Una mirada microscópica a la ocupación israelí

En 'Un día en la vida de Abed Salama', Nathan Thrall explica la ocupación israelí de Cisjordania a través del accidente de un autobús escolar en Jerusalén Este.
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Un día en la vida de Abed Salama se publicó en inglés el 3 de octubre de 2023. Cuatro días después, la organización terrorista Hamás realizó la primera invasión de territorio israelí desde la guerra de 1948. Fue el ataque contra civiles más sangriento de la historia del país: se calcula que fueron asesinadas 1.143 personas, de las cuales 767 eran civiles, y fueron secuestrados 252 civiles y soldados. Poco después, Israel inició la Operación Espadas de Hierro, en la que han muerto alrededor de 30.000 palestinos de Gaza (es difícil determinar las cifras exactas; un reportaje de The Economist combinó todas las estimaciones y recuentos y llegó a la cifra conservadora de 25.000 muertos hasta el 30 de abril, pero afirma que posiblemente sea superior).

El libro de Nathan Thrall, un relato periodístico sobre la ocupación israelí de Cisjordania y específicamente Jerusalén Este, quedó en una especie de impasse promocional. Se cancelaron sus presentaciones y charlas, a veces por miedo a la violencia. Thrall, que llevaba más de una década viviendo en Jerusalén, donde dirigía el Proyecto Árabe-Israelí del think tank International Crisis Group, abandonó el país temporalmente.

El conflicto palestino-israelí está, desde el 7 de octubre, en su peor momento. Aunque la comunidad internacional está cada vez más convencida de la necesidad de la solución de los dos Estados, sobre el terreno la posibilidad de que eso llegue a producirse es más remota que nunca. Nunca antes el conflicto había sido tan sangriento (ni en la guerra de 1967, ni en la de Yom Kippur, ni en las dos del Líbano, ni en las dos Intifadas), y nunca antes ambos bandos habían estado tan radicalizados. Eso no significa, sin embargo, que la situación fuera sostenible o pacífica antes de la guerra.

Thrall centra su atención en Cisjordania, donde gobiernan a medias un gobierno militar israelí y la Autoridad Palestina (AP), que se creó en 1994 tras los Acuerdos de Oslo. En ellos se dividió Cisjordania en tres áreas: la A, que representa un 18% y es de control total palestino (al menos sobre el papel); la B, que representa un 22% y donde la AP administra los asuntos civiles e Israel la seguridad; y la C, que representa un 60% y es de control total israelí. En la práctica, Israel gobierna militarmente las tres áreas, mantiene en una situación de subordinación al débil gobierno palestino y ha promovido la construcción de asentamientos ilegales desde hace décadas.

Cisjordania es el núcleo de un posible Estado palestino. El consenso sobre la solución de los dos Estados está basado en las fronteras previas a la guerra de 1967 y a la ocupación israelí de Cisjordania. Es quizá la única solución al conflicto y resulta, a día de hoy, imposible. Para que exista un Estado palestino que pueda vivir en paz con su vecino, Israel no solo tiene que derrotar a Hamás, sino que tiene que desocupar Cisjordania, expulsar a más de medio millón de colonos israelíes que viven en asentamientos ilegales y destruir todo el sistema de carreteras segregadas, muros de separación y checkpoints. El reconocimiento del Estado palestino, como ha hecho recientemente el gobierno español, es algo necesario y, al mismo tiempo, un acto de wishful thinking: no existe ni parece que vaya a existir una Palestina con fronteras claras en un futuro cercano. Hoy Palestina es Gaza y 165 “islas” en Cisjordania con autogobierno limitado y rodeadas por un mar de control militar israelí.

Cisjordania no es Gaza, pero es también una región violenta. Y no solo desde el 7 de octubre, que reactivó la violencia contra palestinos, a pesar de que allí no gobierna Hamás (tras los ataques terroristas, el gobierno israelí convocó a 5.500 colonos que eran reservistas para crear batallones de “defensa regional”, repartió 7.000 armas y se han producido alrededor de quinientos asesinatos). 2023 ya fue antes de los ataques de Hamás el año más violento registrado en Cisjordania, con alrededor de doscientos palestinos asesinados entre enero y octubre. El conflicto palestino-israelí ya era insostenible antes de los atentados de Hamás.

Es un conflicto que se suele analizar a partir de sus brotes de violencia: los atentados suicidas durante la Segunda Intifada, los ataques de Hamás desde Gaza o los de Hezbolá desde el Líbano. Nathan Thrall, en cambio, lo explica desde la cotidianidad de la ocupación. El relato central de su libro es una tragedia aparentemente ajena a ella: el accidente en Jerusalén Este de un autobús escolar en 2012 en el que murieron calcinados seis niños palestinos de Anata, una población que está en tierra de nadie. Oficialmente, el pueblo forma parte de Jerusalén Este, ocupada por Israel en 1967, pero está al otro lado del muro de separación de Cisjordania y por lo tanto Israel no le proporciona ningún tipo de servicio (aunque los palestinos de Anata sí que deben pagar sus impuestos a Israel). A la Autoridad Palestina, por su parte, no se le permite acceder ya que está fuera de su jurisdicción. Está en un limbo anárquico, inseguro e insalubre.

Anata y sus alrededores son un pequeño microcosmos que explica perfectamente la ocupación israelí de Cisjordania: un municipio palestino rodeado de muros y barreras de separación, asentamientos ilegales de colonos israelíes, el campo de refugiados de Shu’Fat (en Palestina los campos de refugiados suelen ser poblaciones al uso, nada que ver con campamentos, pero están completamente en un limbo; a menudo solo sobreviven gracias a la UNRWA, la agencia de refugiados para Palestina de la ONU), poblaciones seminómadas de beduinos y una carretera que atraviesa el pueblo y que tiene carriles para uso palestino y carriles para los colonos israelíes (el subsecretario de defensa israelí denominó a estas vías, en un cable diplomático filtrado, “carreteras del apartheid”).

