¿Cómo las condiciones materiales o las técnicas de producción de un poema modifican su lectura? Intuimos, sin hacer mucha indagación de por medio, que no es lo mismo escribir un poema en una servilleta que en una máquina de escribir o en un blog. Cada soporte y cada técnica modifican el acto creativo y la lectura. Pero la intuición a vuelapluma no tiene el alcance que un caleidoscopio de expertos promete. La maquinaria del poema. Poesía y materialidad en México nace para enfatizar la tensión que establece la materialidad con la escritura y la lectura de poesía. Por materialidad poética –escribe en el prólogo Tania Favela Bustillo, coordinadora del volumen– se entiende en este libro a la dimensión física de la poesía, y en ese gesto se engloba tanto a la materialidad que condiciona la escritura como a la que trasforma la lectura por sus procesos de producción o de inscripción.
Los artículos que conforman el libro exploran diferentes realizaciones de la materialidad aterrizada en poesía mexicana. De las ideas de Isaac Cantón –en el primero de los textos– hay que jalar detenidamente el hilo que vincula el nacimiento de la modernidad con la nueva dimensión sonora de la ciudad. Cantón indaga cómo el “sonido se materializa en la poesía”, cómo impacta la experiencia urbana, o cómo la estridencia citadina guarda, en cierto punto, la promesa de emancipación proletaria en Manuel Maples Arce, el enfado por la interrupción de la sensibilidad en Octavio Paz y la sabia resignación de Fabio Morábito. El artículo busca ampliar el modelo en relación con otras manifestaciones poéticas, no solo en México, al tiempo que reflexiona sobre la distribución geográfica de los puntos más ruidosos en una ciudad y en las concepciones de lo urbano que los poemas traslucen.
En la segunda pieza, Emiliano Álvarez se pregunta cómo las tecnologías de escritura se relacionan con los estilos o cómo dan forma a los alcances del pensamiento del poema. Analiza la manera en la que David Huerta escribió Incurable (1987): la escritura a máquina sobre una larguísima hoja de papel, su tensión con o su inclinación a ese estado de conciencia escritural, de état second del poeta atravesado por el lenguaje. Este detenido estudio profundiza en interrogantes que añaden horizontes para la poesía: ¿qué peculiar relación hay entre pensamiento poético y soporte material?, ¿cuáles son los soportes idóneos para la escritura de un tipo de poesía incesante en su flujo? Con los argumentos y preguntas de Álvarez pueden construirse caminos para rastrear las posibilidades de la materialidad en otros autores u otros archivos. Cada lector tendrá los suyos.
Para estudiar el soporte material, más allá de las hojas de papel y los signos ortográficos típicos, Juan Alcántara Pohls retoma algunos fenómenos de la literatura visual y se concentra en esos textos que se escriben como una partitura. Nombra poesía notacional al fenómeno, diferente pero cercano a la poesía visual, que proporciona pautas de lectura y para las cuales la puntuación convencional es insuficiente. Hay zonas sugerentes en su ensayo: por ejemplo, sobre Galáxias de Haroldo de Campos el autor propone una lectura visual que fundamenta en el hecho de que sus cantos constituyen bloques de palabras. Y me resulta patente, porque en el largo poema de De Campos hay además un juego con la idea del movimiento en la fijeza, que se cifra en el contraste entre los desplazamientos visuales-semánticos de las palabras y los bloques de tinta que son los cantos. Por otro lado, sobre José Juan Tablada y su libro pionero de la poesía visual en México, Li-Po y otros poemas (1920), Alcántara Pohls efectúa una reflexión compleja que revela cómo esos mecanismos notacionales derivan en interpretaciones del texto y evidencian una inclinación constante a la simbolización material. El artículo no se agota en ello, sino que deriva sus alcances hacia la invención notacional de Octavio Paz en Blanco (1967) y Topoemas (1968) y el carácter espacial de la obra de Ulises Carrión.
A propósito del libro de Pura López Colomé, Borrosa imago mundi (2021), la investigadora Irene María Artigas Albarelli disecciona sus influencias, alusiones e intertextualidades, pero propone entender sus resonancias en el cuerpo. El libro de López Colomé abreva en los cinco sentidos y la memoria y Artigas Albarelli indaga la materialización de las estrategias para percibir el mundo a través de los sentidos y de una numerosa fuente de inscripciones corporales. La obra incorpora distintas voces, desde Imago mundi de Pierre d’Ally, Gracián, Wallace Stevens, hasta Raúl Zurita, Max Ritvo, Stanley Kunitz, Jane Yeh, entre otros. Con este análisis, Artigas Albarelli demuestra que esta dimensión de los “cuerpos en flujo” y la materialidad permite acercarse a la construcción de los sentidos de los poemas de manera más nítida y certera. Además, reitera una idea que subyace a lo que entendemos por una lectura poética del mundo: intervenir los sentidos con esos saberes incorporados desde otras lecturas.
El ensayo escrito por el poeta y académico Roberto Cruz Arzabal es una prueba de las numerosas dimensiones que la materialidad puede manifestar. En su estudio se concentra en Coral Bracho y Julián Herbert, en dos obras que, con sus peculiaridades, ponen en relación la palabra escrita y la imagen; en un caso, la pintura: Tierra de entraña ardiente (1992, en el que Bracho comparte créditos con la pintora Irma Palacios); y en el otro, la fotografía: Álbum Iscariote (2013). El artículo muestra que el asunto va más allá de la búsqueda comparativa, ya que un libro que presenta poemas y pinturas o fotografías ofrece pautas de lectura y despliega singulares interacciones entre artes; y observa una peculiaridad en las obras que estudia: se valen de “tropos y gestos asociados al silencio”. La cualidad fundamental del texto estriba en el uso de una erudita taxonomía; esta ofrece posibilidades de contraste para aproximarnos a un texto que resguarda una relación siempre singular entre artes, y cuyo desbrozamiento enriquece la manera en la que se leen la poesía y sus zonas límite.
En el último artículo, el de Sara Uribe, la tensión con la manera en la que se entiende la maquinaria de lectura y los tecnotextos (es decir, aquellos que ponen en crisis la tecnología de inscripción que los produce y que desencadenan reflexiones en loop sobre su propia materialidad) redondea el libro y propicia más interrogantes. El estudio de Uribe sobre Viriditas de Cristina Rivera Garza analiza las vías de lectura que ofrece un blog, las que despliega un texto impreso y la interrelación que generan. También muestra, a través de ejemplos, cómo se transforma la experiencia lectora de un texto impreso por sus referencias al blog (y viceversa) y la manera en que un soporte constituye una máquina de lectura diferenciada. Finalmente, deja ver que existen más zonas de investigación en estas manifestaciones poéticas: su tensión con la oscuridad estilística del discurso, el ocultamiento de referencias y sus contrastes con otros textos e imágenes de la misma autora.
Aunque las nociones de materialidad y de máquina no son las mismas en todas las piezas, la virtud general del libro es su ordenación cuidadosa y la disposición de los artículos para establecer diálogos en los que cada perspectiva se nutre mutuamente con otra. Por ello este libro puede compararse a un cubo de Rubik, porque permite que los conceptos roten, y así, por ejemplo, la noción de poesía notacional puede aplicarse al estudio de la poesía de los estridentistas, o la noción de archivo, relacionarla con las tecnologías escriturales de David Huerta. A mi parecer, un buen artículo de reflexión académica constituye un disparador de análisis posteriores y en este caso tenemos un libro que efectivamente abre vías para repasar las materialidades y su efecto en la modificación o singularización de la práctica escritural de la poesía mexicana. ~