Utopías europeas desde abajo

La teoría de que las revoluciones de 1989 no tenían ideas propias olvida el diálogo entre los movimientos pacifistas en Occidente y los grupos a favor de los derechos humanos en Europa del Este.
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Han pasado treinta años desde las revoluciones de 1989 y todavía hoy la opinión mayoritaria es que no representaron nada nuevo, que no contenían nuevas ideas. Jürgen Habermas señaló, en su momento, “una característica peculiar de esta revolución, concretamente su total falta de ideas innovadoras u orientadas hacia el futuro”.

((Jürgen Habermas, “¿Qué significa el socialismo hoy? La revolución rectificadora y la necesidad de renovación de la izquierda”, en New Left Review 183 (1990).
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Describió 1989 como una revolución “rectificadora” (nachholend, literalmente “ponerse al día”). Quiero sugerir que esta idea está muy equivocada. Había algo muy novedoso en las revoluciones de 1989 que afectó profundamente a la manera en que el mundo se ordena. Pero lo que era nuevo no puede localizarse fácilmente en un nivel nacional. Más bien, tenía que ver con una visión de Europa y el mundo –una nueva o reconstruida utopía europea desde abajo–. Era una utopía que surgió del diálogo entre la división de la Guerra Fría, entre los movimientos pacifistas de Europa occidental y los movimientos por los derechos humanos en Europa del Este.

Fue este diálogo, diría, lo que creó el contexto para las revoluciones de 1989. No era en absoluto la primera utopía europea desde abajo, ni la última. Aunque mi objetivo es explicar las luchas sociales previas a las revoluciones de 1989, también quiero añadir algo sobre utopías anteriores, algo sobre qué es lo que fracasó después de 1989 y algo sobre las nuevas y emergentes utopías desde abajo.

Democracia y desarme

Para los conservadores, las utopías son ilusiones que legitiman la ingeniería social. Los conservadores se ven a sí mismos como pragmáticos, en contraste con los progresistas, a los que consideran irremediablemente idealistas. Pero las propuestas progresistas de cambio pueden acabar siendo más prácticas que dejar las cosas como están, especialmente en momentos de transición, cuando las instituciones están desacompasadas con respecto a desarrollos económicos y sociales más amplios.

A fin de evitar la naturaleza ilusoria de la utopía, Immanuel Wallerstein acuñó el concepto “utopísticas” para definir “las evaluaciones serias de alternativas históricas” basadas en argumentos y juicios razonados: “no la cara de lo perfecto (e inevitable) sino la cara de una alternativa mejor y un futuro históricamente posible (aunque lejos de estar claro)”.

((Immanuel Wallerstein, Utopistics: Or historical choices of the twenty-first century, Nueva York, 1998.
 
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 Las propuestas utopísticas plausibles, que podemos denominar el espacio utópico, emergen de un debate y una deliberación colectivas que son la clave de las luchas sociales. La originalidad de las ideas surge a menudo de discusiones amargas y profundas, pero también de la comunicación y el entendimiento mutuo. Su plausibilidad emerge de su habilidad para movilizar el apoyo popular. Estas luchas producen conocimiento colectivo, basado en la contribución de numerosos individuos y sus intercambios.

La utopía europea desde abajo fue lo “novedoso” de las revoluciones de 1989. Los años ochenta fueron un periodo de movilización política amplia. En Europa occidental surgió un movimiento pacifista masivo como respuesta a la decisión del gobierno de Reagan de desplegar una nueva generación de misiles de alcance intermedio –los misiles crucero y Pershing– en Reino Unido, Europa occidental, Italia, Países Bajos y otros lugares. Acudieron millones a manifestaciones en 1981 y 1983 y se establecieron campos de la paz en los emplazamientos de los misiles, el más famoso de ellos era el de Greenhan Common. Es el periodo de la “Segunda Guerra Fría”, como mi excompañera Fred Halliday lo ha descrito:

((Fred Halliday, The making of the second cold war, Londres, 1983.
 
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 una vuelta a la retórica hostil y las muestras de fuerza militar que muchos pensaban que habían desaparecido durante la llamada détente en los años setenta.

En Europa del Este, la détente también engendró nuevos grupos políticos independientes, principalmente como consecuencia de la Declaración de Helsinki de 1975. Fue entonces cuando los gobiernos de Europa del Este firmaron lo que pensaban que sería un compromiso sobre el papel para garantizar los derechos humanos a cambio de que los europeos occidentales preservaran el statu quo territorial y cooperaran en actividades económicas y culturales. Estos nuevos grupos incluían kor en Polonia (el comité en defensa de los trabajadores e intelectuales), Charta 77 en Checoslovaquia y la oposición democrática en Hungría.