Los niños iban de excursión a un parque infantil al otro lado del muro. Era un día lluvioso y con mucho viento. Por la situación particular de Anata, el autobús escolar tuvo que dar un largo rodeo por una carretera peligrosa y terriblemente congestionada (a menudo el ejército israelí detiene el tráfico de las carreteras palestinas para que no haya mucho tráfico en las carreteras que comparten con los colonos). El autobús acabó chocando contra un camión que conducía imprudentemente, volcó y se incendió. Varios conductores y profesoras del colegio consiguieron salvar a decenas de niños, pero seis fallecieron. Aunque el accidente se produjo a diez minutos de Kalandia (el principal cruce fronterizo entre Cisjordania e Israel), a tres minutos de una colonia israelí, a menos de un minuto de un checkpoint israelí, y en una carretera controlada por Israel, los servicios de emergencia israelíes tardaron casi una hora en llegar, y cuando lo hicieron los niños ya habían sido evacuados por civiles. Muchos padres tardaron casi un día en encontrar a sus hijos; algunos heridos y fallecidos fueron enviados a hospitales israelíes y sus progenitores no tenían el pasaporte azul que les permitía cruzar la frontera, sino que tenían el pasaporte verde de Cisjordania (que les impide salir del territorio). Uno de esos padres es Abed, el protagonista del libro.

Thrall escoge la historia de Abed no solo porque su hijo es uno de los seis fallecidos. Su vida es apasionante. Es de la familia Salama, un clan que domina buena parte de la región. A través de su vida y la de su familia, cuenta la historia de Palestina desde la Primera Intifada, que duró más o menos entre 1987 y los Acuerdos de Oslo en 1993. Thrall también explica las divisiones políticas entre diversas facciones palestinas y aspectos sociológicos de la Palestina contemporánea, desde la divisón social entre clanes o familias a los matrimonios concertados y la poligamia. Un día en la vida de Abdel Salama es también un apasionante folletín romántico. Abed se casa tres veces (y media). Hay un compromiso matrimonial no consumado, un matrimonio concertado, otro para obtener un visado (se casa con una “palestina del 48”, que es como se llama a los palestinos que permanecieron en la parte de Palestina que se convirtió en Israel en 1948, para poder trabajar en Israel) y otro por amor. Como la ley vigente es la jordana, que permite la poligamia, Abed no necesita divorciarse para casarse de nuevo. Thrall narra sus escarceos y dramas con frialdad, sin juzgar, y no obvia detalles que perfilan negativamente a su personaje. Escribe con distancia sobre las rencillas y disputas familiares, la cultura patriarcal, las traiciones.

Mantiene la misma distancia al narrar el accidente de autobús. El material a veces es delicado: la identificación de los cuerpos quemados (una madre reconoce un lunar, otra unos calzoncillos, otra una mochila de Spiderman), la culpa que sienten los civiles que no pudieron rescatar a más niños, los efectos psicológicos del accidente. Thrall ha confesado que se ganó la confianza de sus entrevistados, especialmente Abed, porque lloró con ellos su pérdida, pero en ningún momento hay en el texto una apropiación de su dolor ni una explotación efectista.

Aunque es una historia palestina, también hay personajes israelíes (contrarios y favorables a la ocupación, judíos y árabes). Quizá el más interesante es Dany Tirza, un coronel de la reserva que participó en todas las negociaciones territoriales de los Acuerdos de Oslo, que desembocaron en la partición de Cisjordania en tres áreas. “Dany planificó una nueva red de transporte diseñada para separar a los colonos judíos de los palestinos, creando vías de circunvalación y autopistas […] y estableciendo lo que el ejército llamó ‘carreteras estériles’, a las que los árabes no tenían ningún acceso.” Tirza dice que el muro es necesario para contener la violencia. Se creó tras la Segunda Intifada, en la que murieron cientos de israelíes por ataques terroristas. El problema es que no sirve solo para proteger el Israel soberano, el de las fronteras de 1967, sino también los asentamientos ilegales en Cisjordania, un problema que no es de unos pocos forajidos (hay casi medio millón en Cisjordania y unos 200.000 en Jerusalén Este ) sino que es estructural y parte de la estrategia de expansión del Estado desde los Acuerdos de Oslo.

Todas las digresiones que hace Thrall en su estupendo reportaje tienen como objetivo explicar el contexto tan particular en el que se produjo el accidente. El libro termina con un informe de la Autoridad Palestina que, según el autor, se olvida de señalar el origen de la tragedia. “Nadie dijo que los palestinos de la zona estaban desatendidos porque Israel pretendía reducir su presencia en la gran Jerusalén, el lugar más codiciado por Israel. Absolutamente nadie rindió cuentas por ninguno de estos actos.”

Un día en la vida de Abdel Salama es un libro con enormes virtudes; el jurado del Premio Pulitzer supo verlas y le otorgó su premio de no ficción este año. La mayor es quizá su capacidad de hacer comprensibles dos historias enrevesadas cada una a su manera: la vida sentimental de su personaje, Abed, y su entorno lleno de tribalismos y rivalidades; y la logística de la ocupación israelí en Jerusalén Este y Cisjordania. El resultado es un equilibrio casi perfecto de ensayo histórico y no ficción literaria que no cae en esencialismos ni relatos sobre “odios ancestrales” sino que permite que sean los hechos los que hablen. ~

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