Viajes del ánima: Graciela Iturbide

A través de la obra de Graciela Iturbide, es posible encontrar en el camino de la fotografía una de las formas más incisivas del pensamiento. El Instituto de Comunicación y Lenguas de Milán le rinde homenaje.
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Atmósferas oscuras que envuelven a los angelitos dentro de la diminuta casa de un ataúd blanco, ruido de pájaros que baten sus alas en mundos intemporales, animales, respiraciones tensas de quienes se retratan como quien consuma un viejo deseo. Hay un silencio casi arqueológico que atraviesa la zona este de Los Ángeles o los tendederos rituales de Benarés; muchachas mirándonos desde el quicio de una casa que es el límite de mundos que apenas intuimos. Duelo y celebraciones impregnadas por la materialidad de la fotografía, signos y páginas que definen su propia realidad a ras de suelo, sin atalayas, miradas que exploran los acertijos que pone frente a nosotros la condición humana. Tarot formado con los personajes de una sierra, un manglar o un desierto. En la obra de Graciela Iturbide existe el azar, pero no hay nada accidental. Las imágenes estuvieron siempre allí, son parte de una geología espiritual cuyas piedras nos miran, incursiones del ojo fotográfico que se hunde en lo invisible.

La fotógrafa nunca ha situado su trabajo en el claustro del nacionalismo, está lejos de los arquetipos con que se ha caricaturizado la imagen de México por más de un siglo, así evita resurrecciones folclórico-estatalistas inducidas por el historicismo más ramplón, por la iconografía que asedia con bodoques de cartón-roca las plazas públicas. Se ha situado a años luz de las prácticas ideocráticas que atizan la paupérrima configuración con que la burocracia ha querido entender el “contenido social” del arte. La autora ha visto en su trabajo un medio de expresión con el que ha roto la mojigatería y los artificios del chovinismo, y ha logrado evitar la endogenia como valor definitorio para hacer vendible la experiencia plástica. Su interés por lo excepcional inevitablemente ha tomado distancia del exotismo feligrés o de la retórica pusilánime del realismo mágico y tantos otros lugares comunes.

Su formación se inició al lado de un maestro experimentado, Manuel Álvarez Bravo, durante la época que vio el nacimiento y desarrollo de la Generación de la Ruptura, ese movimiento heterogéneo definido por el vértigo del cambio. En su obra no hay un México idealizado ni dominado por el pintoresquismo –como demanda la mercadotecnia política–, sino entramados visuales que incorporan realidades penetradas por la alteridad, por preguntas universales a las que la fotografía accede para insertarlas paulatinamente como vertientes de una naturaleza alterna.

El Instituto de Comunicación y Lenguas de Milán (IULM) ha organizado durante octubre de 2025 un homenaje a la fotógrafa mexicana en el que se le entregará el Sigillo d’Oro a la Creatividad, pocos días antes de recibir en Oviedo el Premio Princesa de Asturias. Como parte central del programa, se presentará una muestra de setenta y cuatro imágenes. Todas ellas giran en torno al viaje como fenómeno que se desplaza sobre la cartografía ubicua de su universo plástico, dúctil y múltiple, contrapuesto a la realidad concebida como territorio unidimensional. En su trabajo siempre está latente la posibilidad de romper la cáscara de la realidad, asumiendo la fotografía como recurso intransferible para reconocer la modernidad inverosímil dispersa en zonas indígenas, rurales o urbanas. Esas imágenes se despliegan a manera de herramientas con las que excava un mundo poblado por incógnitas, empleando una poética en ocasiones oscura y asimétrica que rompe toda abstracción, cualquier idea inherente a la falsa convicción de que habitamos una realidad lineal.

El ojo fotográfico nos pone en contacto con otras posibilidades de acceder al mundo, es un observatorio que detecta las fuentes de diversidad fundadas en la relación entre lo humano entre sí y lo humano con la naturaleza, un modo de explorar la variedad de espejos con que se mira la especie para plantear sus más hondas preguntas; interrogaciones que exigen no una curiosidad intermitente, sino reconocimiento absoluto. La fotografía, como sucede con las más oficiosas tradiciones, es también un arte que trae consigo una dinámica morfológica que atraviesa líneas históricas y géneros, soportada por un saber ecuménico que se ha dotado de técnicas propias e intransferibles.

El tema central de la exposición a exhibirse en Milán es el viaje, su título: Il viaggio dell’anima (El viaje del ánima). Todas las fotografías están interrelacionadas entre sí por sus características conceptuales, independientes del lugar del mundo en el que se hicieron los registros, pero siempre asociando su riqueza formal, su singularidad. La labor curatorial se centra en mostrar los puntos de contacto entretejidos en la geografía y el tiempo, en el interés por subrayar cómo esas imágenes representan una inmersión en realidades que, sin el ojo fotográfico, no serían visibles.

