“Trotski subestimó la capacidad sanguinaria de Stalin”. Entrevista a Esteban Volkov

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Aunque León Trotski se había prometido no hablar de temas políticos con su nieto, es innegable que la vida de Esteban Volkov (Yalta, Ucrania, 1926) ya tenía mucho tiempo marcada por la política cuando llegó a México a los trece años. Nadie como Volkov puede dar un testimonio de primera mano de la persecución estalinista que cobró la vida de su abuelo. En esta conversación habla sobre el pensamiento y la figura del autor de Literatura y revolución.

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Han aparecido recientemente dos biografías de Trotski con dos perspectivas muy distintas: la favorable Trotski. Revolucionario sin fronteras, de Jean-Jacques Marie, y Trotsky. A biography, de Robert Service, que es adversa. Marie considera que la figura de Trotski tiene especial vigencia hoy, después de la crisis económica de 2008. Por otro lado, en su biografía, Service argumenta que Trotski desató fuerzas mucho más brutales de las que él imaginó.
Jean-Jacques Marie es un historiador riguroso y una de las mayores autoridades en la Unión Soviética. Ha dedicado su labor historiográfica a estudiar la Revolución rusa. Por su parte, Service es un historiador de derecha. Distintos expertos han criticado su biografía porque está repleta de acusaciones absurdas y datos falsos. Ni historiadores ajenos a las ideas de Trotski suelen tomar en serio su libro. Jean-Jacques Marie, por el contrario, es un historiador bien documentado, habla ruso y ha viajado constantemente a Rusia. Sin embargo, el autor de la biografía más completa de Trotski hasta la fecha es Pierre Broué, que falleció en 2005.

 

¿Qué opinión le merece Isaac Deutscher? Su biografía en tres volúmenes es una de las más conocidas.
Según Pierre Broué, Deutscher, más que historiador, era un escritor notable, con un estilo depurado, pero que carecía de rigurosidad en su investigación histórica. En su biografía se pueden detectar algunos errores de fechas y otros datos. Aunque presenta a Trotski de forma respetuosa, aprovecha la biografía para abordar algunos desacuerdos políticos que tuvo con él, que hoy ya no tienen relevancia.

 

A un siglo de la Revolución rusa, ¿cómo ve usted a Trotski?
Fue uno de los revolucionarios más completos porque intervino en todas las etapas del proceso. Podría decir incluso que fue afortunado. Él ayudó a forjar las bases teóricas e ideológicas de la Revolución y junto a Lenin la llevó al triunfo. Estableció las ideas de “la revolución permanente”, que terminó por enfrentarse a la inoperante “revolución por etapas” de Stalin y Nikolái Bujarin. Al final de su vida –quizá lo que él llegó a considerar su labor más importante– se dedicó a defender ese proceso revolucionario original frente al ascenso de la contrarrevolución burocrática. Todas las revoluciones siguen la misma dinámica: tras el ascenso y el progreso viene un retroceso, como pasó en la Revolución francesa de 1789 y en la rusa de 1917. El retroceso de la Revolución rusa fue particularmente violento y dio origen a la dictadura burocrática de Stalin, uno de los tiranos más sanguinarios de la historia. Stalin alejó a la Unión Soviética de los principios y fundamentos que dieron origen a la Revolución. De esta sangrienta contrarrevolución surgió una minoría privilegiada que vivió a base de explotar a la población. Lo hemos visto varias veces en la historia: los siervos del feudalismo, los peones acasillados del Porfiriato y, ahora, en la era capitalista, observamos –especialmente en los países tercermundistas– cómo algunos trabajadores viven en condiciones de miseria. Todas las revoluciones han luchado por la igualdad. El emblema de la Revolución francesa era Liberté, Égalité, Fraternité. Égalité, equidad sin carencias. La Revolución rusa también buscaba eso, pero un grupo pequeño se adueñó del país. Por último, Trotski fue un testigo privilegiado de la Revolución y escribió con gran detalle sobre lo que vivió.

 

Hay quienes sostienen que la desviación estalinista de la Revolución rusa estaba ya en Lenin y en Trotski.
Es una manera de hacer una ensalada rusa, de mezclar todo en el mismo plato: Trotski, Stalin y Lenin en la misma salsa. Es un invento de Gorbachov que Broué llamó la “Teoría de los tres osos”. Las revoluciones surgen cuando la explotación llega a un límite y los pueblos estallan, como estallaron en México. El marxismo establece que el motor de la historia es la lucha de clases, y creo que sigue siendo así, lo vemos hoy. Trotski intervino en todos los procesos revolucionarios, tanto en el triunfo de la Revolución, como empujando una nueva lucha que llamó la “Revolución política” cuando se instauró la nomenklatura, una nueva aristocracia con un nuevo zar: Stalin. Trotski creía que la clase industrial y agrícola debía reconquistar el poder que la burocracia había usurpado. De lo contrario, pensaba, la nomenklatura terminaría por restablecer el régimen de privilegios. Trotski, sin embargo, no logró llevar esa lucha a cabo. Cayó en ella y su pronóstico se cumplió.

