Una de las trampas en las que ha caĆdo el liberalismo estadounidense, en particular su facciĆ³n conocida como progresista āel ala mĆ”s extrema del Partido DemĆ³crata, con cabecillas como Elizabeth Warren, Bernie Sanders y la joven Alexandria Ocasio-Cortezā, es la creencia un tanto autocomplaciente de que, pasada la crisis financiera de 2008, la causa principal de la decadencia actual es Donald Trump, es decir, que su demagogia es un fenĆ³meno insĆ³lito, que ademĆ”s se habrĆa extinguido de haber ganado Hillary Clinton. En suma, una circunstancia pasajera. La cerrazĆ³n animĆ³ al propio Obama, en el Ćŗnico discurso en que ha mencionado explĆcitamente a Trump, a pedir que no confundieran las cosas: Trump es el sĆntoma, dijo, no la causa; lo cual tampoco significa, como han concedido algunos liberales en un timorato mea culpa, que el liberalismo sea responsable o, peor aĆŗn, culpable de Trump, pero sĆ que Ć©l es, en el mejor de los casos, un agitador de un sentimentalismo profundo con orĆgenes remotos.
AdemĆ”s del buen periodismo y la academia, aquello me lo sugiriĆ³ el pintor Jon McNaughton, cuya obra empezĆ³ a conocerse mĆ”s o menos alrededor del movimiento polĆtico del Tea Party en 2009, ese grupĆŗsculo ultraconservador, evangĆ©lico y nativista dentro del Partido Republicano que reaccionĆ³ a las polĆticas progresistas de Obama y que fue la apoteosis de un largo sentimiento de desplazamiento cultural. Las pinturas de McNaughton de aquellos aƱos retratan a un Estados Unidos en plena decadencia: los hombres āsiempre blancosā han perdido su trabajo gracias al socialismo de Obama y a la retĆ³rica de la identidad que favorece a las minorĆas usurpadoras; los polĆticos en Washington han olvidado al common man y pisoteado los valores y documentos fundacionales. La nostalgia es abrumadora: no se pretende un modesto regreso a ādigamosā la bonanza de la posguerra ādonde yace en realidad esa vida que el trabajador manufacturero desposeĆdo extraƱaā, sino incluso al inicio de la repĆŗblica: a 1776. Ā”DĆ³nde estĆ”n nuestros padres fundadores: Washington, Jefferson, Hamilton, Adams!, parece exclamar la ya famosa pintura The forgotten man, cuyo dueƱo es, a propĆ³sito, el extravagante vocero de Fox News disfrazado de periodista Sean Hannity (uno de los mayores adeptos de Trump y quizĆ” quien mĆ”s ha popularizado a McNaughton).
Se entrevĆ©, desde entonces, el anhelo de un redentor: no un outsider de la polĆtica, sino el propio Cristo. En la pintura One nation under God, por ejemplo, un JesĆŗs anglosajĆ³n, rodeado de esos padres fundadores y algunos republicanos notables āLincoln, Teddy Roosevelt, Reaganā, les recuerda a los mortales contemporĆ”neos la esencia de la repĆŗblica: la ConstituciĆ³n. Como si el gobierno demĆ³crata de Obama la violara asiduamente; o peor: como si esta fuera cristiana, acaso una de las fantasĆas mĆ”s comunes del evangelismo estadounidense. El secularismo, sugiere McNaughton, no es fundacional sino una perversiĆ³n reciente. En la pintura Separation of Church and State son los senadores modernos los que expulsan a JesĆŗs de la CĆ”mara Alta, traicionando el lema oficial, In God we trust, inscrito en los muros del recinto. JesĆŗs, iluminado, se retira del podio, dejando la salvaciĆ³n a la suerte de los soberbios polĆticos. El reclamo es doble: a los polĆticos tradicionales, por abandonar las raĆces cristianas y, al tiempo, por la urgencia de un redentor.
