Ilustraciรณn: Manuel Monroy

Los nazis y las drogas

El รฉxito de las campaรฑas nazis en Polonia en 1939 y Francia en 1940 no se explica solo por la estrategia militar. Un estudio reciente pone sobre la mesa el papel fundamental de los fรกrmacos.
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En 1946 vio la luz, de manera pรณstuma, La extraรฑa derrota, una obra escrita por el historiador Marc Bloch entre agosto y septiembre de 1940. El autor, movilizado el aรฑo anterior, sufriรณ la contundente derrota francesa de mayo-junio de 1940 frente a las tropas del Tercer Reich. Las causas del fiasco son el centro del libro, que, a pesar de estar redactado algunas semanas despuรฉs de los acontecimientos en cuestiรณn, supone un anรกlisis profundo y altamente incisivo. En la segunda parte, que es la mรกs extensa, se intenta dar respuesta a la interrogante sobre las razones del fracaso de 1940 y las responsabilidades militares. Para Bloch, la principal de las causas era la incapacidad del mando para preparar y hacer la guerra y, asimismo, para pensarla. En su opiniรณn, โ€œel triunfo de los alemanes fue, esencialmente, una victoria intelectualโ€.

Una idea aparece con insistente frecuencia en estas reflexiones: mientras que los alemanes habรญan hecho una guerra de hoy, la de los franceses pertenecรญa al pasado. Estos รบltimos intentaron renovar, en 1940, los combates de 1915-1916. La acciรณn y la rapidez se contrapusieron al inmovilismo y la lentitud. La Wehrmacht llevรณ a cabo una guerra acelerada, con perpetuas sorpresas, sostenรญa el capitรกn Bloch, al tiempo que sus adversarios pensaban con retraso. El ritmo inesperado de los alemanes condujo a los franceses a un autรฉntico estado de estupefacciรณn y de escรกndalo. Los obstรกculos para comprender y aceptar la situaciรณn resultaban, segรบn el autor de La extraรฑa derrota, evidentes: โ€œNuestra propia marcha era demasiado lenta, nuestro espรญritu, igualmente, demasiado desprovisto de prontitud para permitirnos aceptar que el adversario podรญa ir tan rรกpido.โ€

Estas dificultades para entender la aceleraciรณn, la acciรณn y la velocidad alemanas de 1940, que, de hecho, no fueron exclusivamente suyas sino que de alguna manera han llegado hasta la actualidad, algo tienen que ver con no haber considerado un factor determinante: el uso masivo de drogas quรญmicas por parte de los soldados y oficiales del Tercer Reich. Esta es una de las interesantes tesis que sostiene el escritor y periodista alemรกn Norman Ohler en El gran delirio. Hitler, drogas y el iii Reich, un libro originalmente aparecido en 2015. Solamente un ataque y avance rapidรญsimos iban a permitir a los ejรฉrcitos de Hitler enfrentarse en el oeste a unos efectivos superiores en nรบmero y dotados de mayor armamento, en unos terrenos considerados inaccesibles. La soluciรณn pasaba por avanzar de dรญa y de noche sin parar, no durmiendo y casi sin comer. La metanfetamina, muchรญsimo mรกs efectiva y barata que el cafรฉ o el vino โ€“o, incluso, que la bencedrina usada por los britรกnicosโ€“, lo hizo posible. La Wehrmacht encargรณ entonces 35 millones de pastillas de Pervitin, tambiรฉn conocidas como pervitinas, a los laboratorios Temmler para los ejรฉrcitos de Tierra y del Aire.

