Un índice de progreso para el presidente

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A finales de mayo de 2020, el presidente Andrés Manuel López Obrador dijo que estaba preparando un índice diferente al del Producto Interno Bruto (PIB) para medir “el progreso y la felicidad del pueblo de México”. Aunque hasta ahora no ha presentado dicho índice alternativo, en su declaración hay algo visionario. En este artículo comparto algunas de las medidas alternativas que se han aplicado en otras partes del mundo y los vacíos que estas ayudan a llenar para repensar el modelo de desarrollo y crecimiento económico en medio de la crisis ecológica planetaria.

El Índice de Progreso Genuino (IPG)

(( Robert Costanza et al., “Time to leave GDP behind”, Nature, 505, 2014, pp. 283-285.
))

 es una propuesta desde la economía ecológica que incorpora los costos sociales que el desarrollo basado en teorías económicas clásicas no consideró. Por ejemplo, aunque la atención de un derrame petrolero haría crecer el PIB debido a los gastos que tendrían que hacerse para retirar el hidrocarburo del mar, dicho índice no consideraría los impactos negativos en las economías de las comunidades que solían pescar ahí y ya no pueden, así como los costos económicos y sociales relacionados con la contaminación de playas y humedales. De manera alterna, el IPG contempla el costo social y económico de la contaminación, el costo del crimen, el costo del tiempo de traslado y los beneficios que obtienen los individuos al poder cosechar las verduras en cultivos de traspatio, al abastecerse de proteínas por consumir lo que cazan o pescan, o el bienestar que brinda tener acceso a áreas naturales de recreo, entre otros. Recientes trabajos que comparan el PIB con el IPG revelan que en los primeros años de desarrollo de los países estudiados ambos índices crecen de manera paralela, pero que el IPG cae conforme la economía se basa más y más en la competitividad y descuida el impacto de las actividades económicas sobre el medio ambiente o la calidad de vida de sus ciudadanos.

(( Ida Kubiszewski et al., “Beyond GDP: Measuring and achieving global genuine progress”, Ecological Economics, 93, 2013, pp. 57-68.
))

 En países como Islandia, cuya economía se basa en preservar y construir su capital natural y social, ambos índices han crecido simultáneamente.

Aunque los índices de medición del progreso alternos son relativamente nuevos en la jerga académica, esta visión integral del bienestar está presente en diferentes culturas. Por ejemplo, Bután mide desde la década de 1970 el “índice de felicidad”, que considera 33 indicadores distintos, entre ellos, la salud psicológica, el tiempo destinado a actividades comunitarias o la calidad del ambiente en el que se desarrollan sus habitantes, así como la capacidad de proveerse refugio, educación y alimento.

((Devan Pillay, “Happiness, wellbeing and ecosocialism – a radical humanist perspective”, Globalizations, 17, 2020, pp. 380-396.
))

 En México los tzeltales que habitan en el estado de Chiapas también tienen su indicador del “buen vivir” –lekil kuxlejal–; este incluye factores como la armonía que tiene el individuo consigo mismo, su relación con el ambiente y la calidad de su relación con su comunidad.

(( Para conocer más recomiendo la tesis de maestría de Begoña Ribera Martín Consuegra, “Comunalidad en Chiapas: El alcance de la economía solidaria para la reproducción de la buena vida (Lekil Kuxlejalil)”.
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En sus poco más de dos años de gestión, el presidente ha demostrado que sus políticas presentan frecuentes disonancias con esta visión integral de desarrollo. Lanza la apuesta de que al construir megaproyectos como el Tren Maya o la refinería de Dos Bocas el “progreso” se esparcirá de manera automática a los ciudadanos más vulnerables de la región. Nada más alejado de la realidad y de la visión de progreso y bienestar que tienen las propias comunidades. Ejemplos de cómo el desarrollo a veces trae más costos que beneficios son las altas tasas de criminalidad de los pueblos petroleros de Tabasco y el desastre ambiental que esta industria le ha propinado a unos de los humedales tropicales más importantes de Mesoamérica.

((Alejandro Toledo (COMP.), Petróleo y ecodesarrollo en el sureste de México, México, Centro de Ecodesarrollo/Nueva Imagen, 1982.
))

 Por lo que no es de sorprender que los pueblos indígenas de la región se opongan ferozmente a los proyectos sello de esta administración. En su experiencia, cada vez que llega el desarrollo, ellos pierden. Aunque quizá detrás de ellos se encuentre la mejor de las intenciones, estos proyectos han caído en la clásica trampa de “hacer lo mismo y esperar resultados distintos”.

Esther Duflo, quien fue galardonada en 2019 con el Premio Nobel de Economía por sus investigaciones para reducir la pobreza, considera que el trabajo del economista debe ser como el de un plomero: capaz de identificar dónde, en todo el entramado de tuberías, se atora el flujo de agua, de manera que ayude a reparar esas “pequeñas” pero importantes fallas que a veces no se piensan en el diseño de las políticas públicas. Si a eso le añadimos el componente ecológico, los diseñadores de políticas públicas tienen que convertirse en los más diestros fontaneros que entiendan no solo la red del flujo del capital financiero, sino su convergencia con la red del flujo del capital natural, que reparte todos los beneficios que las sociedades reciben de la naturaleza de forma gratuita. En otras palabras, de no comprenderse en su totalidad el complejo entramado del sistema económico y ecológico que le brinda bienestar a la sociedad, los proyectos de desarrollo se convierten en simples extractores de beneficios que efectivamente incrementan el PIB nacional, al tiempo que merman el IPG en las regiones donde se implementan.

Como coordinadora de campaña del actual presidente, la ahora secretaria de Economía, Tatiana Clouthier, demostró capacidad para integrar visiones. Esta habilidad, no generalizada entre académicos ni entre políticos, le debería permitir sentarse a definir con todos los actores regionales qué significa desarrollo, progreso y bienestar. Darse el tiempo para crear alianzas horizontales y sentarse a escuchar el punto de vista de las comunidades indígenas y rurales del sureste mexicano respecto al progreso será, potencialmente, la herramienta que ayude a derrumbar el muro que el propio presidente se ha encargado de edificar con su visión unilateral de desarrollo y que ha provocado tanta resistencia.

La actual administración aún tiene tiempo de rectificar el camino y construir una visión de progreso con la gente, y no para la gente, como solía hacerse en el pasado. Entonces, al hacer las cosas diferentes, podrían esperarse resultados distintos. ~

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es bióloga marina con un doctorado en economía ambiental, profesora investigadora en el Colegio de la
Frontera Sur (Ecosur) e investigadora invitada del Centro de Ciencias de la Complejidad (C3-UNAM)


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