Ese es Trump. Imposible que McNaughton lo imaginara desde 2009. Sin embargo, representĆ³ de inmediato su triunfo como la recuperaciĆ³n āal menos en ciernesā de la patria. En la reciente pintura Teach a man to fish, el ya presidente Trump enseƱa a poner el anzuelo en la caƱa a un joven a quien las ideas socialistas han vuelto inĆŗtil: apologĆa libertaria del self-made man de Ayn Rand que prescinde del gobierno y sus programas sociales y a quien no hace falta darle el pescado sino enseƱarle a pescar. En otra, Crossing the swamp, Trump dirige con su candil una pequeƱa embarcaciĆ³n a travĆ©s de los sombrĆos pantanos que hunden a Washington: metĆ”fora de la corrupciĆ³n y suciedad que en su campaƱa prometiĆ³ ādrenarā (drain the swamp). O tambiĆ©n ābajo el sugerente tĆtulo Make America safeā aparece cerrando con una llave la clĆ”sica cerca que rodea las casas suburbanas de Estados Unidos, aclamaciĆ³n inequĆvoca del muro fronterizo. Porque, aunque las obras tienen un estilo realista, bucĆ³lico y pastoril ālo cual las hace bastante obviasā, siempre llevan tĆtulos que no dejan lugar a dudas ni interpretaciones. Su intenciĆ³n no es la reflexiĆ³n sino el decreto.
AsĆ, aunque McNaughton tiene pinturas previas y posteriores a Trump, la sustancia es la misma. Y en ese sentido el presidente no es la inspiraciĆ³n original, sino su actual objeto, lo cual demuestra la acertadĆsima lectura que hizo del momento: habĆa ya un sentimentalismo Ć”vido de catarsis polĆtica. De hecho, como apuntĆ³ la periodista Alissa Wilkinson de Vox,1* los temas, atmĆ³sferas, personajes y narrativas de estas obras no se podrĆan describir mejor que con el lema de su propia campaƱa: Make America great again (āHagamos a Estados Unidos grandioso de nuevoā), pues es justo eso lo que aƱoraban antes de Trump y lo que, sugieren, se estĆ” consumando ahora.
Ahora bien, las pinturas previas a Trump le imploraban un salvador al futuro, pero debĆa ser uno que, paradĆ³jicamente, recuperara el glorioso pasado, lo cual no solo niega a Trump como mera circunstancia efĆmera y reciente, sino que sitĆŗa a los fantasmas que lo animaron āaquellos que reclamaban ser reivindicadosā en un pasado lejano. Como es sabido, la manĆa de āHacer a Estados Unidos grandioso de nuevoā no es nueva: tambiĆ©n fue el lema de la victoriosa campaƱa de Ronald Reagan (con una ligera variante: Letās make America great again), uno de cuyos mĆ”ximos estrategas fue, ni mĆ”s ni menos, el principal mercadĆ³logo polĆtico de Trump: el estrambĆ³tico Roger Stone, tambiĆ©n estratega de Nixon. En una conjetura, aquellos fantasmas no solo ya existĆan, sino que la campaƱa de Trump se confeccionĆ³ en buena medida en funciĆ³n de ellos.
Y por eso el estilo de McNaughton es quizĆ” el mayor delator de que Trump no es una circunstancia pasajera. Esa textura campestre e idĆlica tiene al menos desde 1930 expresando los sentimientos mĆ”s nacionalistas y nativistas. Es el estilo que ācon o sin Trump, antes o despuĆ©s de Ć©lā uno encuentra a menudo en cualquier country house de la tĆpica familia blanca estadounidense, el que decora las paredes de quienes acogieron de manera fatĆdica a Trump como redentor anhelado. No es fortuito que el arte de McNaughton tenga tan poco que ver con el verdadero Trump, ese amafiado tiburĆ³n neoyorquino de bienes raĆces y penthouses de oro, heredero de una gran fortuna, casado con una modelo eslovena, en fin, tan opuesto a su votante promedio. ~
1* Alissa Wilkinson, āTo Trump fans, #maga is more than a slogan. Itās an aestheticā, Vox, 9 de agosto de 2018: bit.ly/2yo5VX0.
Es periodista, articulista y editor digital