La noche del 10 al 11 de mayo de 1940 tuvo lugar una masiva ingesta de pastillas, que fue seguida de otras tantas. Muchos aguantaron hasta diecisiete dรญas sin dormir. Conocemos los resultados en lo militar, pero pocas informaciones han quedado sobre los efectos ulteriores de la droga sobre los cuerpos y los cerebros, excepto algunas referencias aisladas e ignoradas a inevitables formas de dependencia o a infartos en oficiales de mรกs de cuarenta aรฑos y fotografรญas de soldados profundamente dormidos encima de los blindados o en cualquier otra parte tras acelerados dรญas de sobreexcitaciรณn y euforia. El pasmo de los franceses se nos antoja evidente. Tampoco Hitler alcanzรณ a hacerse una idea cabal de lo ocurrido y, ante el peligro que para su propia autoridad militar y ego suponรญan los triunfos imparables de generales de divisiรณn blindada como Guderian o Rommel, ordenรณ que las tropas se detuvieran en Dunkerque, permitiendo una evacuaciรณn coordinada por los britรกnicos. Guerra relรกmpago y metanfetamina iban a quedar, a fin de cuentas, estrechamente asociadas.

Norman Ohler asegura que conocemos ya todos los aspectos del nazismo y de la Wehrmacht, pero que, en cambio, no alcanzamos a comprenderlo รญntegramente. En este sentido, sostiene el autor, โ€œsi no entendemos el papel de las drogas en el iii Reich ni indagamos en los estados de conciencia relacionados con ellas, nos estamos perdiendo algoโ€. La acciรณn y la propaganda antidrogas llevadas a cabo por los propios nacionalsocialistas, asรญ como su apologรญa de lo sano, consiguieron ocultar, en algรบn modo, a historiadores y otros estudiosos la realidad sobre el consumo de sustancias alteradoras de la conciencia. Estamos ante un mito que debe ser deconstruido. Cierto es que, tras la toma del poder en 1933, los nazis prohibieron y persiguieron duramente las drogas โ€“los consumidores podรญan terminar, en algunos casos, en campos de concentraciรณnโ€“, que habรญan proliferado en la Alemania derrotada y deprimida de la posguerra. La morfina, la heroรญna y la cocaรญna estaban muy presentes en la dรฉcada de 1920 en un paรญs que ya era, a fines del siglo XIX, el gran laboratorio mundial de la industria quรญmica y farmacรฉutica. Quizรก sea exagerado e impreciso, aunque resulte efectista, decir que los nazis odiaban las drogas ya que โ€œquerรญan producir el mismo efecto que ellasโ€. Pero la realidad era que la sociedad germana necesitaba estimulantes.

El director quรญmico de los laboratorios Temmler, el doctor Fritz Hauschild โ€“futuro jefe de fisiologรญa deportiva de la RDAโ€“, descubriรณ, en 1937, una nueva manera de sintetizar la metanfetamina. Esta, hoy mรกs conocida como crystal meth o meta, se convirtiรณ en un producto disponible en cualquier farmacia y de exitoso consumo popular en comprimidos โ€“o, incluso, en forma de bombones que, segรบn rezaba la publicidad, potenciaban el rendimiento de las amas de casa, ayudรกndolas tambiรฉn a cuidar la lรญnea puesto que reprimรญa las ganas de comerโ€“ y bajo el nombre comercial de Pervitin. La metanfetamina no solamente no fue considerada una droga y no se profundizรณ en sus efectos secundarios, sino que se extendiรณ por todas las capas sociales y pasรณ a ser considerada la gran panacea que aumentaba el rendimiento y la motivaciรณn, disminuรญa el cansancio y el estrรฉs y, asimismo, impulsaba el apetito sexual. Incluso, una vez iniciada la guerra, sustituyรณ al cafรฉ, difรญcil de conseguir, en los desayunos. La depresiรณn alemana parecรญa ya cosa del pasado. Era, sostiene Ohler, el โ€œnazismo en pastillasโ€. La pervitina se convirtiรณ en producto de primera necesidad en una sociedad aquejada del mal totalitario. Pese a que desde 1939 se dispensaba a los civiles รบnicamente con receta mรฉdica, el consumo siguiรณ aumentando. Los militares, a la bรบsqueda de maneras nuevas de luchar contra el cansancio โ€“el papel del doctor Otto F. Ranke resultรณ fundamental, al frente del Instituto de Fisiologรญa General y de Defensaโ€“, hallaron en la metanfetamina un producto muy prometedor.