 

¿Cómo llegaron usted y su familia a México?
Llegamos gracias al asilo otorgado por Lázaro Cárdenas por gestión de Diego Rivera, Octavio Fernández y a petición escrita del general Múgica. Después de dieciocho días de navegación en el petrolero noruego Ruth, mis abuelos desembarcaron en Tampico el 9 de enero de 1937. Los esperaban Frida Kahlo, Max Shachtman, George Novack y algunos funcionarios del gobierno mexicano. El tren presidencial los llevó a la Ciudad de México y se hospedaron en la Casa Azul de Frida y Diego en Coyoacán. Para ellos fue pasar de las tinieblas al entorno radiante mexicano. Antes de llegar a México pasaron un episodio siniestro en Noruega, el peor de su periplo tras su expulsión de la URSS en 1929 –estuvieron antes en Turquía y Francia–. A instancia del embajador soviético en Noruega y por disposición de su gobierno, que se designaba “socialista”, fueron sometidos a un arresto domiciliario asfixiante con el inminente peligro de ser entregados a los verdugos de Stalin. El gobierno noruego era muy servicial y complaciente con su principal comprador de arenque, ganado porcino e implementos de pesca.

Fue el momento en el que Stalin orquestó sus sangrientas y monstruosas purgas, los llamados Juicios de Moscú. Asesinó a los compañeros de armas de Lenin y a comunistas sobrevivientes de la Revolución de octubre. En todos estos procesos, León Trotski y su hijo León Sedov quedaban como los principales acusados de los más inverosímiles crímenes y delitos. En las condiciones del arresto noruego, León Trotski quedaba en total indefensión, imposibilitado de refutar todas las falsas acusaciones en su contra.

Ya en México pudo organizar la Comisión Dewey, conocida también como los Contrajuicios de Moscú. Él declaró que en caso de que se demostrara la veracidad de algún cargo en su contra en los juicios de Stalin, él de inmediato se entregaría a la gpu. Después de sesiones largas y presentaciones de innumerables pruebas, el veredicto de la Comisión Dewey lo declaró inocente y consideró que los Juicios de Moscú fueron “una monstruosa falsificación histórica”.

Mi llegada a México fue posterior, en agosto de 1939. Llegué con el matrimonio Rosmer a los trece años y cinco meses. Había pasado casi dos años de una existencia difícil y sombría en París al lado de la triste y desolada francesa Jeanne Martin des Pallières, inconsolable viuda del fallecido León Sedov, hijo mayor de León Trotski, quien casi con certeza fue envenenado por la gpu, la policía secreta de Stalin, poco después de una sencilla y exitosa operación de apendicitis. Jeanne Martin des Pallières, mujer dominante e impulsiva, se negaba a reconocer la patria potestad de mi abuelo sobre mí y obstaculizó su propósito de trasladarme a México con todos los medios que tuvo a su alcance. Para mi buena suerte, mi abuelo lo logró. Después de siete días de atravesar el Atlántico en el buque Champlain, dos semanas de estancia en Nueva York y de tres a cuatro días de traca taca en el tren South-Pacific con un aire acondicionado de bloques de hielo, los Rosmer y yo llegamos a la casa número 19 en la calle Viena. Ahí viví con mi abuelo durante su último año de vida. El recibimiento fue caluroso, de gran júbilo y alegría. Nos encontramos repentinamente en medio de una familia cálida, algo que hasta entonces era totalmente desconocido para mí. Había gran bullicio, actividad y cierta tensión por el continuo asedio estalinista; los jóvenes camaradas guardias con el revólver al cinto, aparte de la vigilancia, estaban siempre muy ocupados en multitud de actividades propias de la casa. Esa sensación de cierto peligro y nerviosismo que se vivía no me desagradaba y creo que por ello me hice algo adicto a la adrenalina de por vida.

 

¿Cuáles cree que hayan sido las críticas que Trotski podía haberse hecho a sí mismo al final de su vida, en Coyoacán?
Que subestimó la capacidad asesina de Stalin. Cuando asesinaron a Serguéi Kírov, Trotski no creía que Stalin lo había mandado matar. Sí, le atribuía responsabilidad, pero no por acción, sino por omisión. Pensaba que la gpu, bajo sus órdenes directas, estaba al tanto de que un grupo de disidentes planeaba el asesinato de Kírov en Leningrado, y que no había tratado de evitarlo. Incluso a inicios de 1933, cuando Hitler llegó al poder, el abuelo intentó que mi madre y yo, que estábamos entonces en Berlín, regresáramos a Rusia. ¡Imagínese! Trotski subestimaba el grado de perversidad y la capacidad sanguinaria de Stalin. A unos días del primer atentado contra su vida –cuando Siqueiros y su pandilla ametrallaron su recámara y milagrosamente se salvó gracias a los reflejos de mi abuela, Natalia Sedova, que lo tiró de la cama y lo protegió con su cuerpo–, le pregunté: “¿No podría haber un fanático estalinista que brincara la barda y atentara contra tu vida?” Él me contestó: “No existen esta clase de personas en el bando estalinista.” ¡Ay!

