a la memoria de Plรกcido Arango
Para un historiador mexicano que tiene tantos vรญnculos de afecto con Espaรฑa, recibir el Premio de Historia รrdenes Espaรฑolas en este aรฑo conlleva, ademรกs de un altรญsimo honor, la responsabilidad de recordar el quinto centenario de la conquista de Mรฉxico. La asumo porque creo en la honda significaciรณn de esa historia. Pero, justamente porque creo en ella, no me circunscribirรฉ a los hechos de guerra que culminaron en la caรญda de Mรฉxico-Tenochtitlan el 13 de agosto de 1521, sino a los cinco siglos que los sucedieron. Asรญ, la historia puede reafirmar la concordia que impera, desde hace mucho tiempo, entre los pueblos de Mรฉxico y Espaรฑa.
Conmemorar es hacer memoria juntos. Quisiera entonces comenzar por recordar a la gran civilizaciรณn conquistada. Cubrรญa una inmensa superficie en cuyas urbes magnรญficas convergรญan los mรกs diversos oficios y las artes mรกs refinadas. Aquel orden garantizaba el abasto de agua, vรญveres y materias primas, y contaba con una extensiva y minuciosa organizaciรณn de la fuerza de trabajo. Habรญa valores รฉticos y estรฉticos en esas naciones, y habรญa tambiรฉn, aunque incomprensible para nosotros, una religiรณn que daba sentido a sus vidas. No era la arcadia que pinta la historiografรญa indigenista, pero tampoco el infierno de su contraparte hispanista. Era un continente perdido en la geografรญa y la historia, una zona no solo remota sino ajena a Europa, รfrica y Asia, que llevaban siglos de conocerse. Quizรกs en esa condiciรณn insular estuvo el origen de su tragedia, que no terminรณ con la derrota de los mexicas y los reinos circundantes. El benemรฉrito franciscano fray Toribio de Benavente โa quien los indios, que lo veneraban, apodaron Motolinรญa, โel pobrecitoโโ incluyรณ las encomiendas, tributos y la temporal esclavizaciรณn de los indios entre las diez plagas que los afligieron en las primeras dรฉcadas posteriores a la conquista ademรกs de las diversas epidemias que, solo ahora, por sufrirlas en carne propia, tenemos la posibilidad de imaginar.
Estos, me parece, son hechos incontrovertibles, pero la historia no es un tribunal, y el deber del historiador โsobre todo ante un drama a tal grado remotoโ no es juzgar sino ante todo documentar, explicar y comprender. En el primer รกmbito, el avance ha sido continuo y notable. A las fuentes originales, tanto espaรฑolas (cartas, crรณnicas, historias) como indรญgenas (pictografรญas, anales, mapas, documentaciรณn legal o cotidiana), se fueron sumando hallazgos, ediciones crรญticas, interpretaciones novedosas. En mi libro La presencia del pasado intentรฉ poner en paralelo la genealogรญa biogrรกfica de la historiografรญa espaรฑola (desde las Cartas de Cortรฉs y las historias de Francisco Lรณpez de Gรณmara y Bernal Dรญaz del Castillo hasta la obra de Antonio de Solรญs) con la genealogรญa historiogrรกfica que recoge la vida y โvisiรณn de los vencidosโ, como la llamรณ el maestro Miguel Leรณn-Portilla. Esta รบltima genealogรญa comienza inmediatamente despuรฉs de la conquista y en ella se hermanan cronistas indรญgenas, frailes espaรฑoles, cientรญficos criollos, sabios europeos, historiadores novohispanos y mexicanos: Domingo de San Antรณn Chimalpรกhin, Fernando de Alva Ixtlilxรณchitl, Bernardino de Sahagรบn, Diego Durรกn, Jerรณnimo de Mendieta, Juan de Torquemada, Carlos de Sigรผenza y Gรณngora, Lorenzo Boturini, Francisco Javier Clavijero, Carlos Marรญa de Bustamante, Josรฉ Fernando Ramรญrez, รngel Marรญa Garibay y el propio Miguel Leรณn-Portilla. Todos ellos nos han dado un vislumbre de aquella civilizaciรณn cuyos registros histรณricos y culturales habรญan sido, en buena medida, destruidos.
