a Pablo, infatigable alumno del cello a Velitchka, paciente y afectuosa maestra
Uno
Lo que define a un melómano no es solo lo obvio: escuchar música todo el tiempo, apreciar formas de interpretación, hacer conexiones con biografías y etapas históricas, explorar las corrientes y normas de composición. (Además, sugiero que la música forma y estructura al sujeto de manera muy similar al diálogo, argumento que tendré que formular en otro espacio y de la mano de Merleau-Ponty y de Trías.)
Hay melómanos que acaban de críticos porque fracasaron en la música. Si asumen su fracaso sin resentimiento y elegancia, entonces tienen mucho que aportar a la inteligibilidad de la música. Los resentidos envenenan el campo de la apreciación, como también lo hacen los críticos en otras áreas de la creación artística.
Otro papel poco explorado es que los melómanos (sin formación técnica) se pueden convertir en grandes traductores y guías. Lo insondable de la composición requiere de melómanos con criterio y capacidad estética, parecido a lo que ocurre con la propia filosofía.
Dos
Con los años, me he convertido en referente para colegas, amigos y familiares. Recibo peticiones de todo tipo, algunas muy específicas. Un día llegó una peculiar: Tengo un insostenible problema de concentración. No logro engancharme con lo que escribo, los límites me acechan y estoy angustiado. ¿Alguna música que recomendar, algo que pueda sacarme de este círculo poco virtuoso?
Claramente, una emergencia musical de alto grado de complejidad, que requería de eficiente respuesta. Desarticulado por emociones que no podía controlar, el fantasma de la obligación lo torturaba. La solicitud no era de esparcimiento, sino funcional y con carácter terapéutico.
Mi corresponsal me requería. Tuve que procesar el contenido utilitarista de la petición; detestaba el vínculo de lo utilitario con lo artístico. Si fuese capaz de ignorar este desprecio podría valorar la urgencia musical y atenderla, me convencí.
Tres
Música que ha irritado al público y a los críticos siempre ha existido en casi todos los siglos. Pero, en los siglos XIX y XX, este fenómeno ha sido mucho más recurrente. El sustento y protección de un mecenas condicionaba el abanico de la composición y las exploraciones. Incluso cuando la figura pasó de ser un monarca al Estado, se cometieron muchas barbaridades; la política estética de la Unión Soviética, que brillantes compositores sufrieron, es un terrible ejemplo.
La irritación musical a la que me refiero es otra. No está completamente desvinculada de la idea de hegemonías estéticas que marcan el paso de los tiempos y las formas de composición, con la salvedad de que no son dictadas por los caprichos de una persona o entidad.
Música, compuesta con cierta seriedad estética e intención de innovar, que nos puede irritar o enervar porque genera un problema de interpretación y de lenguaje. La innovación puede tener muchos registros estéticos y no toda irrita. Si no producen rupturas importantes con formas establecidas, son bien recibidas por el público y los críticos, pero no tanto por los colegas.
Los innovadores que no rompen son renovadores. En general no hacen época, pero viven bien del reconocimiento y de la parcial inventiva. Pueden ser, de época en época, admirados, pero ellos mismos saben que solo han jugado dentro de las fronteras de lo posible.
Los que rompen son odiados por todos, porque literalmente no tienen lugar donde habitar, ni sitio en el horizonte de su época. Lo obvio, y que ha sido repetido hasta la saciedad, es que son odiados por incomprendidos. Pero el juicio me parece muy sospechoso.
El título de genio viene décadas después, tarde para las necesidades de reconocimiento del artista y mucho tiempo después de que lo requiere. En realidad, el genio se define como alguien que trascendió con sus composiciones la época y que no pudo ser “entendido” en su tiempo.
Jodida existencia tiene el artista innovador que rompe con la normatividad y las expectativas estéticas de su momento. No hay lenguaje ni simbología cultural que permita la comprensión de sus búsquedas.
Pero hay más. Yo creo que el innovador que rompe irrita porque devela que los demás no se atrevieron. El innovador que rompe es quien, en su tarea de crear, revela las debilidades estéticas del momento. Y esto irrita de una manera peculiar al mundo de los artistas reconocidos.
Estos fenómenos de irritación en lo social invaden y se trasladan también a lo personal e íntimo. Pero en este terreno la irritación no puede compartirse del todo. Es un tipo de irritación que no tiene nombre estético, pero que es (de alguna manera) parte de las tendencias culturales y estéticas de la época, contexto y momento.
Cuatro
Cuando me pidió una recomendación, sugerí –realmente de pasada– música que le irritara y, con ello, que pudiera sacarle de su estado. Frente a una propuesta de ese calado me detuve, pensé, reflexioné sobre su bagaje musical, sobre lo que conocía; medité con paciencia y tranquilidad; ponderé y eliminé opciones para luego negarme. Pero él insistió.
Había pensado en la dodecafonía de Schönberg y los trabajos de la Segunda Escuela de Viena; la atonalidad y el serialismo de la vieja guardia: Carter, Xenakis, Berio, Boulez, Stockhausen y Penderecki; la abstracta y cerebral de una nueva guardia: Ferneyhough, Höller, Wagemans, Furrer, Rijnvos y Posadas. Pero, al final, me decidí por el minimalismo de Feldman.
Su estado era clave en esta historia y no encontraba cómo leerlo con claridad. En momentos como el suyo, lo que mejor que me ha funcionado es la música enervante. También es cierto que no siempre ha tenido el efecto buscado: desatorarme de un mal sitio, conmover mis sentidos para producir una fractura en la ritualización de la imposibilidad, una ruptura con pequeñas pero perversas tendencias. Para poder escribir de cierta manera o completar una tarea específica, a veces lo adecuado es producir una sacudida, un sobresalto en la percepción. Pero el efecto no está para nada garantizado. Es, por ello, una propuesta arriesgada.
Cinco
De todas las manías que conozco, la melomanía es la única que se ha salvado de la medicalización. Combatamos con fiereza la posible invasión, rechacemos frontalmente su regulación médica. ¡Resistamos! ~
Una versión más desarrollada aparecerá este año en Tribulaciones: escribir, escuchar, corresponder.
es escritor, melómano y doctor en sociología por la Universidad de Texas en Austin