“Buenos días, agradezco la invitación y la presencia de todas y todos en este espacio. Voy a compartir mi pantalla…”, al fondo vemos un librero, un muro decorado o el fragmento de alguna habitación en una casa.
Así comienzan, como tantas reuniones de trabajo, clases en línea y foros de estos días, las ponencias de Museo digital. Ciudadanía y cultura, organizadas por el Museo Universitario Arte Contemporáneo (MUAC) y Fundación Telefónica Movistar México. El encuentro se llevó a cabo del 10 al 13 de noviembre y actualmente está disponible en el canal del museo en YouTube. Su formato a distancia y en plataformas digitales nos confirma cómo, para muchas personas, la vida ha migrado a las pantallas debido al confinamiento por covid-19.
Un recordatorio de que muchos estamos en el tránsito permanente entre una realidad tangible y otra virtual, atravesando el cruce que diluye lo público y lo privado, explorando las fronteras entre la presencia y la ausencia corporal y, sobre todo, cuestionándonos por el sentido de un montón de cosas. Planteamientos como estos vienen a colación en un momento donde la crisis sanitaria también pone en entredicho la función social del museo, su papel como detonador de experiencias transformadoras, y sí, su existencia misma, que solo cobra sentido cuando hay interlocutores que le dan vida.
Me surgen entonces algunas preguntas: ¿pueden los museos digitales, a diferencia de los análogos, garantizar el derecho a la cultura y al arte? ¿Acaso el camino para lograrlo es la digitalización de los acervos dispuestos en recorridos virtuales? Y, sobre todo, ¿qué potencia reflexiva y emotiva tienen las experiencias virtuales que sustituyen, al menos por ahora, las presenciales? Me pregunto también, como lo hicieron Amanda de la Garza, actual directora del MUAC, y Sally Tallant, directora del Queens Museum en Nueva York, en la conferencia magistral “What sane person could live in this world and not be crazy?”, si las herramientas digitales reducen la brecha de desigualdad que ya existía antes de la pandemia o si la agravan. Sobre todo si reconocemos que el acceso a internet, la posibilidad de quedarse en casa y la disposición para acercarse al arte son privilegios de unos pocos en nuestro país.
Según el Coneval, en México habrá hasta diez millones de personas más viviendo en extrema pobreza después de la pandemia. Con un dato así de alarmante, resulta necesario que los museos que aún existen –y los que sobrevivan– se detengan un momento a replantear su papel en la sociedad y reformulen su propia idea de la función del patrimonio o del arte al que dan espacio, la manera en la que se socializan estos bienes culturales y el acceso real que la población puede o no tener a estos.
La respuesta de la Secretaría de Cultura frente al cierre de museos y otros recintos culturales fue la creación de Contigo en la distancia, una propuesta que concentra, entre otras cosas, la cartelera de los espacios que intentaron migrar sus programas al formato digital. De modo laberíntico y poco atractivo, la plataforma nos lleva por múltiples links que a su vez nos redirigen a sitios web o a videos en YouTube de pequeños o medianos museos en el interior del país, que de manera muy precaria hicieron el esfuerzo por no quedar excluidos en este contexto que se les impone.
Esta iniciativa gubernamental se queda corta y es reduccionista, como señaló Alberto López Cuenca, investigador de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, en el panel “Saltar con red. Alternativas digitales en la emergencia sanitaria”, dentro del encuentro organizado por el MUAC, sobre el papel del museo y su desafío frente al panorama digital. López cuestionó que programas como este limiten su rol a digitalizar contenidos y subirlos a la red: que el arte y la cultura sean una realidad disponible y accesible, en un sentido amplio, es un desafío que va mucho más allá. ¿Podemos entonces pensar en un museo heterocrónico? ¿Cómo sería un museo que no opere a partir de un único relato lineal, estático, y dé cabida a una multiplicidad de tiempos y posibilidades?
Otras respuestas a la pandemia han sido proyectos como Museo Autoservicio Antara y The Covid Art Museum. En el primer caso, se exponen piezas de gran formato de veintitrés artistas con trayectorias reconocidas o emergentes. El recorrido se realiza a lo largo de tres pisos del estacionamiento del centro comercial acompañado de un audio explicativo. Los objetos en el espejo están más cerca de lo que parece, título que da nombre a la muestra, es la primera exposición de arte contemporáneo que se visita en coche, de acuerdo con su directora Mariangeles Reygadas. Ofrece a los espectadores algo semejante a consumir una hamburguesa o un café, pero esta vez adquiriendo la experiencia de apreciar obras de arte. El boleto de este “safari artístico”, como le llaman algunos, tiene un módico costo de 35 pesos, y además garantiza descuentos en las tiendas de la parte superior del lugar.
En el caso de The Covid Art Museum, la innovación radica en que se trata del primer museo completamente digital alojado en Instagram. Sus creadores, Emma Calvo, Irene Llorca y José Guerrero –provenientes del ámbito publicitario–, visualizaron este espacio para dar salida a proyectos artísticos cuya temática principal fuera la pandemia. El proyecto consiste, por un lado, en reunir imágenes que ilustren sentimientos, realidades y pensamientos compartidos con relación al momento histórico que vivimos. Y, por otro, mostrar el trabajo de artistas que hablen de la pandemia en el lenguaje de lo que funciona bien en las redes digitales. El formato de la plataforma facilita que el público, colocado detrás de sus avatares, pueda interactuar y opinar de manera más directa con las propuestas. Y así, el éxito de la iniciativa se mide en seguidores, comentarios y likes.
Entonces, de nuevo, me vienen las preguntas: ¿realmente estas opciones son alternativas para reducir la brecha de desigualdad? ¿Desafían las narrativas existentes o solo reproducen el statu quo y la visión del arte como algo inaccesible y elitista, exclusivo para las clases altas? Parece que, una vez más, los públicos también nos reducimos a meros usuarios y consumidores detrás de los dispositivos. Y el arte vuelve a ser otro producto despolitizado y sin potencia contestataria.
El reto no es menor. La coyuntura actual puede ser una oportunidad para replantear la función social de los museos y reconocer que mudarse a otros formatos, como el digital, no necesariamente nos acerca al arte y a la cultura. Esta desigualdad nos debe recordar que estábamos socialmente distanciados desde antes de la pandemia. Además de los problemas que la crisis sanitaria implica para los museos en términos de financiamiento, asistencia y contenidos que desafíen los intereses del mercado, estos debieran tener claro que se enfrentan a un cuestionamiento radical. El conflicto está en la raíz: su origen como institución moderna, ilustrada, occidental y patriarcal que reproduce lo hegemónico en lugar de cuestionarlo. ¿Asumirán su responsabilidad o serán más de lo mismo? ~
es historiadora del arte y socióloga feminista. Ha colaborado con los departamentos de educación de instituciones culturales y actualmente trabaja en una organización de la sociedad civil por los derechos de las mujeres.