Yo pertenecía a esos movimientos pacifistas de Europa occidental que se veían a sí mismos no solo como movimientos antinucleares sino también como movimientos anti Guerra Fría; construimos un vínculo explícito entre la democracia y el desarme. Veíamos la Guerra Fría como una especie de empresa mutua o “conflicto virtual”, en el que la amenaza de una guerra nuclear funcionaba como un mecanismo de disciplina en ambas mitades de Europa. Yalta no era solo un problema para nuestros colegas del Este; el “retorno a Europa” era también relevante para nosotros en el Oeste. ¿Cómo podíamos considerarnos democráticos cuando el control sobre la vida y la muerte no estaba ni siquiera en manos de nuestros políticos, sino que se decidía en Washington o Moscú? Como dijo el escritor húngaro György Konrád, “Los presidentes estadounidense y soviético tienen más poder que todos los tiranos juntos en la historia […] Cuando miro sus dos caras palidezco. No le fiaría el destino de la humanidad ni siquiera a Aristóteles y Kant”.

((György Konrád, An essay in antipolitics, Harcourt, Londres y Nueva York, 1984.
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 ¿Cómo podrían usarse las armas nucleares para defender los derechos humanos cuando su uso podría matar a millones de personas? Deshacerse de las armas nucleares debía conseguirse no alcanzando el poder sino cambiando las relaciones entre el Estado y la sociedad. De ahí la necesidad de vincularse con los grupos cívicos en Europa del Este. La petición end (European Nuclear Disarmament, Desarme nuclear europeo), principalmente escrita por el historiador británico E. P. Thompson, decía:

Debemos defender y extender el derecho de todos los ciudadanos, al este y al oeste, a que formen parte de este movimiento común y se comprometan con cualquier tipo de intercambio. Debemos comenzar a actuar como si una Europa unida, neutral y pacífica ya existiera. Debemos aprender a ser leales no al “Este” o al “Oeste” sino entre nosotros y debemos descartar las prohibiciones y limitaciones impuestas por cualquier Estado nacional.

((“European Nuclear Disarmament Appeal”, 1980, publicado en E. P. Thompson y Dan Smith (EDS.), Protest and survive, Londres 1980, 223–226.
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Los activistas en occidente viajaron a Europa del Este para hacer contactos con los nuevos y emergentes grupos disidentes. Allí descubrimos un lenguaje completamente nuevo que habían desarrollado los intelectuales de Europa del Este. En la época, el concepto sociedad civil apenas se usaba, excepto entre los comunistas italianos. Fue el historiador polaco Adam Michnik quien resucitó el concepto.

En un famoso ensayo titulado “El nuevo evolucionismo”, Michnik afirmaba que los intentos violentos de acabar con los regímenes comunistas siempre fracasarían porque eran demasiado fuertes militarmente. En su lugar, el objetivo debía ser cambiar las relaciones entre el Estado y la sociedad abriendo espacios autónomos de autoorganización, como el sindicato independiente Solidaridad, o una “universidad ambulante”.

((Adam Michnik, “The new evolutionism”, en Letters from prison and other essays, California, 1985.
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 Del mismo modo, los habitantes de Europa del Este y central usaban conceptos como “antipolítica” y “polis paralela”, basados en una idea aristotélica del bien.

Aunque a menudo se suele ignorar en las narraciones sobre lo que ocurrió, entendieron que su proyecto era global. György Konrád fue el primero en usar el concepto globalización, en su libro Antipolítica, publicado en inglés en 1984. Habló de la guerra nuclear como un “Auschwitz global”. Václav Havel dijo que el sistema postotalitario era “simplemente una versión extrema del automatismo global de la civilización tecnológica”.

((Vaclav Hável, El poder de los sin poder, Ediciones Encuentro, 1985.
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 Las democracias tradicionales eran también víctimas, a pesar de que eran “manipuladas de maneras infinitamente más sutiles y refinadas que los métodos brutales empleados por las sociedades postotalitarias”.

Un nuevo discurso global

El diálogo no fue fácil. Había discusiones dentro del movimiento pacifista occidental, dentro de los movimientos por los derechos humanos y entre los movimientos pacifistas y los de derechos humanos. En los movimientos pacifistas se debatía sobre si el apoyo a los derechos humanos conduciría a la paz. Algunos activistas por la paz occidentales estaban todavía vinculados a partidos comunistas y algunos seguían viendo Europa del Este como comunista, a pesar de que el socialismo se había extraviado. Muchos creían que había que hacer las paces con los enemigos, y trabajar con los comités por la paz oficiales en Europa del Este, a pesar de que estos últimos se habían establecido para infiltrarse en los movimientos pacifistas de Europa occidental. Y muchos sospechaban de los derechos humanos, porque eran parte de la retórica de la Guerra Fría y temían que la conversación sobre derechos humanos acabara justificando la carrera armamentística.

