Georgina Cebey
Arquitectura del fracaso
Ciudad de México, Tierra Adentro, 2017, 108 pp.
En 1923 Le Corbusier publicó uno de los documentos más importantes sobre la arquitectura en el siglo XX, Hacia una arquitectura –un compendio de sus artículos para la revista de arte L’Esprit Nouveau, que circuló entre 1920 y 1925–, el cual termina con una disyuntiva: “Arquitectura o Revolución.” Fue él quien comparó la obra arquitectónica con el funcionamiento de una máquina, para ser más precisos, con un automóvil (el coche representa, desde su punto de vista, el nuevo ordenamiento económico, las formas de producción y la movilidad en el mundo occidental). Con el movimiento moderno en la arquitectura, la tratadística –que había sido importante para los grandes arquitectos renacentistas–tuvo un nuevo impulso.
La llegada del movimiento moderno a México revolucionó en muchos niveles la producción y los recursos en la industria de la construcción. La consecuencia de estos cambios es el tema central de Arquitectura del fracaso. El libro nos recuerda el pasado optimista y triunfal de múltiples propuestas arquitectónicas, y las costumbres modernas situadas en un México posrevolucionario que se proyectaba hacia el futuro. Leerlo me hizo transportarme rápidamente a esas calles donde hace apenas dos décadas se alzaban los grandes edificios con el aclamado estilo internacional. El volumen también me hizo recordar vagos pasajes televisivos de noticieros durante los gobiernos panistas o bien fantasear con lo que fueron espacios culturales, no comerciales, durante mi adolescencia.
Entre los elementos críticos por los que discurre, Arquitectura del fracaso habla de la verticalidad constructiva, la movilidad urbana, los monumentos, los proyectos artísticos de vanguardia, el capital creativo, las nuevas políticas públicas y las soluciones ante los problemas de vivienda traducidos en obras icónicas y no tanto, en obras olvidadas o redescubiertas por la sociedad civil. Todas se plantearon con principios muy concretos y con ideas que buscaban generar nuevas costumbres. El paso a la era moderna dentro del gran proyecto del Estado mexicano fue en realidad un paso accidentado. La identidad catastrófica fue la marca que posteriormente adquirió esa modernidad.
A través de una radiografía personal, Gina Cebey nos relata el contexto que presentaron diversos momentos históricos nacionales. Arquitectura del fracaso habla de cultura popular, política, promesas del futuro, la cruda y múltiple realidad del mexicano y la búsqueda de identidad. La Torre Latinoamericana, la Glorieta de Insurgentes, el Monumento a la Revolución, Insurgentes 300, la Cineteca Nacional Siglo XXI, entre otras obras, hacen que nos reencontremos con una historia de la infraestructura estatal y de los valores hegemónicos que la han caracterizado. Cada uno de los espacios mencionados en el libro es el resultado de distintas etapas de desarrollo. De acuerdo con el antropólogo y filósofo Néstor García Canclini (La antropología urbana en México, 2005) existen variados testimonios que permiten a una ciudad ser muy diversa: los monumentos, el desarrollo industrial y la arquitectura trasnacional/posindustrial. Estos testimonios dan personalidad a las ciudades históricas con interés artístico y turístico, reorganizan el uso del territorio y reordenan la apropiación del espacio industrial y mercantil gracias a los hábitos humanos. Pero entonces ¿qué consecuencias culturales implican estos procesos? La formación de los barrios populares, de sectores urbanos, de pueblos periféricos que, a su vez, suponen largos traslados. Se trata de grupos insatisfechos que poco a poco van constituyendo identidades que actualmente conviven en la masa híbrida de la Ciudad de México. Este conjunto marca territorialmente sus tradiciones y formas de vida específicas, lo que provoca distintas tensiones en el espacio urbano. Las identidades ciudadanas pueden enriquecerse de esas tensiones. Un buen ejemplo de cómo cambia un mismo espacio urbano es el Monumento a la Revolución, que al pasar de los años ha adquirido diversas identidades como escenario de mítines de movimientos sociales y culturales, eventos deportivos, festividades masivas e incluso como sede de la reproducción de la Capilla Sixtina.
Durante el siglo XX, la vida cultural y social de la Ciudad de México fue testigo y víctima de una serie de transformaciones cotidianas, reflejo de una identidad que sigue en definición. La Ciudad de México tiene una historia llena de capas arquitectónicas que fueron dando lugar a obras y estructuras de la memoria en las que es posible distinguir épocas y paradigmas diversos. En su estudio de estas capas, Cebey parece evocar las diapositivas antiguas que se proyectaban en un sistema de carrusel. En cada capítulo, la autora acomoda los hechos históricos, las crónicas y las pequeñas anécdotas, a fin de que el lector pueda identificar cada imagen con un espacio y tiempo definido por la arquitectura, la cultura, el cine y la política. A su vez, en ningún momento Cebey abandona su postura crítica ante el legado de estas arquitecturas y la manera en que, reimaginadas, sobreviven en nuestra memoria. A través de los años la labor de los arquitectos ha adquirido una gran responsabilidad, ya que sus decisiones contribuyen a la destrucción o reconstrucción de la memoria, y a la defensa y abandono del patrimonio histórico y local. Al final de cada historia nos queda una incertidumbre nerviosa sobre el futuro de la infraestructura que nos heredará el Estado. ¿Arquitectura o fracaso? ~
es arquitecta por la UNAM. Ha publicado textos en Arquine, El Asunto Urbano y Yaconic.