No menos notable ha sido el progreso en la tarea de trazar las causas de los hechos. Nadie abraza ya la explicaciรณn providencialista de los vencedores o la fatalista que se atribuye a los vencidos. Gracias a la obra extraordinaria de Hugh Thomas conocemos mejor el perfil de los compaรฑeros de Cortรฉs y podemos ponderar factores determinantes en el desenlace, como los contrastes en la tecnologรญa y hasta la concepciรณn misma de la guerra. Una reciente escuela de interpretaciรณn ha hecho hincapiรฉ en la constelaciรณn de pueblos indรญgenas, no solo como aliados de los conquistadores (que lo fueron, decisivos) sino como conquistadores ellos mismos, como agentes de su propio destino.
Algunos historiadores pensamos que tan importante como discurrir las causas de los hechos es acercarnos a su sentido. Y es ahรญ, en la comprensiรณn, donde persiste el mayor enigma. ยฟQuรฉ leyeron uno en el otro, Moctezuma y Cortรฉs? ยฟCรณmo interpretar la aparente pasividad de Moctezuma? ยฟCรณmo entender el รญmpetu histรณrico de Cortรฉs? ยฟQuรฉ papel jugรณ doรฑa Marina, la famosa Malinche, que traducรญa de un idioma a otro esas lecturas distantes? La gran biografรญa de Hernรกn Cortรฉs escrita por Josรฉ Luis Martรญnez nos acerca al Cortรฉs histรณrico, no al mitolรณgico. Pero la perplejidad no cede. Por eso los historiadores debemos convocar a los poetas. Ellos comprenden mejor.
Hace exactamente un siglo, aรฑo del cuarto centenario que serรญa tambiรฉn el de su prematura muerte, Ramรณn Lรณpez Velarde, uno de los mรกs eminentes poetas mexicanos, invocaba en un cรฉlebre poema a Cuauhtรฉmoc, el รบltimo y valeroso emperador mexica, con estas palabras:
Joven abuelo, escรบchame loarte,
รบnico hรฉroe a la altura del arte.
El poema, titulado โLa suave Patriaโ, alude al sufrimiento de Cuauhtรฉmoc y de su pueblo con imรกgenes que resumen volรบmenes de informaciรณn: se refiere al โazoro de sus crรญasโ, al โsollozar de sus mitologรญasโ. Pero enseguida, hablando al hรฉroe, introduce unas lรญneas, luminosas como un amanecer:
Anacrรณnicamente, absurdamente,
a tu nopal inclรญnase el rosal;
al idioma del blanco, tรบ lo imantas
y es surtidor de catรณlica fuente
que de responsos llena el victorial
zรณcalo de cenizas de tus plantas.
Las tres imรกgenes โla flor europea saludando a la planta americana, el canto nรกhuatl que enriquece a la lengua espaรฑola, la tortura de aquel tlatoani como una prefiguraciรณn cristianaโ anticipan la visiรณn del precioso ensayo titulado โNovedad de la Patriaโ en el que Lรณpez Velarde define a la patria mexicana en seis palabras que doblan la pรกgina de la conquista y abren la pรกgina de nuestra historia compartida:
Castellana y morisca, rayada de azteca
ยฟQuรฉ fue Nueva Espaรฑa y quรฉ ha sido Mรฉxico? Un crisol. No un mosaico ni una tela desgarrada: un crisol. Una construcciรณn cultural que, como las catedrales, llevรณ siglos edificar. Si entendemos la cultura como un conjunto de valores, podemos confirmar que aquellas culturas enfrentadas no eran tan distintas. Mi maestro Luis Gonzรกlez y Gonzรกlez decรญa que el โlinaje de la cultura mexicanaโ es una mezcla de esos valores, en la que a menudo los conquistadores resultaron conquistados y los conquistados, conquistadores.