Esas diferencias también existían en los grupos pro derechos humanos de Europa del Este. Algunos creían que la fortaleza militar occidental era la única manera de conseguir derechos humanos y que los activistas pacifistas eran simplemente compañeros de viaje. Estas preocupaciones las articuló con elocuencia Václav Havel en un ensayo dirigido a la convención end de 1985 titulado “La anatomía de la reticencia”. Pero al final de la década, muchas personas en Europa del Este comenzaron a argumentar que la détente y el desarme podrían proporcionar un contexto de apertura para Europa oriental, mientras que muchos miembros en el movimiento pacifista occidental llegaron a la conclusión de que la mejor manera de acabar con la carrera armamentística era la democracia en Europa del Este.

En la convención end de 1987, en una iglesia en Lund, E. P. Thompson abrazó públicamente a Jacek Kuroń, uno de los líderes democráticos clave en Polonia, en una unión simbólica por la paz y los derechos humanos. Ese mismo año se firmó, como consecuencia de la presión del movimiento pacifista, el tratado que eliminaba las armas nucleares de alcance intermedio (el inf). Esto marcó el camino para una nueva détente, en la que se volvió difícil reprimir las protestas.

Fue este debate, creo, el que creó un nuevo discurso global que combinaba la paz y los derechos humanos, la sociedad civil transnacional y el humanismo. Animó el dramático crecimiento de las operaciones multilaterales de paz, el fortalecimiento de las leyes basadas en el derecho internacional y el aumento del papel global de la sociedad civil en las leyes y la creación de políticas en los años noventa. También propulsó el proyecto europeo (desafortunadamente, junto al fundamentalismo de mercado). La idea de Europa como un proyecto de paz, que por supuesto había sido presentada con anterioridad, comenzó a articularse ampliamente y se combinó con ideas sobre la política exterior de la ue. Esto tuvo que ver con la extensión global de los derechos humanos y el imperio de la ley, más que con la geopolítica tradicional. Es como si el “interior” de los Estados caracterizados por la ley y la política comenzaba a permear en el “exterior”, caracterizado por la guerra y la diplomacia.

Puntos ciegos

El movimiento pacifista de los años ochenta no fue en absoluto la primera utopía europea construida desde abajo. Desde que el concepto “Europa” sustituyó a “Cristiandad”, filósofos y activistas comenzaron a proponer planes de paz que implicaban la unificación o federalización de Europa. Entre ellos estaban Erasmo, el abate de Saint-Pierre, William Penn, Jeremy Bentham y, por supuesto, Immanuel Kant. Lo que es menos sabido son los numerosos congresos de la paz que tuvieron lugar en Europa desde mitad del siglo xix. Hubo 11 entre 1843 y 1889 y 33 entre 1889 y 1939. Victor Hugo fue el presidente del congreso de 1849 en París, cuando reivindicó unos Estados Unidos de Europa. En el Congreso de la Paz de 1867 en Ginebra, Garibaldi fue nombrado presidente honorario, a pesar de las objeciones de muchos activistas pacifistas que sostenían que “su único título distinguible son sus hazañas belicosas”.

Pero quizá la utopía europea desde abajo más significativa fue el Manifiesto Ventotene, escrito en la isla de Ventotene por un grupo de antifascistas encarcelados ahí por Mussolini, entre los que estaba Altiero Spinelli. El manifiesto reivindicaba una Europa unida libre y socialista y estaba firmado por miembros de la resistencia de toda Europa. Sus luchas indudablemente contribuyeron al establecimiento de la Comunidad Europea del Carbón y del Acero, precursora de la Unión Europea. De hecho, es preciso señalar que muchos de los activistas de los años ochenta en ambas mitades de Europa eran descendientes de miembros de la resistencia europea.

El discurso liberal pacifista pos 1989 tuvo su clímax en los años noventa antes de ser sustituido por la Guerra contra el Terror y el retorno de la geopolítica. Aquellos implicados en el diálogo confiaban en que tanto la otan como el Pacto de Varsovia pudieran disolverse y ser reemplazados por un nuevo sistema de seguridad paneuropeo basado en los principios de Helsinki. Pero mientras se rompía el Pacto de Varsovia, la otan se expandía. Y, quizá de manera más importante, ambas mitades de Europa se vieron engullidas por una ola de fundamentalismo de mercado.

