¿Cuánto peligro supone Trump para la democracia estadounidense?

En un segundo término, Trump podría intentar debilitar algunas de las reglas y normas más importantes de la democracia estadounidense.
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Durante las últimas semanas se ha tenido la sensación de que Kamala Harris se encamina a la victoria. Después de que el deterioro de la salud mental de Joe Biden fuera innegable y los votantes se sintieran desanimados por la elección que debían afrontar, la coronación de Harris inspiró un alivio masivo. Muchos demócratas se entusiasmaron cuando, repentinamente, su partido optó por una candidata joven y dinámica. La alegría que Harris y su equipo han contagiado en las primeras semanas de su campaña creó un “cambio de ánimo” que, para muchos, hace que su ascenso al cargo más importante del país se sienta inevitable.

Pero, aunque ese ánimo sea positivo, los datos son dispares. En estados bisagra que son clave para la elección, Trump sigue siendo competitivo o, incluso, va a la cabeza. Muchos de los encuestadores más sofisticados proyectan que Trump tiene mayores posibilidades de ganar que Kamala. Por ejemplo, de acuerdo con Nate Silver, Trump tiene un 57% de probabilidades de hacerlo. Mercados de apuestas, como PredictIt, también le dan la ventaja a Trump.

A pesar del creciente optimismo de los demócratas, la posibilidad de otra presidencia de Trump sigue siendo muy real. Y todo esto renueva una pregunta que han debatido los politólogos por cerca de una década: ¿cuánto peligro supone Trump para la democracia estadounidense?

Hay dos maneras de responder a esta interrogante. La primera es observando las pistas de su propio comportamiento cuando estuvo en el poder. El historial es variado. Trump se abstuvo de dar algunos pasos radicales que sus críticos más feroces esperaban que diera. Por ejemplo, nunca desafió abiertamente una decisión de la Corte Suprema ni persiguió a sus enemigos políticos o hizo un intento serio por limitar la libertad de expresión. Hacia el final de su gobierno, Estados Unidos siguió siendo una democracia liberal. Pero, al mismo tiempo –aunque de manera esporádica–, sí trabajó para debilitar la separación de poderes. Lo más notorio: despidió al director del FBI, mermó la independencia política del Departamento de Justicia y destituyó a inspectores independientes encargados de supervisar los principales organismos gubernamentales. Lo más importante: se negó a participar en una transferencia pacífica del poder después de haber perdido la reelección y contribuyó a incitar el asalto al Capitolio, que conmocionó a Estados Unidos y al mundo el 6 de enero de 2021.

En general, el historial de Trump durante su primer gobierno ofrece razones de peso para preocuparse por lo que podría hacer si regresa a la Casa Blanca. Y esto es doblemente cierto si se toma en cuenta que muchas de las limitaciones que inicialmente contuvieron sus tendencias destructivas han cedido desde entonces.

En 2016, Trump no tenía experiencia previa en el servicio público. No podía atraer a suficientes políticos que le fuesen leales y que, a la vez, tuvieran experiencia en el ejercicio del poder ejecutivo. Líderes importantes dentro de su partido fueron profundamente críticos con sus políticas y, en privado, lo desdeñaron. Y quizá lo más importante a considerar es que en ese entonces aún no se había sentido frustrado por las limitaciones propias del poder de un presidente, y no tenía un proyecto concreto de reformas de transformación institucional que contribuyeran a darle más poder.

Si Trump es reelegido, estas limitaciones ya no lo atarán. Ahora tiene cuatro años de experiencia en administración presidencial. Ha construido una profunda base de políticos leales, muchos de los cuales han obtenido experiencia al trabajar en su administración, y legalmente pueden ser desplegados en miles de posiciones influyentes a lo largo de la burocracia federal. Ahora disfruta del apoyo entusiasta de la mayoría de los senadores republicanos y, virtualmente, de todos los congresistas. Finalmente, está a todas luces furioso por las limitaciones que vivió durante su primer gobierno y se encuentra determinado a combatirlas. Sus planes para que sea más sencillo despedir a cientos de miles de funcionarios apartidistas y reemplazarlos con sus seguidores son tan solo una parte de su proyecto.

