Mentir, el estilo personal de gobernar
Armando Serralde

Mentir, el estilo personal de gobernar

En medio de un preocupante aumento de la pobreza, una crisis de salud nunca antes vista y la presencia cada vez más creciente del crimen, el presidente de México dedica su tiempo a desacreditar a periodistas y críticos. Su ataque más reciente contra Letras Libres solo confirma su talante antidemocrático y su uso metódico de la mentira.
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A la mitad del sexenio, según todos los indicadores nacionales e internacionales, la pobreza impera como nunca antes, el desarrollo económico no solo se ha estancado sino que presenta un retroceso mensurable en décadas y, con ello, la reducción de la pobreza –el principal propósito de Andrés Manuel López Obrador que animó a tantos votantes– se ha invertido dramáticamente: jamás había sido tan certera la noción de que el populismo es una fábrica de pobres. Por ello, dada la gravedad de las circunstancias, resulta sorprendente que A la mitad del camino (2021), el libro recién publicado por el presidente, dedique diez páginas a desacreditar a la revista Letras Libres y a otros medios críticos con su gestión.

El gobierno actual no es el culpable de la pandemia que desde principios de 2020 devasta el planeta. Pero, cuando esta se inició, le habían bastado menos de dos años para terminar de debilitar el ya de por sí precario sistema de salud. La covid-19 tomó a México indefenso, convirtiendo a López Obrador y a su epidemiólogo oficial en culpables de una reacción primero negacionista y después atrabiliaria ante la crisis sanitaria, y responsables, un año y medio después, de que el país se ubique en el cuarto lugar mundial en número de muertes y en el primero en cuanto al fallecimiento del personal médico y sanitario.

Siendo pavoroso el manejo gubernamental de la pandemia, con un estimado de casi medio millón de muertes en exceso relacionadas con el coronavirus, la violencia delincuencial, a lo largo y ancho del país, ha escalado a niveles que no se habían visto en sexenios anteriores, en los cuales, pese a sus dramáticos errores estratégicos, nunca se optó, como lo ha hecho López Obrador, por desactivar el combate al narcotráfico.

Si el asesinato y la impunidad han crecido durante el régimen lopezobradorista, contrasta la indiferencia del presidente ante la vida y hacienda de los mexicanos con la agresividad con la que se dirige, cada mañana, contra todas y cada una de las voces independientes, a las que insulta desde el púlpito presidencial. Justificado por un más que dudoso “derecho de réplica” que no concede a quienes deturpa, López Obrador usa la fuerza desproporcionada que le da su investidura para restaurar el presidencialismo más ominoso, erosionar la división de poderes y “desconstitucionalizar” al país, en su afán por convertirlo en una autocracia. Esa inquina revela su entraña intolerante y pone en riesgo la integridad de sus críticos.

Con la militarización del país el presidente ha sorprendido hasta a sus partidarios más entusiastas. No solo traicionó su promesa electoral de regresar el ejército a los cuarteles, sino que, a manera de complejo empresarial, lo está empleando para alimentar elefantes blancos, planificados en contra de las energías limpias y de todo respeto por la ecología. A ese anacrónico desarrollismo antiambientalista se ha sumado otra sorpresa: el desprecio por la causa feminista en un gobierno que se dice de izquierda, desdén probado en el discurso presidencial, en la promoción de políticos abusadores y en la asfixia presupuestal de lo invertido en defensa de las mujeres contra la desigualdad y la violencia. Como si no fuera suficiente, López Obrador aspira, en pocos meses, a “revalidar” su mandato en las urnas, distorsionando nuestra estabilidad constitucional.

Pero nada de lo ocurrido desde diciembre de 2018 se explica sin el uso metódico y publicitario de la mentira, la cual se ha utilizado, entre otras cosas, para desmantelar la ciencia y la cultura que el Estado mexicano respaldaba. Hasta 61 mil afirmaciones falsas o inexactas le han sido contabilizadas a un presidente que ejerce una suerte de inquisición donde él y sus voceros se arrogan el derecho, para escándalo internacional, de poner en tela de juicio la libertad de prensa. En la lucha contra la corrupción, la bandera de la autoproclamada Cuarta Transformación, radica quizás el más visible de sus engaños. Además de permitir la rapiña de amigos, allegados y aliados, el presidente ha neutralizado los mecanismos institucionales contra la corrupción, la única manera en que una democracia puede desterrarla.

