Vicente Rojo polifacético: lector, tlacuilo y artista.

Vicente Rojo: puntos sucesivos

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1. Siempre me han conmovido las palabras humorísticas, tan llenas de sentido, que intercambiaron el artista Vicente Rojo y el novelista Juan García Ponce. Rojo estaba convaleciente y había ido a visitar al amigo que arrastraba su larga enfermedad. García Ponce anima la conversación: “No te preocupes, somos eternos.” La obra y la vida son acaso prolongaciones del infinito: pequeñas hojas que mueve el viento.

 

2. Miguel León-Portilla, el gran especialista en las culturas antiguas de México, realiza en 2008 una amplia antología de poesía náhuatl: La tinta negra y roja. Como apoyo de los textos en náhuatl y su traducción al español, cuenta con las imágenes de Vicente Rojo, el artista que ha estado, desde los años cincuenta del siglo XX, muy próximo a sus investigaciones y a la cultura ancestral del país.

En los murales y en los códices antiguos el saber se transmitía con signos y dibujos. Los libros se hacían con papel de un árbol del género de los ficus y en pieles de venado. En ellos se consignaba lo que los tlacuilos, a la vez pintores y escribanos, habían registrado de los sabios y de los sacerdotes. En el más célebre de los códices, elCódice florentino, aparece una exhortación a un estudiante, este poema: “Cuida la tinta negra y roja, / los libros, las pinturas, / colócate junto y al lado, / del que es prudente, del que es sabio.”

 

3. No sé si estamos en otro infinito y la sabiduría se halla solo en la alta tecnología, en los discos duros, en la memoria oculta de los computadores, en la red, en la seducción productiva del crecimiento económico, en las directrices de gobiernos inútiles. Mejor es saber escuchar, saber ver, estar cerca de aquellos que no aceptan lo que parece obvio. Aquellos que saben que cuando arde su cuerpo solo su vida de luz y de sombras desaparece. La vida sigue.

 

4. El último libro dedicado, en 2010, a la trayectoria de Vicente Rojo lleva por título Puntos suspensivos. Escenas de un autorretrato. Lo que se hace durante cincuenta años de persistente creación artística retrata al propio autor, sus rasgos, sus ojos, sus deseos, sus trabajos, sus amigos, sus amores, su paciente estancia en Coyoacán o Cuernavaca, su actividad editorial, sus vueltas sobre el arte que trasciende la apariencia, su atenta mirada al escenario de la infancia… Rojo pinta, construye, juguetea, urde piezas, hace las cosas con calma, con tiento, sorprende los objetos y las series en las que trabaja como revelaciones, sin atisbo de arrogancia. Solo se trata de esperar, de laborar, de estar suspendidos… Sabe que el silencio guarda mejor que el exceso de palabras y la reiteración de los gestos. Llegada la hora de todos, cada cosa retorna a su sitio.

 

5. Rojo pertenece al núcleo de artistas mexicanos que se aleja de la retórica de los muralistas y de su mesianismo, pertenece a esa estela de creadores en la que se hallan Alberto Gironella, Manuel Felguérez, José Luis Cuevas, Francisco Toledo, todos tan diferentes, tan individualistas. Tienen tras de sí a otros insobornables creadores: Rufino Tamayo o Juan Soriano. Su generación en el dominio de la literatura (son sus amigos) se llaman Carlos Monsiváis, Elena Poniatowska, José Emilio Pacheco, Sergio Pitol, Gabriel Zaid.

 

6. El aliento poético y la corriente vital de la creación no hacen distinciones entre lo más popular y lo más aristocrático. “No puedo olvidar haber visto a una joven María Callas ensayar y cantar Aída, como tampoco la ópera dominical en la estación XELA. En esos días en la radio se escuchaba al trío Los Panchos cantando ‘sin amor, la vida no se llama vida’, una idea que ha sido esencial para mí. (Tiempo después supe que un torturado Malcolm Lowry había escrito en la pared de su casa de Cuernavaca: ‘No se puede vivir sin amar’).”