 

Una de las críticas que le han hecho a Trotski es su intervención en la represión de los marinos alzados en isla de Kotlin, en 1921.
Se ha exagerado su papel: Trotski no tuvo una intervención directa, pertenecía al Comité Central y dio su apoyo a las decisiones que ya se habían tomado en vista de que no se había podido llegar a un ningún acuerdo con los marinos amotinados. No quedaba más que plantearles un ultimátum y, en caso de rechazo, había que reconquistar sin demora la fortaleza de Kronstadt. El deshielo de la bahía estaba próximo y la fortaleza era un baluarte muy valioso y estratégico para los ejércitos enemigos de la Unión Soviética. Trotski escribió un artículo en el Boletín de la Oposición de la Oposición de Izquierda (núm. 70, octubre de 1938) en el que explica con claridad el surgimiento del motín y los motivos que lo mantuvieron totalmente al margen de la parte operativa.

 

Trotski no llegó a hablar públicamente de la hambruna en Ucrania provocada por la colectivización de Stalin. ¿Cree que estaba bien informado de lo que ocurría o que la consideraba una medida correcta que se había salido de su cauce?
No sé sobre este caso en particular, pero sí puedo decir que Trotski siempre criticaba el modo caótico, extremadamente brutal e improvisado de actuar de Stalin. La colectivización de Ucrania no fue una excepción.

 

¿Qué opina usted de Victor Serge en relación a Trotski?

Victor Serge fue un convencido revolucionario y un escritor notable. Fue un crítico permanente de la excesiva centralización, veneración y sacralización del papel del Partido Comunista en la URSS y participó en la lucha contra el estalinismo. Se afilió a la Oposición de Izquierda, lo que provocó su deportación, junto a su hijo, el pintor Vlady Kibálchich, a Oremburgo. En abril de 1936, después de tres años de cárcel, padre e hijo fueron liberados y expulsados de Rusia gracias a una campaña de apoyo de intelectuales. Para su buena suerte salieron cuatro meses antes del comienzo de la campaña del Gran Terror, la primera purga estalinista. La gran mayoría de su obra escrita fue de denuncia contra el espurio régimen de Stalin.

Yo conocí a Serge en México, cuando visitaba con frecuencia a Natalia Sedova en Coyoacán. Era una persona muy seria, de pocas palabras. Recuerdo que durante casi un año visitó todas las tardes a Natalia con la idea de hacer un libro de sus memorias. La idea de realizar esta obra debe de haber venido del propio Victor Serge. Acordaron que la obra llevaría la autoría de los dos. Su título quedó como Vida y muerte de León Trotski, solo que Natalia Sedova se rehusó firmar el libro, como lo habían acordado, algo que no fue del agrado de Victor Serge. De acuerdo a una breve nota aclaratoria de su hijo, Vlady Kibalchich, en una edición al español de 1971, todo se debió a un exceso de recato: Serge consideraba que con la prominencia de Natalia Sedova el libro tendría mayor difusión, y, por su lado, Natalia Sedova no quería quitarle el crédito literario a Victor Serge y opinaba que era justo otorgarle todo el mérito a él. Según Vlady, después de algunos años, Natalia le dijo que se arrepentía de no haber firmado el libro. Este libro es quizás una obra póstuma, porque poco después de terminar de escribirlo, Serge murió de un infarto al miocardio. Su hijo llegó a pensar que el infarto de su padre pudo haber sido provocado por el Comisariado del Pueblo para Asuntos Internos (nkvd), porque era del dominio público que esta agencia de Stalin había desarrollado una substancia capaz de producir infartos en acción retardada. No hay ninguna duda de que la eliminación del Serge, un antiestalinista sobresaliente, fue una gran prioridad en la agenda asesina de Stalin.

