Hacia el puerto de Martinica

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Jon Juaristi

Los árboles portátiles

Madrid, Taurus, 2017, 464 pp.

En marzo de 1941 partía de Marsella hacia Martinica el carguero Capitaine Paul Lemerle. En él viajaban más de doscientos fugitivos del fascismo: republicanos españoles, judíos e izquierdistas de diversas corrientes y nacionalidades (con predominio de alemanes). Los árboles portátiles de Jon Juaristi (Bilbao, 1951) es la historia de ese viaje. El autor de El bucle melancólico se centra en algunos pasajeros notables: el “revolucionario profesional” y opositor del estalinismo Victor Serge (cuya Medianoche en el siglo Alianza Editorial editó hace unos meses), que viajaba con su hijo Vlady; el padre de la antropología estructural, Claude Lévi-Strauss; el pope del surrealismo André Breton; el pintor Wifredo Lam, que viajaba con su esposa Helena Holzer; el periodista y socialista vasco Toribio Echevarría.

En los cruces y coincidencias de los personajes se atisban fenómenos importantes de la segunda mitad del siglo XX: el nacimiento de una nueva izquierda heredera de la disidencia contra Stalin; una versión distinta de la fascinación occidental por sociedades de otras latitudes que tendría un eco académico, así como repercursiones artísticas y también políticas, con el apoyo a los movimientos de descolonización; el encuentro de la sensibilidad de la vanguardia y el estructuralismo; la migración hacia el continente americano de los expulsados de Europa.

Juaristi contrasta los testimonios de los viajeros. Cuenta cómo se organizó la expedición, explica las malas condiciones higiénicas del pasaje, describe las rivalidades de la izquierda, donde hay una discusión de ideas pero también diferencias personales. Emplea la glosa, corrige las fechas (los testimonios y los datos no siempre coinciden, y los viajeros no siempre se fijan en lo mismo). Utiliza la especulación, como cuando aventura hipótesis sobre la identidad de un pasajero que lleva un cuadro de valor (un Degas o un Manet o quizá los dos). En ocasiones, establece paralelismos con películas: para describir al barco, recurre a Éxodo; el viaje tiene en general un aroma a Casablanca, y la película de Curtiz es una referencia constante: Serge, dice Juaristi, es un personaje al estilo de Laszlo; el barco se detiene en Casablanca (allí se encuentran Breton y Lévi-Strauss).

Los árboles portátiles tiene algo de novela de aventuras, plagada de peripecias, y al mismo tiempo es un ensayo extraordinariamente informativo de historia de las ideas que describe teorías y recrea debates, que –y este es un elemento central del libro– tendrán un desarrollo posterior, como la distinta concepción del arte de Breton y Lévi-Strauss.

Hay un gusto profesoral por la explicación, tanto de los conceptos como de los desarrollos (“¿Cuál es la condición de este texto? Evidentemente, se trata de una descripción, de una ekfrasis”), pero también una convicción sobre el factor biográfico de las ideas. En su evolución no conviene descartar lo azaroso. Uno de los mejores ejemplos se produce cuando en Martinica André Breton encuentra en una tienda una revista, Tropiques. Decide inmediatamente conocer al grupo que la produce, donde destaca Aimé Cesaire. “Así nació el surrealismo negro”, dice Juaristi. Breton habría hecho una operación similar a la de Picasso con Lam, “descubriéndole que es surrealista por la feliz coincidencia de que es negro y poeta”. También, unas palabras (traducidas por Holzer) de Lévi-Strauss sobre tradiciones negras impresionan a Lam y abren una nueva vía artística para el cubano, sin que el autor de Tristes trópicos se dé cuenta.

En Los árboles portátiles se cruzan las voces y las discusiones de muchos personajes. Con todo, la voz que destaca siempre es la de Juaristi: abrumadoramente culto, ingenioso y atrabiliario en ocasiones. Contextualiza las discusiones, aborda debates terminológicos y recurre a menudo a las digresiones y las anécdotas. En ocasiones pueden ser de lo más disfrutable del libro. Así, habla del encuentro de Valencia en 1987, en conmemoración del Congreso de Escritores Antifascistas celebrado medio siglo antes, donde los participantes se enzarzaron en una pelea. Otras no son tan provechosas: cuando habla de Lévi-Strauss, traza una amplia e interesante disquisición sobre los judíos alsacianos y los comienzos de la antropología, y señala que el doble apellido era común en ellos, como ejemplifican los casos de Strauss-Kahn y de Levi Strauss, “cuyo nombre y apellido campean en las escasas prendas (un t-shirt y unos jeans) que llevo como vestimenta propiciatoria sobre los gayumbos mientras redacto estas líneas”. Juaristi es también uno de esos autores que no solo conocen la historia sino que parecen tomársela como algo personal. No muestra mucha simpatía hacia los protagonistas, con la excepción de Echevarría, que es un autodidacta y no un intelectual o artista como los otros personajes de este libro lleno de claves para entender mejor el siglo XX. ~

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(Madrid, 1987) es periodista


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