Hace días que pienso en un poema de Claudia Masin y que, cuando repito cuidadosamente los versos “Nada es tan serio, no, pero hay cosas sagradas”, viene a mi mente el trabajo de Yani Pecanins (1957-2019). “Por eso hay cosas sagradas”, nos insiste Masin, “para que nada sea tan serio, para que mañana / el mundo siga siendo igual de hermoso / y brutal aunque no estemos”. Pienso entonces en la ausencia de Pecanins y en su herencia creativa, sensible y poderosa. Ojalá que estas palabras la alcanzaran para agradecerle, una y otra vez, por su labor como gestora, curadora, editora y artista y por la manera en la que resignificó la idea del archivo y sus posibilidades.
Tengo la impresión de que el trabajo de Pecanins existe en otro tiempo, como un recuerdo sagrado contado de generación en generación, como una historia familiar que busca grietas para seguir resonando en nuestro imaginario. En sus piezas, arte-objetos que conjuntan el arte con lo cotidiano y que recuperan la poética de las cosas en espacios resignificados, hay una infinidad de notas que nos permite acercarnos a ellas y descubrirlas tanto como podamos o deseemos. Hay mucha textualidad en su obra, pero los mensajes no están solo en las palabras, sino en el gesto de las costuras, en la disposición de los objetos en anaqueles, en los marcos que contienen estas piezas, ya sean trozos de tela, ropa o cerámica. Aquí recae una primera guía para recorrer la exposición Yani Pecanins. Las cosas sencillas que se presenta en el Museo de Arte Carrillo Gil (MACG) de la Ciudad de México: el tiempo sosegado de la lectura y la contemplación, el tiempo familiar, el tiempo de los espacios íntimos como el hogar que devienen en lugares de creación.
La exposición curada por Fernanda Ramos Mena, y con la asistencia curatorial de Jorge Castro y Ana Bermeo Silva, reúne piezas del archivo personal de Yani Pecanins, así como de colecciones públicas y privadas. El recorrido de la muestra está organizado a partir de tres ejes: la casa, el archivo y el libro, que funcionan como espacios de producción teórica y objetual, pero también como puntos de encuentro para plantear conversaciones en colectivo. La cocina de casa de su madre Teresa Pecanins en la colonia Condesa, por ejemplo, fue el punto de encuentro para artistas y agentes del mundo editorial durante años: ahí nació Cocina Ediciones Mimeográficas, un proyecto colaborativo entre Yani Pecanins, Gabriel Macotela y Walter Doehner en 1977 que convirtió el espacio doméstico en una estación editorial en la que apostaban por una práctica casera e independiente mediante el uso de materiales de bajo costo como sellos y recortes para la producción de libros de artista hechos a mano. El proyecto siempre tuvo un sentido colectivo que dividía las tareas entre todos los involucrados y que posteriormente se integró a El Archivero, fundado en 1984. Este segundo espacio –en el que seguían participando Pecanins y Macotela ahora con Armando Sáenz– fue un espacio dedicado a la difusión y distribución del libro de artista. En esta exposición se reúne la memoria de ambos proyectos con publicaciones de periódico, fotos y algunos de los libros-objeto que crearon y que constituyeron un antecedente directo de su arte-objeto en los años noventa.
Siguiendo la idea del espacio cotidiano como detonador de inspiración, tuve la fortuna de encontrar un par de publicaciones de Pecanins en la biblioteca de mi trabajo que me permitieron explorar otra de las dimensiones de la obra de esta artista. Al abrirlos y adentrarme en ellos, descubrí el detalle de cada elemento que los compone: el encuentro con ambos libros se siente como participar de un momento íntimo, como si se tratara de una caja de recuerdos personales que, por lo tanto, requiere cuidado y atención para no transgredir la memoria ahí contenida. Uno de estos ejemplares es un catálogo de la exposición Exilios que se presentó en el 2000 en la Galería Pecanins –espacio de exhibición fundado por su madre Teresa y sus tías Ana María y Montserrat en 1964–. En esta muestra, la artista profundizó en historias de mujeres desplazadas por la guerra y la publicación que la acompaña incluye un texto de Luis Carlos Emerich, quien escribe: “Yani Pecanins ha hecho de la actividad artística el objeto de su afecto, indispensable para sobrevivir durante su travesía hacia la otredad representada por el objeto personal desahuciado, pero recuperado.” Estas palabras pueden extenderse a la exposición que ahora se presenta en el MACG, pues los objetos expuestos mantienen un diálogo entre lo fragmentario y la memoria dispersa. La segunda publicación me llevó de vuelta al MACG, pero en 2013 cuando se presentó su exposición Paseo de gracia con textos de Magali Lara y Armando Sáenz, quienes compartían la impresión de que el trabajo de Pecanins conjugaba el ejercicio de varios oficios y giraba alrededor del deseo de construir una memoria familiar.
Además de las publicaciones, la exhibición que ahora se presenta en el museo dedica una sección a los múltiples objetos cotidianos resignificados como obras de arte en la práctica de Pecanins. Esta producción se consolidó a partir de la exposición La habitación de adentro de 1998, la primera exposición individual de la artista en la que, tomando como punto de partida El diario de Ana Frank, reveló su interés por hacer que los objetos cotidianos hablaran a través del texto y que, de esta manera, se reconocieran las posibilidades poéticas, estéticas y comunicativas de la historia que estos guardaban. Las piezas que conforman esta sección abordan temas como el exilio, la pérdida, el desplazamiento e historias de su propia familia despojada por las guerras. A través de textiles intervenidos, vitrinas de madera con piezas de porcelana, collages sobre madera, objetos encontrados en mercados de pulgas, frascos y gabinetes cargados de textualidad con fragmentos de historias inconclusas, la artista hace de la memoria afectiva y familiar el núcleo de su necesidad creativa.
En la muestra también hay una colección de piezas que parten del uso de la ropa y los zapatos como contenedores de experiencias. Los objetos en esta sección no son decorativos ni estéticos, sino espacios de confesión y anhelo a partir del uso de la costura, el bordado y la caligrafía. Pecanins, además, solía trabajar con objetos provenientes de mercados de pulgas como La Lagunilla, espacio en el que se entrecruzan diversas historias personales y colectivas, haciendo énfasis en la capacidad de los objetos para narrar desde lo cotidiano con la poética de lo sensible.
Hay una pieza en particular que no he podido –ni querido– pasar por alto y a la que vuelvo constantemente junto con el poema de Masin: Pedazos es una colección de fragmentos de la vajilla de su casa con frases que apelan a su madre. Dichos trozos están dispuestos en un platón art déco que forma parte del ornamento de las comidas familiares. Una frase en particular destaca en esta colección de memorias: “la libertad que se dio para ser ella”. Sé que pensaba en su madre Teresa al escribirlo, pero me atrevo a imaginar que también lo hacía para ella misma. “La convicción con la que hizo todo en su vida”, “sus historias de cuando eran niñas…” continúan murmurando las voces de esta pieza.
La exposición en el MACG, más que una muestra retrospectiva, es una oportunidad para adentrarnos en las historias no contadas. Quizá Pecanins nos dejó una guía para hablar de las heridas familiares. Quizá es que sabía del dolor y la tristeza que podía albergar nuestro mundo de pronto y, por ello, no nos dejó solos. Pienso que, si bien el arte nos enseña a leer la realidad, la obra de esta artista en particular nos deja entrar a su imaginario, un lugar de complejidades sensibles y potentes que nos invita a honrar nuestros vínculos. ~