David Olguín: Todo (es) teatro

Para David Olguín, el teatro es una actividad omnipresente que trasciende los temas de sus obras. La Medalla Bellas Artes 2023 de Teatro le rinde un justo homenaje.
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La historia reciente del teatro mexicano lleva inscrito un nombre indispensable en su narrativa: David Olguín (Ciudad de México, 1963), quien encarna de manera ejemplar el concepto de “hacedor de teatro”, un apelativo que, si bien tradicionalmente abarca las facetas de actor, director y dramaturgo, en su caso disuelve los límites de un arte que en su esencia requiere involucrarse en el todo y sus partes. Su trayectoria incluye la encomiable labor de editor al frente de Ediciones El Milagro, junto a un grupo de magníficos colaboradores, desde donde se ha impulsado la dramaturgia mexicana y universal. Además, destaca su labor como docente, mentor y acompañante de generaciones de actores, directores y dramaturgos, a quienes ha guiado con generosidad y profundidad en su extraordinaria cátedra, donde su vasto conocimiento coexiste con la franqueza del humor y la rigurosidad de la disciplina.

Como él mismo ha aseverado en repetidas ocasiones, David Olguín manifiesta una legión de personalidades que canalizan todas las actividades que lo definen, pero también una paradoja que hace posibles los dramas que lo habitan. En su prosa dramática, al igual que en sus incursiones en el ensayo y la narrativa, se perciben las huellas de un hombre racional, cartesiano, cuyo camino en la juventud, según relata, parecía orientarse hacia las matemáticas. Sin embargo, por designios y buena fortuna del arte teatral, fue conducido al valle de las lágrimas y las risas, donde toda razón encuentra la necesaria desestabilización para explorar los meandros del comportamiento humano.

Lector voraz, Olguín estudió letras hispánicas e inglesas en la UNAM en paralelo a su formación como actor en el Centro Universitario de Teatro en los años ochenta. Fue en estas aulas donde el histrión dio paso al dramaturgo y al director, gracias al aguijoneo y guía de los maestros Ludwik Margules y Juan Tovar. Este último representa una figura clave en el linaje que sustenta a Olguín como dramaturgo, trazando una suerte de herencia que lo conecta con Elena Garro, Óscar Liera y Jorge Ibargüengoitia por su retrato y cuestionamiento a la realidad nacional en sus cruentas y absurdas variaciones.

Las inquietudes de Olguín trazan un sendero que abarca temas diversos, pero que despliegan una reflexión en común cuyo propósito es revelar las implicaciones de la representación, no solo en el ámbito teatral, sino en la vida misma: una suerte de frontera filosófica que explora los entresijos de la ficción y la realidad. Olguín es un dramaturgo que desde sus inicios demostró una notable madurez, con habilidades innatas para la creación de diálogos sustentados en una sólida formación cultural y filosófica, un agudo ingenio y una brillante inteligencia creativa. Estas cualidades lo posicionaron dentro de la llamada “Nueva dramaturgia”, una generación en la que se agrupan destacados autores y autoras nacidos en la década de los sesenta.

Obras de una primera etapa como La representación (1985), Bajo tierra (1990), La puerta del fondo (1993), Dolores o la felicidad (1995) y Belice (2001) exploran fantasmas personales a través de figuras míticas, tanto locales como universales. Durante esta fase de su obra, el autor examina de cerca los laberintos que cifran la identidad, situando a sus personajes en un diálogo constante entre lo personal y lo mítico, siempre en torno a una búsqueda o huida, tanto real como onírica. Aquí se comienza a desplegar una poética en la que referencias literarias y culturales se encarnan en la construcción de los personajes, en sus creencias y reflexiones, a modo de lo que irá consolidando un estilo que desarrolla una excepcional ensayística para la escena.