La autora se identifica con la fotografía en blanco y negro, impresa en plata sobre gelatina. En ella encuentra su universo personal, el componente material que va de las fotografías tempranas a la actualidad, dando paso a una economía de medios que asume como detonador expresivo. Sus hilos comunicativos parten de una atmósfera formal austera en la que caben todas las formas y proyecciones sensoriales que es capaz de producir la fotografía. Su filiación a esa técnica y su distancia deliberada de los medios digitales representan la sana intransigencia que trasmina su obra, en la que siempre hay sitio para el inconsciente.

El trabajo de Graciela Iturbide se sumerge en vivencias que descartan la circularidad; México y otras culturas que forman parte de su entramado son territorios inmersos en paradojas que transitan entre la modernidad y el pasado, entre el pensamiento tradicional y las expresiones que lo fracturan, entre la ritualidad y la cotidianidad simple y llana. Una serie de 1992, relativa a un matadero de cabras en la región mixteca (En el nombre del padre), sintetiza la renuncia al espectáculo proveniente de una objetividad edulcorada. Los seres y paisajes de sus fotografías adquieren contenidos inquietantes que desembocan en lo diverso como divisa plástica, desarrollando desdoblamientos sobre las formas de convivencia entre temporalidades también ubicuas, como su geografía personal, tocada por el horizonte religioso y antropológico de comunidades con distintas tipologías, así como por evidencias inherentes al resquebrajamiento de la cotidianidad, a las que no son ajenos los llamados de la sexualidad.

Se trata de un riguroso reconocimiento de la alteridad como característica axial de la cultura. Nada más contundente contra las xenofobias exógenas y endógenas. Las series realizadas en su país, lejos de ser complacientes, son reveladoras, en la medida que rompen precisamente con los atavismos de la convención nacionalista. La epidermis de la realidad, toda puesta en escena se desmorona por el diálogo de la fotógrafa con su mundo. Las formas de vida planetarias se empalman una sobre otra, pero las vetas morfológicas sobreviven a todo contexto amurallado, distinguen la riqueza de las formas relativas a la auténtica diversidad. Su fotografía es una apuesta por la civilización como experiencia plural, es un tránsito reflexivo que a su paso deja testimonio de hallazgos y encuentros inusitados. La convivencia con lo fotografiado, observación participante, tal como la concibió Malinowski, parece haber ganado un lugar en la afilada puntería de la fotógrafa.

No pienso que el objetivo del arte sea emitir mensajes. Graciela Iturbide abre ventanas a otras realidades, por complejas o incómodas que sean; descubre, por vía del ojo fotográfico, intersticios que son entradas a una etnicidad extensa, alterna y promiscua que arriba a la mirada como primer puerto de llegada; una imaginación nunca sometida a la marca de fuego con que se vulnera sistemáticamente a la indianidad convertida en arquetipo. Allí está el plano mental que se resiste a la galvanización: sordomudos, travestis, prostitutas, que forman parte de la belleza del mundo, como lo postula la mirada del día a día. El cosmopolitismo que permea su obra es el signo de una artista que identifica un orbe con notables paralelismos, pero también con diferencias que revelan aspectos centrales de cada genealogía. Su trabajo no solo derriba murallas, carece de ellas.

No hay culto ni disección, ninguna inclinación a lo documental, no hay ilusionismo de utilería, tampoco pueblos mágicos, no hay pacotilla ni visiones programáticas que sometan la realidad a una fórmula o a un sistema canónico. Su trabajo es parte de un recorrido que emplea la fotografía para instaurar lo extraordinario como fuerza inserta en la experiencia vital, una forma distintiva de la existencia que revoca todo logocentrismo. Esa realidad específica nos es concerniente por la fotografía, el recurso con que se multiplica el poder de la imagen como puente temporal y espacial.

Se trata de registros de un universo cambiante que nos contempla desde órbitas marginales. Hay una modernidad siempre coja, siempre inacabada por la intervención de la poética de lo no integrado. La animalidad y la geología forman parte de ese orbe que escapa al antropocentrismo, una suerte de fenomenología de la naturaleza contenida en pájaros y piedras, en bestias de carga y en seres autónomos que ejercen su cuerpo y su entorno como medio para mostrar su absoluta singularidad existencial, su irregularidad deliberada y excepcional. Sin tripié, sin flash, el foco de una Mamiya, una Leica o una Rolleiflex de lentes gemelos con el punto de vista bajo, describe en términos analógicos un horizonte marcado por el blanco y negro, un sencillo nodo de la voluntad con la que es posible trastocar el mundo, trasladarlo a un estado secular que implica reinvenciones de la realidad física. Las imágenes son parte de una enorme geografía unida por la costura de la imaginación plástica que encuentra en la austeridad la mejor manera de penetrar otras realidades. Graciela Iturbide nos conduce a encontrar en el camino de la fotografía una de las formas más incisivas del pensamiento. ~


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