 

7. La liberté ou l’amour, escribe Robert Desnos. Quien no ama, ¿puede pintar, escribir, componer algo?

 

8. No estuve allí aunque sí en el mismo comedor donde se reunían el artista y Alba con Fernando Benítez –el autor de Los indios de México–, con Augusto Monterroso y Bárbara, con Juan Rulfo. El núcleo de amigos reunidos en la calle Dulce Olivia no hablaba de literatura. Me los imagino por un instante y siento el mismo deseo que sintió Vicente Rojo ante el gato en el taller de Paul Klee. Le hubiera gustado por un momento convertirse en Fritzi. Tampoco a mí me hubiera importado ser un gato en aquel comedor.

9. “Tlapalteuccitzin”. En traducción de León-Portilla, un fragmento: “Oh amigos, a vosotros ando buscando. / Recorro los campos floridos / y al fin aquí estáis.” Otro: “¿Yo quién soy?”

 

10. Apariciones. Lo que aparece de súbito y conmueve: México bajo la lluvia. Negaciones. Señales. Escrituras. Escenarios. El comienzo y el fin. Un posible retrato mientras seguimos siendo eternos. Lástima que todo se acabe y que los garabatos y las piezas continúen ahí hablando de amor, de la vida y de las pasiones.

 

11. Traer a la vista lo que los sentidos no perciben pero que hiere de inmediato. Tláloc aparece pintado en rojo, en un muro casi vencido por el tiempo cerca de las pirámides de Teotihuacán. Enorme reaparece Tláloc en las imponentes piezas del Museo Nacional de Antropología, en la colina de Chapultepec. Allí, muy cerca, en una de las salas laterales, una pieza de Vicente Rojo, que sabe de la existencia del dios de la lluvia, quiere ocultarse. Pero nunca sabemos quién o qué cosa realmente aparece en los signos antiguos o modernos.

 

12. Max Aub, el escritor del exilio español con quien Vicente Rojo coincidió a menudo, escribió un texto sobre una de sus primeras exposiciones, “Vincent, le Rouge” donde, con dos trazos, evoca humorísticamente a van Gogh y algunos versos mallarmeanos de Un coup de dés. Pienso en la ficción que florece y se disipa, en la escena que a cada paso construye Rojo bajo la fuerza del azar, entre lo próximo y lo más distante, como las referencias de Aub. El escritor exiliado supo desde muy pronto que los escenarios en los que se movería Rojo iban a congregar señales distantes bajo cierta fuerza del azar, como la pieza de Rojo en el Museo de Antropología y las esculturas del dios antiguo.

 

13. Punto suspendido.

 

14. “Me llamo Tim y odio a Jim, mi hermano / gemelo, y algo más, / ya que nacimos unidos / por una membrana flexible / que otorga libertad de movimiento (hasta cierto punto).” Estos versos de José Emilio Pacheco se hallan en el libro que realiza junto a Vicente Rojo: Circos(2010). Pertenece al poema “Siameses”. Lo uno y lo otro, los contrarios que tiran de nosotros, la bolsa o la vida. Y continúa Pacheco: “Cómo anhelo vivir sin este monstruo que me duplica y estorba.” Amigos desde muy pronto, el poeta y el artista juegan, construyen piezas y palabras, trapecios de la vida y el arte: y nos dejan suspendidos bajo cierto vértigo. Pero con sus juguetes visuales, Rojo recuerda a sus nietos gemelos.

 

15. Algunos artistas que abandonan la figuración hacen girar sus obras, como en círculos, en torno a una misma obsesión. Optan por el rigor de la verticalidad y la horizontalidad, por la línea diagonal, etc. Rojo no elige entre lo uno y lo otro: sus encrucijadas giran a toda prisa y parecen suspendidas en el tiempo. Pero siempre avanzan, como en la visión clásica del río. No hay forma de meter la mano y tener la esperanza de que sea la misma obra.

