Los ocultos

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โ€œยฟSe la habrรกn comido los ocultos?โ€, preguntรณ el padre mientras inspeccionaba una madriguera. โ€œSon herbรญvoros los ocultosโ€, dijo el baqueano. El padre se protegรญa del sol con un sombrero de paja y empuรฑaba un bastรณn de caรฑa. Asรญ salรญa a buscar a su hija todos los dรญas. La chica tenรญa siete aรฑos y habรญa desaparecido una maรฑana camino al colegio. Cuando dieron las cuatro de la tarde la madre fue a recogerla y la maestra le dijo que no la habรญa visto ese dรญa, que habรญa โ€œfaltadoโ€. El padre llegรณ de trabajar en la finca y fue a hacer la denuncia a la comisarรญa. Al dรญa siguiente salieron a buscarla. En esa primera comitiva habรญa quince hombres y tres perros. Las mujeres se quedaron e hicieron afiches con una foto de la chica tomada el dรญa de su รบltimo cumpleaรฑos. Era una foto luminosa, los ojos bien abiertos, la cara blanca entre dos trenzas morochas y una sonrisa de oreja a oreja. Hubieran preferido una imagen mรกs sobria, dada la situaciรณn, pero no encontraron nada. Ella siempre estaba sonriendo y era muy fotogรฉnica.

El verano habรญa llegado con la fuerza de mil demonios. Las uvas, prontas para la vendimia, explotaban en los viรฑedos dejando un reguero violeta sobre la tierra quemada. Los animales se refugiaban del sol en sus madrigueras, las vacas dormรญan a la sombra de los jacarandรกs, los mosquitos se hartaban de sangre en los potreros. El padre y el baqueano estaban desde hacรญa casi un mes concentrados en una zona de campos cerca de la frontera con Tucumรกn. Entendรญan que el cuerpo tenรญa que estar por ahรญ. La habรญa matado el portero del colegio, eso se resolviรณ en poco tiempo. Su mujer lo denunciรณ. No habรญa evidencia material, pero ella asegurรณ que se lo habรญa confesado entre sollozos el mismo dรญa del crimen. El hombre negรณ todo, dos policรญas lo molieron a palos, lo mojaron con una manguera y lo picanearon hasta que confesรณ. Lo siguieron torturando para que dijese dรณnde estaba el cadรกver, pero no hubo caso. Al dรญa siguiente el portero amaneciรณ muerto en su celda, ahorcado con una faja.

La policรญa, el padre y un puรฑado de voluntarios buscaron a la chica durante dos semanas hasta que el comisario les dijo que era posible que no la encontraran nunca y dio por terminada la pesquisa. La madre llorรณ, sus hermanas la acompaรฑaron, el pueblo hizo su duelo y todos se aprestaron a volver a la normalidad. Todos menos el padre. Le dijo al comisario que seguirรญa buscando solo y el comisario le aconsejรณ que contratara al baqueano. El baqueano no le cobrรณ, pero le pidiรณ los viรกticos. Salรญan con el canto del gallo y caminaban todo el dรญa. Al mediodรญa, comรญan pan con salame y tomaban vino bajo la sombra de algรบn รกrbol. Hablaban muy poco. Volvรญan al pueblo cuando el cielo se anaranjaba.

Buscaron en basurales y en casas en construcciรณn, en galpones, en una bodega abandonada y en la costa del rรญo. Rastrillaron cientos de hectรกreas de maleza y peinaron decenas de montes. Un dรญa el padre le pidiรณ al baqueano que lo acompaรฑase a salir tambiรฉn de noche. Le ofreciรณ dinero. Esta vez el otro sรญ que aceptรณ. A la luz de la luna se encontraban con animales nocturnos de ojos brillantes, bรบhos, zorros, ocultos. En ocasiones daban con la carcasa podrida o seca de algรบn bicho irreconocible y el baqueano inspeccionaba de cerca, buscaba rastros de pelo o pezuรฑas o garras y, cuando corroboraban que el estropajo no era humano, seguรญan caminando. Uno tanteaba el terreno con su bastรณn de caรฑa. El otro buscaba olores en el viento. Y asรญ pasรณ el tiempo.

