Una película en el filo de la sierra

El rodaje de una película al principio del verano en Mallorca. Múltiples funciones: interpretar un papel, encargarse del arte y el vestuario, realizar tareas de producción que incluyen la búsqueda de vísceras en una carnicería. Así se hizo una película fantasma.
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En el año 18 mi amiga Beatriz recibió el encargo de documentar la instalación de una escultura de acero en una finca de la Tramontana, sierra arriba, a una hora a pie del centro de Sóller, aunque creo que nunca llegamos a bajar a pie. Beatriz aceptó el encargo, proponiendo incluir en el documental algunas partes ficcionadas y transformándolo así en una película valiosa por sí misma más que un registro asociado sin más a la escultura. Me imagino que también quería evitar la constricción de sus inquietudes estéticas y la ficción, o algún grado de estilización en la puesta en escena, era la manera de asegurarse cierta libertad. También debía de ser una manera de pasárselo mejor, y además sospecho que había algo protomágico, más o menos consciente, en la elección que favorecía la concurrencia de lo simbólico.

El escultor, Juan, trabajaba con acero y en grandes dimensiones. Habíamos oído hablar de él; por aquel entonces ya tenía cierta fama. Había diseñado la escultura específicamente para aquel emplazamiento, y lo que le faltaba por hacer era colocarla. Para eso iba a viajar con un soldador. No me acuerdo ahora de cómo llegaron, más tarde, las piezas a Mallorca. Supongo que las traerían ellos mismos en furgoneta. No puedo evitar pensar, por cierto, en el lema ese sobre lo indeleble del carácter militar que dice “Once a soldier, always a soldier”, que depende de cómo lo traduzcas puede parecer un anuncio de sopletes.

El caso es que Beatriz me propuso participar en el rodaje de la película. Odio los rodajes industriales como Claude Lévi-Strauss los viajes, pero los rodajes de equipo reducido me parecen muy divertidos. En este yo tendría que participar en la producción, en el vestuario y el arte y en cualquier otra cosa que hiciese falta, y además tenía que interpretar un papel. Precisamente el del único personaje que no hacía de sí mismo. Esos pequeños papeles en las películas de mis amigos es algo que me encanta hacer. La pega era que tenía que combinarlo todo con los otros dos trabajos que estaba desempeñando a la vez, que eran la redacción del blog de un centro cultural y llevar las redes sociales de un festival de cine por la cuarta parte del dinero que había pedido. Ahora me pregunto si es de verdad necesario aceptar condiciones laborales demenciales o hacer contorsiones como aquella para combinar trabajos, si a lo largo de mi vida no me habré comprometido muchas veces a hacer cosas absurdas que no me interesaban, mucho menos productivas que declinar hacerlas, solamente por alimentar un personaje que mi inconsciente, por alguna razón, quería alimentar, o para vengarme de algo también inconsciente. ¡Parece que la tarde se presenta psicoanalítica!

Entonces yo me acababa de pirar de mi casa con una maletilla y había alquilado una habitación minúscula y oscura, que daba al descansillo del portal y donde los otros inquilinos habían arrumbado a un curioso ser, una de esas estanterías altas y estrechas para cd que, también ahora al escribir me doy cuenta, han ido desapareciendo de las casas. Esta tenía en lo alto una especie de máscara africana rematada a su vez por un penacho de pelujos que parecían los de una panocha de maíz. Era como un tótem de tebeo de Tintín, y me miraba desde los pies de la cama cada vez que me acostaba. Ese extraño personaje me hizo compañía durante aquella época tan especial, que ahora recuerdo como una bandada de estorninos, móvil y fugaz y de densidad y forma cambiantes.

Por otro lado, pasar unos días en Mallorca en el mes de junio parecía un plan de ensueño, en los días más largos del año y cuando todavía no ha desembarcado la mayor parte de los turistas.

Beatriz consultó con Juan algunas cosas sobre su escultura, y escribió un guion de unas pocas páginas. Desde el principio lo llamó Nervios de acero. Ahora que lo he estado consultando me ha sorprendido la adecuación a las localizaciones, porque cuando lo escribió ella no había estado allí y sin embargo la película las aprovecha mucho. Copio algunas cosas graciosas: “Sucesión de detalles de diversos minerales, rocas, remolinos, algas y plantas”, “observa el contorno de los elementos que le rodean: la montaña, las piedras, las ramas de los árboles, los arbustos, las luces del pueblo a lo lejos. De vez en cuando hace de nuevo gestos similares a estirarse o posturas de yoga. Llega a la carretera y se da la vuelta”, “Saca los sesos de sus cajas de plástico y los coloca sobre un papel estampado con un cielo azul con nubes.”

Se daba el riesgo de que su trabajo como cineasta entrase en conflicto con el del escultor. Por otro lado, era interesante que no se hubiesen elegido el uno al otro para hacer el trabajo, que todo tuviese que funcionar a la manera antigua de un mecenas visionario que junta a los artesanos que le interesan. El guion retomaba el tema clásico o más bien romántico del escultor que recibe la visita de un ente inspirador. Así, con el fondo vibrante de la sierra, de su reconocible contorno y las asperezas y remates de su roca, en los que se había basado Juan para su diseño, la película recogería también un antiguo interés de Beatriz, que había escrito su tesis doctoral sobre las huellas del paisaje romántico alemán en las películas de Werner Herzog.

