En la segunda mitad del 2016, tres películas mexicanas ingresaron al top ten de los títulos más taquilleros en la historia del cine nacional: ¿Qué culpa tiene el niño?, de Gustavo Loza; No manches Frida, de Nacho García Velilla, y Treintona, soltera y fantástica, de Chava Cartas.
Se dice que hay dos tipos de cine mexicano. Por un lado, películas de corte autoral y bajo presupuesto que son premiadas en otros países pero que en México apenas logran distribución. Por otro, cintas que atraen multitudes, como las arriba mencionadas. Suelen ser comedias románticas protagonizadas por estrellas, que se exhiben en todos los cines, a todas horas, en todo el país. Cada categoría se concibe con fines distintos; por tanto, su éxito se mide con raseros casi opuestos.
Desde esta lógica, no habría mucho que decir sobre la tríada reciente de películas triunfadoras (si “triunfo” se entiende como recaudación económica). Esta vez, sin embargo, algo más las distingue: son historias centradas en mujeres, tratan temas “femeninos” y su gancho principal son las actrices que participan en ellas: Karla Souza, Martha Higareda y Bárbara Mori. Higareda merece mención aparte. Su compañía NeverEnding Media produjo No manches Frida y Cásese quien pueda (2014), también incluida en el mencionado top ten.
Dejando a un lado el cinismo desde el cual la crítica ignora la comedia romántica, podría celebrarse el interés masivo por tres mujeres y sus historias. No tiene precedentes, como prueba el resto de los títulos con recaudaciones superiores a los doscientos millones de pesos (No se aceptan devoluciones, Un gallo con muchos huevos, La dictadura perfecta). Pero más allá de los números no hay mucho que celebrar. ¿Qué culpa tiene el niño?, No manches Frida y Treintona, soltera y fantástica son oportunidades perdidas de mostrar en pantalla a mujeres de tres dimensiones. (Incluso Treintona, soltera y fantástica, que busca justo eso, se traiciona.) Más aún, las tres películas se declaran subversivas y progresistas, con personajes que denuncian la hipocresía de la sociedad, el valor de la insolencia y el rechazo al “qué dirán”. Sus tramas, sin embargo, tienen subtextos que refuerzan los valores del conservadurismo. Entre ellos, los de género.
¿Qué culpa tiene el niño? reelabora la premisa de oro del melodrama mexicano: ricos prepotentes (pero elegantes) se rinden ante pobres buenos (con pésimo gusto). La supuesta trasgresión es la alianza entre estratos; lo que la desmiente es la caracterización de las clases bajas como de otro planeta: ridículos, estridentes y vestidos como payasos. La heroína de ¿Qué culpa tiene el niño?, Maru (Souza), es una joven de clase alta que se descubre embarazada después de una fiesta que termina en borrachera. Deduce que el padre es un chico de bajos recursos, a quien desprecia y rechaza. Tras explorar sus posibilidades, Maru decide tener al bebé –quien, para sorpresa de todos, nace con rasgos asiáticos–. Así se revela que el verdadero padre era otro de los invitados borrachos.
Varios han señalado la serena aceptación de la cinta del llamado drunken rape: a Maru no le indigna que un hombre haya tenido sexo con ella cuando estaba alcoholizada sino que sea un pobre diablo. La cinta finge explorar la posibilidad del aborto para luego cancelarla con una de las escenas más manipuladoras del cine reciente. Maru espera el elevador de la clínica donde se practicaría el aborto. Cuando se abre, aparece una pareja que lleva a un bebé. El público comparte el punto de vista de Maru: el bebé le/nos sonríe, con música dulce de fondo. El publico suelta un “¡Awww!” colectivo. Maru, por supuesto, desiste de abortar.
No manches Frida pertenece a uno de los subgéneros más exitosos del cine: el de un grupo de alumnos rebeldes que cambian su actitud gracias a los métodos de un maestro no convencional. En este caso, el maestro es el exconvicto Ezequiel (Omar Chaparro) que busca infiltrarse en una escuela para recuperar su botín y acepta formar parte de la planta de profesores. Con sus métodos hiperagresivos y la ayuda de la ñoña maestra Lucy (Higareda), “Zequi” se gana el respeto de los alumnos.
El estilo de No manches Frida es rudimentario, el humor es bajo y los personajes, antipáticos. El más detestable es Zequi, quien golpea y pendejea a su novia prostituta, se burla de su alumna con sobrepeso (“párale a la tragadera o te vas a morir virgen”) o de cualquier otra mujer que le mencionen (“le dicen ‘la culpa’ porque nadie se la quiere echar”). Esta rudeza resulta irresistible para Lucy, quien antes le había perdonado haberla drogado con un somnífero para robarle documentos. El lado altruista de Zequi emerge cuando decide ayudar a una chica insegura: la lleva con sus amigas prostitutas, quienes la peinan, la maquillan y le ponen un vestido chiquito. No es una escena cómica, sino la idea de la cinta de una mujer “con valor”.
Lo irritante de la caracterización de Zequi es que moldea al personaje de Lucy: una ratona de biblioteca atraída por un macho alfa, que empieza a “creer en sí misma” porque él la voltea a ver. Hay una ironía triste en el hecho de que una de las mujeres más poderosas del cine se someta a ese estereotipo y produzca fábulas de Cenicienta, escenas de make over incluidas.
En Treintona, soltera y fantástica, Inés (Mori) es una escritora que termina una relación larga y enfrenta los prejuicios de su familia y sus amigos en torno a la soltería. Pese a sus buenas intenciones la historia se sostiene sobre cimientos blandos. Considérese la escena que describe la epifanía de Inés: bañada en lágrimas por su ruptura amorosa no ve salida a su “situación” (no tener novio a los treinta y tantos). Su mejor amigo le hace ver la luz: le dice que puede estar sola. Curioso: es gracias a un hombre que Inés se da cuenta de que puede prescindir de un hombre. Otra variante de la contradicción: diálogos que in- sisten en que una mujer puede tener intereses más allá de los amorosos, y una ausencia total de escenas que ilustren esos intereses. Inés rechaza la noción de que algunas mujeres usen el feminismo como “pose para ligar”, pero nada en su personaje sugiere una convicción real. Sus reacciones aniñadas, su negativa rotunda a decir su edad exacta y el gag recurrente de mostrarla incapaz de cambiar un foco parecen más una celebración de la adolescencia eterna.
Nadie espera que la comedia romántica proponga posturas nuevas. A la vez, este género ha hecho visible la influencia de algunas mujeres dentro y fuera de una industria dirigida por hombres. Los modelos femeninos que proponen sus películas –pasivas, remilgosas y niñas a los treinta y tantos– están lejos de reflejar ese cambio de paradigma. El nombre del juego debería ser congruencia. El cine comercial mexicano de hoy se sostiene sobre mujeres: faltan historias que plasmen ese poder. ~
es crítica de cine. Mantiene en letraslibres.com la videocolumna Cine aparte y conduce el programa Encuadre Iberoamericano. Su libro Misterios de la sala oscura (Taurus) acaba de aparecer en España.