En la geografía poética de Tablada las ideas han regresado a su punto de partida: el Buda fastidiado de la misma flor; China y su inacabable lista de novedades centenarias, los poetas japoneses, naos nostálgicas y el México asiático. Después pagó su tributo a París y Yanquilandia le absolvió más tarde. Últimamente otros viajes y ahora, espiritualmente, ha tornado al sagrado Himalaya.
Recordemos al poeta: yo lo recuerdo en la dulce y amada Colombia. La gran altura de Bogotá lo obligó a refugiarse en un hermoso rincón de los Andes, a mil metros de altura. Yo hacía en Bogotá un “sutil” bachillerato y con frecuencia recibí invitaciones del poeta para ir a visitarle. Un día me envió unos preciosos hai kai escritos en grandes hojas vegetales y unas sentencias de muerte contra cierta bailarina que había escandalizado a México con sus flacos escándalos. Una de las veces que tuve el placer de visitar al poeta en el Hotel de la Esperanza, había terminado ya su admirable libro Un día… poemas sintéticos. Me hizo el honor de leérmelo y gocé como pocas veces del encanto de las cosas más bellas y sencillas.
Decía, por ejemplo:
Tierno saúz
casi oro, casi ámbar,
casi luz…
Y otro:
Pavo real, largo fulgor,
por el gallinero demócrata
pasas como una procesión.
Y otro:
El jardín está lleno de hojas secas.
Nunca vi tantas hojas en sus árboles
verdes, en primavera.
Y este otro:
Por nada los gansos
tocan alarma
con sus trompetas de barro.
A la brevedad de la forma japonesa, unía el agudismo de Jules Renard. Los líricos procedimientos de Apollinaire, Cendrars y Reverdy le entusiasmaban por esos días. Confieso que a mí esos poemas en forma de paseos en carretela me parecían bien, de lejos. Casi todos los breves poemas del libro Un día… son perfectos. La impresión que ellos me causaron me hizo escribir más tarde Exágonos, de próxima publicación y dedicados a Tablada. A mi pecadora retórica de entonces dio el poeta dos o tres golpes y la puso knock-out. En su conversación he hallado siempre enseñanzas y sugestiones dignas del gran artista que hay siempre en él.
Algunas veces subía a Bogotá. En una de esas ocasiones se le ocurrió guisar un prodigioso platillo oriental para una cena diplomática en la Legación de México. El poeta acababa de ser nombrado por esos días encargado de Negocios en Caracas. La cena fue magnífica. El platillo fue alabado en varios idiomas, pero ocasionó a su autor una indigestión de primera. Solamente él se enfermó. Así, por sus propias manos. Otra vez, en uno de esos breves días que se pasaba en Bogotá, íbamos por la calle Real atropellados por un ventarrón loco. Pasaron dos lindas mujeres cerca de nosotros y vimos una barbaridad de cosas. Tablada improvisó así:
Mujeres que vais por la calle
con el viento por delante
el viento es un dibujante
que no perdona detalle
Artista suntuoso y exquisito, cultivó siempre la forma como sabio oficio. Su mejor ejemplo es el poema “Ónix” que Lugones tanto alabó. Hoy el poeta canta en los más claros y sencillos tonos, y como el viajero que rindió raros placeres y halló después en su quinta natal las emociones más puras y hondas, así este poeta admirable que ha sido siempre generoso abanderado, vuelve al vaso de agua de la pura belleza, reflexivo y sencillo como la noche en el campo. Vuelve a su Oriente. Pero no es ya el Oriente decorativo y sensual de la torre de porcelana y del puente de jade. Es el bosque teosófico, la alta emoción de las orillas misteriosas, el pensamiento de la sacra esperanza. ~