โ€œSe la habrรกn comido los ocultosโ€, concluyรณ un dรญa el baqueano. Era de tarde, estaban en un monte de algarrobos y buscaban a la chica desde hacรญa ya casi dos meses. โ€œยฟNo era que los ocultos no comรญan carne?โ€, pensรณ el padre, pero el baqueano se le anticipรณ: โ€œComen cualquier porquerรญa; yuyos, madera, carne, basura.โ€ โ€œPuede ser, entoncesโ€, dijo el padre y se imaginรณ a su hija convertida en desperdicio.

Los ocultos viven en madrigueras poco profundas. Construyen galerรญas subterrรกneas resistentes al sol, a la lluvia y a la escarcha. A veces hay tantos que los peones salen a fumigar las bocas de las galerรญas, sobre todo en รฉpoca de vendimia. El procedimiento se llama โ€œdesocultarโ€. Si el baqueano estaba en lo cierto, pensรณ el padre, desocultar no hubiera servido de nada. Los huesos estarรญan desperdigados a lo largo de kilรณmetros de galerรญas subterrรกneas.

A la maรฑana siguiente el padre saliรณ solo. Algo de la chica iba a encontrar, una prenda de ropa, la mochila, pelo, uรฑas. Viendo al baqueano habรญa aprendido tรฉcnicas de rastreo, su olfato se habรญa sensibilizado y podรญa distinguir a una buena distancia los olores de ciertas plantas y animales. Habรญa aprendido rudimentos de botรกnica, conocรญa los secretos de la maleza. Podรญa distinguir huellas y seguirlas. Cuando encontraba un hueco de entrada a las galerรญas de los ocultos se echaba cuerpo a tierra y miraba de cerca. Asรญ se quedaba horas, metรญa primero la mano y despuรฉs el brazo entero, tanteaba, lo sacaba y examinaba lo que habรญa pescado. Manojos de tierra y suciedad, un escarabajo o un ratรณn muerto. Entonces volvรญa a mirar, pero era pura oscuridad, una negrura alucinante. Fantaseaba con una pociรณn mรกgica que lo transformase en un animal pequeรฑo e implacable (un hurรณn, por ejemplo) para asรญ recorrer las galerรญas de tierra negra a toda velocidad, matando ocultos y hurgando entre sus tripas.

Habรญa empezado el largo ocaso del verano, las noches eran cada vez mรกs frรญas. El padre andaba diez o doce horas por dรญa y despuรฉs volvรญa a su casa. Una vez se quedรณ dormido entre las viรฑas y a partir de entonces empezรณ a pasar las noches en cualquier sitio, como los perros. Para estar mรกs cerca de la tierra y ver mejor, de noche solรญa andar a gatas hasta que encontraba un rincรณn donde dormir al resguardo de los elementos. Cuando lo sorprendรญa el hambre comรญa yuyos o saltamontes. Si daba con un cactus podรญa hartarse de tunas y si llegaba a alguna finca mendigaba comida a los vecinos. โ€œEs el pobre diablo que busca a su hijaโ€, decรญan los paisanos y le daban una empanada o lo dejaban echarse en el galpรณn. Una noche durmiรณ en un chiquero.

Pasรณ el invierno, despuรฉs la primavera y volviรณ el tiempo de la vendimia. Era un dรญa glorioso, frรญo, celeste y dorado. Sentado sobre una medianera, atento al jรบbilo de un grupo de extraรฑos que tomaban vino y comรญan un asado, cubiertas las greรฑas grises por el sombrero de paja, detrรกs de una barba larga y tupida, el padre descansaba despuรฉs de haber caminado desde el alba. Por momentos se olvidaba de por quรฉ caminaba. ยฟQuรฉ era lo que buscaba? ยฟUn tesoro, las llaves de su casa, un par de zapatos? Revolvรญa en algรบn muladar o metรญa el brazo en una zanja pestilente y, de pronto, se detenรญa y trataba de recordar, se devanaba los sesos, pero no habรญa caso. Fijar la mirada siempre en el suelo puede volver a un hombre muy melancรณlico. Hacรญa mucho que no regresaba a su casa, su mujer sabe Dios quรฉ estarรญa haciendo. Quizรก se hubiese buscado otro tipo. Una joven sentada a la mesa lo vio y le sonriรณ. El padre entonces interrumpiรณ sus elucubraciones, saltรณ de la medianera hacia el otro lado y caminรณ con paso ligero a campo traviesa en direcciรณn al cerro, su abrigo harapiento flameando en el viento como la bandera de un barco fantasma.

