasā, Geoff Dyer.
8 āSi necesitas animarte, lee biografĆas de escritores que se hayan vuelto locosā, Colm TĆ³ibĆn.
9 āConsidĆ©rate una pequeƱa empresa de uno. LlĆ©vate a ejercicios de team building. Celebra una fiesta de Navidad cada aƱo en la que te quedes en un rincĆ³n de la habitaciĆ³n en la que escribes gritĆ”ndote ruidosamente a ti mismo mientras bebes una botella de vino blanco. DespuĆ©s mastĆŗrbate debajo de la mesa. Al dĆa siguiente sentirĆ”s una profunda y pegajosa sensaciĆ³n de vergĆ¼enzaā, Will Self.
10 āEscribe gratis hasta que alguien se ofrezca a pagarte; si nadie lo hace en el transcurso de tres aƱos, lo tuyo es talar Ć”rbolesā, Mark Twain.
11 āRecuerda: si te sientas a tu escritorio durante quince o veinte aƱos todos los dĆas, sin contar los fines de semana, te cambia. Lo hace. Puede que no mejore tu temperamento, pero hace otra cosa. Te hace mĆ”s libreā, Anne Enright.
12 āY si todo lo demĆ”s falla, reza. San Francisco de Sales, el santo patrono de los escritores, me ha ayudado a menudo a salir de situaciones crĆticas. Si quieres ampliar mĆ”s tu red, tambiĆ©n puedes tratar de llamar la atenciĆ³n de CalĆope, la musa de la poesĆa Ć©picaā, Sarah Waters.
13 āEscribe. Ni la desgracia que te inflijas a ti mismo, ni los estados alterados, los suĆ©teres negros o ser repulsivo en pĆŗblico te ayudarĆ”n a ser un escritor. Los escritores escriben. Hazloā, A. L. Kennedy.
14 āNo hay ningĆŗn secreto: uno simplemente descorcha la botella, espera tres minutos y dos mil aƱos o mĆ”s de artesanĆa escocesa hacen el restoā, J. G. Ballard.
15 āEs probable que necesites un diccionario, un libro rudimentario de gramĆ”tica y contacto con la realidad. Esto Ćŗltimo significa que nadie regala nada. Escribir es trabajo. TambiĆ©n es apostar. No tienes plan de pensiones. Alguna gente puede ayudarte un poco, pero, en sustancia, estĆ”s solo. Nadie te obliga a hacerlo: tĆŗ lo elegiste, asĆ que no lloriqueesā, Margaret Atwood. ~
1 Lo que se pone de manifiesto en el hecho de que la mayor parte de los autores de āinstruccionesā dan diez, como si estas fueran los mandamientos bĆblicos. (Son excepciones a la regla las tres āinstruccionesā de Diana Athill, las cinco de Ernest Hemingway, P. D. James y Annie Proulx, las seis de George Orwell y John Steinbeck, las siete de Margaret Atwood, las ocho de Vonnegut y Neil Gaiman, las once de Henry Miller, las doce de Roberto BolaƱo, las veinte de King y las treinta del verborrĆ”gico Jack Kerouac. Ni siquiera el muy poco cristiano Friedrich Nietzsche escapĆ³ a la tentaciĆ³n de que sus consejos literarios fueran diez como los mandamientos.)
2 Jack Kerouac, por su parte, aconsejaba āeliminar cualquier inhibiciĆ³n literaria, gramatical o sintĆ”cticaā, lo que (como sucede con la mayorĆa de las āinstruccionesā) en este caso solo sirve para escribir los libros de Jack Kerouac, al igual que las falsas recomendaciones de Poe que circulan desde hace algĆŗn tiempo en internet y proponen: āemplear un narrador poco confiable, preferentemente uno que no sepa que estĆ” loco ni tenga recuerdos de haber hecho cosas como cavar una tumba para arrancar los dientes de su amante, muerta poco tiempo atrĆ”sā, āincluir alguna mujer hermosa con rizos negros como el ala de un cuervo y piel de porcelana, de ser preferible muy joven, y hacerla morir trĆ”gicamente de algĆŗn mal desconocidoā y/o āante la duda enterrar vivo a alguienā.
3 āNingĆŗn aspirante a escritor deberĆa contentarse con la mera adquisiciĆ³n de reglas tĆ©cnicasā, recordĆ³ Lovecraft. āNunca olvides que incluso tus propias reglas existen para ser rotasā, invitĆ³ Esther Freud. Eudora Welty opinĆ³ que āes la escritura la que crea sus propias reglasā, y Hilary Mantel, que ācada nueva historia tiene sus propias demandas y ofrece razones para romper estas y otras reglasā. āLa mayor cuentista de mi generaciĆ³n fue Flannery OāConnor y ella rompiĆ³ prĆ”cticamente todas mis reglas: es lo que los grandes escritores tienden a hacerā, reconociĆ³ Vonnegut. Anne Rice sostuvo por su parte que no cree que haya āreglas universalesā: āNo hay nada mĆ”s triste que alguien tratando de aplicar un montĆ³n de reglas que no le sirven.ā (Y Joyce Carol Oates escribiĆ³ recientemente en Twitter: āEl mejor consejo para escritores: no hagas caso a ningĆŗn consejo tonto para escritores.ā) Neil Gaiman, finalmente, escribiĆ³: āLa principal regla para escribir es que, si lo haces con suficiente seguridad y confianza, estĆ”s autorizado para hacer lo que quieras. AsĆ que escribe tu historia como necesita ser escrita. EscrĆbela con honestidad y tan bien como puedas. No estoy seguro de que haya otras reglas. Al menos, no que importen.ā
4 En cuyo caso la pregunta inevitable es para quƩ ser escritor si no se desea escribir. (Ni leer.)
Patricio Pron (Rosario, 1975) es escritor. En 2019 publicĆ³ 'MaƱana tendremos otros nombres', que ha obtenido el Premio Alfaguara.