Junio de 2023 fue un mes funesto para varios líderes populistas. En Reino Unido, Boris Johnson renunció a su escaño de diputado y a su carrera política, anticipándose a la larga suspensión dictada días después por un comité parlamentario que lo encontró culpable de mentir a la Cámara de los Comunes sobre las fiestas que permitió y en las que participó en Downing Street, violando sus propias y estrictas reglas de distanciamiento social durante la pandemia. En Brasil, el Tribunal Electoral impuso la inhabilitación hasta 2030 de Jair Bolsonaro por abuso de poder al vilipendiar, sin pruebas, el sistema eficiente de votación electrónica en su país delante de los embajadores extranjeros en Brasilia. Como actualmente se enfrenta a otros quince cargos relacionados en su mayoría con el intento de robar las elecciones, su carrera política también podría terminar. En Estados Unidos, un procurador especial ha acusado a Donald Trump en una corte federal por la posesión y uso indebido de documentos altamente secretos. En Italia, Silvio Berlusconi –cuyos alardes descarados de impulsividad masculina y de sus supuestos éxitos como empresario inspiraron a Trump– murió, no sin antes ver a Giorgia Meloni, una de sus admiradoras, en el poder. Finalmente, Cristina Kirchner, quien ha dominado la política argentina durante los últimos veinte años, fracasó en su intento de proponer a uno de sus herederos políticos como candidato peronista para las elecciones presidenciales de octubre. Para evitar una votación primaria que hubiera mostrado su pérdida de apoyo popular, tuvo que resignarse a la postulación del actual ministro de Economía, Sergio Massa, un rival que representa una corriente muy diferente del peronismo, más pragmático y liberal.
El populismo, si lo definimos correctamente, no es una ideología. Como ha escrito Jan-Werner Müller, es una metodología política. Puede ser de izquierda o de derecha. Su esencia consiste en tener a un líder que se presenta como el “salvador del pueblo” –que no es toda la ciudadanía sino el pueblo “auténtico” o “real” definido por él mismo– frente a sus enemigos: por citar solo algunos ejemplos, estos pueden ser la “oligarquía” (para Cristina Kirchner o Andrés Manuel López Obrador), el “imperio” (Hugo Chávez), el “pantano” de Washington y el “Estado profundo” para los trumpistas, “Bruselas que nos roba” (Johnson) o “Madrid que nos roba” (para el independentismo catalán, que tenía fuertes rasgos populistas) o el comunismo, real o imaginado, para Bolsonaro y otros.
El líder populista cree en la democracia pero intenta socavarla en su intento de seguir en el poder. Define la competencia política como una batalla apocalíptica entre el bien y el mal donde la derrota es impensable, por lo que intenta controlar a la autoridad electoral. Debido a que solo el líder representa al pueblo “auténtico”, el populismo desconfía de la sociedad civil, los medios de comunicación libres y de cualquier instancia independiente que limite el ejercicio desatado del poder ejecutivo, sobre todo un poder judicial autónomo.
Felizmente, en algunos de los casos mencionados los contrapesos y las instituciones independientes han resistido. En Reino Unido, el Tribunal Supremo frenó el intento de Johnson de cerrar el Parlamento en un momento de la negociación del Brexit. Y gracias a una prensa libre, sus intentos de ocultar el partygate fracasaron. Trump logró imponer una mayoría conservadora en la Corte Suprema pero no en todo el sistema de justicia. Bolsonaro no controla ni el Tribunal Electoral ni el Supremo Tribunal Federal y, aunque retiene la simpatía de muchos militares, los generales no acompañaron el intento de sus simpatizantes de tomar Brasilia y echar a Lula de la presidencia en enero de este año. En Argentina, Cristina Kirchner intentó dos veces sin éxito aprobar cambios legales para domar al poder judicial.
En países que mantienen suficientes libertades, el populismo puede desfallecer por la bancarrota a la que conducen sus políticas. En Reino Unido, el Brexit no ha sido la catástrofe económica que algunos vaticinaron pero sí ha tenido un impacto muy negativo. Los lunáticos intentos de Liz Truss de inducir el crecimiento abandonando la disciplina fiscal sirvieron para demostrar el fracaso más amplio del proyecto, ya reconocido por una clara mayoría de británicos. El kirchnerismo, con su necesidad de ofrecer subsidios a su clientela política, no da ninguna solución a la crisis cada vez más profunda de la economía argentina, que esta práctica ha causado en gran medida.
Pero el populismo puede renacer. En Ecuador, la candidata suplente de Rafael Correa tiene posibilidades reales de ganar las elecciones presidenciales en agosto. Los argentinos podrían optar por un populista aún más extremo y de derecha, Javier Milei, amigo de Vox en España. En Francia, los miedos silenciosos por la violencia en las protestas contra la reforma de las pensiones y el asesinato de un joven de origen magrebí a manos de la policía podrían llevar a Marine Le Pen a la presidencia. Trump, a pesar de todo, podría volver a ganar. La inteligencia artificial ofrece nuevas y poderosas herramientas para la manipulación populista de la opinión pública. El populismo urbano fue un invento latinoamericano. En los últimos tiempos se ha expandido por el mundo democrático porque ofrece un consuelo, aunque falaz, para la gente que se siente amenazada por los cambios en su entorno –la austeridad, la velocidad vertiginosa del desarrollo tecnológico, la globalización, la inmigración masiva, etcétera– y agraviada por las desigualdades que permiten que otros se beneficien con esas transformaciones. Estas condiciones siguen ahí. Pero los últimos acontecimientos muestran que el populismo puede ser derrotado siempre y cuando se mantenga la independencia de las instituciones. Por eso la resistencia a la mutilación del Instituto Nacional Electoral (INE) y el poder judicial en México es tan importante. Si se pierde esa batalla, existe el riesgo de que cuando los ciudadanos quieran librarse de los populismos porque están hartos de sus fracasos descubran que ya es imposible. ~
Michael Reid es escritor y periodista. Su libro más reciente es “Spain: the trials and triumphs of a modern European country” (Yale University Press), que publicará en español Espasa en febrero de 2024.