En los meses siguientes no volviรณ a su pueblo, no parรณ en casas a pedir comida ni alojamiento y evitรณ el contacto con las personas. Habรญa dรญas enteros en que no se ponรญa de pie. Gateaba, se arrastraba y olfateaba el piso. Una maรฑana, tres chicos que bordeaban la ruta camino al colegio lo vieron durmiendo junto a un poste de luz y pensaron que era un zorro muerto. Entre los lugareรฑos, se empezรณ a hablar de una presencia gris que merodeaba por la zona. Alguien asegurรณ que era aquel padre que buscaba a su hija. โ€œEs un vagoโ€, dijo uno. โ€œEstรก locoโ€, dijo otro. Pero el hombre ya no buscaba a su hija, buscaba un olor.

Una noche de fines de marzo, bajo una luna de cosecha gorda y pesada, el hombre atravesรณ un alambrado y saltรณ a la ruta. Caminรณ por la banquina en la luz dorada hasta que llegรณ a un cruce de caminos. Con dificultad mirรณ al cielo por primera vez en muchos meses. La luna roja lo encandilรณ, estaba atรณnito. Asรญ se debe de haber sentido el primer hombre que caminรณ erguido cuando echรณ la cabeza para atrรกs y descubriรณ el universo. Si alguien lo hubiese visto en ese momento no se habrรญa percatado de que la mueca que le deformรณ el rostro era una sonrisa. Entonces sintiรณ un olor que venรญa de la ruta. Era el olor que habรญa estado buscando. La luz lo guio toda la noche y cuando llegรณ la madrugada con su aliento azul, el hombre habรญa vuelto a su pueblo.

Su mujer lo vio entrar a la casa y dio un grito. La forma que atravesรณ la puerta ya no era su marido. Su aspecto era estremecedor; el olor que emanaba su cuerpo, inhumano. El hombre farfullรณ un saludo, comiรณ algo, se acostรณ y durmiรณ todo el dรญa, un sueรฑo sostenido y silencioso. Eran cerca de las once de la noche cuando su mujer desde el sofรก lo vio salir de la casa. Dos vecinos que tomaban Pechito Colorado lo vieron pasar, lo reconocieron y lo saludaron con efusiรณn, pero el hombre no respondiรณ y siguiรณ caminando. Saliรณ del pueblo hacia el cerro por la ruta asfaltada y subiรณ hasta el primer mirador. Sobre una terraza natural que daba al valle estaba el cementerio. Abajo, el pueblo dormรญa en una oscuridad apenas perturbada por los faroles de la plaza. Los dos vecinos siguieron emborrachรกndose y charlando hasta bien pasada la medianoche. Uno de ellos no tenรญa dientes, el otro hablaba a los gritos. Cuando vieron al hombre bajar por la calle lo volvieron a saludar. Esta vez la bestia barbuda se dirigiรณ hacia ellos, estaba todo cubierto de tierra. Entonces notaron que cargaba algo sobre el hombro. Pensaron que era una rama. Despuรฉs, una bolsa de dormir. Cuando lo tuvieron cerca se dieron cuenta de que era una pierna. El desdentado se puso blanco. El otro estallรณ en una carcajada. El hombre los miraba fijo y de pronto hablรณ: โ€œSoy un zorro. Pasa que el zorro es peludo por afuera y yo por adentro.โ€ Entonces sacรณ un cuchillo de carnicero de la faja, se lo ofreciรณ al que reรญa y pidiรณ que le hiciera un tajo en el brazo para que vieran el pelo que le crecรญa adentro. Los borrachos se alejaron. El cuchillo se habรญa caรญdo al piso. Con la pierna siempre al hombro, el hombre se acuclillรณ, lo recogiรณ y se lo metiรณ en la faja. Atravesรณ el pueblo hacia el sur y volviรณ a la ruta por la que habรญa venido. Cuando saliรณ el sol al dรญa siguiente, un chacarero en tractor lo vio cruzar el alambrado con un bulto sobre el hombro e internarse en el monte para siempre. ~

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(Buenos Aires, 1979) es escritor y profesor. Tiene un maฬster en griego bizantino por la Universidad de Londres y un doctorado en literatura comparada por la Universidad de Carolina del Norte, Chapel Hill. Su libro maฬs reciente es Por queฬ nos creemos los cuentos. Coฬmo se construye evidencia en la ficcioฬn (Clave Intelectual, 2021).


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