La exploración de la historia de México ya formaba parte de su imaginario, pero fue sin duda su trabajo de dirección en el exitoso montaje de El atentado de Jorge Ibargüengoitia, en el año 2000, lo que marcó el inicio de una nueva etapa para Olguín. En esta fase, ejerce un comentario crítico sobre el destino histórico del país, cuya constante es un estado de incertidumbre y autoengaño, que se refleja en una formalidad artística que lo vincula al denominado “teatro antihistórico” del autor originario de Guanajuato, así como a Rodolfo Usigli, origen de esta noción. A esta etapa corresponde la obra Clipperton (2005), basada en la historia real de la disputa territorial por esta zona, la cual se convierte en una metáfora de nuestra realidad al ser un islote siempre a la deriva, cubierto de guano, que ocasionalmente vislumbra la llegada de un barco o figura que podría lograr nuestro rescate. En ocasión del bicentenario de la independencia, estrena la espléndida trilogía conformada por La lengua de los muertos (2009), Los insensatos (2010) y Los asesinos (2012), piezas que indagan, a través de una rigurosa investigación histórica, diversos eventos que en su naturaleza contienen el entramado de la complejidad y descomposición de nuestra sociedad. Para Olguín, estos eventos son una tierra fértil en la que su inteligente estilo pone en evidencia el sinsentido y la narrativa liminal que nos sostiene como nación y cultura, ofreciendo reflejos del pasado que se proyectan en los eventos del presente. En fechas recientes, ha estrenado obras de temática diversa como La belleza (2016), La exageración (2018), La dulzura (2022) y La nostalgia (2024), cuyo común denominador es el acto teatral como simiente y reflejo. En ocasiones, estas obras se convierten en una declaración abierta de la pasión y el amor por la profesión, asumiendo una auténtica responsabilidad al concebir el teatro como un laboratorio de enseñanza y reflexión. La mayor parte de este corpus dramático resulta inseparable del hecho de que ha sido dirigido por el propio Olguín, quien sostiene que la palabra escrita para la escena “espera el aliento (de los actores) para respirar plenamente”, momento en el cual la obra se enfrenta a “sus últimas consecuencias”. Para él, escribir, dirigir, enseñar y editar son procesos que carecen de límites. Estos se llevan a cabo en distintos momentos, en los que las horas del día a menudo no son suficientes, y se debe equilibrar la necesaria soledad de la escritura con el tiempo dedicado al trabajo en equipo. Olguín tiene la fortuna de contar no solo con un grupo de colaboradores, sino con cómplices de vida y pasión como su pareja, la gran actriz Laura Almela, y el escenógrafo e iluminador Gabriel Pascal, quienes conocen a la perfección los puntos neurálgicos para llevar a buen puerto la imaginación del creador.

A este robusto repertorio artístico se suma una considerable cantidad de títulos que se añaden año tras año a la ininterrumpida labor de Olguín con generaciones de artistas escénicos emergentes en instituciones de profesionalización teatral como el Centro Universitario de Teatro (CUT) y la Escuela Nacional de Arte Teatral (ENAT), así como a la compañía El Milagrito, uno de los frutos del destacable proyecto que es Ediciones El Milagro. Este último, junto con Pascal, Pablo Moya y Daniel Giménez Cacho, constituido en 1992 como una iniciativa independiente sin parangón dentro del medio cultural nacional, que en 2008 logró abrir las puertas del Teatro El Milagro en la Ciudad de México, zona fructífera para la cosecha de este autor.

Después de esta breve exposición sobre este “hacedor de teatro” no es de sorprender que el reciente otorgamiento de la Medalla Bellas Artes 2023 de Teatro se sume a sus múltiples reconocimientos: rinde un justo homenaje a una figura indispensable que aporta una reflexión constante sobre nuestra identidad y cultura. Para David Olguín, el teatro representa más que un oficio, una actividad omnipresente que trasciende los temas de sus obras. Como firme partidario del tópico de theatrum mundi, las creaciones de este autor soliviantan y aquietan nuestros conflictos al recordarnos que, en última instancia, todo es teatro. ~

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es dramaturga, docente y crítica de teatro. Actualmente pertenece al Sistema Nacional de Creadores-Fonca.


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