¿Para qué sirve el amor?

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Catalina Aguilar Mastretta

Todos los días son nuestros

Ciudad de México, Océano, 2016, 252 pp.

A diferencia de otras historias que llamamos “de amor”, la primera novela de Catalina Aguilar Mastretta no gira en torno a la pregunta “¿cómo conseguirá nuestra heroína el amor?”, sino “¿qué sucederá con su vida una vez que el amor ha acabado?”. Las amigas de María, la protagonista, se cansan pronto de escucharla hablar de su rompimiento con Emiliano, su novio de una década, porque los rompimientos, en el siglo XXI, no alcanzan para ninguna tragedia, no digamos ya para una explicación más o menos convincente. María misma no sabe dar razones del fin de su relación y apenas puede enumerar qué no lo causó: no fueron la infidelidad, la ambivalencia hacia el matrimonio, ni siquiera el aborto. En todo caso se ve obligada a inventar una historia sencilla que haga reír a quienes preguntan, una simplificación de la verdad.

Aguilar Mastretta consigue, por medio de flashbacks y del monólogo interior de su protagonista, darle vida a una relación que desde el inicio de la novela es cosa del pasado. A pesar de que este noviazgo está dibujado de tal modo que cualquiera puede identificarse con él, una de las virtudes de Todos los días son nuestros es que Emiliano y María parecen también una pareja única y particular: la autora ha sabido retratar sus pleitos domésticos y sus diferencias de clase, sus sobreentendidos y una larga serie de conflictos sin resolver que terminarán por pasarles factura. Quienes los rodean son a la vez los personajes arquetípicos de una trama amorosa (La Mejor Amiga, La Suegra, El Primer Amor) e individuos bien dibujados con una historia personal. Acaso este sea uno de los puntos débiles de la novela: Aguilar Mastretta se siente tan a gusto con el mundo que ha creado que no deja, de modo casi obsesivo, detalle sin cubrir.

Así, nos enteramos de cada uno de los pormenores del cortejo y noviazgo de María y Emiliano, leemos sus pleitos palabra por palabra. Hay poco espacio para la ambigüedad y no es difícil inferir qué inseguridades existen detrás de sus discusiones, porque María nos lo deja muy en claro a través de una narración que es muy divertida, con chistes y referencias a la cultura pop, pero que puede por momentos resultar repetitiva. La novela corre con mayor fortuna cuando la narradora detalla su interés por el arte y el cine o cuando habla de lo que significa dejar de ver a alguien que ha sido fundamental en la construcción de la propia personalidad. Es decir, cuando se toma una pausa para entender lo que sucede en su interior.

Al margen del tema amoroso, en Todos los días son nuestros abundan las descripciones sobre ser crítica de cine en México. Crítica freelancer. Además de las dificultades, la narradora transmite un interés genuino, una pasión por aquello que las películas pueden comunicar. El cine es lo que le permite a hacer las paces con Emiliano, lo que la ayuda a conectar con un grupo inusual de niños y su trabajo como crítica la mantiene de pie cuando las otras áreas de su vida se van desmoronando.

En sus mejores momentos, este es un libro acerca de lo que pasa cuando tienes amigos, trabajo, una familia, y te quedas sin pareja. No es el fin del mundo, pero es el fin de algo: ¿Cómo se lleva ese duelo?, ¿qué tanto importa al fin y al cabo?, ¿cómo nos definimos ante el mundo si ya no es a través de esa relación? María no es una torpe adorable como Bridget Jones ni una Elizabeth Bennet que necesita un buen matrimonio para asegurar su futuro. Se trata, más bien, de una mujer suficientemente feliz, que inicia un viaje de descubrimiento cuando una parte de su vida termina y es necesario seguir.

Por desgracia, Aguilar Mastretta no puede resistir la tentación de hacer un giro hacia el último tercio de la novela e introduce un elemento trágico que en cierta forma anula todo el camino andado por la protagonista. Esta vuelta de tuerca lleva a María a ver las cosas desde una perspectiva muy distinta, guiada por un duelo, a consideración de la autora, más serio o más real que el que supone el fin de un noviazgo. El recurso funciona a nivel emocional, pero reconfigura de un modo demasiado drástico para la trama los vínculos que había tomado tantas páginas establecer.

Leer una historia de amor bien contada es uno de los placeres más satisfactorios. Todos los días son nuestros toma lo mejor del género y nos presenta una relación que tiene problemas muy actuales (por ejemplo: ¿es necesario casarse en una iglesia si no se cree en dios pero se respetan las tradiciones familiares?) y otros tan antiguos como las relaciones humanas (¿qué tanto hay que ceder para hacer feliz al ser amado?), y lo hace con un gran sentido del humor que nunca llega a ser frívolo. Sin embargo, la inclusión de muchas subtramas y recursos literarios (como la narración no lineal o la cita textual de las reseñas de cine de María) hace que el argumento central pierda fuerza.

“Quiero leer un libro romántico que no suceda en el contexto de la Revolución mexicana”, me dijo una amiga cuando yo estaba leyendo Todos los días son nuestros y supe a qué se refería. Queremos historias de amor que hablen de los tiempos en los que vivimos, y la novela de Aguilar Mastretta es una buena candidata para redefinir el género. ~

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(Mérida, 1988) es una comunicadora especializada en medios digitales, responsabilidad corporativa y equidad de género. Twitter:@majos_eh


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