Un par de lรญneas, que se entrecruzan con frecuencia en las pรกginas de la obra, articulan la trama de El gran delirio. Hitler, drogas y el iii Reich: el uso de la metanfetamina y otras drogas por parte de la Wehrmacht, desde la campaรฑa de Polonia en 1939 hasta la de Rusia y la derrota final, pasando por la conquista de Francia, evocada mรกs arriba; y, asimismo, el creciente recurso por parte de Adolf Hitler, en especial a partir de 1937, a las โ€œinyecciones de fuerzasโ€ administradas por su mรฉdico personal Theodor Morell. Por lo que al primer tema se refiere, sabemos que en el ataque a Polonia de septiembre de 1939 no se hizo un uso sistemรกtico de la pervitina โ€“las pruebas efectuadas no lo aconsejabanโ€“, a diferencia de lo ocurrido meses despuรฉs en Francia. Pero todo indica, si se toman en cuenta los informes de los servicios sanitarios, una alta ingesta de pastillas. En uno de ellos, enviado por aquel entonces al doctor Ranke, se puede leer: โ€œTodos frescos y despabilados, mรกxima disciplina. Leve euforia y gran dinamismo. รnimos levantados, mucha excitaciรณn. Ningรบn accidente. Efectos prolongados. Visiรณn doble y cromรกtica tras la toma de la cuarta pastilla.โ€ El uso de la pervitina en la Luftwaffe tampoco fue corto. Como aseguraba un piloto, tras tomarla y en pleno vuelo: โ€œReina un silencio casi absoluto. Todo se vuelve insignificante y extraรฑo. Me siento extasiado, como si volara por encima de mi aviรณn.โ€ En 1941, a pesar de los esfuerzos de los alarmados miembros del Servicio de Salud del Reich por lograr que se considerara la metanfetamina como una droga y se tomaran las medidas pertinentes, todo quedรณ en nada. Los consumos civil y militar no hicieron mรกs que aumentar. En el mismo aรฑo, el alto mando de la Wehrmacht y el Ministerio de Armamento y Municiรณn, que dirigรญa el drogadicto de marca mayor Hermann Gรถring, declararon la pervitina de โ€œvital importancia bรฉlicaโ€.

Las ventajas de la metanfetamina en campaรฑas relรกmpago, como las de Polonia y Francia, no aceleraron, en cambio, la victoria en otras, en especial la de la Uniรณn Soviรฉtica. El tiempo que se pasaba bajo los efectos de la droga โ€“un solo grupo de infanterรญa recibiรณ en pocos meses, durante la invasiรณn, treinta millones de pastillasโ€“ obligaba a largos descansos. La pervitina acabรณ siendo muy รบtil sobre todo para aguantar y sobrevivir en las situaciones desesperadas que los militares alemanes acabaron viviendo en tierras rusas. Debemos tener en cuenta que, si tomamos como referente los estudios recientes sobre el consumo excesivo de crystal meth, unas dos terceras partes de los afectados sufren psicosis al cabo de tres aรฑos. Ello significa que, al final de la Segunda Guerra Mundial, los efectos psicรณticos debieron ser masivos. Sin olvidar, estรก claro, que รบnicamente un aumento de las dosis permitรญa mantener su efecto. La situaciรณn forzรณ a la Wehrmacht a desarrollar con precipitaciรณn nuevas drogas para reanimar a los soldados. Y ello se hizo todavรญa mรกs acuciante al poner en funcionamiento las โ€œunidades de combate de bolsilloโ€ en el mar. Las ss no se quedaron atrรกs. Las pruebas con el preparado D-IX, compuesto por cocaรญna, metanfetamina y Eukodal โ€“un fรกrmaco muy popular en la dรฉcada de 1920, cuyo principio activo es un opioide, la oxicodonaโ€“, fracasaron. En el proceso de bรบsqueda de la โ€œdroga infalibleโ€, la Marina de Guerra utilizรณ a reclusos del campo de Sachsenhausen como conejillos de Indias. En las misiones desesperadas de las microunidades de combate, al final de la contienda, se mascaron chicles de cocaรญna. Otros experimentos con derivados morfรญnicos y mescalina โ€“un alcaloide psicoactivo del peyoteโ€“ en el campo de Auschwitz, con el objetivo de controlar las conciencias y facilitar los interrogatorios de la Gestapo, no llegaron a concluirse y la informaciรณn acabรณ siendo requisada por los servicios secretos de Estados Unidos, que prosiguieron los ensayos en los aรฑos cincuenta.

