Mario Levrero
Cuentos completos
Buenos Aires, Literatura Random House, 2019, 656 pp.
La obra de Mario Levrero ha seguido un recorrido singular –que se ha repetido a menudo con otros grandes autores– y que, sin embargo, resulta difícil de explicar. Algo se produjo con su muerte, ocurrida en el año 2004, y con su maravillosa La novela luminosa, póstuma, inconclusa, publicada en el año 2005. En ese momento, quien hasta entonces había sido un escritor leído con devoción solo en pequeños círculos de entendidos de Montevideo y, sobre todo, de Buenos Aires (Elvio Gandolfo, Rodolfo Enrique Fogwill, Luis Chitarroni) obtuvo una impensada notoriedad. Una hipótesis plausible es la coincidencia de su publicación con cierto giro autoficcional de la literatura latinoamericana a comienzos de este siglo, que condujo a los muchos lectores de La novela luminosa (fue publicada por primera vez en la editorial de un grupo multinacional) a leer El discurso vacío que, publicado casi una década antes, también es, como La novela luminosa, una especie de ejercicio de estilo que sigue los patrones del diario de escritor.
El malentendido fue considerar en un comienzo a Levrero como un escritor de autoficciones, cuando en realidad aquellos dos últimos textos eran apenas una variación más de una escritura consolidada durante décadas, para la que es muy difícil encontrar un adjetivo que le haga justicia. De hecho, poco y nada dice de su obra que se la asocie con la de Franz Kafka. Es, a esta altura de los acontecimientos, un lugar común de la crítica y del periodismo cultural, acaso también de prologuistas y autores de contratapas. Por supuesto: la subjetividad encerrada en los laberintos de una imaginación apabullante, invariante de los cuentos, novelas, aforismos y diarios del escritor praguense, puede detectarse sin gran dificultad en la del montevideano. Pero hay, no obstante, algo más. Y es quizás ese excedente el regalo más valioso que los happy few pueden obtener de los Cuentos completos de Mario Levrero, una compilación de más de seiscientas páginas realizada por el hijo de Levrero, Nicolás Varlotta Domínguez.
Ese algo más es aquello que Levrero, como una pertinaz Josefina kafkiana, insiste en afirmar que no existe: lo real. ¿Cómo lo hace? Llenándolo de huecos, de inconsistencias lógicas, de discontinuidades y pliegues, de literatura. En los primeros cuentos de los años setenta y principios de los ochenta (incluidos en La máquina de pensar en Gladys, de 1970; en Todo el tiempo, de 1982, o en Aguas salobres, de 1983) esto es particularmente notorio. En uno de esos textos, “Alice Springs (el circo, el demonio, las mujeres y yo)”, que ya desde el título hace un guiño al pasaje de mundos y a la contigüidad de universos desproporcionados de Alicia en el país de las maravillas, Dante, el personaje principal, vive cautivado por la irrealidad de lo real desde que fuera testigo, en su niñez, de la llegada del Circo Electromagnético de Oklahoma. Escribe Levrero: “Pobre Dante: pasaría el resto de sus días viviendo de un recuerdo y repitiendo mecánicamente una filosofía estrecha que había aprendido de su único contacto especialmente distinto con la realidad, y nada más que para negar la realidad o, tal vez, sin saberlo, afirmar la única realidad de la Nada como cosa existente.”
Esa “filosofía estrecha” de Dante no es otra que la cosmovisión de la niñez congelada en la vida adulta. La literatura infantil es, por supuesto, otra muy frecuentemente citada clave de lectura de estos cuentos que pueden definirse como cuentos para niños-adultos, en el sentido más perversamente levreriano de esa combinación. Allí está el cuento “El sótano”, por caso, cuya intriga gira en torno al elemental misterio que produce en un niño la puerta cerrada de un sótano junto con la curiosidad inagotable que despierta en él lo que hay del otro lado. Ese misterio acicatea siempre la misma pregunta (¿qué hay en el sótano?) que conduce a la proliferación de mundos incongruentes (irreales) nacidos de la mente infantil y de la imposibilidad de saber qué hay en el sótano.
La realidad es el juguete preferido de Levrero. Su forma de operar es la descomposición. Como buen niño-hombre, sacude la solidez aparente del universo en busca de una hendija donde inocular su escritura rabiosa. Una vez desmontados, los objetos del mundo lo abarcan todo, fagocitando al sujeto mismo del juego. Esos objetos pueden ser cualquier cosa, desde una misteriosa caja negra o un encendedor, como en “La calle de los mendigos”, y el efecto puede ocurrir paulatinamente o como un “estallido negro, como si el mundo se fragmentara lleno de burbujas” produciendo sobre la sábana blanca del narrador “una nueva luna que había venido al mundo poblada de ciclistas” (“La toma de la Bastilla o cántico por los mares de la luna”, cuento incluido en Espacios libres, de 1987).
Lo que enseñan estos Cuentos completos es que, cuando por fin Levrero obtuvo el reconocimiento relativamente masivo que se merecía, no hizo más que seguir escribiendo como lo venía haciendo. En sus cuentos, el Mario Levrero escritor aparece casi siempre en un segundo plano, como un narrador que de tanto en tanto lanza alguna observación sobre su desdichado trabajo. Escribe uno de sus narradores: “Es verdad, tengo la cabeza podrida, llena de literatura, tienes razón: la literatura es una mierda. Incapacita para vivir […]. Estoy incapacitado para cualquier actividad práctica. Soy un mal escritor, producto de la democracia. Cometieron el error de enseñarme a leer y a escribir, cuando en realidad tendrían que haberme enseñado a tirar de un carro.” Son este tipo de reflexiones las que habrían de expandirse, poco a poco, hasta obtener exclusividad en La novela luminosa y El discurso vacío. En estos textos, Levrero tan solo modificó las proporciones de las sustancias en sus experimentos, situando, como en todo diario, el problema del yo como un mundo autosuficiente, en constante desintegración. ~
(La Plata, 1976) es doctor en letras por la Universidad de París 8. Profesor Adjunto de la cátedra “Arte, vanguardia e industrias culturales” de la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la UNLP, es además investigador, crítico literario y periodista cultural. Coordinó y editó, junto a Maya González Roux, el volumen colectivo Seis formas de amar a Barthes (Capital Intelectual, 2015)