Trump tiene muchas más oportunidades y motivación que la vez anterior para debilitar las reglas básicas del juego democrático. Pero eso no significa que vaya a alcanzar ese objetivo. Al final, mientras algunos populistas en otros países han logrado expandir su poder y desgastar las instituciones democráticas, otros han fracasado en sus intentos. Así que la segunda gran respuesta a la pregunta que hemos planteado en este texto implica considerar cómo otros líderes políticos comparables han logrado concentrar el poder en sus propias manos, pues estos precedentes pueden ayudarnos a evaluar el riesgo que supone Trump.

Los resultados son extremadamente variables. En algunos países, como Venezuela, los populistas autoritarios efectivamente han destruido la democracia. Si bien sus ataques a las instituciones democráticas primero fueron graduales y la oposición fue capaz de combatir la concentración de poder durante los primeros años, el impacto acumulativo de esas transformaciones institucionales ha sido devastador. Hoy, la democracia en esos países es una completa farsa y los ciudadanos pagan un alto precio en términos de represión política y de mal funcionamiento económico.

En otros países, como Polonia y Brasil, intentos similares para debilitar la democracia, por lo pronto, han fallado. A pesar de que los gobernantes populistas inicialmente triunfaron al disminuir la separación de poderes, fueron incapaces de cortar completamente las alas de la oposición, y finalmente, fueron removidos del poder a través de vías democráticas. Los nuevos gobiernos no populistas se enfrentan a enormes retos para reestablecer las normas democráticas sin recurrir a medios antidemocráticos. Así lo evidencian las extremas restricciones a la libertad de expresión en Brasil: el fracaso a la hora de encontrar este equilibrio puede suponer en sí mismo un peligro para la democracia. Pero, a pesar de las amenazas que les aguardan, estos países ahora parecen estar en vías de reconstruir sus instituciones democráticas.

Sin embargo, algunas naciones caen en medio de estos extremos. De la India a México, los gobernantes de estos países han dañado seriamente a las instituciones democráticas, han socavado el Estado de derecho y han reprimido la libertad de expresión. Pero la oposición en estos países mantiene recursos reales para desafiar al gobierno; como lo demuestra la mayoría disminuida para Narendra Modi en las recientes elecciones parlamentarias, las urnas aún pueden deparar auténticas sorpresas.

Algo similar a este caso intermedio parece ser el futuro más probable para Estados Unidos. En un segundo término, Trump podría intentar debilitar algunas de las reglas y normas más importantes de la democracia estadounidense. Podría, sin duda, triunfar en algunos casos. Pero podría fracasar en algunos otros a causa de la polarización en la sociedad estadounidense, la independencia de la comunidad empresarial, los grandes recursos de las compañías de medios de comunicación, como The New York Times, y el poder que mantienen los estados como California. Al menos durante los primeros años, la batalla por la democracia estadounidense podría tener demasiados perdedores, pero no un claro ganador.

Es momento de dejar de pensar la democracia en blanco y negro, de asumir que un país es perfectamente democrático o se encamina a una completa autocracia. El peligro más inmediato que suponen los populistas autoritarios es que degradan las instituciones democráticas creando una democracia “sucia” en la cual la competencia por encima de las reglas se vuelve tan importante como la habilidad de ganar elecciones bajo las reglas existentes. Esa es razón de sobra para estar seriamente preocupados ante la posibilidad de otra presidencia de Trump, incluso si es poco probable que intente, y mucho menos que consiga, nombrarse a sí mismo como un dictador de por vida. ~

Traducción del inglés de Karla Sánchez.

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Yascha Mounk es director de Persuasion.


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