 

16. En Jaque mate  (Taller Ditoria, México, 2010), la editorial plantea preguntas que Rojo responde con imágenes. Habla incluso de la novela de Rojo. El artista responde solo con signos y color que hablan de los contrarios que tiran del espíritu: la quietud y el vértigo, la música y la grafía, la intención y la intuición, la horizontalidad y la verticalidad, lo mítico y lo callejero, el interior y el exterior. Habla sin palabras: lenguaje icónico, que diría un concreto brasileño. Recuerdo a José Miguel Ullán, amigo de verdad, de Rojo, de tantos, que escribió un libro de poemas sin una sola palabra y de la que hice una reseña en El País  (¡manda tela!). El título de su libro no ocultaba la verdad: Ni mu. Rojo y Ullán pertenecen a esa estela de creadores que se dejan todo atrás cuando se trata del amor, la verdad, la poesía. Con ellos se puede ir más allá de lo previsto y de lo imprevisto.

 

17. Escribe Vicente Rojo en Los sueños compartidos: “Más que tratar de ser un pintor o un escultor o diseñador gráfico de nuestros días, lo que de verdad me hubiera gustado es haber sido un anónimo iluminador de manuscritos románicos, aislado en alguna remota montaña europea, o un tlacuilo, dibujante y escritor (que eran entonces lo mismo) de códices prehispánicos, oculto en la selva o en los llanos de lo que más tarde se llamaría México.”

 

18.  Traducción del “In toltecatl” en La tinta negra y roja: “Tolteca: artista, discípulo, abundante, múltiple, inquieto. / El verdadero artista: capaz, se adiestra, es hábil; / dialoga con su corazón, encuentra las cosas con su mente. / El verdadero artista todo lo saca de su corazón / obra con deleite, hace las cosas con calma, con tiento / obra como un tolteca, compone cosas, obra hábilmente, crea; / arregla las cosas, las hace atildadas, hace que se ajusten. / El torpe artista: obra al azar, se burla de la gente, / opaca sin cuidado, defrauda a las personas, / es un ladrón.”

 

19. Dos libros esenciales para Vicente Rojo: Bajo el volcán, de Malcolm Lowry, y Alicia en el país de las maravillas, de Lewis Carroll. La vida al límite. También Vicente Rojo añade: “Con Italo Calvino y Mark Rothko; con Joseph Conrad y Agnes Martin; con mi entrañable Antonio Saura y con Silvestre Revueltas…, con Alicia Liddell y también Agatha Christie. Soy muy curioso, no tengo miedo a las influencias, más bien las solicito, forman parte del jardín de mi memoria.” Buena lección.

 

20. Yo que tengo algo de escritor apócrifo, quizá de heterónimo en busca de otros heterónimos con los que vivir en el extrarradio, pienso en el ejemplo del pintor mexicano, cuando afirma que le hubiera gustado ser por un instante Fritzi o un tlacuilo.

 

21. Es bueno escuchar y aprender: mi apócrifo también podría aprender de un gato, aunque sé por experiencia en Lacámara oscura que los gatos se convierten en gatas y se van de fiesta por los tejados. Por cierto, Rojo realizó una Gatomaquia junto a José Emilio Pacheco.

 

22. “¿Ye tenelli?” En traducción de León-Portilla, “¿Eres tú verdadero, tienes raíz?”: “Todo lo que es verdadero, / lo que tiene raíz, / dicen que no es verdadero, / que no tiene raíz.” En  otro poema náhuatl, “Timiquini”: “¿A dónde iremos donde la muerte no exista?” Pienso en Rojo y en sus amigos Ullán y García Ponce, en las verdaderas raíces que solo se revelan un instante.  Pienso en las apariciones de la obra luminosa de Vicente Rojo y de sus amigos. Definitivamente: somos eternos, si el humor, el amor o la amistad nos acompañan. ~

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