La imagen de Adolf Hitler como persona de vida sana y vegetariano declarado merece, segรบn Norman Ohler, una revisiรณn profunda. Las anotaciones del dietario del doctor Morell, entusiasta de las vitaminas, han permitido al autor reconstruir el historial del llamado, en aquellos papeles, โ€œpaciente aโ€. Este รบltimo no soportaba que lo tocaran ni lo sometieran a tratamiento y su nuevo mรฉdico de cabecera desde 1936 no tenรญa ninguna intenciรณn de hacerlo. Para รฉl, las inyecciones obraban milagros โ€“o casiโ€“. Estas se convirtieron en habituales, con frecuencia una o mรกs veces al dรญa, a partir de 1937 y, muy en especial, desde 1941. Eran โ€œinyecciones de fuerzasโ€ โ€“inicialmente, sobre todo complejos vitamรญnicos y glucosaโ€“ que prevenรญan problemas o ayudaban a tener la frescura, la vitalidad o el aguante requeridos en cada momento, ya fuese para afrontar una reuniรณn, pronunciar un discurso, soportar el frรญo en un fino uniforme o mantener el brazo en alto el mayor tiempo posible. La presencia permanente de Morell al lado del Fรผhrer pasรณ a convertirse en imprescindible. Coincidiendo con la campaรฑa de Rusia, en agosto de 1941 Hitler enfermรณ por vez primera desde hacรญa aรฑos โ€“se trataba de disenterรญaโ€“ y entonces ni las vitaminas ni la glucosa resolvieron el problema. Para evitar nuevas crisis, el doctor Morell comenzรณ a inyectar a Hitler, agregรกndose a los anteriores, nuevas sustancias y preparados โ€“desde estimulantes metabรณlicos a hormonas sexuales y reconstituyentesโ€“ para aumentar las defensas y prevenir estados de agotamiento fรญsico y psicolรณgico. Ya no fue posible, en adelante, renunciar a ello. La mayorรญa de los productos eran de origen animal: sangre uterina, prรณstatas de ternero, hรญgado de cerdo o testรญculos de toro. El dictador era vegetariano y no comรญa carne, ciertamente, pero por su cuerpo circulaban todo tipo de restos de animales de matadero. La variedad de sustancias acumuladas en las jeringuillas alejaba toda idea de adicciรณn a algo especรญfico.

