La cultura védica se erige sobre el sonido y la memoria, sobre cantos y palabras antiguas. En el flujo continuo y confuso de las cosas, esa “personalidad védica” encuentra en la sílaba sagrada un firme asidero. En ese mundo védico, la Persona es la primera y última realidad, una singularidad irreductible que no puede ser deducida o explicada, solo amplificada. Y la imaginación es el núcleo de la vida y participa, como la medicina, en una misma campaña contra la muerte. El pensador védico no se contenta con una teoría del mundo, aspira a una transformación personal que cambiará el mundo.
Rasik Vihari Joshi (1927-2019) fue uno de los frutos más recientes de esa personalidad védica. Tres cuestiones parecen esenciales para entender la vida y obra de este poeta. La primera de ellas ya fue planteada: una mente musical, hecha de ritmo y vibraciones armónicas. La segunda, el mito familiar de Joshi y el hecho extraordinario que lo preside. La tercera, las relaciones entre los conceptos y las imágenes, cuya postura clarifica el que fuera su maestro (además de su padre), Rampratap Shastri.
En cuanto al mito familiar, el acontecimiento ocurre hace unos doscientos años, en una pequeña aldea de Rajastán. Los británicos todavía gobiernan la India y el abuelo de Joshi es entonces un niño de cuatro años que acompaña a su padre al templo. Mientras su padre permanece fuera del edificio conversando con el sacerdote, el niño sale del recinto con una bola de azúcar negro de medio kilo en las manos. El sacerdote queda muy sorprendido, pues en ese momento no había azúcar en el templo, y pregunta al niño por su procedencia. El niño se limita a señalar una gran estatua de Vishnú que se levanta en el centro del recinto. La noticia se propaga por la aldea y llega a oídos del administrador del rey. Todos asumen que se trata de un regalo divino. La mitad de ese azúcar es repartida entre los vecinos, la otra mitad la custodia la familia. El propio Joshi tuvo ocasión de contemplar ese azúcar que se repartía entre los familiares conforme nacían sus vástagos. La última porción fue entregada a su hermana pequeña en 1940.
El siguiente episodio tiene como protagonista a su padre, Rampratap Shastri, figura esencial en el desarrollo espiritual y creativo del poeta. El padre de Rampratap, Jivana Ram Joshi, fue un gran devoto y un pandit experto en gramática y lógica sánscrita. Cuando llega el momento de dividirse la herencia familiar con su hermano, este le propone que uno de ellos se quede con las tierras cultivables de la familia, el ganado y la vivienda, y el otro con el cofre que contiene el azúcar del dios. Al ser el hermano el mayor, le deja elegir al pequeño. Jivana Ram Joshi elige el regalo divino y abandona la aldea con su mujer e hijos, yéndose a vivir a un templo de Ajmer. Rampratap, su hijo de cuatro años, exhibe ya una mente prodigiosa. A los dieciséis ya es lector de sánscrito en el Oriental College de Lahore y en poco tiempo dirige el departamento de sánscrito de la Universidad de Nagpur. Elocuente orador y exponente brillante del vedanta, goza del respeto y la admiración de influyentes sanscritistas como A. A. Macdonell y el barón Staël-Holstein. A los 43 renuncia a su puesto para dedicarse a la vida contemplativa y la búsqueda espiritual.
En aquella época había dos grandes reyes en el estado de Maharastra. Uno de ellos, persuadido por sus consejeros, ordenó retirar todas las imágenes de sus palacios y templos. Rampratap fue convocado a palacio y se le preguntó si brahman tenía forma o color y, de no tenerlos, qué sentido tenía la devoción a las imágenes. La respuesta de Rampratap fue que la mente necesita de las imágenes para concentrarse y desarrollar sus capacidades contemplativas, no puede hacerlo con lo abstracto o lo general. Y aunque brahman carezca de forma, nuestra condición humana exige venerarlo a través de las formas. El rey quedó convencido y restituyó las imágenes en los lugares sagrados.