Pueblos estoicos de la guerra y la fe, en ambos descollaban los artistas en campos similares: escultura, pintura, orfebrerรญa, poesรญa, urbanismo. Junto a esas secretas convergencias, una nueva cultura comenzรณ a forjarse de la manera mรกs natural, por la vรญa de los sentidos y el amor. Asรญ naciรณ el mestizaje, que algunos niegan, demeritan o relativizan, y que sin duda no fue el mismo en todo el territorio, pero que yo considero el mejor legado de Nueva Espaรฑa a Mรฉxico. Su realidad es evidente en la vida cotidiana. En la dieta, predominรณ la influencia indรญgena; en la medicina y la herbolaria, confluyeron ambas culturas; y en la lengua, a despecho del predominio del espaรฑol, idioma en el cual los mexicanos escriben poesรญa desde antes del Siglo de Oro, la babel de lenguas indรญgenas sobreviviรณ e impregnรณ al castellano con una variedad de mexicanismos, tonalidades, acentos.
En el plano intelectual y moral, el mestizaje es deudor de las nociones de libertad natural e igualdad cristiana que โcomo lo explicรณ don Silvio Zavala y mรกs recientemente, de manera insuperable, John H. Elliottโ distinguen la conquista espaรฑola, sobre todo en Mรฉxico, de otras conquistas transatlรกnticas. En esas nociones cardinales se fincaron las leyes y las instituciones novohispanas, desde el Hospital de Jesรบs fundado por Cortรฉs despuรฉs de la conquista (y que aรบn subsiste) hasta los Juzgados de Indios que operaron hasta principios del siglo XIX. En esa historia moral que uniรณ a espaรฑoles y mexicanos, hubo otros hรฉroes โa la altura del arteโ: los padres fundadores de la evangelizaciรณn mexicana, arraigada sobre todo en la mujer. Me conmueve recordar aquรญ al menos a uno de ellos: Vasco de Quiroga, โTata Vascoโ como lo llamaban los indios de su tiempo y lo siguen llamando ahora. Aquel juez de la Real Audiencia de Mรฉxico fundรณ junto al lago de Pรกtzcuaro, en el occidente del paรญs, la รบnica utopรญa inspirada en Tomรกs Moro que resultรณ exitosa, tan exitosa que sigue ahรญ, maltrecha, acosada pero viva, a casi quinientos aรฑos de su fundaciรณn.
Pero ningรบn prodigio del crisol mexicano se compara con la Virgen de Guadalupe, cuya creaciรณn, humana o divina, estudiaron admirablemente Joaquรญn Garcรญa Icazbalceta, Edmundo OโGorman y David Brading. Un liberal jacobino del siglo XIX, Ignacio Manuel Altamirano, indรญgena puro y gran editor, escribiรณ: โtratรกndose de la virgen de Guadalupe, todos los partidos estรกn acordes y en รบltimo extremo, en los casos desesperados, el culto a la Virgen mexicana es el รบnico vรญnculo que los uneโ. Solo ahora, en el convulsionado Mรฉxico de nuestro tiempo, ese vรญnculo parece debilitarse, pero no se romperรก. Asรญ de extraordinaria ha sido su pervivencia.
Estos, me parece, son tambiรฉn hechos incontrovertibles de nuestra historia compartida. El crisol se hizo mรกs creativo en la etapa barroca, esa larga y serena โsiesta colonialโ que erigiรณ joyas arquitectรณnicas y labrรณ retablos deslumbrantes, que construyรณ puentes, puertos, escuelas y ciudades, que inventรณ la cornucopia de la cocina mexicana e incorporรณ en su cultura muchos elementos del Lejano Oriente desde donde llegaba la Nao de China, convirtiendo a Nueva Espaรฑa en el centro de la primera globalizaciรณn. Esa fue su gloria, pero es claro tambiรฉn que Nueva Espaรฑa, siguiendo la pauta de la metrรณpolis, vivรญa un tanto en los mรกrgenes de un entorno europeo orientado hacia la racionalidad cientรญfica y la libertad de conciencia, una mentalidad a la que el espรญritu mรกs alto que produjo Nueva Espaรฑa, sor Juana Inรฉs de la Cruz, accediรณ en su poema Primero sueรฑo. Octavio Paz, en su magistral biografรญa, vio en ella el emblema de la tensiรณn especรญfica de Mรฉxico, que fue tambiรฉn la del propio Paz: ambos vivieron y escribieron entre la nostรกlgica comuniรณn del pasado virreinal y el llamado inaplazable del futuro liberal.
