Vulnerar

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Recientemente, por casualidad, vi dos películas unidas por un hilo común, pese a sus claras diferencias. Aunque a una coincidencia no hay que darle peso indebido, esta me condujo a algunas reflexiones. La primera cinta es Lady Macbeth (2016), nueva adaptación de la novela Lady Macbeth de Mtsensk, de Nikolái Leskov, publicada originalmente en 1865. El director es William Oldroyd.

Se trata de un filme correcto, con una cabal asimilación de elementos visuales, sonoros y narrativos de lo que llamamos buen cine, si bien los personajes (con excepción de la esclava Anna) son un tanto unidimensionales. Lo que llamó mi atención fue cómo aquello que en la novela es la pasión que despierta en Katherine, la protagonista, el peón Serguéi (Sebastian en el filme), un aventurero con fama de donjuán, se convierte aquí en la pasión que le despierta el hombre embrutecido que ha ingresado en su habitación con la intención de violarla, y que dista mucho de parecerse al encantador seductor original. La escena en que Katherine entra en contacto por primera vez con los sirvientes también se transmuta, de una de juegos no exentos de saña en un espacio de burda camaradería, a la que la joven forzada al aislamiento se ve tentada a unirse, en una de brutalidad y humillación auténticas cuya víctima es Anna. Sebastian agrede también a Katherine, con un alarde manifiesto de violencia que en nada se parece a sus intentos de seducción en la novela.

Sin duda el donjuán y el violador comparten un signo predatorio, pero no son lo mismo. Que una mujer se rinda ante los trucos de un tenorio profesional no guarda relación alguna con la pasión súbita de una mujer por quien está a punto de violarla. El salto cualitativo es enorme y me pregunto si el director, pese a que el filme es de época, consideró que un público contemporáneo necesitaba un elemento de atroz violencia sexual para considerar plausible, o paladeable, la historia. Y de ser así, ¿por qué?

Salí de ver el filme, deprimente y más bien anodino pese a su virtuosismo visual y técnico, haciéndome esta pregunta.

Lo que vi al día siguiente le dio a mi pregunta un valor superlativo. Elle, cinta de Paul Verhoeven, es un “thriller psicológico” basado también en una novela: Oh, de Philippe Djian. Al parecer la trama del filme le es fiel, con una variación: la profesión de Michèle, la protagonista, que en la versión cinematográfica es directora de una compañía productora de videojuegos de violencia extrema.

La crítica apunta a una hondura en el libro de Djian de la que no tengo por qué dudar. La cinta, sin embargo, que inicia con una escena de violación que se repetirá varias veces en la memoria de Michèle, es tan banal como cualquier thriller hollywoodense. Nos muestra a su protagonista rodeada de personajes inanes, la mayoría desagradables o estúpidos, y pródigos en clichés: el exmarido, escritor fracasado, la sobreactuada nuera disfuncional, el vecino encantador que resulta siniestro, los hipócritas cristianos. El final feliz de humor negro es igualmente trillado. No hay en toda la película un ápice de hondura o inteligencia que exija la recreación circular de una violación, con toda la brutalidad que conlleva.

¿Por qué reaparece la violación y, de hecho, se multiplica? Porque a Michèle le termina gustando.

La puerilidad absoluta del filme y sus personajes, su intrínseca fealdad y su violencia me sumergieron como espectadora en una marea tóxica. Si la terminé de ver fue preguntándome si habría algo al final que justificara lo que veía, que me ayudara a entender. Pero no, no hay nada. El horror y la degradación, en su sentido más pleno, son enteramente gratuitos.

Isabelle Huppert ha protagonizado muchos filmes controvertidos. Sus personajes a menudo plantean una pregunta dolorosa, abren una ventana a nuestra más insondable humanidad, como es el caso de La profesora de piano o Ma mère (filme que logra liberar una corriente emocional de la jaula de la fractura psíquica de Bataille). Pero en Elle, y pese al impecable desempeño de Huppert, no hay más que superficie. Es un filme que no aporta nada a nuestro mundo ni a nuestra visión del mundo. Es entretenimiento.

Por supuesto, el entretenimiento existe y cumple una función, pero ¿con la violación disfrutable como tema? Quizá más deplorable que la cinta misma sea la nota común en la mayoría de las reseñas en varios países (salvo Bidisha en The Guardian), que ensalzan la cinta como gran arte, cine “arriesgado” y “transgresor”. Y no sé si en los tiempos que corren tenemos un terror supersticioso a parecer mojigatos, o si realmente alguien puede considerar transgresora semejante banalidad. ¿Transgresora de qué, exactamente? ¿No son más bien la norma esta violencia gratuita y la fascinación por la imagen que la reproduce? ¿No se ha convertido en parte del discurso convencional, particularmente entre la intelligentsia, llamar transgresor a lo meramente sórdido, que ha existido siempre?

Pienso en las muchas formas en que se justifica en el planeta entero la violencia contra la mujer hoy día. Pienso entonces en las modificaciones a la trama de la novela original en Lady Macbeth; pienso en Elle, y me pregunto si algún sabio de la antigua Roma llegó a llamar al espectáculo de damnatio ad bestias “transgresor”.

Como sabemos, nos convertimos en lo que miramos. En estos tiempos de incontinencia de la mirada, creo que la verdadera transgresión reside en la belleza, y en la restitución de nuestra humanidad. ~

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