Desde el pasado 21 de marzo, inicio de la primavera, el Museo Kaluz –ubicado en un antiguo hospicio del siglo XVIII en el Centro Histórico de la Ciudad de México que, cuidadosamente renovado, abrió sus puertas en 2020– presenta Eufloria. Esplendor floral. Esta exposición es parte del programa curatorial “Visiones botánicas” que actualmente incluye también la muestra Thomas Glassford. Liminalidades epífitas –compuesta por una obra monumental del artista texano que da la bienvenida al visitante con un jardín artificial suspendido en el aire– y que, próximamente, sumará la exposición Jardín Velasco.
Curada por Sara García Fernández, Eufloria reúne más de cincuenta obras de la colección del Museo Kaluz. La exposición presenta piezas de artistas tanto mexicanos como extranjeros, que abarcan un rango temporal desde el siglo XIX hasta la actualidad. En cada una de ellas, las flores juegan un papel crucial, ya sea como tema central o como elementos que enriquecen sutilmente la composición. Esta propuesta curatorial nos invita a mirar el arte de forma más atenta, a detenernos en los detalles que muchas veces pasan desapercibidos y a reconsiderar lo que, a veces, parece ser solamente decorativo. Las flores, que en ocasiones ocupan un segundo plano, aparecen con una carga simbólica profunda y compleja. De este modo, Eufloria propone desarrollar una mirada más paciente y receptiva frente a las obras de arte.
Las flores han sido un motivo artístico recurrente a lo largo de la historia. Su representación más antigua posiblemente se remonta a Mesopotamia. Sin embargo, en el siglo XVII, con el auge de la pintura de bodegones o naturalezas muertas –género fundamental en la pintura holandesa–, las flores adquirieron un protagonismo especial. La pintura de bodegones se distinguió por su detallada representación de los objetos cotidianos, entre ellos las flores. Más allá de su atractivo visual, estas solían tener significados simbólicos diversos: a veces se mostraban como meras apreciaciones estéticas de la naturaleza; otras, como señas de la fugacidad de la vida y la muerte. Representaban, además, una marca de estatus social en un país frío, donde las flores eran un lujo.
Eufloria ofrece una explosión botánica situada en diversos entornos. La exposición está organizada en seis secciones: “Bouquets”, “Cornucopia”, “Flores de Manila”, “Balcones, terrazas y jardines”, “A cielo abierto” y “La flor caída”. A través de estos temas se otorga un nuevo significado a un motivo clásico. Al reunir piezas de diferentes épocas y estilos, y al incluir propuestas inmersivas, las flores se convierten en algo más allá del simple adorno pasajero; nos dan la oportunidad de reflexionar sobre la fragilidad, la memoria, la abundancia y el paso del tiempo.
Entre las obras expuestas, destaca un bodegón sin título creado por Josefa Sanromán (1829-1889), una de las pocas pintoras mexicanas reconocidas del siglo XIX. En esta naturaleza muerta, la artista compone una escena donde la clásica canasta desbordada de frutas incluye variedades tropicales como los mangos. Al lado ha pintado rosas y dalias en un jarrón de jardín francés, mientras que una caja de laca negra –un objeto de lujo en su tiempo– aporta un eco del comercio con Asia. Con esta obra, Sanromán reinterpreta la tradición de las naturalezas muertas europeas y sitúa a México como un punto de encuentro entre diversas culturas, donde el arte europeo, la flora americana y los objetos asiáticos conviven en una misma composición.
Otra obra relevante es el Retrato de Josefa María Sanz, pintado por José Agustín Arrieta (1803-1874), artista poblano reconocido por sus escenas costumbristas y bodegones. En el retrato, la protagonista, una niña huérfana bajo el cuidado del deán de la catedral de la Ciudad de México, se representa sobre un tapete de vibrantes estampados florales que adorna el suelo de lo que parece ser una habitación muy elegante. Del lado derecho, una cortina con motivos de flores suaviza la luz que entra por la ventana. A un lado, sobre una mesita de tocador, Arrieta ha colocado frascos de perfume, también decorados con pequeños motivos florales, que refuerzan la armonía y la riqueza de su entorno. Sobre la mesa, destaca un jarrón cornucopia, símbolo de abundancia y prosperidad en la tradición artística occidental. La curadora añade una sorpresa junto a la pintura: el jarrón original, que permite al espectador comparar ambas piezas y admirar la precisión con la que Arrieta captó este objeto en su lienzo. El hecho de que la familia del deán haya tenido el cuidado de guardar ese segundo objeto habla acaso del deseo de mantener vivo el recuerdo de la niña misma, que debió ser muy querida.
House with cupola tours de Joy Laville (1923-2018) también resulta otra pieza notable. La artista británica radicada en México es reconocida por su estilo minimalista y el uso de paletas de colores suaves. En esta pieza, Laville crea una escena con bloques de color en tonos pastel, con pequeños detalles discretos, característicos de su estilo único. En la parte inferior del cuadro, se asoman sutilmente unas plantas, y con ello la presencia de la naturaleza dentro de la composición. Estas pequeñas plantas transforman la escena por completo y transmiten una sensación de esperanza. Curiosamente, la perspectiva del cuadro sugiere que estas “plantas” podrían ser en realidad árboles vistos a la distancia, lo que añade una capa de profundidad a la obra. Al igual que la flora que emerge de las grietas del concreto, la vegetación en la obra de Laville parece desafiar su entorno limitado, enfatiza la capacidad de florecer incluso en las condiciones más adversas. Al seleccionar esta obra, en la que a simple vista la flora es casi imperceptible, la curadora demuestra una sensibilidad que se agradece: la vegetación no tiene que ser opulenta para conmovernos.
Antes de salir de la exposición, encontramos otra agradable sorpresa: una colaboración con el Museo del Perfume permite al visitante experimentar distintos aromas florales comúnmente utilizados en la creación de fragancias, lo cual resalta la belleza de las flores no solo desde lo visual, sino también mediante la apelación al sentido olfativo. En ese sentido, la curaduría resulta notable dado que propone y facilita una visita inmersiva. A través de esta variada representación, Eufloria destaca una doble mirada sobre las flores: por un lado, recalca su belleza, fragilidad y fugacidad; por otro, su permanente presencia en la vida cotidiana y su significado cultural.
En tiempos donde la degradación ambiental es una preocupación creciente, esta exposición aporta claves para reflexionar sobre la conexión entre el arte y la naturaleza. Nos recuerda que el ámbito natural constantemente es percibido como algo ajeno o distante para nuestras vidas citadinas e industrializadas, aunque está intrínsecamente ligado a nuestra identidad. El arte, en este sentido, se vuelve un medio para reavivar nuestra relación con el entorno, llevándonos a cuestionar nuestra interacción con él y cómo nuestras acciones afectan la fragilidad de los ecosistemas. Eufloria no solo celebra la belleza efímera de las flores, sino que también nos invita a pensar en cómo podemos cuidar y preservar la naturaleza que, al igual que el arte, tiene el poder de transformar y de sanar. ~