Los raros: Jaime de Angulo tumbado al sol

En la vida de Jaime de Angulo cupieron varias, a veces dándose de puñetazos entre ellas para hacerse hueco.
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El héroe de Gary Snyder era español. Era en realidad el hijo pequeño de un matrimonio de españoles, ella madrileña y él burgalés, que se había instalado en París por desavenencias con sus familias. Esto ya es particular desde antes del nacimiento −en 1887− de nuestro héroe, que se llamó Jaime de Angulo y en cuya vida cupieron varias, a veces dándose de puñetazos entre ellas para hacerse hueco. A los trece años, cuando murió su madre, su padre lo mandó a un internado donde lo pasó fatal y del que salió rebotado. A él lo que le gustaba en París era visitar el Museo Guimet, dedicado al arte oriental y recién abierto en aquella época, y donde debió de fraguarse su interés por las costumbres y expresiones de otras culturas. Allí encontraba fantásticas figuras de budas meditando, coloridas láminas con hombres y mujeres con trajes fantasiosos sorprendidos en mitad de actividades cotidianas, terribles máscaras ceñudas que cuando te miraban a los ojos parecían a la vez estar escrutando el infinito. Eso era interesante, pero el internado era un asco, hasta el punto de que lo dejó, listo para lanzarse a la vida aventurera que lo convertiría en el ídolo del poeta más arquetípico vivo. Basta en realidad con toparse con alguna de sus borrosas fotos, con su llamativa indumentaria, la cinta en la frente, el torso desnudo, como un desgarrado guerrero de un ejército unipersonal, a lomos de un caballo sobre un fondo natural con troncos retorcidos o en el abigarrado interior de una cabaña atemporal, para caer seducidos por su enigmático encanto. Su rostro curtido, por las arrugas y el pelo electrizado y por su aire de iluminado inconvencible, recuerda, cuando ya es mayor, al de Ezra Pound, de quien se hizo amigo y que lo ayudó a publicar sus poemas, igual que lo harían Marianne Moore, Allen Ginsberg o Robert Duncan.

Pero eso sería más tarde. Cuando a los dieciocho años quiso estudiar ingeniería agrónoma, no lo aceptaron en la escuela. Parece que volvió desde Francia a la tierra de sus padres a echar un vistazo pero aquello no acabó de convencerlo, de modo que se embarcó no hacia Asia, sino hacia el Oeste, como todos los pueblos cuando buscan otro lugar para establecerse. Empezó trabajando en un rancho hasta que se cansó y decidió probar suerte en Argentina, adonde por cierto no llegó. Pasó unos meses trabajando en una mina de oro en Honduras y otra vez harto se volvió a USA; desembarcó en San Francisco el día del gran terremoto. A tectónicos hombres, tectónicos recibimientos.

Jaime se puso a estudiar medicina, primero en San Francisco y más tarde en la Universidad Johns Hopkins, en Baltimore. Allí conoció a la que sería su primera mujer, Cary Fink, y es aquí donde empieza la siguiente parte de su historia, en la que hacen aparición pistas no tan dispares como el psicoanálisis, la contracultura, los beatniks, las tribus indias, las vías de conocimiento despreciadas por Occidente, la Zamorano Eighty, el Coyote como figura mítica, los mitos, la vida entendida como aventura, largarse sin mirar atrás, los achumawis, el Pit River, C. G. Jung, Carl Solomon, Ursula K. Le Guin, el modernismo de la costa del Pacífico, el Área de la Bahía de San Francisco, Henry Miller, Big Sur, el Círculo de Eranos y muchas más igual de interesantes.

En fin, ahora sería imposible, pero, saltándonos algunos detalles, Angulo fue invitado a trabajar para el departamento de antropología de la Universidad de Berkeley, y así comenzó a estudiar la lengua de los nativos, entre ellos los pomo y los achumawis, de la tribu Pit River. Llegó incluso a vivir con ellos durante temporadas. Jaime de Angulo estudió sus lenguas y cómo podía rastrearse la forma de ese pensamiento particular en su estructura. Aunque las grabaciones que hizo de sus relatos y sus cantos se han borrado de los cilindros de cera en los que los grabó, queda un registro en varios libros.

Ahora quiero contar una sincronicidad que he vivido mientras escribía esto. He abierto la página de Wikipedia de la Universidad Johns Hopkins, en la versión en español, y casi lo primero que he visto es que a los estudiantes los apodan como “arrendajos azules”. Al cabo de un rato he cogido con una sola mano uno de los libros de Angulo, Indios sin plumas, que tengo aquí sobre la mesa, y se ha abierto solo y lo primero que he visto en la página por la que azarosamente se ha abierto el libro es: “Arrendajo azul es qàsqà˙à”. No considero que este tipo de sincronicidades oculten un mensaje material, pero me parece un saludo muy adecuado al tema, y recibo el saludo y lo devuelvo. De un modo parecido se me apareció la figura de Angulo, precisamente como desvío del Círculo de Eranos, del cual formó parte su hija Ximena de Angulo, que me llamó la atención por su apellido y me señaló la pista de este hombre sorprendente. Como es natural, hay mucha información en inglés. En español se pueden leer relatos muy completos de su vida en la web La simiente negra y en Tam Tam Press, por Víctor Fuentes. En español hay versiones de Indian tales (que además ilustró con muy graciosos dibujos) y de Indians in overalls publicadas en Hiperión.

Lo que aquellas tribus indias fueron para Jaime de Angulo es similar a los ecos que me trae su nombre y la historia de su vida. Hay en todo ello una llamada para responder a la cual nos es preciso fiarnos de nuestra curiosidad, con humildad verdadera y con coraje robado. Escribió este poema asombroso: “I a seal lie on the rocks warm in the sun / I remember the Esselen the Mukne / The Sacklan, all the tribes that lived / From the Sur to the San Francisco Bay / I dive in the water / and my head looks like a man / Swimming to shore in the dusk. / I like at night to wander along the bright streets / in the crowd” (Yo, una foca, me tumbo al sol sobre las rocas calientes / Me acuerdo de los esselen, de los mukne, / de los sacklan, de todas las tribus que vivían / entre el Sur y la Bahía de San Francisco / Me lanzo al agua, y mi cabeza parece un hombre / que nada hacia la orilla al anochecer. / Me gusta por la noche vagar por las calles brillantes, entre la multitud). ~


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