Las derrotas y una salud en declive, con un sรบbito e indisimulable envejecimiento, llevaron al paciente Adolf a reclamar un dopaje mรกs fuerte y contundente. En el segundo trimestre de 1943, el Eukodal, mรกs arriba citado, empezรณ a figurar con regularidad, al lado de todo tipo de productos, de la glucosa al Testoviron y el Vitamultin โ€“un preparado que comercializaba el propio Morellโ€“, en las anotaciones del doctor. Y tampoco faltaba el Pervitin. La salud del Fรผhrer iba, al margen de los momentos de euforia y aparente vitalidad inducidos, de mal en peor. No ayudaron a ello ni su progresivo aislamiento en bรบnkeres desde el verano de 1941 ni el atentado frustrado contra รฉl en la Guarida del Lobo. La cocaรญna fue, durante unos meses, objeto de entusiasta consumo. Entre septiembre y diciembre de 1944, las inyecciones de Eukodal se multiplicaron, con sus efectos secundarios de temblores, alteraciones del sueรฑo y estreรฑimiento. Ni unas venas extremadamente perjudicadas ni las cicatrices y costras โ€“la clรกsica โ€œcremalleraโ€ de los yonkisโ€“ podรญan detener los imprescindibles pinchazos. El entorno de Hitler abusaba tambiรฉn de las drogas. En los meses finales del conflicto mundial, las reservas de sustancias, preparados y fรกrmacos disminuyeron progresivamente hasta su desapariciรณn. El aumento de los temblores del paciente a y su notoria decadencia fรญsica deben relacionarse, sostiene Ohler, con el sรญndrome de abstinencia: โ€œHitler sin la droga solo era un pellejo enfundado en un uniforme pringado de papilla de arroz.โ€ La vuelta a la triste y entonces adversa realidad resultรณ inevitable. Hitler fue siempre consciente de sus actos, pero ahora, sin los analgรฉsico-narcรณticos, ya no podรญa desconectar ni imaginar mรกs victorias. El doctor Morell, tras dรญas en los que llenรณ las jeringuillas con lo que buenamente pudo encontrar, fue despedido a mediados de abril de 1945. Pocos dรญas despuรฉs, Hitler se suicidรณ.

Los acontecimientos vividos en Europa en la dรฉcada de 1930 e inicios de la siguiente pueden ser comprendidos, gracias a esta sensible aportaciรณn, que combina lo mรกs estructural y lo individual, de manera mรกs ajustada. Acierta plenamente Hans Mommsen cuando afirma que el libro cambia la visiรณn de conjunto sobre Hitler y el nazismo. De los indicios emergen a veces โ€“como bien sabรญa el gran Sherlock Holmes y teorizรณ, en el campo de la historia, Carlo Ginzburgโ€“ las cosas fundamentales. Durante muchos aรฑos se les escapรณ a los estudiosos, para decirlo en palabras de Ohler, que โ€œel nacionalsocialismo fue, literalmente, tรณxicoโ€. El autor, un novelista metido a ensayista histรณrico como รฉl mismo se define, nos ofrece un relato apasionante, muy documentado, trufado de ingeniosas ocurrencias โ€“del โ€œnazismo en pastillasโ€ al โ€œโ€˜Highโ€™ Hitlerโ€, sin olvidar el juego de palabras de la frase โ€œHabรญa quรญmica entre ellos โ€“y en ellosโ€“โ€, que alude a la confianza entre Gรถring y Hitlerโ€“ y bien construido. Tomar en prรฉstamo el yo del cronista literario para contar las visitas a los archivos y a los viejos lugares constituye un acierto del que los historiadores profesionales deberรญan tomar nota. รšnicamente he echado de menos algo mรกs de comparaciรณn con lo que estaba ocurriendo al mismo tiempo, en el tema del uso de drogas y estimulantes, en otros ejรฉrcitos europeos y americanos. El gran delirio. Hitler, drogas y el iii Reich, en palabras de su autor, โ€œse mete en la piel de unos asesinos en masa รกvidos de sangre y de un pueblo obediente que habรญa que limpiar de todo veneno racial o de otra รญndole, y se adentra en sus venas y arterias, por las cuales no corrรญa precisamente pureza aria, sino quรญmica alemana โ€“bastante tรณxica, por cierto.โ€ ~

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Jordi Canal (Olot, Girona, 1964) es historiador. Es catedrรกtico de la ร‰cole des Hautes ร‰tudes en Sciences Sociales, de Parรญs. Su libro mรกs reciente es '25 de julio de 1992. La vuelta al mundo de Espaรฑa' (Taurus, 2021).


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