Donde no llega mi mano, llega la de otro. Lo que no sabe mi cerebro, lo sabe el de otro. Lo que no veo a mi espalda alguien lo percibe desde otro ángulo. La finitud como condición no de la separación sino de la continuación es la base para otra concepción del nosotros, basada en la alianza y la solidaridad de los cuerpos singulares, sus lenguajes y sus mentes.
Marina Garcés
La pregunta sobre la relación entre arte y tecnología comúnmente nos lleva a pensar en las posibilidades que ofrecen ciertos objetos tecnológicos (dispositivos, circuitos, interfaces), ya sean análogos o digitales, en la creación y exhibición de obras artísticas. Esto sucede porque se suele asociar ipso facto lo tecnológico al conocimiento científico y a sus herramientas y máquinas. Lo mismo sucede en el arte cuando se privilegian las piezas artísticas sobre los procesos creativos que estas materializan. Al desplazar la atención de estos objetos, nos encontramos con una serie de relaciones de invención entre cuerpos que, a pesar de su capacidad de expandir los horizontes de mundos posibles, rara vez son leídas como arte o como tecnología. En algunos casos, estas interacciones articulan saberes-hacer subalternos, insumisos, desobedientes que abren espacios y tiempos que contrarrestan la precarización y la incertidumbre existencial impuestas por el necrocapitalismo.
Pienso en una serie de iniciativas impulsadas por trabajadoras del arte y la cultura que procuran formas más sostenibles de vivir y trabajar en estos campos y que a menudo buscan modos diversos de socializar lo común: redes alimentarias alternativas, modelos de cuidado radical, tácticas de ralentización e interdependencias múltiples. Todas ellas gestionadas desde sistemas de cooperación afectiva.
La Red de Creadoras, Investigadoras y Activistas Sociales (Recias) es un proyecto impulsado por Diana Lilia Trevilla, Ivett Peña Azcona y Atsiry López, que desde 2015 agrupa a mujeres indígenas, afrodescendientes y mestizas de distintos territorios para elaborar e imaginar alternativas a las lógicas capitalistas, patriarcales y racistas. Frente al aislamiento y el cercenamiento de vínculos, el bordado las ha conectado “más allá de los routers y los cables”
((Recias, Hilvanando sentires en tiempos de cuidado, México, La Reci, 2020.
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Atravesadas por la inconformidad, la alegría y la rabia, convocan a tejer contranarrativas en sus distintos territorios cuerpo-casa-tierra-imaginación. La tela, el hilo y la aguja, herramientas que han sido empleadas para oprimir a las mujeres, son refuncionalizadas como punto de partida para crear, tejer y sentir registros (individuales y simultáneamente colectivos) desde un tiempo propio. Para esta red, bordar no es una tecnología que únicamente se ocupe de preservar algo del pasado sino también de abrir un futuro distinto en el cual se puedan intercambiar formas del hacer y reflexionar juntas. Al abrir un espacio y un tiempo que les permite narrar al margen de la historia oficial, el bordado incide en las formas de pensar y vincular su presente. En este sentido, el bordado es una política de creación de vínculos íntimos y contranarrativas además de una estrategia de transmisión encriptada de secretos (historias, técnicas de agricultura y lugares sagrados).
Disoluta es un laboratorio creado en 2017 por la escritora Vivian Abenshushan como un espacio común entre mujeres interesadas en explorar prácticas colaborativas de escritura en la Ciudad de México. Además de un lugar de creación colectiva, Disoluta se ha convertido en un espacio terapéutico y de contención de cara a las diversas expresiones de violencia contra los cuerpos de las mujeres. A través de vínculos afectivos y comunitarios, su política central es cuestionar las tramas sociales, simbólicas y culturales que enmarcan y legitiman estas violencias. Mujeres de diversas formaciones cultivan este espacio colectivo de invención en donde la escritura experimental lleva implícita una imaginación política radical, que involucra otras formas de hacer mundo basadas en la co-implicación, la interdependencia y la vulnerabilidad.
Inspirada en el movimiento de Clínicas de Solidaridad Social de Tesalónica y Atenas, la artista y activista Cassie Thornton creó The hologram, una red de salud feminista viral que surgió como respuesta a las formas en que la salud mental, física y social se ven afectadas por la crisis económica y la deuda. Además, The hologram plantea una visualización alternativa de los “pacientes” como seres sociales complejos y tridimensionales. Se trata de una red basada en el modelo de intercambio de archivos p2p (entre pares o iguales) en la que tres personas –que conforman un “triángulo”– se reúnen regularmente en una plataforma digital o en persona, para atender la salud de una cuarta persona, el “holograma”. El holograma, a su vez, enseña a dar y recibir cuidados; cada miembro del triángulo se convierte a la vez en un holograma para otro triángulo diferente, y así el sistema se expande. Esta red procura generar relaciones de confianza y de cuidado autogestivas al margen de modelos convencionales de salud que perpetúan las violencias de género, la medicalización de los cuerpos, la discriminación en los tratamientos y las relaciones jerárquicas entre pacientes y médicos
((Cassie Thornton, The hologram. Feminist, peer-to-peer health for a post-pandemic future, Londres, Pluto Press, 2020.
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El arte y la tecnología son procesos, no objetos, que involucran la creación e invención de formas de afectación entre cuerpos, emociones distintas, formas de acompañamiento, coexistencia entre seres (humanos y más que humanos) y otras formas de vivirnos a nosotros y nosotras mismas. Disoluta, The hologram y Recias son solo unos cuantos ejemplos de tecnologías basadas en la solidaridad, la reciprocidad y la empatía que han surgido como respuesta a contextos de violencia y de crisis. Se trata de redes y comunidades afectivas de mujeres creadas con intenciones que exceden al imperativo productivo, se desbordan hacia distintos ámbitos de la vida y ponen en marcha formas de experiencia horizontales. Son procedimientos y estrategias de infrapolítica cuya fuerza radica en la singularidad con la que enfrentan los sistemas de dominación y opresión, la precarización de la existencia y el optimismo cruel, esa respuesta afectiva que, según Lauren Berlant, nos paraliza ante aquello que nos oprime. Son saberes-hacer que colocan a la alimentación, la salud, la sexualidad, las crianzas, los lazos de parentesco y el cuidado de otras personas como piso común para poder imaginar horizontes poscapitalistas. ~
Este texto retoma algunas de las reflexiones compartidas en sesiones virtuales del seminario interdisciplinario Alteridad y Exclusiones coordinado por la Dra. Ana María Martínez de la Escalera.
es curadora, investigadora y editora independiente