Ese futuro tocรณ a la puerta en el breve siglo de las luces, perรญodo expansivo y floreciente para algunos, empobrecedor (como vio Humboldt) para otros, cuyas reformas, como se sabe, incidieron en nuestra guerra de independencia cuya consumaciรณn en 1821 pareciรณ el momento propicio para que el tronco espaรฑol y la rama mexicana se reconocieran como entidades libres, autรณnomas y fraternas. Ocurriรณ muy tardรญamente, y en Mรฉxico la querella continuรณ, ya no con Espaรฑa sino con el legado de Espaรฑa en las entraรฑas de Mรฉxico.
Una vez mรกs, unos versos de Lรณpez Velarde resumen la historia del siglo XIX, siglo de caudillos y de luchas fratricidas, tan similares a las espaรฑolas:
Catรณlicos de Pedro el Ermitaรฑo
y jacobinos de รฉpoca terciaria.
(Y se odian los unos a los otros
con buena fe.)
Ese odio les impidiรณ dialogar. Y el efecto de esa discordia sobre el conocimiento histรณrico fue desastroso no solo porque ambos bandos โel liberal y el conservadorโ tendieron a olvidar el pasado indรญgena sino porque unos y otros usaban la historia como instrumento de poder, no de saber. Toda la explicaciรณn del bando conservador consistรญa en culpar de los males de la naciรณn a las modas de un siglo sin fe. Y toda la explicaciรณn del bando liberal (admirable, por otros motivos) se reducรญa a culpar a la conquista y la etapa virreinal de los males de la nueva naciรณn. Pero siempre hubo historiadores que afanosamente trabajaron en rescatar el cuerpo documental de los siglos anteriores, prehispรกnicos y virreinales, y escribieron obras que son ejemplo de equilibrio y honradez.
Y, por fortuna, no todo fue discordia en el siglo XIX. En la invasiรณn de potencias europeas a Mรฉxico del aรฑo 1861, el general Juan Prim, que comandaba la flota espaรฑola, decidiรณ retirar a sus tropas. Y a fin de siglo, al estallar la Guerra del 98, Espaรฑa descubriรณ que no estaba sola. A su defensa salieron las voces hispanoamericanas, como la de Rubรฉn Darรญo que advirtiรณ a Theodore Roosevelt con palabras que resonarรญan durante todo el siglo XX:
Tened cuidado. ยกVive la Amรฉrica espaรฑola!
Hay mil cachorros sueltos del Leรณn Espaรฑol.
Y en Mรฉxico, el historiador y educador liberal Justo Sierra recibiรณ en 1910 a su par, don Rafael Altamira, para sellar la definitiva reconciliaciรณn: el tronco unido a la rama, la rama al tronco.
La Revoluciรณn mexicana, con su natural impulso indigenista, reabriรณ las viejas heridas. Diego Rivera plasmรณ una visiรณn idรญlica del mundo prehispรกnico y un Cortรฉs deforme y sifilรญtico. La floraciรณn cromรกtica de esos murales ocultaba su daltonismo ideolรณgico. Pero ni siquiera Rivera, en sus pinturas, pudo negar la labor de los misioneros. Y muy pronto, la Guerra Civil espaรฑola extrajo lo mejor de la reserva moral mexicana y la orientรณ, una vez mรกs, como en el 98, hacia Espaรฑa.
