Pinta al pueblo, pinta la lucha, pinta el futuro

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Y no basta cerrar los ojos en la sombra ni hundirlos en el sueño para ya no mirar.

Xavier Villaurrutia, “Nocturno miedo”

El día siguiente a las elecciones estadounidenses aparecieron grafitis de esvásticas en varias calles del sur de Filadelfia. Escrito a un costado estaba el nombre del presidente electo y por lo menos en un caso la frase Sieg Heil o “Viva la victoria”, un saludo nazi, sobre el escaparate de una tienda de pieles abandonada. Unas veinticuatro horas después, un artista local huía de un grupo de hombres borrachos que se turnaban entre lanzarle epítetos homofóbicos y botellas de cerveza. A los tres días, estudiantes negros de la Universidad de Pensilvania fueron agregados al grupo de chat “Nigger Lynching”. Ahí, personas desconocidas los atacaron con una larga lista de insultos raciales, mandaron imágenes de la ubicua gorra roja con la frase “Agárralas del coño” y fotos de linchamientos de tiempos de las leyes de Jim Crow con el mensaje “Amo a América”. Paralelamente, se anunció el plan de deportar inmediatamente, o tal vez encarcelar, a hasta tres millones de inmigrantes indocumentados. Mírenla bien: así es la América de Trump.

Semanas antes, cuando las encuestas aseguraban que Estados Unidos tendría a su primera presidenta, se inauguró en el Philadelphia Museum of Art una exposición de pintura mexicana. Paint the Revolution: Mexican modernism, 1910-1950 fue anunciada como la muestra de arte mexicano más comprensiva del periodo en las últimas siete décadas. Organizada con la colaboración del Museo del Palacio de Bellas Artes incluye obras de Diego Rivera, José Clemente Orozco, David Alfaro Siqueiros, Frida Kahlo, Rufino Tamayo, Dr. Atl, María Izquierdo, Roberto Montenegro, Carlos Mérida, Manuel Álvarez Bravo y otros. La selección se dedica a ilustrar la turbulenta historia de cambio en el México revolucionario y posrevolucionario, sus intelectuales y figuras, el horror de la guerra y la opresión sistémica, la construcción y crítica de una modernidad incierta que sigue alimentándose de viejas costumbres. Es la historia de la esperanza de los oprimidos y será vista en el contexto de una transición hacia la incertidumbre.

La ofrenda de Saturnino Herrán arranca el recorrido. Una larga procesión de campesinos se desliza sobre Xochimilco en trajineras que cargan cempasúchil. La muerte, que no vemos pero se encuentra presente en las flores, es devastadora. Las personas van cabizbajas con la mente ocupada en su difunto. Una niña, sin embargo, nos mira de frente, y su rostro es el más nítido de todos. Sus ojos, sin ser desafiantes, emprenden un enfrentamiento. Al asistente le recuerdan que eso que espía puede espiarlo de vuelta. Esa es la condición inaugural: dejarse ver.

El título de la exhibición viene de un ensayo que el novelista John Dos Passos publicó en la revista marxista New Masses en 1927. Dos Passos se emociona con el muralismo que conoce en uno de sus viajes a la Ciudad de México. Lo considera un arte que incide en la vida diaria en contraposición con las piezas de las galerías neoyorquinas que equipara con “el horror de recoger migajas de la mesa de un hombre rico”. Escribe: “No se trataba de ideas, de un montón de gente que se había tragado la propaganda decidiendo que un poquito de arte revolucionario sería algo bueno; era un caso de necesidad orgánica.” Me parece que es la urgencia de Dos Passos y no solo su elogio lo que bautiza la exhibición. Su espíritu persevera en el llamado a la acción que hacen los subtítulos. Al Pinta la Revolución le siguen Pinta al pueblo, Pinta la lucha y Pinta el futuro. Sí, la interpretación de este imperativo es más cercana al uso del presente histórico que al de una orden real, pero, después de los resultados del 8 de noviembre, ¿cómo no preguntarse qué puede hacer el arte para salvar las diferencias, para dominar el miedo, para curar la ignorancia, para proteger al vulnerable? Los cuerpos ensalzados en el museo de arte son discriminados en las calles de Estados Unidos y de México. Adentro son artistas, soldados, escritores, héroes. Afuera son violadores, narcotraficantes y delincuentes.

Años atrás, en otra era de intenso malestar social, el director de orquesta y compositor Leonard Bernstein leyó una declaración en el concierto a la memoria del recién asesinado presidente John F. Kennedy, que concluye: “Pero esta pena y este coraje no nos inflamará hacia la venganza, en cambio enardecerá nuestro arte. Nuestra música nunca será la misma. Esta será nuestra respuesta a la violencia: hacer música más intensa, más bella, más devotamente que antes.” Sobra decirlo, el arte en sí no bastará para curar heridas tan profundas pero quizá su labor no sea esa. Quizá se trate de encarar al otro sin dejar que se rompa el contacto. Decir: estoy aquí y te veo. ~

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(Monterrey, 1988) es escritora y académica. Estudia el doctorado en literatura hispana en la Universidad de Pensilvania


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