Vivir en la oficina

La decisiĆ³n de Ursula von der Leyen de vivir encima de la oficina en un espacio mĆ­nimo conecta con la inquietud y las zozobras de millones de personas que no pueden pagar los precios de la vivienda en las ciudades superpobladas.
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La nueva presidenta de la ComisiĆ³n Europea va a vivir en el mismo edificio donde trabaja; ha dispuesto que le arreglen un minipiso de veinticinco metros cuadrados: se ahorrarĆ” el trĆ”fico de Bruselas, los tres mil y pico euros mensuales que paga la UniĆ³n (es un decir) Europea por el alojamiento de su predecesor. Ursula von der Leyen es una mujer prĆ”ctica, es alemana, ha sido ministra de Defensa, ha sido merkeliana, sabe quĆ© es la OTAN. Esta decisiĆ³n de vivir encima de la oficina en un espacio mĆ­nimo conecta con la inquietud y las zozobras de millones de personas que no pueden pagar los precios de la vivienda en las ciudades superpobladas.

Ursula ha dado en el clavo: tampoco dejan clavar clavos en los pisos de alquiler: el clavo ya es otro elemento a extinguir, Āæha visto usted un clavo en los Ćŗltimos dĆ­as? El clavo solo podrĆ” persistir en el campo, como testimonio y quizĆ” museo: Museo del Clavo, desde los de la cruz de Cristo hasta nuestros days. Esta col ha empezado en la oficina-piso o pisoficina y se ha desviado hacia el humilde clavo; la degeneraciĆ³n es obvia y si no le ponemos freno conduce sin remedio a la seudogreguerĆ­a: El alfiler es el clavo a dieta.

El clavo estĆ” prohibido por contrato en los pisos de alquiler (tampoco se pueden colgar banderas ni tender la colada, que viene a ser la bandera de la familia, aunque sea una familia unicelular, como la de la presidenta Ursula en su semana laboral en Bruselas, que los findes tiene familia amplia y finca campestre): para clavar un clavo hay que haber comprado el inmueble, y quizĆ” haya que pedir permiso aā€¦ Bruselas. La presidenta Ursula, siendo una ejecutiva sin mando ni gobierno, seguro que tiene limitado el acceso a un martillo y, si quisiera clavar un clavo en su micropiso remodelado, tendrĆ­a que rellenar cientos de impresos.

El clavo es sospechoso de un solo uso: lo que tiene una sola utilidad estĆ” proscrito y ha prescrito. Solo hay futuro para los mĆŗltiples usos o para ninguno: lo que no sirve para nada sirve para todo. De ahĆ­ las tiendas globales de chucherĆ­as baratas que por un lado imitan a los bazares de todo a cien (0,60 euros) con un toque de diseƱo y objetos que se rompen igual de rĆ”pido. Estos bazares de tonos lisĆ©rgicos conviven con tiendas de otros siglos donde la palabra ā€œsaldosā€ va recobrando un prestigio catedralicio. Pero el clavo se ha perdido. Ikea solo lo incluye en las traseras de los armarios, que son la parte oculta, el contrachapado.

El capitalismo ha sido impugnado hasta por sus medios canĆ³nicos, y organizaciones patronales publican panfletos reclamando responsabilidad social y mundial de las corporaciones canĆ­bales. Por eso tiene mĆ”s valor el micropiso de doƱa Ursula. El capitalismo, como los canallas de Johnson, se refugia en los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), superada ya la fase de fingir la RSC. La Ćŗltima propuesta del capital es trabajar despuĆ©s de la muerte. AsĆ­ se palĆ­a el absentismo, esos huecos perdidos que cada dĆ­a se recalculan en Wall Street. La IOT, con sus pulseritas y chips epiteliales, va a acabar con esos alivios del obreraje que aĆŗn tiene contrato, los Ćŗltimos, ya tan amenazados como el clavo.

Trabajar despuĆ©s de la muerte, ya se verĆ” cĆ³mo, estĆ”n en ello, alargarĆ” las vidas laborales, o sea, las vidas, y permitirĆ” mantener vivas las deudas de los que se apean precisamente para quitarse ese dogal que ahora serĆ” eterno. La tendencia que ejemplifica, populariza y santifica Ursula von der Leyen, vivir en la oficina, se complementa con el cubĆ­culo-fĆ©retro o cĆ”psula del mĆ”s allĆ”: esta microvivienda (ver grĆ”fico) permite cumplir ese sueƱo de la productividad eterna, trabajar en la muerte. Un emprendedor zaragozano, Lorenzo PĆ©rez, ha patentado su sidecar fĆŗnebre para que los moteros que repudian los coches puedan acudir a su Ćŗltima morada sobre dos (tres) ruedas. Lorenzo ha ganado el concurso de Endesa Premios +50 con su idea. Ya tiene los permisos para proceder. Solo que pronto estarĆ” prohibido incinerarse puesto que se podrĆ” trabajar indefinidamente (sin contrato, sin lĆ­mite).

La amenaza de los robots obliga a espabilar y a robotizarse antes de que llegue ese relevo. Mientras tanto, con el precio de los alquileres, vivir en la oficina es la Ćŗnica opciĆ³n y la presidenta de la ComisiĆ³n Europea, como ya hizo Walter Matthau en Primera plana, se ha decidido por esta soluciĆ³n. Matthau aĆŗn era mĆ”s sobrio & austero: tenĆ­a un camastro en la oficina.

El cubĆ­culo del pĆ”nico para vivir y trabajar incluso mĆ”s allĆ” de la muerte serĆ” como los contenedores: ahora que afloja esa industria del container por la guerra comercial trumpiana, se enfocarĆ” en construir micrositios apilables para alojar a refugiados, erigir ciudades o barrios enteros que no se podrĆ”n distinguir de los polĆ­gonos de la era anterior. Con 5g de serie, placas solares y eĆ³licas, mĆ”quinas condensadoras de agua y recicladores comunes de desperdicios, serĆ”n mundos autosuficientes y conectados por patinetes compartibles. Ursula, desde la Ć©lite y desde el corazĆ³n de Europa, seƱala el camino. El sĆ”trapa Erdogan, de nuevo incitado por Trump, amenaza con empujar a millones de refugiados a Europa. El precio de la inmortalidad va a ser la deuda tambiĆ©n inmortal. A eso habrĆ” que aƱadir la hipoteca por la oficina vital. Estamos en ello.

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Recordatorio a los 43 normalistas de Ayotzinapa desaparecidos durante la noche del 26 al 27 de septiembre de 2014 en Iguala, MĆ©xico: http://cort.as/-SMG8 ~

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(Barbastro, 1958) es escritor y columnista. Lleva la pƔgina gistain.net. En 2024 ha publicado 'Familias raras' (Instituto de Estudios Altoaragoneses).


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