¿Por qué aquellos de nosotros que formamos parte del diálogo descuidamos las lecciones de la generación de nuestros padres, los firmantes del Manifiesto Ventotene, sobre la importancia clave de la justicia social? ¿Fue porque pensamos que esas batallas las habíamos ganado, porque dimos por hecho el Estado de bienestar? Los “nuevos movimientos sociales” que se desarrollaron después de 1968 estaban muy preocupados por la naturaleza opresiva y militarista del Estado y por nuevas cuestiones como el género, el clima y la paz. Al mismo tiempo, un nuevo tipo de ideología neoliberal empezó a surgir en la derecha, también como reacción al poder creciente del Estado. Por entonces desconocíamos la razón por la que las revoluciones de 1989 fueron tan pacíficas: los apparatchiks comunistas vieron la oportunidad de intercambiar su estatus político por riqueza material. A través de la privatización y la liberalización, fueron capaces de transformarse en nuevos oligarcas.

Utopística para el siglo XXI

Estamos viviendo otra de esas transiciones históricas en las que las ideas utópicas se vuelven plausibles. La profunda y penetrante desconfianza en las instituciones políticas que presenciamos hoy es consecuencia de una desigualdad extrema y de cuatro décadas de neoliberalismo y capitalismo de amiguetes. Desde el 2000, han surgido nuevos movimientos contra el capitalismo descontrolado como el Foro Europeo Social, Occupy y partidos nuevos de izquierdas como Syriza y Podemos. Las huelgas del clima y el movimiento Extinction Rebellion llaman la atención sobre la fragilidad del mundo natural. Y la necesidad de contrarrestar el aumento del populismo de derechas, incluido el brexit, está generando un nuevo debate sobre si la justicia social y climática requiere de instituciones que vayan más allá del Estado y sobre cómo incrementar la rendición de cuentas democrática de un nuevo europeísmo y un internacionalismo más robusto.

Al mismo tiempo, muchos de los problemas a los que se enfrenta la Unión Europea tienen que ver con la extensión de conflictos en lugares como Ucrania o Siria y el debilitamiento de las normas de derechos humanos, especialmente en relación con los solicitantes de asilo y los inmigrantes. El aniversario de las revoluciones de 1989 nos recuerda que cualquier nueva utopía europea construida desde abajo tiene que afrontar los problemas de la guerra y el desplazamiento que rodean a nuestro continente.

La historia suele contarse desde arriba y a través de una perspectiva del pasado, que tiende a ser una perspectiva nacionalista. Por eso la historia de las campañas políticas de los ochenta ha sido olvidada, y por eso las narraciones sobre 1989 se centran en lo que ocurrió en Estados individuales. Me gustaría terminar con una cita de E. P. Thompson. No solo se dice que no había nuevas ideas en 1989, también se asume ampliamente que nadie predijo las revoluciones de 1989. Pero Thompson, el pionero de la historia desde abajo, escribió lo siguiente en 1982, en una conferencia titulada “Más allá de la Guerra Fría”:

Lo que podemos adivinar ahora […] es una détente de personas y no de Estados, un movimiento de personas que a a veces dislocan a los Estados de sus bloques y los acerca a una nueva diplomacia de la conciliación, que a veces se mueve por debajo de las estructuras estatales, y que a veces desafía las estructuras ideológicas y de seguridad de Estados particulares […] El show ambulante de la Guerra Fría, que cada día crece, se acerca lentamente hacia su final. Pero en este momento se han producido cambios en nuestro continente en apenas un año que suponen un reto para la propia Guerra Fría. No son cambios “políticos” en el sentido convencional. Atraviesan la carne de la política hasta llegar al hueso humano […] Lo que propongo es poco probable. Pero si comienza, puede coger ritmo con una rapidez asombrosa. No habría décadas de détente a medida que los glaciares se derriten lentamente. Los cambios serían rápidos e impredecibles; los países romperían sus alianzas; se producirían conflictos dentro de los países; habría riesgos sucesivos. Podríamos enrollar el mapa de la Guerra Fría y viajar sin mapas durante un tiempo.

((E. P. Thompson, Beyond the Cold War, Londres, 1982.
 
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Llevamos viajando sin mapas durante un tiempo, pero ahora necesitamos una nueva visión utopista. Los que nos hemos comprometido con acciones contrarias al brexit, la austeridad y el cambio climático tenemos la sensación de que se está construyendo un nuevo tipo de conocimiento colectivo, que podría crear una nueva utopía europea desde abajo. ~

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Traducción del inglés de Ricardo Dudda.

Publicado originalmente en Eurozine, en colaboración con el Alte Schmiede Kunstverein Wien.

Este artículo está basado en la conferencia inaugural del festival “Literatur im Herbst” en Viena, celebrado entre el 22 y el 24 de noviembre de 2019.

 

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es profesora de gobernanza global en la
London School of Economics. En 2012 publicó New & old
wars: organized violence in a global era (Stanford University
Press


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