La cultura védica enseña precisamente eso: la mente humana puede asirse a aspectos concretos de lo divino pero no a su totalidad. Cada himno está dedicado a un dios como si fuera el único, aunque ese dios represente solo un aspecto de una divinidad que, en su completitud, resultaría inabarcable. La imaginación también necesita de la Persona singular. Una variación de la idea de Martin Buber según la cual lo divino solo puede ser un “tú” (un diálogo, una devoción, bhakti). No puede ser algo externo, un “él” que vive al margen de todos esos diálogos y ocasiones, pues entonces se cae en la idolatría, una actitud poco creativa (refractaria al poeta), más propia del ganado que de personas singulares e irreductibles. El Uno solo puede aparecer en cada revelación personal, y cuando la filosofía se vuelve hacia la poesía, también emprende el camino hacia lo concreto, hacia la verdad personal.
Ambos episodios marcaron a Joshi, y le permitieron componer una de sus obras más significativas, un extenso poema (mahakavya) titulado Vida y enseñanzas del sabio Rampratap, publicado en 1997. La devoción (bhakti) fue un elemento esencial para Joshi. Los que lo trataron destacan la dulzura de sus sentimientos, su amabilidad sonriente y su disposición a dar a conocer los tesoros de la cultura védica.
Si pasamos al registro de la vida pública e institucional, lo encontramos como heredero de una prestigiosa familia de sanscritistas. Nacido el 12 de septiembre de 1927, es el primogénito del profesor Rampratap Shastri de Beawar. De su mano se inicia en las estrategias védicas de memorización, visualización y cultura mental. En 1954 es doctor en sánscrito por la Universidad de Benarés. Después se marcha a la Sorbona, donde ratifica su doctorado en 1956. Allí entra en contacto con los mejores estudiosos del Veda: Jean Filliozat, Olivier Lacombe o Louis Renou. En 1961 es designado por el gobierno indio para fundar la Universidad Sánscrita Tirupati.
Poco después inicia su etapa viajera. En 1964 es invitado por los gobiernos de Checoslovaquia, Polonia y Hungría para organizar los departamentos de sánscrito de sus universidades. Es profesor visitante en la Universidad de Columbia en Nueva York (1969-1970). Amigo de Octavio Paz, que reside en Delhi como embajador, es invitado a México. Luego regresa a la India, concretamente a la Universidad de Jodhpur, para estar cerca de su anciana madre. De 1976 a 1992 es director del departamento de sánscrito de la Universidad de Delhi.
No estamos irremediablemente atrapados en nuestra cultura o nuestro tiempo. En los noventa, Joshi se establece como profesor e investigador en El Colegio de México. En 2010 regresa a la India y vive los últimos años de su vida en casa de su hijo Kunjvihari. Allí lo visité por última vez el 15 de abril de 2019, pocos meses antes de su muerte.
El centro de la vida intelectual del profesor Joshi fue la composición poética (produjo también traducciones y ediciones críticas de clásicos indios).
((Tiene publicados un total de 38 libros, entre los que destacan: Satyam (The eternal truth), Radha Panchshati, Upasana Cintamani (ocho volúmenes), Swarnamala (enciclopedia en cuatro volúmenes), Bhakti Mimansa, Sivalinga Rahasya, la épica Rampratap caritam, Yogasutras de Patañjali (en español).
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Creador de quince epopeyas, la característica especial de su fuerza creativa es la destreza para componer versos en sánscrito. Los detalles de los acontecimientos, las ideas y las figuras retóricas, la combinación adecuada de los metros y las palabras, llegaban a su mente con fluidez y naturalidad. Él mismo me lo confesó en diversas ocasiones. Se trataba de un regalo divino. Cuando llegaba a El Colegio de México, a la hora del café, recitaba a su amigo Benjamín Preciado los versos que había compuesto en el autobús y ambos disfrutaban de su resonancia y significado.
Durante cuatro años vi al profesor Joshi prácticamente todos los días. A primera hora de la mañana teníamos programada la clase de sánscrito, que era particular pues no había más doctorandos en India antigua. Se “celebraba”, no se impartía, pues había cantos, recitaciones, risas y lágrimas, en una recóndita sala de la biblioteca. Al recitar, su mirada brillaba con un fulgor penetrante. Estando con él, uno tenía la sensación de que la tradición védica seguía viva y que Joshi era el último heredero de aquellos “esclarecidos” que, en un tiempo inmemorial, escucharon el Veda. ~
es filósofo y ensayista, especializado en filosofías y religiones orientales.