A la mitad del camino, aunque ha sido escrito para sus fervorosos simpatizantes y pese a tener como fondo dramático el desastre nacional, es otro florilegio de mentiras, donde Letras Libres es, una vez más, blanco de las calumnias perseverantes y de las inexactitudes obcecadas de López Obrador, quien ha sido reiteradamente insidioso con el historiador Enrique Krauze, nuestro fundador. No hay registro, en México, de un presidente ensañándose con un intelectual como en este apremiante caso. Pero, antes de repasar algunas de sus muchas falsedades, conviene considerar que un presidente que admite tener a su favor solo a un puñado de intelectuales carece de la información para entender qué es Letras Libres.

No somos una gacetilla destinada a cooptar jóvenes intelectuales y artistas para servir al llamado “neoliberalismo”, sino la principal de las revistas literarias hispanoamericanas, heredera del proyecto que Octavio Paz inició hace cincuenta años con Plural y prosiguió con Vuelta hasta su muerte. Desde 1999, en Letras Libres hemos reunido un espectro ideológico de escritores –socialistas, socialdemócratas y liberales, entre otros– donde no faltan tampoco los agnósticos y los creyentes, sin otra condición que la de su adhesión crítica y entusiasta a la sociedad abierta. Desde Mario Vargas Llosa hasta Michael Löwy, pasando por Timothy Garton Ash, la pluralidad política distingue a nuestra casa que, como Plural y Vuelta, se enorgullece de ser una revista de proyección internacional. La presencia constante de autores como Mark Lilla, Ian Buruma y David Rieff confirma esta vocación.

Letras Libres, en sus ediciones mexicana y española, es y ha sido la revista de Gonzalo Rojas, José Luis Martínez, Eduardo Lizalde, Gabriel Zaid, Ida Vitale, Jorge Edwards, Guillermo Cabrera Infante, Juan Goytisolo, Alejandro Rossi, Juan García Ponce, Salvador Elizondo, José de la Colina, José Emilio Pacheco, Raúl Zurita, Hugo Hiriart, Elsa Cross, Roger Bartra, Jean Meyer, Javier Marías, Carmen Boullosa, Enrique Vila-Matas, Fernando Savater, Tedi López Mills, Guillermo Sheridan, Malva Flores, David Huerta, María Baranda, David Toscana, Gisela Kozak, Fabio Morábito, Daniel Sada, Valeria Luiselli, Félix Romeo, Patricio Pron, Cristina Rivera Garza, Enrique Serna, Fernando García Ramírez, Jordi Gracia, Álvaro Enrigue, Rafael Rojas y Fernanda Solórzano, entre muchas otras plumas. En esta lista, dado el mérito intelectual y artístico de quienes la componen, hay escritores galardonados con el Premio Cervantes y con varias de las distinciones hispanoamericanas. Algunos de nuestros colaboradores, a su vez, han sido premios nacionales en México. En su conjunto, el índice de Letras Libres se acerca a ser una bibliografía casi completa de la literatura en español publicada en lo que va del siglo XXI.

No tenemos poder sino autoridad, que es cosa muy distinta, la que nos ha permitido atraer a los escritores más importantes del idioma e influir en la política cultural del Estado mexicano desde que Paz y Zaid, en los años setenta, le propusieron al gobierno que estimulara la creación artística mediante un sistema de becas. Esa iniciativa, adoptada varios años después, permitió que numerosos colaboradores de Vuelta y, después, de Letras Libres, disfrutáramos de ese estipendio, lo mismo que la gran mayoría creadores del país, porque los apoyos también fueron replicados en los estados de la república, de tal manera que escritores y artistas de todas las corrientes ideológicas se han beneficiado de ellos.