 

Después de la muerte de Trotski hay versiones encontradas sobre la actitud de Natalia Sedova en relación a la Cuarta Internacional. Se ha dicho que en la década de los sesenta se deslindó, pero también se ha escrito que esto no fue así.
Ella mantuvo una amistad estrecha con Grandizo Munis, un marxista español, que decía que en Rusia se había impuesto un capitalismo de Estado y que ya no había nada que defender. Natalia compartía esa posición y se alejó de la Cuarta Internacional, que seguía defendiendo a la URSS. En ese momento, era difícil tener una postura clara sobre la Unión Soviética porque estaba atravesando una etapa de transición. Hubo quienes llamaron a la Unión Soviética de la era estalinista “colectivismo burocrático” y erróneamente suponían que podía durar para siempre, pero solo fueron unos años. Lo que Trotski predijo con gran precisión fue que la burocracia soviética iba a restablecer el capitalismo: a los funcionarios con grandes privilegios les convenía establecer una situación más estable, heredar sus bienes y títulos a sus hijos. El régimen capitalista era lo que más les convenía.

León Trotski tenía una gran visión histórica. Con medio siglo de antelación, pronosticó con exactitud matemática lo que terminó por suceder: la Revolución había sido traicionada; pensaba que si la clase obrera no retomaba el poder, la burocracia iba a destruir a la Unión Soviética.

 

¿Cómo era Trotski?
Contrariamente a la imagen de hombre orgulloso y despótico que muchos le quieren atribuir, Trotski era una persona afectuosa y de gran sencillez, con un carácter jovial y optimista. Nunca dejaba de lado su muy oportuno sentido del humor. Dotado de gran generosidad, siempre se encontraba dispuesto a compartir sus pocos recursos para apoyar actividades políticas o ayudar a camaradas con carencias. Era un hombre muy dinámico y disciplinado, que no admitía pereza, desidia o desorden a su alrededor. Poseía una lucidez fuera de lo común y tenía una confianza absoluta en el advenimiento de un socialismo genuino. La casa estaba llena de vida. Mis abuelos estaban rodeados de camaradas entusiastas que compartían sus ideas, eran voluntarios que no tenían sueldos. En su mayoría se trataba de obreros estadounidenses que hacían las veces de secretarios, choferes y guardias, en este último papel eran totalmente inexpertos, ya que nunca habían manejado un arma de fuego ni tenían la malicia ni la suspicacia necesarias. Entre ellos estaban Jake Cooper –chofer de tráiler–, Harold Robins –pintor comercial y jefe de guardias–, Joe Hansen –chofer de carreras–, Charly Cornell –profesor–, Walter Ketley –periodista–, Alex Buchman –ingeniero en electrónica y fotógrafo, él dejó el mejor archivo fotográfico de León Trotski–, Hank Schnautz –campesino–, Otto Schüssler –obrero–, Jean van Heijenoort –profesor de matemáticas–. Todos se dirigían al abuelo como The old man o el Viejo, si se hablaba en español. Esa gran familia de la casa de Viena 19 se desintegró y murió con Trotski. La casa se convirtió en un lugar triste y desolado. Yo perdí a una figura paterna, pero seguí llevando una vida más o menos normal: escuela, juegos, amigos, casa. Para Natalia, en cambio, fue terrible; era la encarnación del dolor extremo. Pobre mujer, paseaba por el jardín tambaleándose con la mirada perdida; era un cuadro desgarrador.

Muchos han criticado a los guardias por no haber podido evitar el fatal atentado del 20 de agosto de 1940. Incluso si lo hubieran logrado, solo le habrían dado un breve lapso de sobrevida a mi abuelo. Stalin tenía como alta prioridad su asesinato, y otro atentado se pondría en marcha de inmediato; era imposible luchar contra su inmenso aparato criminal dotado de inagotables recursos.

 

¿Llegó a visitar alguna vez la Unión Soviética?
Fui unos seis días, cuando Gorbachov estaba en el poder. Pierre Broué me llamó por teléfono inesperadamente desde París para decirme que se había encontrado a mi media hermana, Alejandra, en su viaje a Moscú. Pero me advirtió que padecía un cáncer terminal. Partí rápidamente con mi esposa Palmira hacia Moscú y alcanzamos a conocerla. Alejandra era hija de la misma madre, pero de un primer matrimonio. Al mes de nuestra visita de diciembre falleció. Soy un poco alérgico a Rusia, así que cuando me subí al avión de regreso a México sentí un gran alivio.

 

¿Cuál es la importancia de Trotski hoy?
Trotski fue uno de los grandes marxistas. Dejó tras de sí una inmensa obra escrita. Tuvo el gran privilegio de ser una figura de primer orden, vivió todas las fases del proceso revolucionario. Su Historia de la Revolución rusa es uno de los mejores testimonios de la Revolución. Mi vida también es un libro importante. Mi abuelo es autor de una obra vasta con gran valor político, histórico y literario. No hay tema que no haya abordado: cuando André Breton vino a México hicieron juntos, y con apoyo de Diego Rivera, un manifiesto por un arte libre. ~

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es editor de Letras Libres. En 2020, El Colegio Nacional publicó sus Ensayos reunidos 1984-1998 y las Ediciones de la Universidad Diego Portales, Ateos, esnobs y otras ruinas, en Santiago de Chile


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