Quienes nos dedicamos al cultivo de las humanidades somos deudores de los maestros del exilio espaรฑol. En esta historia que nos une, quiero compartir un dato poco conocido. Aquel exilio no fue obra del azar. Alguien tuvo la idea. Alguien, en fecha temprana, instรณ al presidente Lรกzaro Cรกrdenas a invitar a Mรฉxico a un โpuรฑado de espaรฑoles de primera fila, valores cientรญficos, literarios, artรญsticos y, por aรฑadidura, de ejemplar calidad moralโ. Hace cuarenta aรฑos, al escribir la biografรญa de mi maestro Daniel Cosรญo Villegas, descubrรญ que ese alguien habรญa sido รฉl. Me emociona recordarlo. Historiador liberal, ensayista de temas latinoamericanos, crรญtico del poder, don Daniel, como le decรญamos, fue el creador del Fondo de Cultura Econรณmica y el fundador de la Casa de Espaรฑa en Mรฉxico, que se convirtiรณ en El Colegio de Mรฉxico. Por el puente que tendiรณ llegaron historiadores, filรณsofos, sociรณlogos, juristas, escritores, musicรณlogos, antropรณlogos, editores, traductores, poetas, novelistas, cineastas, guionistas, artistas, cientรญficos, mรฉdicos. En esa Casa de Espaรฑa en Mรฉxico, los recibiรณ Alfonso Reyes, quien tanto debe a la tertulia literaria de Madrid, a quien tanto deben los estudios gongorinos. En esa Casa de Espaรฑa en Mรฉxico, don Silvio Zavala dio comienzo al estudio profesional de la conquista y el perรญodo virreinal. Su esfuerzo fue paralelo al de grandes hispanistas estadounidenses y franceses de su generaciรณn (Woodrow Borah, Howard Cline, Robert Ricard, Franรงois Chevalier), y la obra de todos ellos encontrรณ eco en generaciones de historiadores mexicanos y espaรฑoles que enriquecen, hasta nuestros dรญas, el conocimiento de aquellos tres siglos fundacionales.
Es imposible cerrar los ojos a la huella de Mรฉxico en Espaรฑa y a la huella de Espaรฑa en Mรฉxico. Y no solo en la cultura. Generaciรณn tras generaciรณn, oleadas de jรณvenes asturianos, gallegos, catalanes, andaluces, vascos, espaรฑoles de todas las regiones, llegaban a โhacer la Amรฉricaโ y fundaron empresas de toda รญndole, que perduran y florecen. Y hace poco menos de cincuenta aรฑos, quienes soรฑรกbamos con la posibilidad de implantar en Mรฉxico una democracia sin adjetivos vimos a Espaรฑa como nuestro ejemplo e inspiraciรณn.
Todos los historiadores que aparecen en mi apresurado mural biogrรกfico son los verdaderos recipiendarios de este Premio de Historia รrdenes Espaรฑolas. Por eso los he evocado. Mis modestas incursiones en la historia de la conquista y los tiempos virreinales son escolios a esa obra colectiva. Mis obras histรณricas y biogrรกficas sobre la cultura, el poder y las ideas en los siglos XIX y XX en Mรฉxico, fueron inspiradas por mis maestros. El vivo interรฉs โy la angustiaโ que me provoca el destino de Iberoamรฉrica es deber que ellos me encomendaron. Mis ensayos aspiran a que en esa patria grande, igual que en Espaรฑa, imperen la democracia, la ley y la libertad sobre los fanatismos de la identidad. Los puentes culturales y literarios que he querido tender con Espaรฑa, mi revista y mis escritos, son solo una pequeรฑa rรฉplica de los que ellos tendieron.
Hago votos para que siempre, por sobre los designios del poder, impere la vocaciรณn del saber. Que nunca mรกs el odio impida el diรกlogo. Asรญ la historia podrรก cumplir con su mรกs alta misiรณn, la de ser camino de comprensiรณn y de concordia. ~
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Pronunciado en el Real Monasterio de San Lorenzo de El Escorial.
Historiador, ensayista y editor mexicano, director de Letras Libres y de Editorial Clรญo.