El apoyo que el Estado mexicano otorga históricamente a los creadores de toda índole es un modelo a imitar en los países de nuestro ámbito. Por algo será que el actual gobierno, como se lee en A la mitad del camino, sostiene esa política. El pasado 6 de septiembre, el Sistema Nacional de Creadores de Arte dio a conocer a los nuevos becarios. Sin haber un solo jurado perteneciente al cuerpo editorial de Letras Libres, una vez más fue reconocida, con la beca de creador artístico, la calidad de varios de nuestros colaboradores.

Participa en Letras Libres un número creciente de jóvenes narradores, ensayistas y poetas de todos los países de habla hispana, a quienes nunca se les ha pedido asumir ninguna cartilla ideológica, porque Letras Libres expresa un temperamento y no exige, como sí lo hace el gobierno actual, ninguna militancia. Incluso quienes en algún momento simpatizaron con López Obrador y su causa, como nuestros amigos Carlos Monsiváis, Sergio Pitol y Fernando del Paso, publicaron en Letras Libres.

Quien recorra nuestras páginas impresas o nuestra web encontrará pluralidad en las firmas de literatos e historiadores, pero también una vigilancia estricta del poder político, estuviese a cargo del pri, del pan o del prd en la Ciudad de México. En cada una de las elecciones presidenciales, las de 2000, 2006, 2012 y 2018, hemos ofrecido a nuestros lectores panoramas de las contiendas, escritos de manera objetiva pero no imparcial porque defendemos, desde la cultura, la democracia liberal en México y en el mundo de enemigos como lo es hoy López Obrador. Lo saben nuestros amigos de Cuba, Venezuela, Nicaragua y Brasil, así como la opinión intelectual de Estados Unidos, la cual, al contribuir a derrotar a Trump, contó con la modesta solidaridad de Letras Libres, lo que nos hace sentir orgullosos. No eludimos, en lo que lleva esta centuria mexicana, repudiar ni la frivolidad durante la primera alternancia electoral, ni la desoladora y costosa guerra contra el narcotráfico, ni la corrupción rampante en el sexenio pasado. Contra las mentiras, está nuestra hemeroteca.

También es mentira, y así lo demuestran de manera documentada e irrebatible la página de transparencia de nuestro sitio de internet y las gráficas disponibles en este número, que hayamos dependido económicamente de cualquiera de los gobiernos en turno. Nunca ha sido así. Hemos preferido los riesgos de ser una empresa en un mercado nada sencillo –el de la cultura– a supeditar nuestra independencia. Y por ello, es a nuestros lectores y a nuestros anunciantes a quienes les rendimos cuentas, escrupulosos como somos con las leyes. No tenemos nada que esconder como una empresa cultural que se sostiene al margen del poder público, al cual, si acaso, le hemos donado o vendido ejemplares de Letras Libres porque creemos que debemos estar en todas las bibliotecas del país. Como el lector podrá observar, el porcentaje de publicidad federal en la revista es mínimo. Son los medios afines al régimen y sus propietarios quienes reciben la millonaria generosidad del gobierno en pago por una lealtad que a nosotros no nos compete.

No estamos decepcionados de López Obrador. Quien aborrece la crítica es ajeno al espíritu democrático. Desde 2006, cuando urdió la patraña del fraude electoral y el circo de la “presidencia legítima”, advertimos a México y al extranjero de los riesgos que entrañaba para nuestra joven democracia un líder mesiánico que ambicionaba el ejercicio despótico del poder y desdeñaba toda norma legal que no lo favoreciera. El encono del presidente contra Letras Libres y otras publicaciones críticas lastima nuestra vida pública, pero a nosotros nos honra, porque indica que hemos cumplido con incomodar a un poder cuya omnipotencia se tropieza, día con día, con la irritación de los votantes y el libre criterio de los jueces. Tarde o temprano se sabrá quiénes son los liberales y quiénes fingen serlo porque la democracia en México no será avasallada y, con ese derrotero, Letras Libres seguirá combatiendo, en letra y en espíritu, la hidra de la mentira. ~


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