Ricardo Fletes y Jean Meyer
La Gran Familia de Zamora
Ciudad de México, Grijalbo/El Colegio de Michoacán, 2017, 256 pp.
Cuando me incorporé al Colmich todavía no se cumplía un lustro de su fundación por Luis González y el puñado de historiadores y antropólogos que con él decidieron quemar las naves y abandonar tanto el Colmex como el CIESAS –en ese entonces CISINAH– para iniciar la aventura académica zamorana en 1979. No puedo olvidar aún el impacto que me causó constatar la cotidiana presencia de una mujer que no dejaba de llamar la atención por el alboroto que generaba su mera presencia en cualquier lugar, no solo por su peculiar forma de vestir –falda larga y amplia a cuadros, sudadera, por lo general roja, y huaraches–, sino porque se hacía escuchar a fuerza de hablar siempre en voz muy elevada y con un lenguaje por demás florido y repleto de malas palabras. Tenía alrededor de cuarenta años de edad. Si su mera presencia resultaba tan intimidante, sorpresa aún mayor causaba la polémica que generaba en todos los ámbitos sociales: no había término medio, se pasaba de la leyenda negra, aderezada por las historias más espeluznantes que uno pudiera imaginar, a una serie de anécdotas que, por el contrario, mostraban a una mujer a todas luces excepcional, que a lo largo de décadas había rescatado a miles de niños y niñas de la calle de las fauces de la prostitución, la droga, la prisión y la muerte.
No está de más precisar que la versión más difundida sobre Rosa Verduzco resultaba, por obvias razones, la leyenda negra. Sin embargo, a decir verdad, jamás escuché a nadie sustentar su información en fuentes de primera mano. Precedidas de un “según me han contado” o “como todo mundo sabe”, esas historias eran dignas de los tiempos en que la inquisición hacía de las suyas. Por el contrario, las personas que transmitían una buena imagen de Mamá Rosa tenían trato directo con ella, a menudo la apoyaban económicamente y por lo general conocían de mucho tiempo a ella y a sus hijos.
Por algún motivo que ignoro –probablemente porque desde el principio estableció un vínculo de simpatía y de cariño con Luis González y su mujer, Armida de la Vara–, Rosa Verduzco apoyó con todo el entusiasmo la llegada del Colegio a Zamora. De este modo, se convirtió en una presencia usual en los eventos académicos, sociales y culturales que organizaba la institución, con lo que pronto estableció lazos de amistad con un grupo de investigadores, entre los que destacaban Jean Meyer, Pepe Lameiras y Jean-Marie Le Clézio –después Premio Nobel de Lite- ratura–, así como con estudiantes y allegados al Colegio, como Elena González Madrid y Marisa Lazo.
Antes de que el Colmich cumpliera su primera década, uno de los más brillantes estudiantes de la nueva generación de maestría del Centro de Estudios Antropológicos (CEA), Ricardo Fletes –con formación en psicología y experiencia en el tema de los niños de la calle en Guadalajara–, se interesó, como no podía ser menos, en la Gran Familia, nombre formal de la institución que fundó y siempre presidió Rosa Verduzco. El tema generó polémica tanto al interior del CEA como en el Colegio mismo, pues, a pesar de la simpatía que algunos manifestaban por Mamá Rosa y su obra, existía una seria inquietud entre el personal debido a la gran cantidad de sombrías historias que se escuchaban todos los días y en todas partes.
Como es sabido, el ingreso a las instalaciones de la Gran Familia se encontraba totalmente vedado al público, así es que no resultó fácil convencer a Rosa Verduzco de permitir que un aspirante a antropólogo realizara su tesis de maestría en torno a su obra. Con seguridad habría rechazado cualquier otra iniciativa de este tipo en el pasado, pero Rosa aceptó, con muchas reservas, el ingreso de Fletes en 1988, luego de entrevistarse con él y conocer su trabajo previo. La tesis se presentó en 1992, bajo la dirección de Jesús Tapia y con la asesoría de Andrew Roth. Debido a que la información recogida supondría implicaciones legales para sus protagonistas, Fletes y las autoridades del CEA y del Colmich –en ese entonces Andrés Lira era el presidente y Carlos Herrejón, el secretario general– convinieron hacer pública la tesis solo en un plazo y una forma que derivara del mutuo acuerdo entre el investigador y la institución.
Sin duda, a más de uno le sorprenderá que, dos décadas más tarde, se considerara que el momento de hacer pública la investigación por fin había llegado. En particular si se toma en cuenta la escandalosa noticia que al unísono difundieron todos los medios de comunicación en México y que, como reguero de pólvora, se extendió a nivel internacional: el 15 de julio de 2014, la pgr y la Sedena ingresaron al albergue, rescataron a casi seiscientas personas y detuvieron a nueve más, entre ellas Mamá Rosa. El operativo policiaco y mediático resultó tan desproporcionado, exagerado y bien orquestado, que en un primer momento se llegó a temer que en realidad en el seno de la Gran Familia se refugiara uno de los más peligrosos y buscados narcotraficantes del país.
Fue así como, en la pasada Feria Internacional del Libro de Guadalajara, Ricardo Fletes y Jean Meyer presentaron un volumen que recoge tanto la tesis del primero, tal y como fue presentada en 1992, como un complemento de Meyer, que cubre el tiempo correspondiente entre la tesis y la toma violenta y clausura de la Gran Familia en 2014. A manera de anexos hay una serie de testimonios de personas que conocieron y trataron por muchos años a Rosa y a sus hijos de la Gran Familia, entre ellos el de Le Clézio.
En los días que sucedieron a la publicación de la obra me tocó encontrar gente que reaccionaba de manera por demás colérica solo de enterarse de que alguien había escrito un trabajo aparentemente académico, desapasionado y documentado sobre “esa terrible mujer y su infame obra que tanto daño hizo a los niños de la calle en México”. Sin embargo, también encontré otros puntos de vista: en la presentación del libro, una señora del público dijo que el caso de la Gran Familia le generaba desconcierto. Si bien en su momento había escuchado comentarios positivos acerca de Rosa y su obra –el rescate de miles de niños y niñas en el abandono, en algunos casos consignados por drogadictos o por haber cometido crímenes–, desde julio de 2014 solo escuchaba cosas terribles sobre el tema en los medios de comunicación. Eso la hacía cuestionarse cuál sería la verdad del caso y, sobre todo, cuál había sido la razón por la que la autoridad orquestara una campaña mediática y policiaca de tal magnitud para aprehender y satanizar a una mujer octogenaria y enferma, sin tomarse la molestia de llevarla primero a juicio. El público en general, incluidos muchos académicos de renombre, se creyó a pie juntillas la versión oficial sin la menor reflexión crítica, añadió.
La relevancia de una obra como la presente radica en que nos ofrece un conjunto de testimonios variados de personas que a lo largo de los años mantuvieron un contacto directo con la obra de la Gran Familia de Zamora. ~
es profesor investigador del Centro de Estudios Históricos de El Colegio de Michoacán