Beatriz y yo llegamos a Palma a mitad de la segunda semana de junio. Metidas en la gordura humefacta del mediodía cruzamos el pasillo de palmeras del aeropuerto y recogimos el coche que nos había dejado, aparcado y con las llaves puestas, Gabi, que nos esperaba ya en Sóller pueblo. Allí pasamos unos días preparando el rodaje antes de que llegasen los demás. A menudo trabajábamos en terrazas, al aire ya decididamente veraniego, muchas veces mientras comíamos. Una mañana estábamos desayunando en la plaza, junto a la iglesia, y leímos en el periódico que Màxim Huerta había dimitido a la semana de ser nombrado ministro de Cultura en el nuevo gobierno y que lo iba a sustituir José Guirao. Pero nosotras teníamos nuestra misión. Por ejemplo, ir encargando los sesos de cordero y ojos de vaca fundamentales para la ficción que Beatriz había planeado. Aquí encontramos algunos obstáculos, porque lo ideal era que estuviesen perfectamente frescos para rodarlos, pero no conseguíamos que nos asegurasen el día que podrían traerlos, lo que impedía cerrar definitivamente el plan de rodaje. Lo cierto es que ahora no consigo recordar el problema concreto que nos hizo tener que volver varias veces a la pequeña carnicería que nos iba a proveer de vísceras y por qué resolverlo se convirtió en el más enrevesado de los acertijos, aunque sí recuerdo la cara sonriente y nada sorprendida de la señora que recibió a aquellas forasteras que le pedían media docena de sesos de cordero y cuatro ojos de vaca.

La estancia en Mallorca tuvo dos partes muy diferenciadas, y la segunda empezó cuando llegó el resto del equipo y nos trasladamos todos a la casa del monte. El equipo técnico lo formaban un sonidista y un director de foto que operaba la cámara con su ayudante. Juan vino con su ayudante y con un amigo suyo. María Pilar y Aitana eran las dueñas de la casa, y Tirso el hijito aún muy pequeño de la segunda. Gabi cuidaba la casa con su jardín. Más tarde se incorporaría Raúl, experto en manejar drones. Todos iban a salir en la película.

Aislados en la falda de la sierra parecía que no estábamos haciendo una película. Todo el mundo se concentraba en su actividad. Por un lado, Juan y Alberto se subían cada mañana al andamio que habían montado, se colocaban las gafas protectoras e iban ensamblando las piezas. A veces la cámara los rodaba. Ráfagas de sus instrucciones llegaban a otras zonas del jardín, traídas por la brisa en su capazo agujereado, y esa sensación de lejanía se ha transmitido a la película, como si hubiese recogido muy bien la naturaleza de testigo silencioso del paisaje. Como a veces el cine es muy arcano y desde fuera no se entiende del todo lo que se está haciendo, es posible que al principio temieran que el proceso no fuese a quedar documentado, en beneficio de las acciones en apariencia inconexas que debía ejecutar mi personaje, pero el rodaje estaba siendo además de discreto, eficaz en su dedicación a registrar, entre unas y otras acciones, la vibración que se generaba entre ellas (con la necesaria fe en el montaje para que esto pudiese verse luego). Los días transcurrían agradables y lo único que recuerdo con pena es que yo me sentía a medias, ya que tenía que atender a los otros trabajos en los huecos que me quedaban libres. Achaco a eso lo despeinada que salgo.

Pero recuerdo con alegría muchas otras cosas, como por ejemplo algo que pasó a los pies de la piscina, bajo el sol. El plano que quería rodar Beatriz parecía un poco complicado, y los dos miembros del equipo de cámara llevaban un buen rato rompiéndose la cabeza para resolverlo. Por fin dijeron que no se podía hacer. Entonces ella se detuvo unos segundos, se arrancó el jipijapa de la cabeza y lo lanzó contra el suelo exclamando “¡Pues claro que se puede hacer!”, dispuesta a demostrar cómo. Fue una escena tan herzoguiana que la recuerdo como si se hubiese comido el sombrero a mordiscos.

Y claro que se pudo hacer. Se pudo rodar todo lo que estaba planeado, o al menos todo lo necesario para que la película acabase por revelar su misterio al quedar montada.

Pero entonces pasó algo. Habíamos tenido una pista inadvertida durante la estancia en Mallorca, pero fue a la vuelta a Madrid, a las pocas semanas, cuando Beatriz recibió la propuesta, por parte del nuevo ministro Guirao, de dirigir el Instituto de la Cinematografía y las Artes Audiovisuales. Aceptó, y eso la obligaría, en los años siguientes, a decir varias veces más “pues claro que se puede hacer”, pero por otro lado tuvo que dejar de lado Nervios de acero para dedicarse a facilitar las películas de los demás. Solo ahora que ha pasado ya el tiempo suficiente después de su dimisión para que se considere que no hay incompatibilidad, podrá estrenarse esta insólita película, una de cuyas sinopsis posibles he encontrado en una carpeta después de todo este tiempo: “La erección de una escultura de Juan Garaizabal al norte de la isla de Mallorca genera un campo de fuerzas centrípeto que atrae a diversos seres procedentes de reinos sutiles como la imaginación y el porvenir. Nervios de acero se inserta en la tradición del cine sobre la creación artística y a partir de elementos básicos como el mar, cigarrillos, sopletes o sesos de cordero compone un himno documental a la inspiración y la evolución de la raza humana hacia un futuro que nos devuelve ecos de Newton, Goethe y Bachelard.” Quizá este sea su momento. ~


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